¿Qué se esconde bajo la tierra de Cantabria? ¿Qué secretos guardan las paredes de una cueva que fue habitada por nuestros antepasados hace más de 15.000 años? ¿Qué nos revelan las pinturas y grabados que decoran sus techos y paredes? Estas son algunas de las preguntas que se plantean en el libro ‘Arte rupestre. Un viaje al corazón de la prehistoria a través de las pinturas de Altamira’, publicado por la editorial Pinolia y coordinado por Eugenio Manuel Fernández Aguilar, una obra que nos invita a viajar al corazón de la prehistoria a través de las imágenes de Altamira, uno de los conjuntos artísticos más importantes de la humanidad.
Historia del descubrimiento de la Cueva de Altamira
La historia de la Cueva de Altamira es una historia de hallazgos arqueológicos fortuitos, de descubrimientos rupestres y un estado de conservación único en el mundo, que ha sido objeto de protección oficial desde comienzos del siglo XX.
Modesto Cubillas y el hallazgo inicial en 1868
La cueva de Altamira fue descubierta en 1868 por Modesto Cubillas, un cazador que encontró la entrada por casualidad. Sin embargo, no fue hasta 1880 cuando se dio a conocer al mundo gracias a Marcelino Sanz de Sautuola, un aficionado a la arqueología que exploró la cueva junto con su hija María, de ocho años. Fue ella quien, al entrar en la sala principal, exclamó: “¡Papá, papá, bueyes!”. Lo que vio fueron los impresionantes bisontes policromados que cubren el techo, pintados con tonos rojos, negros y ocres.

Marcelino Sanz de Sautuola y la Revelación al Mundo en 1880
Sanz de Sautuola quedó maravillado por el hallazgo y publicó un estudio en el que atribuía las pinturas al Paleolítico superior, es decir, a una época muy antigua en la que los humanos eran cazadores-recolectores. Sin embargo, su teoría fue rechazada por la mayoría de los expertos de la época, que consideraban que las pinturas eran demasiado sofisticadas y realistas para ser obra de unos “salvajes”. Se le acusó de fraude y de haber pintado él mismo las figuras, o de haberlas copiado de otras fuentes.
No fue hasta 1902, cuando se descubrieron otras cuevas con arte rupestre similares en Francia y España, cuando se reconoció la autenticidad y el valor de Altamira. Desde entonces, se han realizado numerosas investigaciones y estudios sobre la cueva, que han revelado aspectos sorprendentes sobre el arte y la vida de los hombres y mujeres del Paleolítico. Por ejemplo, se ha descubierto que las pinturas y grabados de Altamira pertenecen a varios períodos, desde el Gravetiense hasta el Magdaleniense, y que la cueva fue utilizada durante unos 22.000 años, hasta que se cerró por un derrumbe. También se ha comprobado que las pinturas no son solo representaciones de animales, sino que tienen un significado simbólico y ritual, relacionado con la caza, la fertilidad y la magia. Además, se ha demostrado que las mujeres tuvieron un papel esencial en la creación artística, ya que se han encontrado huellas de sus manos y de sus pechos en las paredes.
Las Pinturas Rupestres de Altamira
La cueva de Altamira es, sin duda, un tesoro de la humanidad, que nos permite admirar la belleza y la complejidad del arte rupestre, y que nos acerca a nuestros orígenes más remotos. Por eso, ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y se ha convertido en un referente cultural y turístico de primer orden. Si quieres saber más sobre la cueva de Altamira y el arte rupestre del Paleolítico superior, no te pierdas el libro ‘Arte rupestre. Un viaje al corazón de la prehistoria a través de las pinturas de Altamira’. Como adelanto, te ofrecemos en exclusiva el primer capítulo del libro.
Bisontes policromados y otros grabados del Paleolítico Superior
El arte rupestre paleolítico se descubrió en la cueva de Altamira y se dio a conocer en 1880 por Marcelino Sanz de Sautuola. Por primera vez se describieron figuras pintadas y grabadas en la roca, grandes animales en rojo y negro que aprovechaban los abultamientos del techo para ganar volumen. El esplendor técnico que mostraban estas representaciones no hizo dudar a Marcelino Sanz de Sautuola acerca de su cronología paleolítica, una afirmación novedosa que suscitó la actitud negativa de la comunidad científica durante más de 20 años.
