El rol de la mujer en el Antiguo Egipto: más allá de las pirámides y los faraones

A lo largo de la historia, las mujeres han sido relegadas a un segundo plano, a menudo eclipsadas por los hombres. Sin embargo, en el Antiguo Egipto, una civilización con más de 3.500 años de antigüedad, las mujeres gozaban de notables grados de libertad. Aunque su papel histórico rara vez se destaca, este artículo revelará cómo estas mujeres desempeñaron a un papel crucial en el Antiguo Egipto.
Pintura egipcia

La sociedad del Antiguo Egipto se estructuraba en torno a la familia, y estaba tremendamente jerarquizada y administrada por una élite minoritaria. Pero en ese contexto organizativo, las egipcias ocupaban un lugar decisivo. La capacidad administrativa, legal y jurídica de las mujeres egipcias del período faraónico estaba equiparada en muchos aspectos a la de los hombres.

Así lo señalan los textos, que también nos informan del afecto y el respeto del varón hacia la madre en el seno familiar, compartido con el recelo preventivo hacia la esposa, según podemos leer en frases de sabios antiguos: “Dobla la comida que tu madre te dio, susténtala como ella te sostuvo. Ella tuvo una pesada carga contigo, pero no te abandonó” (Ani, máxima 38-39, VII, 17-VIII, 2). “No abras tu corazón a tu esposa; lo que le digas pertenecerá a la calle… Ábrelo a tu madre, que es una mujer discreta” (Ankh-sesonq XIII, 16-18). A partir de escritos antiguos y de innumerables escenas que decoran las paredes de tumbas y templos, papiros y otros muchos soportes, es fácil deducir que la mujer egipcia participaba plenamente en su sociedad.

Ser mujer en la sociedad egipcia de los faraones

Las imágenes nos muestran damas de rango y mujeres sencillas implicadas en actividades muy diversas, en escenas que nos permiten observar el devenir cotidiano de la antigua sociedad egipcia a la vez que examinarla desde una perspectiva de género. Las inscripciones asociadas a sus figuras nos indican los cargos que las mujeres podían detentar y los rangos que algunas llegaron a alcanzar. Es en relación a esas jerarquías donde observamos que “ser mujer” limitaba significativamente a las egipcias.

Representación de Cleopatra. Foto: GETTY

No eran muchos los puestos relevantes a los que las damas de la élite podían aspirar, aunque algunas, siempre en número inferior al de sus compañeros varones, alcanzaron altas posiciones en los estamentos más destacados del gobierno y del clero. Así ocurrió a lo largo de la historia del Estado faraónico, una colectividad que reconocía y respetaba los derechos de la mujer pero que, por lo general, la supeditaba a la figura social del varón.

Ser reina en el Antiguo Egipto

De acuerdo a la ideología faraónica, el trono de Egipto estaba destinado al varón. Una vez encumbrado en el poder, la naturaleza humana de ese personaje se fundía con una poderosa divinidad: el dios Horus. En esa capacidad, el faraón, como máxima expresión de la realeza, se convertía en el instrumento sagrado que mediaba entre los dioses y la humanidad. Su condición de Horus vivo le comprometía además a proteger a su reino ante cualquier amenaza o adversidad.

En esa misión sagrada, que conllevaba dirigir y proteger el país que gobernaba, el faraón actuaba junto a la Gran Esposa Real, título de altísima significación que manifestaba la importancia de la mujer en el entramado del poder real.

Las transmisoras de la realeza egipcia

La tradición dictaba que la esposa principal del faraón, que coexistía con otras esposas y concubinas del monarca, tenía que ser de estirpe real, pues eran las princesas nacidas de esposas principales precedentes las que transmitían la realeza faraónica. Estas damas transferían su condición sagrada a su esposo mediante el matrimonio, mientras que las hijas nacidas de ambos heredarían la capacidad de su madre de transmitir la realeza.

Esta percepción dotó a las princesas reales de una enorme transcendencia y conllevó que a lo largo de la historia del Egipto faraónico se produjeran casamientos entre hermanos, medio hermanos, e incluso entre padres e hijas, si bien muchos de estos matrimonios serían meramente nominativos y atenderían a razones protocolarias.

En el devenir de la historia del Antiguo Egipto, estos preceptos ideológicos fueron en ocasiones obviados. Algunas irregularidades en este sentido ocurrieron durante la Dinastía XVIII. La más destacada pudo ser el ascenso al trono egipcio de la reina Hatshepsut, ocurrido poco después del año 1470 a.C. En la misma dinastía hubo esposas principales advenedizas en la realeza faraónica, como las reinas Tiy y Nefertiti, que no pertenecían al linaje dinástico.

