La disciplina que se ocupa de la historia, lenguas y culturas de Mesopotamia se denomina Asiriología, aunque este nombre puede llevar a engaño. Así se llama tradicionalmente la especialidad porque, desde mediados del siglo xix, buena parte de la atención se la llevaron los registros escritos de los asirios, sobre todo la biblioteca de Assurbanipal o las fuentes relacionadas con el Antiguo Testamento.
Hoy en día la disciplina se suele denominar, de manera más apropiada, Orientalística antigua, aunque el término Asiriología se mantiene por tradición. En esencia, la Asiriología se ocupa de descifrar, traducir e interpretar la documentación cuneiforme que conservamos de las diferentes culturas que habitaron Mesopotamia.
Descubriendo las joyas del pasado: el impacto y las aportaciones de la Arqueología
Desde el siglo xix se han venido recuperando textos y excavando yacimientos en la zona, sobre todo en los modernos países de Irak, Siria y Turquía. Esta recuperación de textos cuneiformes responde en realidad a dos situaciones muy diferentes, tanto a nivel logístico como de información que aportan. La primera es la adquisición de materiales de forma fortuita o directamente ilegal. Este fenómeno no es exclusivo de las últimas décadas.
Ya desde finales del siglo xix fueron inundando el mercado de antigüedades textos de una serie de yacimientos, de diferentes épocas: Lagash, Sippar, Kirkuk, Borsippa, etc. Habían sido recuperados por excavadores clandestinos, en general vecinos de las localidades en cuestión, que deseaban obtener un beneficio económico a cambio. Estas tablillas cuneiformes terminaron recalando en diferentes museos occidentales, sobre todo en Londres, París, Yale, etc.
En época más moderna, a partir de la segunda mitad del siglo xx e inicios del xxi, se han seguido produciendo estas excavaciones clandestinas en varios puntos del Próximo Oriente Antiguo. Buena parte de los textos procedentes de Emar, de Tigunanum, de Al-Yahud, etc., proceden efectivamente de excavaciones clandestinas, y ni siquiera conocemos la localización exacta de estos yacimientos.

La otra situación es la de las excavaciones oficiales. Los descubrimientos de grandes yacimientos en el siglo xix (Nínive, Ur, Tello), a principios del xx (Assur, Babilonia, Nuzi, Mari, Ugarit, Hattushas), o a finales del mismo (el caso más notable es Ebla) han permitido ampliar enormemente nuestro conocimiento del Próximo Oriente Antiguo. Lo más importante es que todas estas excavaciones proporcionan un contexto real a la documentación cuneiforme.
No es lo mismo encontrar una cartaintercambiada entre reyes en la habitación de un campesino que en el palacio real; no es lo mismo saber que un texto lexical (los diccionarios de los mesopotámicos) fue hallado en una biblioteca que en casa de un funcionario; no es lo mismo localizar un contrato de adopción en la casa de un(a) particular que en un templo.
La arqueología y el correcto registro de los descubrimientos proporcionan al asiriólogo el contexto adecuado para proceder a las correspondientes interpretaciones de orden histórico, social, antropológico, cultural, etc.
Asiriólogos: guardianes de la antigüedad mesopotámica
Una vez que los asiriólogos tienen el texto en sus manos, ¿qué hacen con él? Su tarea primera es la de traducirlo. Pero esto requiere de una preparación específica, en la que se combine el conocimiento preciso de las lenguas antiguas con la capacidad de lectura de los signos cuneiformes.
Es decir, los especialistas deben haber entrenado su «ojo epigráfico» y ser capaces de entender la lengua en la que los textos están escritos. Y ambos aspectos están indisolublemente unidos.
Aunque existieron otros tipos de escritura, la característica de Mesopotamia era la cuneiforme: mediante un cálamo o pequeña caña hueca tallada oblicuamente en la punta, se incidían una serie de cuñas sobre la arcilla.
Cada signo se compone de una o, más comúnmente, varias cuñas, dispuestas de manera diferente. Y cada signo equivale bien a una sílaba, bien a una idea o palabra (es decir, a un ideograma). Es la tarea de los especialistas interpretar si, en un contexto determinado, tal o cual signo corresponde a una sílaba o a una idea.
Pero cuidado, un signo determinado puede tener muy diferentes valores dependiendo de la época y la zona en la que nos encontremos —o incluso dependiendo de la escuela escribal que haya redactado el texto—. Por ejemplo, el signo denominado DINGIR representaba originalmente una estrella.
Si se emplea como ideograma, se debe leer dingir, que se traduce como «dios», «divinidad», etc., o bien se debe leer an, término sumerio que se traduciría como «cielo». Si se interpreta que es una sílaba, este signo puede leerse como an, il, sa, etc. dependiendo de épocas y zonas, así como del contexto (es decir, los signos que anteceden o van después del signo DINGIR).