El descubrimiento de la cueva de Altamira se produjo de manera fortuita. Un día de 1868, Modesto Cubillas, vecino de la cercana aldea de Puente Avíos, buscaba a su perro que había quedado enzarzado en la maleza. Al intentar recuperarlo vio que se había colado por un agujero entre las rocas y que había entrado en una cueva que estaba oculta tras los matorrales. Él mismo se lo contó a Sanz de Sautuola, quien exploró la caverna por primera vez en 1875, acompañado por el propio Cubillas. En esta visita recorrió toda la cueva a pesar de las enormes dificultades que suponía transitar por su interior y observó muchos de los dibujos que aparecían por las galerías interiores.
Por ello, no es de extrañar que Sanz de Sautuola se decidiera a publicar su hallazgo en 1880, en un folleto titulado Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la Provincia de Santander en el que identificó las especies animales representadas, su técnica de realización, dedujo su cronología precisa y aplicó el más absoluto rigor científico para justificar la atribución del arte más antiguo al Paleolítico. Téngase en cuenta que el uso del término «Paleolítico» era muy avanzado para la época, ya que había sido acuñado en 1865 por John Lubbock, mientras que en España se seguía hablando de los «tiempos antediluvianos» para definir el pasado más remoto del ser humano.
Significado simbólico y ritual de las pinturas
Para afirmar la antigüedad de las pinturas, Sanz de Sautuola se basó en el análisis de las evidencias arqueológicas que recuperó en sus excavaciones en la cueva, como restos de fauna, industria lítica, ósea y colorantes que relacionó con la materia con la que estaban realizadas las pinturas. Consultando la enciclopedia sobre historia natural del conde de Buffon identificó la especie representada como el bisonte, que entonces se creía extinto en Europa. Sin embargo, no consiguió encontrar ningún resto de este animal entre los sedimentos de la cueva, lo que sin duda hubiera dado la clave para afianzar la atribución faunística de las representaciones.
Tenían un profundo significado simbólico y ritual. Muchos investigadores sugieren que las pinturas estaban relacionadas con prácticas de caza y fertilidad, y que podrían haber sido utilizadas en ceremonias mágicas para asegurar el éxito en la caza o la prosperidad del grupo.
El simbolismo de las pinturas también se refleja en la elección de los animales representados y en su disposición dentro de la cueva. La presencia predominante de bisontes, un animal de gran importancia en la dieta y la cultura de los cazadores-recolectores del Paleolítico, sugiere un vínculo estrecho entre el arte y la vida cotidiana de estos grupos. Además, la ubicación de las pinturas en las partes más inaccesibles de la cueva indica que su creación pudo haber estado reservada a individuos con un estatus especial dentro de la comunidad.

Controversia y reconocimiento científico
Las pinturas rupestres halladas en la Cueva de Altamira son un resto histórico sin parangón en el mundo. Su singularidad histórica ya ha sido más que probada y reconocida. Sin embargo, no siempre gozaron de ese reconocimiento desde que fueron descubiertas.
Rechazo inicial y la polémica sobre la autenticidad
Durante estos años no hubo una postura crítica de la ciencia española ante el hallazgo ni fue beligerante frente a la posición francesa. En los debates en la Sociedad Española de Historia Natural, Vilanova i Piera siguió defendiendo su postura y la de Sautuola. En 1886, Augusto González de Linares —que contribuyó a la introducción del darwinismo en España y perdió su cátedra en 1875 por defender los nuevos postulados científicos— afirmó que podía estar manifestándose algún tipo de prejuicio al correlacionar la cultura de los hombres y la perfección de las pinturas. Fue uno de los primeros en abrirse a las tesis de Sautuola y Vilanova.