Estela de Akhenaton, Nefertiti y una princesa de Amarna. Foto: GETTY

Sin embargo, a pesar de su llegada irregular al ámbito real, ambas mujeres detentaron su poder con firmeza; actuaron al margen de la discreción que había regido entre sus predecesoras y dejaron registrada su autoridad en numerosos monumentos de la época.

La vida cotidiana de las mujeres en la época de Tutankhamón

¿Cómo vivían las mujeres en esta época? En tumbas de varones de la Dinastía XVIII es frecuente encontrar escenas que muestran al propietario del monumento y a su esposa. Ambas figuras suelen estar equiparadas en tamaño y en la calidad de los ornamentos que lucen. Las inscripciones jeroglíficas, dedicadas mayoritariamente al varón, suelen incluir el nombre de la esposa acompañado por lo general del título de “señora de la casa”, que señala su importancia en el ámbito del hogar.

En ocasiones, las inscripciones incluyen algún cargo ostentado por la dama, frecuentemente relacionado con el culto de alguna divinidad. Algunas de estas tumbas también ofrecen representaciones de banquetes u otras celebraciones en las que participan grupos de mujeres. Aparecen ataviadas con amplios vestidos de lino, tocadas con destacadas pelucas y engalanadas con joyas y otros complementos que denotan el refinamiento y el lujo femenino de la época en los círculos acomodados.

En estas representaciones, las damas son atendidas por mujeres que lucen exclusivamente un ceñidor, exponiendo con naturalidad sus cuerpos juveniles. Algunas de estas jóvenes integran orquestas femeninas que acompañan la fiesta, actuando junto a otras tañedoras de instrumentos que lucen vestidos refinados. También se conocen en la decoración de las tumbas, templos y capillas escenas en las que expertas danzarinas amenizan celebraciones diversas.

En soportes similares, las mujeres además aparecen actuando como plañideras en las procesiones funerarias que acompañaban a los difuntos hasta el cementerio, así como en escenas de la vida cotidiana. En estas últimas encontramos egipcias que trabajan en el campo, a la zaga de los hombres; atienden a sus pequeños o aparecen involucradas en tareas de almacenamiento y/o distribución de alimentos, pero el número en el que estas figuras aparecen es siempre menor que el de los hombres que realizan tareas similares.

A partir de estas y otras fuentes documentales, sabemos que las mujeres egipcias de distintos entornos sociales de la Dinastía XVIII cuidaban de sus casas y participaban en los cultos de los dioses; atendían como anfitrionas, invitadas o servidoras en diversas festividades; eran músicas y danzarinas; lloraban a sus muertos y participaban en los rituales funerarios; trabajaban en el campo, atendían a sus pequeños y participaban en tareas de intendencia.

La gran esposa real egipcia

En el nivel superior de aquella sociedad había espacio para las damas de la realeza. Entre ellas, destacaba la figura de la Gran Esposa Real, que ocupaba los cargos más relevantes del clero femenino; la seguían en importancia las princesas nacidas de ella, capaces de transmitir la condición divina del rey, y la que ostentaba el cargo de Madre del Rey. En ese mismo entorno convivían también otras esposas del monarca y sus concubinas.

Tutankhamon y su esposa Ankhesenamón bajo el círculo solar. Foto: GETTY

Las mujeres de la realeza en el Antiguo Egipto

El precedente inmediato de las mujeres de rango real de la Dinastía XVIII fue una princesa llamada Ahhotep, nacida del rey tebano Seqenenre Taa I y de su esposa, la reina Tetisheri, monarcas de la Dinastía XVII. La princesa Ahhotep, considerada por los especialistas la primera de ese nombre, fue la Gran Esposa Real de su hermano Seqenenre Taa II. De este matrimonio nacieron al menos cuatro príncipes: dos princesas y dos príncipes varones, ambos llamados Ahmose. El primero en nacer murió probablemente en la adolescencia; el segundo llegaría a ocupar el trono de su padre, después del reinado de Kamose, y fue el primer faraón de la Dinastía XVIII. La reina Ahhotep I alcanzaría entonces el título de Madre del Rey. Durante al menos una década, Ahhotep I fue regente del joven faraón Ahmose I, que siempre reconoció todo lo que él y Egipto debían al buen hacer de esta reina.

