Roma tuvo 82 emperadores a lo largo de su historia, 26 de ellos murieron asesinados. Los motivos fueron diversos, pero en varias ocasiones acabaron con el emperador los propios romanos, por una razón que no soportaban: que una sola persona acumulara demasiado poder. Aunque parezca contradictorio, los romanos detestaban que el poder recayera en una persona y para comprender este odio nos tenemos que remontar al origen de Roma.

Los reyes de Roma
Cuenta le leyenda que Roma fue fundada por Rómulo en el año 753 a. C. Él fue el primer rey y dio comienzo a un período que se alargaría durante dos siglos y medio en los que Roma fue una monarquía en la que gobernaron siete reyes.
No tenemos fuentes escritas contemporánea a la monarquía romana. Tanto el origen de Roma como la historia de los siete reyes la conocemos a través de autores como Virgilio y Tito Livio, que vivieron en el siglo I a. C., por lo que nos narran acontecimientos muy lejanos a ellos en el tiempo. De esta manera, los historiadores defienden que solo conocemos mitos y relatos orales que se pusieron por escrito de la historia de Roma desde su fundación hasta la instauración de la República. Es decir, los reyes de Roma serían personajes legendarios o semilegendarios a los que se le atribuyen tópicos que definen sus reinados, los cuales se extienden durante demasiados años para la esperanza de vida de entonces y, por si fuera poco, la arqueología contradice ciertos datos narrados por la tradición clásica.
La caída de la monarquía romana
Sea como fuere, Roma fue una monarquía antes que una república, y quienes lucharon por acabar con el poder unipersonal se habrían llevado las manos a la cabeza de haber sabido que 500 años después Roma pasaría a tener no ya un rey, sino un emperador. El historiador Pierre Grimal resume a la perfección qué ocurrió para que cayera la monarquía romana:
"Tarquinio el Soberbio sería el último rey de Roma. Un escándalo arrastró al régimen. Aparentemente, no pasó de ser un simple suceso: los jóvenes romanos estaban en el ejército; allí se encontraban Sexto Tarquino, uno de los hijos del rey, y el sobrino de éste, Lucio Tarquino Colatino. Los jóvenes, en su tienda, presumían de las virtudes de sus mujeres; al final, la disputa subió de tono, de modo que para poner fin a la discusión decidieron ir a ver lo que hacían las damas solas en sus casas. Subieron a los caballos, galoparon hasta la ciudad y allí comprobaron que la mujer de Sexto Tarquino se entregaba al placer en compañía de amigos, comiendo y bebiendo desenfrenadamente, mientras que Lucrecia, la mujer de Tarquino Colatino, hacía punto con sus criadas. Herido en su orgullo por haberse visto desmentido por los hechos, Sexto Tarquino quiso, con todo, tener razón. Así pues, al día siguiente, volvió a casa de Lucrecia, que lo recibió amablemente y le brindó hospitalidad. Después, cuando todo el mundo estaba durmiendo, Sexto se deslizó hasta la habitación de Lucrecia y, pese a la resistencia de la joven, la deshonró y huyó. A la mañana siguiente, Lucrecia mandó llamar a su marido y a su padre, les contó entre sollozos su desgracia y, tras sacar de entre sus ropas un puñal, se atravesó el corazón. Se reunió al Senado, donde se relató la infamia del joven príncipe. Tarquino Colatino volvió al ejército y provocó una rebelión. El pueblo le cerró las puertas de la ciudad. Perseguido a la vez por los soldados y los ciudadanos, el rey Tarquino se vio obligado a emprender la huida y pedir asilo a uno de sus compatriotas, el rey etrusco de Chiusi".

El odio a los reyes
La tradición cuenta que este suceso fue la gota que colmó el vaso al gobierno tiránico y violento que ejerció Tarquino o Tarquinio el Soberbio. El carácter legendario de esta narración se puede comprobar incluso en la fecha en la que las fuentes sitúan este suceso. La tradición cuenta que Tarquinio fue expulsado en el año 510 a. C., justo el mismo año en que en Atenas se expulsó al tirano Hipias. Una coincidencia posiblemente forzada por la tradición romana para equipararse a la par que enorgullecerse de su vínculo con la cultura griega.
En cualquier caso, el final de la monarquía romana (o lo que se contaba sobre el final de la monarquía) dejó una profunda huella en la memoria colectiva de los romanos, que desde entonces odiaron el poder unipersonal y el gobierno se articuló a través de una república con distintas magistraturas y el Senado a la cabeza. De hecho, en el 44 a. C. asesinaron a Julio César por la acumulación de poder que estaba llevando a cabo y para evitar que acabara proclamándose rey. Sabedor de esta situación en Roma, fue Augusto el que supo manejar la política con maestría en un tira y afloja con el Senado hasta lograr ser nombrado primer emperador de Roma. Pero esa es otra historia.
Referencias:
Beard, M. 2016. SPQR: una historia de la antigua Roma. Crítica.
Grimal, P. 2017. Historia de Roma. Austral.
Martínez-Pinna, J. 2009. La monarquía romana arcaica. Universitat Internacional de Catalunya.