Tras la caída del imperio sargónico a mediados del siglo xxii a. C., las ciudades del sur de Mesopotamia fueron recuperando su independencia y regresaron al sistema previo de ciudadesestado. Así se dio inicio a lo que conocemos como renacimiento sumerio, breve periodo de finales del iii milenio que culminaría con la llegada al poder de la llamada Tercera Dinastía de Ur (2110-2003 a. C.).
La particularidad de este periodo fue que las élites políticas recuperaron el empleo del sumerio, ya en desuso, para las inscripciones reales, la literatura y la administración, mientras que el resto de la sociedad seguía usando preferentemente el acadio.
Explorando el legado de Gudea: tras las huellas de la Dinastía de Lagash
En este contexto destaca el caso de Lagash, ciudad en la que se estableció una dinastía local tras la muerte de Sharkalisharri de Akkad (c. 2181 a. C.). Gracias al gran número de inscripciones que nos han dejado, conocemos el nombre de todos sus gobernantes, aunque no el orden en el que se sucedieron, por lo que la cronología exacta de esta dinastía continúa siendo un misterio.
Sí sabemos que se hacían llamar ensi, título que en el periodo protodinástico ya designaba al gobernante de la ciudad- estado, en vez de lugal que empleaban los reyes de Akkad. Sin embargo, la evidencia es insuficiente para determinar la cronología exacta de sus reinados y el orden en el que se sucedieron.
El más famoso de los ensi de Lagash fue, sin duda, Gudea, personaje excepcional que llegó a ser venerado e incluso divinizado en periodos posteriores. Fue un gran constructor y restaurador de templos, entre los que destaca el templo de Ningirsu, cuya construcción relató en los célebres Cilindros de Gudea. Contamos, además, con más de una veintena de estatuas del soberano en las que se conmemoran sus hazañas como constructor, y que nos permiten conocer otros eventos destacados de su reinado, que duró unos veinte años.
Ur-Nammu y la Tercera Dinastía de Ur: desentrañando el ascenso de un imperio
Al mismo tiempo, en la ciudad de Uruk gobernaba otra dinastía de origen local, tras la cual llegó al poder Utuhegal (2119-2113 a. C.), único miembro de la quinta dinastía de la ciudad. Este llevó a cabo un nuevo intento de unificación de las ciudades sumerias, autoproclamándose «rey de las cuatro partes (del mundo)» y anexionándose gran parte del territorio de la Baja Mesopotamia, a excepción de la ciudad de Lagash.

Sin embargo, el intento de Utuhegal se vio frustrado cuando un general bajo su mando, Ur-Nammu, le arrebató el poder y estableció su propia hegemonía, que dio lugar a la Tercera Dinastía de Ur (2110 – 2003 a. C.).
Algunos investigadores creen que Ur- Nammu sería hijo o hermano del propio Utuhegal, ya que no hay evidencias claras de que se produjeran enfrentamientos en este momento, por lo que en vez de una sublevación violenta estaríamos más bien ante una transición pacífica. De un modo u otro, el nuevo rey sometió al resto de ciudades sumerias sin demasiada dificultad, incluyendo, esta vez sí, Lagash, la cual arrebató al ensi Nammahani, el último de su dinastía.
Una vez afianzado su control sobre el sur de Mesopotamia, Ur-Nammu dirigió sus aspiraciones al norte y al este, anexionando los nuevos territorios a su recién creado imperio. De hecho, adoptó los títulos de «rey de Ur» y «rey de Sumer y Akkad» como símbolo de un poder real fuerte y aglutinador de todo el territorio que se enmarca en lo que conocemos como Mesopotamia.
Durante su reinado, Ur-Nammu vio la necesidad de consolidar su poder en todo el extenso reino, así que llevó a cabo una serie de reformas para mejorar su control sobre el territorio. Por ejemplo, estableció un sistema universal de pesos y medidas, unificó el sistema administrativo de las distintas provincias, promulgó un conjunto de leyes que conocemos como Códice de Ur-Nammu y estableció guarniciones militares para proteger la frontera.
También amplió el sistema de canales para favorecer la agricultura, pero sobre todo la comunicación entre las ciudades del imperio, que se realizaba preferentemente por vía fluvial. Por último, construyó un gran número de templos para honrar a las divinidades del panteón sumerio, entre los que destaca el zigurat dedicado a Nanna en la ciudad de Ur. Pero el programa de reformas ideado por Ur- Nammu quedó inacabado, ya que este murió prematuramente en combate tras dieciocho años de reinado.