Para que nos hagamos una idea, algunos autores consideran que existirían cerca de ochocientos signos o combinaciones de signos diferentes a lo largo de la historia de la escritura cuneiforme; no obstante, en cada época o zona determinadas se solían utilizar cerca de dos centenares.
En cuanto a las lenguas, se podrá entender que, a lo largo de tres milenios de Historia, por Mesopotamia pasaron culturas y civilizaciones que empleaban muy diferentes sistemas. Algunos pueblos hablaban lenguas indoeuropeas, como los hititas o persas; otros, lenguas semíticas, como los acadios (con los dialectos asirio y babilónico), cananeos, etc.
Por último, hay otras lenguas cuya procedencia no está clara, como el sumerio o el hurrita. Los asiriólogos deben controlar siempre las dos más importantes y que se emplearon a lo largo de casi toda la historia de Mesopotamia: el sumerio y el acadio. Cada una de ellas tiene sus peculiaridades, su gramática, léxico, etc., y uno puede hacerse idea de lo complicado que es controlar ambas lenguas.
Además, dependiendo de las épocas y zonas que trabajen, los especialistas suelen conocer una o dos lenguas adicionales; por ejemplo, un(a) asiriólogo/a que estudie el mundo neobabilónico requerirá cierto conocimiento del arameo, la lengua de intercambio habitual del momento en el sur de Mesopotamia.
Tras la lectura del texto, su traducción y comprensión, viene la parte realmente importante: la interpretación. Dependiendo de la orientación de los investigadores, sus interpretaciones se dirigirán a esclarecer aspectos históricos, por ejemplo cómo Hammurabi ejercía control sobre sus provincias; a estudiar elementos sociales, como por qué las mujeres en época sumeria parecen haber mostrado una envidiable capacidad jurídica; a conocer cuestiones lingüísticas, por ejemplo cómo fue la evolución de la lengua sumeria a lo largo de los más de mil años que se habló, etc.
No olvidemos que los textos son piezas de información, y los historiadores y especialistas deben contextualizarlos, exprimirlos y contrastar los resultados obtenidos, para finalmente generar interpretaciones válidas.
¿Cómo se llega a aprender todo esto?
Como ocurre con los expertos de cualquier otra materia, los asiriólogos tienen una formación tremendamente especializada. Además de epigrafía y filología, deben dominar aspectos propios de las Ciencias Históricas: el análisis crítico de los textos, su contextualización, la ubicación espacio-temporal de los acontecimientos, etc.

Esta formación se adquiere, de manera ideal, siguiendo unos estudios pautados. Estos itinerarios son de altísima calidad en los países que tienen tradición en Orientalística antigua. Por ejemplo, en Alemania y Austria unas quince universidades ofrecen Grados y Másteres en Altorientalistik (www. orient-gesellschaft.de/ links.php); en Estados Unidos son más de una decena las instituciones que proporcionan esta formación (Ancient Near Eastern Studies); y en Reino Unido cuatro centros de educación superior lo hacen.
Otros países suelen incardinar este tipo de formación en ámbitos más amplios, como el de las Ciencias de la Antigüedad, la Historia Antigua, La Filología Clásica o la Arqueología; es el caso sobre todo de Francia e Italia. Por supuesto, al margen de (o en colaboración con) los estudios reglados, existen centros de investigación en Asiriología por todo el mundo (iaassyriology.com).
Y respecto a esto, ¿qué pasa en España? La realidad es que la escasa tradición histórica de nuestro país en esta disciplina ha supuesto el retraso en la creación y perfeccionamiento de estos estudios. A pesar de la existencia de varios centros de investigación punteros (cepo.es), apenas existen Grados o Másteres específicos en Orientalística antigua.
No obstante, en la última década sí se han creado y desarrollado varios programas de estudios, mereciendo especial atención los de la Universidad Autónoma y la Universidad Complutense de Madrid, así como los de la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universidad de Barcelona.
Asimismo, otros programas de especialización alternativos se han ido creando en otras instituciones, como el de la Universidad de Murcia o el del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (conjuntamente con la ucm). La existencia de estos programas muestra el interés que suscita este campo de investigación, que permite conocer culturas exóticas y acontecimientos lejanos, tal como se ha reflejado en los artículos precedentes.