Christine Granville: la espía favorita de Winston Churchill en la Segunda Guerra Mundial

Bella, inteligente, aventurera y tan valiente como para engañar a los nazis en varias ocasiones y salir ilesa de operaciones muy arriesgadas.
Mujer espía

Si hay un personaje histórico que cumpla todos los tópicos que el cine ha puesto en las mujeres espías, esa es Christine Granville. Como ocurre en tantas ocasiones con historias de la Segunda Guerra Mundial, la leyenda convierte en personajes a ciertos actores que lograron hazañas llamativas. Es el caso de Christine, a la que los testimonios definen como una mujer bellísima, inteligente, muy valiente, aventurera y perseverante en sus objetivos que supo lidiar con un mundo de hombres y violencia. ¿Qué hizo esta espía para acabar siendo la favorita de Churchill?

Christine Granville. Wikimedia

De noble polaca a espía británica

Christine Granville en realidad se llamaba Maria Krystyna Janina Skarbek y nació en Varsovia el 1 de mayo de 1908. Todo indicaba que iba a disfrutar de una vida apacible, pues pertenecía a una familia aristocrática de Polonia: su padre tenía el título de conde y su madre venía de una familia de banqueros judíos. Esta situación privilegiada le permitió una educación al más alto nivel y pudo dedicarse a deportes como la hípica y el esquí. Una vida de princesa de cuento que se truncó por la quiebra económica de su familia y, sobre todo, por la invasión de Polonia por los nazis. Pero Krystyna estuvo lejos de limitarse a jugar el papel de damisela en apuros y no tardó en convertirse en Christine Granville, su nombre de guerra para combatir a los nazis.

Desarrolló una habilidad muy demandada en tiempos convulsos: esquivar a la muerte. La necesidad económica hizo que tuviera que trabajar. Lo hizo en una fábrica de Fiat, donde contrajo una afección pulmonar manipulando compuestos tóxicos. Tuvo un grave accidente esquiando que bien pudo costarle más que algunos días de recuperación. Y es posible que no hubiese evitado el exterminio nazi de no ser porque la invasión de Polonia le pilló en África, donde se había trasladado unos meses antes con su segundo marido, Jerzy Gizycki. Pero aún miraría más de cerca a la muerte en sus días como espía, engañando a nazis y liberando a compañeros en operaciones muy arriesgadas.

Engañando a nazis

Viajó desde África a Londres y allí se puso al servicio de los británicos. Recaló en las filas del Special Operations Executive (SOE), el servicio de inteligencia que Winston Churchill creó en 1940 para combatir el nazismo en Inglaterra y Francia, y en una de sus primeras misiones dejó claro que no habían reclutado a una tipa normal. Debía introducir propaganda británica en la Polonia ocupada por los nazis y ayudar a escapar a cuantos compatriotas pudiera. Cruzó las montañas de Tatra esquiando y cuando llegó a Varsovia tiró de encanto para convencer a un oficial de la Gestapo de que el paquete que llevaba era té para su madre enferma. Logró pasar sin ser registrada y evitó el fusilamiento que habría sufrido como castigo de haber sido descubiertas sus verdaderas intenciones.

En agosto de 1944 realizó la intervención que más reconocimiento le ha dado. En Digne, una localidad del sur de Francia, los nazis capturaron a Alexander Fielding, alias Catedral, y a Francis Commaerts, alias Roger, uno de los jefes operativos del SOE, que viajaban de incógnito en un convoy de la Cruz Roja. Condenados a morir fusilados, Christine decidió actuar por su cuenta, pues no había tiempo de planear un rescate. Por entonces utilizaba otros nombres en clave como Jacqueline Armand o Pauline, pero lo que le abrió las puertas hasta un oficial de la Gestapo fue hacerse pasar por sobrina del general Mongtgomery, uno de los militares británicos más destacados de la Segunda Guerra Mundial. Se plantó delante del oficial nazi que estaba al mando de la prisión donde habían encerrado a los agentes británicos y le dijo que los liberara. La sonrisa que dibujaría en su rostro el nazi se fue apagando conforme Christine le advertía de la llegada inminente de los aliados. Le avivó el miedo al sufrimiento aconsejándole que tuviera un gesto positivo con los encarcelados o pronto estaría formando parte de la hilera de alemanes colgados que decorarían la calle. Christine salió acompañada de la cárcel con Fielding y Cammaerts liberados.

El repertorio de artimañas de la espía cuenta con otra anécdota en una situación igual de drástica. Fue capturada por la Gestapo junto a un oficial polaco. Descubiertos como enemigos, la tortura y la muerte eran los únicos planes que cabría añadir en sus agendas. Pero Christine se mordió la lengua y empezó a actuar haciendo ver que tosía sangre. Los nazis que la custodiaban temieron que estuviera infectada de tuberculosis y, por miedo al contagio, la liberaron.

Christine Granville durante la Segunda Guerra Mundial. Wikimedia

Abandonada tras la guerra

Por estas hazañas y tantos servicios prestados en batalla, salvamento de aliados y captación de información secreta de los nazis, la hija de Winston Churchill afirmó que Christine era la espía favorita de su padre. Fue condecorada y muchos la tuvieron como la mejor agente del SOE. Sin embargo, en cuanto acabó la guerra y sus servicios dejaron de ser necesarios cayó en el olvido y ningún país aliado le tendió una mano. Quedó desempleada y tuvo que subsistir con trabajos precarios como camarera en bares, hoteles y barcos. Fue en uno de estos servicios donde conoció a Dennnis George Muldowney, un pretendiente que no fue capaz de superar el rechazo de la exespía. En 1952, Christine fue asesinada a navajazos en un hotel de Londres. Muldowney logró con sus celos lo que le belleza polaca había esquivado ente los nazis durante la guerra más brutal de la historia.

Referencias:

  • Masson, M. 2005. Christine: SOE agent & Churchill’s favourite spy. Virago.
  • Mulley, C. 2013. The spy who loved: the secrets and lives of Christine Granville. St. Martins Pr.

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