El encargado de continuarlo fue su hijo y sucesor, Shulgi, el más longevo de los reyes de Ur que llegó a gobernar cuarenta y ocho años. Fue a mediados de su reinado cuando inició su propio programa de reformas, más profundas, que transformaron definitivamente el reino de Ur en un auténtico imperio.
Shulgi, arquitecto del imperio: explorando el legado del gran gobernante en Mesopotamia
Una de las primeras decisiones que tomó fue la de su deificación, siguiendo la tradición que ya habían establecido los reyes de Akkad algunas décadas antes. Sus descendientes siguieron sus pasos, adoptando el título divino al llegar al trono. También establecieron un culto estatal dedicado a los reyes fallecidos, con sus correspondientes santuarios, que recibían donaciones anualmente. Por otra parte, Shulgi adoptó el título de «rey de las cuatro partes (del mundo)» que ya había empleado Utuhegal y que mostraba la extensión de su poder absoluto sobre todo el territorio.

Lo cierto es que Shulgi utilizó todas las herramientas propagandísticas a su alcance. Una de ellas fueron los numerosos himnos reales dedicados a su persona, en los que se nos describe un monarca fuerte, competente, con atributos de un dios. Incluso se nos cuenta que el rey habría llegado a dominar a la perfección cinco de los idiomas más importantes del momento: acadio, elamita, amorreo, subario y, por supuesto, sumerio. Incluso en una ocasión él mismo se vanagloriaba de corregir a un hablante nativo en su propia lengua.
Incapaz de contentarse con el territorio conquistado por su padre, Shulgi dirigió sus aspiraciones hacia el este del río Tigris y el sudoeste de Irán, tierras que anexionó rápidamente a su reino gracias a la creación de un ejército permanente con una mejor preparación en combate. Además, el rey complementó esta política expansionista con otra de pactos y matrimonios políticos que implicaban a miembros de su familia y que le permitieron mantener una red de reinos vasallos a su alrededor.
Para facilitar su control, dividió el reino en provincias, manteniendo los límites territoriales de las antiguas ciudades-estado. Al frente de cada una de ellas puso a un gobernador civil, elegido por él mismo de entre la élite local, que administraba las tierras propiedad de los templos; y a un gobernador militar, de entre su círculo de confianza, que controlaba las propiedades de la corona.
Ambos cargos respondían solamente ante el rey y el gran visir, por lo que no tenían autoridad el uno sobre el otro, pero administraban justicia de forma conjunta y se encargaban de recaudar los impuestos.
Con este gobierno dual, Shulgi se aseguraba cierto control sobre las provincias sin desplazar por completo a los líderes que allí se encontraban, evitando así conflictos internos. En cambio, las regiones periféricas que nunca habían formado parte del sistema de ciudades-estado quedaron en manos de generales de confianza, que se encargaban de su administración y de recaudar los impuestos correspondientes.
Una de las claves de la reforma económica que aplicó Shulgi fue obligar a las provincias a especializarse en la producción de determinados bienes, como grano, aceite o lana. Cada año, las provincias debían aportar a la corona una cantidad determinada de esos productos en función de su tamaño y riqueza, y con eso conseguían crédito con el que podían obtener bienes de otras provincias.
Se estableció así un sistema de redistribución de bienes y ganado que requirió la creación de centros especializados y de un aparato burocrático enorme, que precisaba un gran número de escribas bien formados en el nuevo sistema de escritura y contabilidad. Una de las consecuencias de esta profunda reforma administrativa fue la producción de una cantidad enorme de tablillas que recogían la actividad diaria de estos escribas.
Gracias a que muchos de estos textos se han conservado —llegando a cientos de miles—, podemos reconstruir con bastante detalle el funcionamiento de la economía en general, del nuevo sistema fiscal y de otros aspectos como el culto o las relaciones con otras regiones cercanas.

Legado postmortem de Shulgi: su muerte y los sucesores
Los eventos que rodearon la muerte de Shulgi y el ascenso al trono de su hijo Amar-Suena siguen siendo un misterio hoy en día.