Entrado el siglo XX, en 1902, se produjo el reconocimiento de las pinturas de Altamira. La nueva situación requería una rectificación en toda regla y fue Émile de Cartailhac el encargado de hacerlo y de escribir su famoso «Mea culpa de un escéptico». Coincidiendo con la rehabilitación de Altamira, Cartailhac y el abate Henri Breuil, llegaron a Santander comisionados por el Ministerio de Instrucción Púbica de Francia. Se entabló entonces una lucha de competencias por estudiar la cueva. Se realizaron peticiones desde Santander al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (interpelación en el Parlamento del Diputado Fernández Hontoria al Ministro Romanones en 1903) para que la cueva recibiera la importancia científica que se merecía y fuera investigada por españoles. Pero la falta de recursos propios con los que hacer frente a su estudio y la ausencia de arqueólogos profesionales tuvo como consecuencia que las pinturas fueran estudiadas por los mencionados prehistoriadores franceses entre 1902 y 1903 y publicadas en 1906 gracias al mecenazgo del príncipe Alberto de Mónaco.
Reconocimiento internacional en 1902
Altamira se convirtió en un símbolo nacional con el que reparar la maltrecha autoestima de los españoles, especialmente tras los acontecimientos históricos que acompañaron el final del siglo XIX y el comienzo del XX. A medida que avance el siglo sus pinturas se convertirán en un icono de España, darán nombre a un tabaco —Bisonte—, inspirarán a multitud de artistas plásticos contemporáneos y se iniciará su progresiva transformación de bien patrimonial a recurso turístico de primer orden, hasta llegar a poner en riesgo su propia conservación.
Desde su descubrimiento hasta 1924, la gestión de la cueva estuvo encomendada al Ayuntamiento de Santillana del Mar por situarse en terrenos comunales. El Consistorio fue un celoso protector, poniendo una reja de hierro en la entrada y nombrando guardas para evitar daños y expolios. Pero la cueva tenía graves problemas de conservación que amenazaban su supervivencia. Por un lado, a través de la nueva entrada llegaban corrientes de aire hasta la Sala de los Policromos que perjudicaban la estabilidad de los pigmentos. Por otro, las grietas profundas que afectaban a toda la cueva producían desprendimientos de rocas en el interior y filtraciones de agua desde la superficie hasta alcanzar el techo pintado.
En 1921, Alfonso XIII encargó al duque de Alba la tarea de mejorar la situación de la cueva. Su intervención fue decisiva para garantizar la conservación y para favorecer la visita pública al realizarse las obras necesarias para el acceso. El número de visitantes no paró de crecer desde los años cuarenta hasta 1978, cuando tuvo que ser cerrada para emprender profundos estudios para su conservación. Desde entonces, la cueva de Altamira es de titularidad estatal a cargo del Ministerio de Cultura y gestión directa del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira.
El Arte Rupestre a través de los tiempos
La Cueva de Altamira es uno de los mayores hitos en la historia de descubrimientos de Arte Rupestre. Pero no el único, ya que hubo varios precedentes que sentaron las bases en la arqueología y los hallazgos rupestres.
Desde el Gravetiense hasta el Magdaleniense
Las pinturas y grabados de la cueva de Altamira abarcan varios períodos del Paleolítico superior, desde el Gravetiense hasta el Magdaleniense. Este amplio rango temporal refleja la continuidad de la ocupación humana en la cueva y la evolución de las técnicas artísticas a lo largo de miles de años. Cada período dejó su huella en las paredes de Altamira, enriqueciendo su repertorio visual y aportando nuevas perspectivas sobre la vida y la cultura de sus habitantes.
El Gravetiense, que se desarrolló hace aproximadamente 28.000 a 22.000 años, es conocido por sus representaciones estilizadas y abstractas. En Altamira, este período está representado por grabados y signos geométricos que contrastan con las figuras más realistas de épocas posteriores. El Solutrense, que siguió al Gravetiense, introdujo nuevas técnicas de grabado y pintura, mientras que el Magdaleniense, que se extendió hasta hace unos 12.000 años, se caracteriza por su detallismo y realismo en la representación de animales.
