Carreras de cuadrigas, el peligroso espectáculo de la antigua Roma

El riesgo al que se exponían los aurigas era directamente proporcional a la fama y gloria de la que se colmaban cuando salían victoriosos.
Carrera de carros antigua Roma

En la cultura popular de hoy día son famosas las batallas entre gladiadores, sin embargo, el mayor espectáculo del Imperio romano fueron las carreras de carros. Los aurigas eran los "pilotos” que manejaban los caballos y los más famosos podríamos equipararlos a las estrellas del deporte actual. Además de la velocidad de los caballos, había otro componente que dotaba de mucha emoción a esta competición: el riesgo al que se exponían los participantes. Los aurigas tenían una esperanza de vida baja por el peligroso oficio al que se dedicaban y muchos de ellos murieron en accidentes en plena carrera.

El auriga de Delfos. David Monniaux / Wikimedia

'Panem et circenses'

Es muy conocida una antigua expresión que Juvenal dirigió a sus contemporáneos cuando recriminó a los romanos que se habían convertido “en un pueblo degenerado que ya solo desea dos cosas: pan y circo”, o como se diría en latín: “duas tantum res anxius optat panem et circenses”.

Y, ciertamente, no le faltaba razón. Los días festivos que tenía el calendario romano en el apogeo del imperio nos pueden resultar una exageración hoy día. Todas estas fiestas tenían un origen religioso, pero se fueron ampliando bajo premisas políticas con fines propagandísticos para mantener entretenida y bajo control a las masas. De aquí el sentido actual de la expresión “pan y circo”. La cuestión es que por religión y política (en la Antigüedad acostumbran a ser lo mismo), más de la mitad del año eran días festivos en Roma. Los actos realizados estos días eran de diversa índole, pero en muchos de ellos se celebraban juegos para deleite del público. Y, entre ellos, los juegos romanos por excelencia fueron los circenses. Estos tenían lugar, claro está, en el circo: un espacio construido para albergar competiciones desarrolladas ante la atenta mirada del público que formaba un griterío de emoción como el que hoy seguimos generando en los estadios modernos.

“Y es que la multitud romana disfrutaba con las dificultades y enloquecía ante unos espectáculos en los que todo estaba dispuesto para atraer su atención y suscitar su arrebato: el hormigueo de una concurrencia donde el individuo se dejaba llevar por la masa, la inverosímil grandeza de un decorado en el que flotaban los perfumes y brillaban los abigarrados atuendos, la atracción de las viejas ceremonias religiosas, la presencia del augusto emperador, los obstáculos que habían de superarse, los peligros que tenía que evitar, las proezas a las que se había visto obligado el vencedor, las vicisitudes imprevistas de cada una de las pruebas, subrayadas por la poderosa belleza de los caballos, la riqueza de sus arneses, la perfección de su adiestramiento y, sobre todo, la habilidad y valentía de los conductores de carros”.

Puro y emocionante espectáculo

Además de algunos espectáculos acrobáticos, el plato fuerte eran las carreras de carros. Había distintas modalidades según el número de caballos que tiraran del carro: dos caballos (biga), tres (triga), cuatro (cuadriga) e incluso podían ser seis, ocho o diez (decemiuges). Toda carrera llevaba una ceremonia de apertura. El cargo romano que presidiera los juegos se encargaba de dejar caer un pañuelo blanco que marcaba la salida. A juzgar por la anchura de la pista de los circos, lo más lógico es que no compitieran más de cuatro cuadrigas. De hecho, hay documentos que hablan de cuatro factiones, lo que hoy serían escuderías en la Fórmula 1, diferenciadas por colores: la cuadra blanca, la verde, la azul y la roja. Cada una de ellas suponía un equipo formado por el auriga, preparadores de caballos, veterinarios, mozos de cuadra, guarnicioneros y demás trabajadores necesarios para el entrenamiento y competición de carros tirados por caballos.

El público asistente tenía sus favoritos, que animarían con más vehemencia si habían apostado dinero por alguno. El historiador Jérôme Carcopino escribió una obra ya clásica sobre la vida cotidiana en Roma y tiene un párrafo bellísimo acerca del aspecto que lucían los participantes:

“Mientras los animales piafaban –con las plumas en la cabeza, la cola realzada por un apretado nudo, las crines consteladas de perlas, el pecho moteado con brillantes amuletos y el cuello adornado con un flexible collarín y un bridón con los colores de la cuadra–, el auriga miraba orgulloso a los espectadores puesto en pie sobre el carro, rodeado de servidores, con el casco puesto y el látigo en la mano, las vendas de paño enrolladas en las piernas, vestido con una túnica corta con el color de su factio y, atadas alrededor del cuerpo, las riendas que en caso de accidente cortaría el cuchillo que llevaba a un lado”.

Los giros en los extremos de la pista del circo eran los momentos más peligrosos de la carrera. iStock

La fama del auriga (si sobrevivía)

El público enloquecía en cuanto se levantaba la primera mota de polvo al arrancar los caballos al galope. Los tropiezos y contactos entre carros encogían corazones en la grada. Los momentos más delicados se daban en las maniobras de giro en los extremos de la pista, donde la pericia del auriga y la agilidad de los caballos eran claves para hacerse con la victoria. El peligro al que se exponían estos conductores de carro era directamente proporcional a la fama y gloria de la que se colmaban cuando salían vencedores.

“La extraordinaria consideración de la que los aurigas gozaban en Roma se explica sobre todo por sus cualidades físicas y morales, por su presencia y fuerza, por su agilidad y su sangre fría; también por el duro y precoz entrenamiento al que habían sido sometidos, por los peligros inherentes a su oficio, por la alegría con que acudían a aquellos naufragia sangrientos en los que algunos perdieron la vida en plena juventud: Tuscus murió a los veinticuatro años tras lograr 56 victorias; M. Aurelius Mollicius con veinte años y 125 victorias. Pero la pasión que provocaba en el pueblo se alimentaba asimismo de fuentes menos puras: las carreras eran la ocasión para que los romanos dieran rienda suelta a su afición favorita, el juego, y los aurigas lo hacían posible”.

Referencias:

  • Álvarez Jiménez, D. 2018. Panem et circenses: una historia de Roma a través del circo. Alianza.
  • Blázquez Martínez, J. M. 1999. Las carreras de carros en su origen y en el mundo romano. Historia del carruaje en España, 72-83.
  • Carcopino, J. 1998. La vida cotidiana en Roma en el apogeo del imperio. Temas de Hoy.

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