La faraón Hatshepsut es una de los gobernantes más importantes de la dinastía XVIII del Imperio Nuevo egipcio (1550-1069 a. C.). Entre sus hazañas más destacadas se encuentra la expedición al misterioso país de Punt, un territorio repleto de riquezas en la costa del Mar Rojo, que la soberana organizó durante su segundo año de reinado.
El Imperio Nuevo fue una de las épocas más gloriosas de la historia del Egipto faraónico y uno de sus gobernantes más icónicos es la faraón Hatshepsut (1508- 1458 a. C.). Hija de Tutmosis I y esposa y hermanastra de Tutmosis II, accedió al trono tras unos años actuando como regente de Tutmosis III, su hijastro. Su reinado fue muy próspero y pacífico, sin apenas campañas militares.
Bajo su mandato se edificaron algunos de los monumentos más bellos de Egipto, como la capilla roja de Karnak o su templo funerario en Deir el-Bahari, en la orilla oeste de Tebas. Sin disturbios internos, Hatshepsut emprendió expediciones mineras al Sinaí para obtener cobre y turquesa y mantuvo contactos comerciales con el Líbano y Creta. Pero uno de los logros más importantes durante su reinado fue la expedición que realizó al país de Punt.
Este territorio era a ojos de los antiguos egipcios una especie de país de las maravillas, de donde obtenían productos necesarios para el culto diario y las prácticas funerarias, pero también bienes de prestigio para los más acaudalados. Su riqueza era tal que desde el Imperio Antiguo se habían mantenido contactos con los gobernantes de Punt mediante habituales expediciones comerciales organizadas por el faraón o a través de intermediarios.
La localización de este territorio aún no es del todo conocida; si nos fijamos en los relieves que aparecen en el templo de Deir el-Bahari, nos encontramos con unas tierras cercanas al mar.

Por esta razón, se ubica el país de Punt en la costa del Mar Rojo, en la actual Somalia o Eritrea. Recientemente, se ha especulado con la posibilidad de que se trate de un territorio de la zona sudoriental de Sudán, más concretamente en el Delta del Gash.
Con el deseo de establecer relaciones directas con el enigmático país de Punt, sin necesidad de intermediarios, la faraón Hatshepsut organizó una expedición en su segundo año de reinado en solitario que duró unos tres años. El resultado de esta expedición quedaría plasmado en unos relieves que decoran el pórtico sur de la segunda terraza del templo funerario de Deir el-Bahari. Esta composición suponía una novedad temática que no había ocurrido hasta ese momento, ya que se mostraba un acontecimiento puntual acaecido durante su reinado.
Animales, madera e incienso
Pero ¿cuáles eran los productos que tanto interesaban a los faraones? Por una parte, los animales exóticos como las jirafas, los babuinos o los leopardos proporcionaban pieles y especímenes que poblarían el zoológico real. Además, los colmillos de elefantes abastecían de marfil para realizar joyas y ornamentos. Las maderas como el ébano eran muy apreciadas en un país en el que este material era muy escaso, y no hay que olvidar que el oro abundaba en la región.

Pero quizás el producto más importante a ojos de Hatshepsut fuera el incienso, una resina aromática que se obtenía de los árboles que crecían en el Punt. Durante las ceremonias del culto diario, los sacerdotes quemaban incienso, que era considerado el perfume de los dioses. Debido a la inseguridad creciente en el interior de Nubia, la mirra y el incienso escaseaban y por esta razón Hatshepsut planeó una expedición sin intermediarios para llegar a Punt.
La ruta tradicional que se utilizaba para llegar hasta estas tierras implicaba remontar el río Nilo hasta la quinta catarata y dirigirse posteriormente en caravanas hacia el país de Punt. Pero Hatshepsut organizó una comitiva formada por cinco naves pertrechadas con remos y velamen de grandes dimensiones que partió del puerto de Quseir en el Mar Rojo, habiendo cruzado antes el Wadi Hammamat.
Para ilustrar quizás este viaje por el mar, los relieves muestran peces de todo tipo: algunos de ellos son de agua dulce y habitaban en el Nilo pero otros sin duda moraban en el Mar Rojo. Una vez llegados a la costa de Punt, desembarcaron con toda la tropa dirigida por el tesorero del norte Nehesy y se dirigieron hasta el dominio de Parehu, rey de Punt.
A pesar de que las relaciones con el país de Punt eran amistosas, el organizador de la expedición, Nehesy, iba acompañado de numerosos soldados. En una de las escenas podemos ver al tesorero del norte delante de lanceros egipcios. Tras unas jornadas por tierra, llegaron finalmente al territorio de Punt. La pareja real esperaba a la comitiva egipcia, que debía contemplar el paisaje de Punt con una mezcla de extrañeza y respeto.
Ante la majestuosidad y la inmensidad de la capital tebana, las humildes chozas construidas con paja y barro debían parecer insignificantes. Vemos un poblado con cabañas levantadas sobre unos pilotes, al estilo de palafitos. Incluso los soberanos vestían unos sencillos atuendos. El rey Parehu lucía una barba curvada, en nada parecida a la barba postiza de los faraones egipcios, un faldellín corto y lo que parece un gorro o casquete en la cabeza.
A pesar de la sencillez de su ropaje, muestran diversas piezas de joyería en el cuello y los brazos y el rey porta en el cinturón un puñal. Según narran las inscripciones del pórtico sur, la comitiva encabezada por Nehesy obsequió a los monarcas con un opíparo banquete formado por los mejores productos procedentes de Egipto. Y también presentaron un cofre lleno de joyas como ofrenda a Hathor, ya que los egipcios consideraban que esta diosa era la señora de Punt.

Antes de partir, los egipcios pudieron obtener el preciado botín: árboles de incienso que fueron arrancados con sus raíces para poder ser trasplantados en Egipto. Podemos ver en los relieves cómo se transportan entre tres pares de hombres para cargarlos en la nave y plantarse en el recinto del santuario de Amón en Karnak, templo del padre divino de Hatshepsut.
La comitiva fue recibida a su llegada al puerto de Tebas por una multitud encabezada por la propia Hatshepsut. Nehesy aparece con una correa que sujeta a dos guepardos domesticados. Uno de los textos jeroglíficos transcribe las palabras de la soberana: «Los que oigan estas cosas no dirán que lo que he dicho es exageración».
Entre los productos, además de los árboles, había gran cantidad de bolas de incienso preparadas para utilizarse en los rituales sagrados. La expedición había sido todo un éxito y Hatshepsut, hábil política, puso por escrito esta hazaña para que se recordase para siempre en el Dyeser-Dyeseru «la Maravilla de las Maravillas».