Participación de Mujeres en la Creación Artística
La participación de mujeres en la creación artística de Altamira es un aspecto que ha cobrado relevancia en las investigaciones recientes. Las huellas de manos y otras evidencias encontradas en la cueva sugieren que las mujeres desempeñaron un papel activo en la producción de arte rupestre. Este hallazgo desafía las concepciones tradicionales sobre la división de roles en las sociedades prehistóricas y destaca la importancia de las mujeres en la vida cultural y social del Paleolítico.
Las huellas de manos, que a menudo se encuentran en las paredes de las cuevas, han sido objeto de análisis detallados para determinar el género de sus autores. En Altamira, se han identificado huellas que corresponden a manos femeninas, lo que sugiere que las mujeres no solo participaron en la creación de arte, sino que también pudieron haber tenido un papel destacado en las ceremonias y rituales asociados con las pinturas. Esta evidencia contribuye a una comprensión más inclusiva y diversa de la sociedad prehistórica.
La Cueva de Altamira: Patrimonio de la Humanidad
La importancia y el significado histórico de las Cueva de Altamira para la posteridad despertaron un interés mundial por el conjunto arqueológico que le llevó a convertirse en Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Declaración de la UNESCO y su Importancia Cultural
La cueva de Altamira fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985, un reconocimiento que subraya su importancia cultural y su valor excepcional como testimonio del arte y la vida de los primeros seres humanos. Esta designación no solo destaca la belleza y la complejidad de las pinturas rupestres, sino que también resalta la necesidad de preservar y proteger este legado para las generaciones futuras.
La declaración de Altamira como Patrimonio de la Humanidad ha contribuido a su conservación y estudio, asegurando que los esfuerzos para proteger la cueva se mantengan a lo largo del tiempo. La cueva es un símbolo de la creatividad humana y un recordatorio de nuestras raíces más antiguas. Su preservación es fundamental para mantener viva la conexión con nuestro pasado y para seguir aprendiendo sobre la evolución del arte y la cultura a lo largo de la historia.
La relevancia actual de la Cueva de Altamira
Altamira no es solo un destino predilecto para espeleólogos y arqueólogos. Su importancia ha trascendido el campo de la ciencia y la historia para convertrse en uno de los destinos turísticos más preciados de España.
Cultural y Turística
En la actualidad, la cueva de Altamira es un importante destino turístico y cultural que atrae a visitantes de todo el mundo. Su fama como "la Capilla Sixtina del arte cuaternario" refleja la admiración que despierta entre quienes la visitan. La cueva no solo es un lugar de interés arqueológico, sino también un espacio que inspira a artistas y estudiosos a explorar las raíces del arte y la creatividad humana.
La gestión de la cueva y la limitación del acceso público son esenciales para preservar su integridad y garantizar que las futuras generaciones puedan disfrutar de este tesoro de la humanidad. El Museo de Altamira, situado cerca de la cueva, ofrece una experiencia educativa y enriquecedora, permitiendo a los visitantes conocer más sobre la historia y el significado de las pinturas rupestres a través de exposiciones y actividades interactivas.
El libro “Arte Rupestre. Un Viaje al Corazón de la Prehistoria a Través de las Pinturas de Altamira”
El libro "Arte rupestre. Un viaje al corazón de la prehistoria a través de las pinturas de Altamira", coordinado por Eugenio Manuel Fernández Aguilar, es una obra que invita a los lectores a sumergirse en el fascinante mundo del arte prehistórico. A través de sus páginas, el libro explora la historia, el significado y la belleza de las pinturas de Altamira, ofreciendo una visión completa y accesible para el público general.
Este libro no solo es un recurso valioso para quienes desean conocer más sobre la cueva de Altamira, sino que también contribuye a la difusión del conocimiento sobre el arte rupestre y su importancia en la historia de la humanidad. Al acercar a los lectores a las maravillas de Altamira, la obra refuerza el legado cultural de la cueva y su relevancia como símbolo del ingenio y la creatividad de nuestros antepasados.

Arte rupestre. Un viaje al corazón de la prehistoria a través de las pinturas de Altamira
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