Durante los primeros reinados de la Dinastía XVIII, el título de Gran Esposa Real fue detentado por princesas descendientes de Ahhotep I y del linaje que había fundado la dinastía. Sus matrimonios situaron en el trono de Egipto a los faraones Amenhotep I, Tuthmosis I y Tuthmosis II. A la muerte de este último, su viuda y hermanastra, Hatshepsut, asumió la regencia en nombre del joven príncipe Tuthmosis III, nacido de una esposa secundaria del monarca fallecido. Pocos años después, Hatshepsut se proclamó faraón, asentándose pese a su condición femenina en el trono de Horus durante más de veinte años.

La sucedió en el poder Tuthmosis III, dos de cuyas esposas, Sitiah y Hatshepsut Merira, ostentaron el título de Gran Esposa Real, aunque es dudosa la pertenencia de estas damas al linaje fundador de la dinastía. Otra Gran Esposa Real de Tuthmosis III pudo haber sido su hermanastra, la princesa Neferure, hija de Hatshepsut; este habría sido el matrimonio que confiriera la realeza a este monarca. Los faraones que sucesivamente le sucedieron, Amenhotep II y Tuthmosis IV, tuvieron esposas principales nacidas en el seno de la realeza.

A pesar de ello, el sucesor de Tuthmosis IV, Amenhotep III, nació de una princesa extranjera, al parecer hija del rey de Mitanni, país que se situaba en la zona norte del Próximo Oriente. Esta reina, cuyo matrimonio con Tuthmosis IV sellaba un acuerdo diplomático, es conocida en las fuentes egipcias con el nombre de Mutemuya, y fue reconocida con los títulos de Gran Esposa Real, a pesar de su origen extranjero, y Madre del Rey. Otras mujeres ajenas a la realeza alcanzaron estas mismas distinciones en los siguientes reinados: Amenhotep III tuvo como esposa principal a Tiy, nacida de una pareja de nobles con cargos relevantes en la corte y el clero. Este rey tuvo otras esposas, algunas de ellas extranjeras como Gilukhipa y Tadukhipa, de origen mitannio.

De Amenhotep III y Tiy nacieron tres hijas, las princesas Sitamón, Isis y Henuttabet, y tres hijos, el príncipe Tuthmosis, que murió en la adolescencia, Semenkhkare, cuya filiación se ha constatado recientemente a partir de estudios genéticos, y Amenhotep IV, conocido también como Akhenaton y quien vinculó su reinado a la dama Nefertiti, elevándola a la dignidad de Gran Esposa Real. Desposó también a la reina extranjera Kiya, que algunos investigadores identifican con la mitannia Tadukhipa, previamente desposada con Amenhotep III.

Las mujeres más significativas en los reinados de Amenhotep III y Akhenaton fueron, sin duda, sus respectivas esposas principales, Tiy y Nefertiti. A pesar de que ambas eran advenedizas en la estirpe real, ninguna de ellas dudó en manifestar su condición de Gran Esposa Real en escenas que comparten con sus esposos y en otras representaciones.

Bajorrelieve de Amarna. Foto: ASC

El entorno familiar de Tutankhamon

En este entorno real nació un príncipe llamado Tutankhatón, nombre que lo vinculaba con Atón, el dios proclamado único en la revolución de Akhenaton. Los últimos estudios señalan que Akhenaton pudo haber sido el padre de este príncipe, o bien su hermano Semenkhkare. Una hermana de ambos, cuya identidad precisa se desconoce, se ha identificado como la madre de este príncipe.

Tutankhatón nació y creció en Akhet-Atón, la ciudad de la herejía. En su entorno infantil estarían las esposas principales y otras reinas de Amenhotep III, Akhenaton y Semenkhkare; varias princesas emparentadas con él en grado de hermanas, hermanastras, tías y primas, además de su madre. Entre estas mujeres y niñas de diversas edades, estarían las seis hijas de Akhenaton y Nefertiti: Meritaton, que ostentó el título de Gran Esposa Real asociada a Nefernefruaton, nombre que al parecer usó Nefertiti como corregente de su esposo, y de Semenkhkare, que sucedió efímeramente a Akhenaton en Amarna; la pequeña Maketaton, que murió en la infancia; la princesa Ankhesenpaaton, conocida también como Ankhesenamón, con la que Tutankhatón fue desposado, y las princesas Nefernefrutaton-Tasherit, Nefernefrure y Setepenre, de las que apenas hay datos.

Ademas de las hijas de Akhenaton y Nefertiti, se conocen los nombres de otras princesas que pudieron haber nacido de Akhenaton y la reina Kiya. Junto a estas mujeres y niñas, otras damas de la corte, ejerciendo de nodrizas, acompañantes, educadoras y sirvientas, formarían parte del devenir cotidiano del príncipe egipcio.  

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