En primer lugar, dos de las consortes del rey, Geme-Ninla y Shulgi-Simti, murieron casi al mismo tiempo que él. Podría tratarse de una coincidencia, por su edad avanzada o alguna enfermedad, o ¿quizá estamos ante un caso de sacrificio ritual? Otra tesis defiende que tras la muerte del monarca, una rama de su extensa familia habría decidido eliminar a la otra para asegurarse la sucesión.
Esta teoría se sustenta en el hecho de que algunos de los hijos más prominentes de Shulgi, que habrían podido heredar el trono, como Ur-Suen y Šu-Enlil, desaparecieron por completo de la documentación escrita tras la muerte de su padre.
En este contexto surge la enigmática figura de Amar-Suena que, pese a no aparecer nunca en los documentos del reinado de su padre, tomó el poder inmediatamente. De nuevo, hay diversas teorías sobre su origen, cuestión que todavía está lejos de quedar resuelta. ¿Podría ser Amar-Suena el nombre de entronización de uno de los numerosos hijos de Shulgi, sin que podamos saber de cuál de ellos?
Lo cierto es que este nombre no se documenta en ningún otro individuo en toda la historia de este periodo. ¿Quizá el príncipe heredero era aún demasiado joven para haber ocupado cargos administrativos o militares a la muerte de su padre? Este hecho denotaría una completa falta de experiencia política a la hora de subir al trono.
Por último, ¿sería posible que Amar-Suena hubiera estado la mayor parte de su carrera en el extranjero, sirviendo a los intereses de su padre y del reino? De ser así, aún no habríamos descubierto la evidencia que lo confirmara.
De todos modos, el reinado de Amar-Suena, que apenas duró nueve años, se caracteriza por una relativa estabilidad, herencia de las estudiadas reformas de su padre, que mantuvo intactas. Sin embargo, ya se advertían problemas crecientes tanto internos, con gobernadores que rivalizaron con el poder del monarca, como externos, pues el rey tuvo que hacer frente a algunas revueltas en los territorios más alejados del reino.

Tras su muerte, subió al trono Shu-Suen, quien gobernó por otros nueve años más. Tanto él como su sucesor eran hijos de Shulgi y, por tanto, hermanos o mediohermanos de Amar-Suena. Su reinado siguió en la línea de su antecesor, aunque en su caso impulsó algunos cambios, como la reforma del calendario estatal. Sin embargo, la estabilidad de la que había gozado su antecesor empezó a tambalearse y el nuevo rey tuvo que hacer frente a un mayor número de revueltas e incursiones extranjeras.
El Ocaso de una era: el final de la Dinastía
El último rey de Ur, Ibbi-Suen, heredó de su hermano un reino que empezaba a desmoronarse. Durante los primeros años de su reinado ya se produjeron diversas incursiones de grupos amorreos, pero esta vez las consecuencias fueron devastadoras. Ante la dificultad de hacerles frente estando ya dentro del propio reino, muchas ciudades se vieron aisladas de la capital y, en consecuencia, fueron poco a poco reclamando su independencia efectiva y recuperando el sistema de ciudades-estado precedente.
Coincidiendo con esta situación, o quizá como resultado de ella, sobrevino una gran hambruna que azotó todo el reino. Para solucionarlo, Ibbi-Suen envió a Isbi-Erra —uno de sus hombres de confianza y que por entonces era gobernador de la ciudad de Isin—, al norte a comprar todo el grano que estuviera disponible para traerlo a Ur.
Durante su regreso encontró el camino cortado por tribus nómadas que se dedicaban al pillaje, así que decidió volver a su ciudad con el grano y pidió al rey que le pusiera al frente de la defensa del reino. Desesperado por conseguir el grano, Ibbi-Suen accedió, pero poco después el mismo Isbi-Erra se rebeló y sumó su ciudad al resto de provincias independizadas.
Sin embargo, el golpe final contra el reinado de Ibbi-Suen —y lo que precipitó el fin de la dinastía de los grandes reyes de Ur—, fue la invasión elamita por el este en el vigésimo cuarto año de su reinado. Este reino vasallo de Ur, que se situaba al sudoeste de Irán, destruyó la capital y se llevó cautivo a un Ibbi- Suen que ya nunca regresaría a su reino. Los elamitas se quedaron en Ur por una década, hasta que fueron expulsados por el mismo Isbi-Erra, que ya entonces había consolidado su propia dinastía en Isin.