El valle medio del Guadiana es un territorio a caballo entre las influencias atlánticas y mediterráneas. Una de sus principales características durante la Protohistoria es la personalidad que presenta su sistema de poblamiento, encabezado por un conjunto de edificios que, ocupando un lugar destacado en el paisaje, se encargan del control económico y territorial de este espacio. Son los denominados en la literatura como edificios tartésicos ocultos bajo túmulo.
Estas grandes construcciones responden a un patrón oriental y tienen sus paralelos más cercanos en los edificios tartésicos del valle del Guadalquivir. De todos ellos, el mejor conocido es el santuario de El Carambolo, en Camas (Sevilla), al que se asocia la aparición de un rico tesoro de piezas de oro documentado en 1958.
Aunque presentan elementos que los diferencian, a nivel tecnológico destacan por estar construidos en adobe, alzados de tierra que se sostienen sobre potentes cimientos de piedra. Sus suelos son de arcilla apisonada, siguiendo el patrón fenicio, y cuentan con techumbres fabricadas a partir de vigas, ramaje y barro.
Hasta el año 2014, las excavaciones realizadas en este tipo de construcciones, tanto en el valle del Guadalquivir, núcleo de Tarteso, como en el valle medio del Guadiana, su periferia geográfica, habían permitido caracterizar este tipo de construcciones y buscar sus paralelos más lejanos en edificios del Mediterráneo Oriental. Sin embargo, el inicio de los trabajos en el denominado túmulo de ‘Casas del Turuñuelo’, en Guareña (Badajoz) ha abierto las puertas a una nueva lectura de estos enclaves, incorporando a la historia de Tarteso nuevos elementos.

Muy próximo a la necrópolis de El Pozo (Medellín), hay una gran construcción, fechada en el siglo V a.C., que todavía mantiene en pie sus dos plantas constructivas. Este hecho es un ejemplo único dentro de la protohistoria del Mediterráneo Occidental, siendo una de las razones por las que este yacimiento se ha convertido en uno de los hallazgos más excepcionales de las últimas décadas.
Para salvar la distancia entre ambas plantas, en el yacimiento se conserva una escalinata monumental de casi tres metros de altura, cuyos escalones inferiores están fabricados a partir de un mortero de cal, cuya fórmula era inédita en la península ibérica hasta este hallazgo (la introducción de este cemento había sido atribuida hasta ese momento a la ingeniería romana).
A la escalera se suma la presencia de una bóveda como solución o techumbre de la estancia 100, un espacio con una fuerte carga cultural dada la presencia de un gran emblema en forma de piel de toro que preside el centro de la estancia.
Otro de los elementos que destacan en este edificio es la presencia de un masivo sacrificio de animales, documentado sobre el suelo del patio. Más de medio centenar, entre los que destacan la figura de un caballo, vacas, cerdos y un perro, fueron sacrificados y depositados de forma teatralizada sobre el suelo del patio. Se trata de la primera visión de una hecatombe recogida en un yacimiento de la I Edad del Hierro del Mediterráneo Occidental.

Junto al sacrificio, se documentaron varios objetos de destacada riqueza, únicos hasta el momento en la arqueología peninsular: un conjunto de cuencos de vidrio cuyos primeros análisis les otorgan una procedencia macedónica, o una escultura de mármol fabricada en el Pentélico, es decir, con el mismo material con en el que, en el siglo V a.C., se estaba levantando el Partenón de Atenas.
Sobre los pasos de las relíquias íberas: la Ruta de los Santuarios
Ante el hallazgo de estos objetos, solo cabe preguntarse a través de qué mecanismos y vías de comunicación llegan a las tierras del interior.
La presencia de importaciones griegas en yacimientos del valle medio del Guadiana es muy destacada. Baste recordar la gran densidad de cerámicas áticas halladas en el de Cancho Roano, en Zalamea de la Serena (Badajoz), uno de los edificios que convive cronológica y culturalmente con la construcción de El Turuñuelo.

Aunque queda mucho trabajo por realizar, la hipótesis que prevalece es la planteada por el profesor Juan Maluquer de Motes en los años 80 del pasado siglo, la de la existencia de una ruta que desde el Levante peninsular conectase la costa con los yacimientos del interior. Este itinerario fue bautizado como la Ruta de los Santuarios, pues eran estos edificios los encargados de velar por las transacciones comerciales.
Esta ruta puso en contacto directo la realidad ibérica documentada en yacimientos del norte de la provincia de Jaén, entre los que destacaría Cástulo –que por su magnitud actuaría como cabeza territorial–, con las tierras del interior.
Sin embargo, es poco lo que sabemos de las relaciones que este espacio y esta cultura compartirían con los enclaves del Guadiana, herederos del Tarteso, cuyo esplendor se dejó sentir en el Guadalquivir entre los siglos VIII y VI a.C. para posteriormente trasladarse al Guadiana, donde perdurará hasta el siglo V a.C. cuando sus edificios son destruidos, incendiados y sepultados, hasta quedar convertidos en un túmulo artificial que ha permitido que estos yacimientos pasen desapercibidos en el paisaje hasta nuestros días.

Las razones de su ocultación y abandono son desconocidas. Tradicionalmente se ha aludido a la presión de los pueblos del norte, los celtas, que les habrían obligado a abandonar sus territorios. Sin embargo, ocultar un edificio de la magnitud de Cancho Roano o de Casas del Turuñuelo requiere días de trabajo y el apoyo de mucha población de tal modo que, en la actualidad, se analizan otros escenarios o razones.
Posiblemente, tras este cambio en el modelo de poblamiento, se esconda un acentuado cambio climático, amplios períodos de lluvias o sequías que hicieron impracticable la vida en este espacio y obligaron a sus poblaciones a desplazarse a nuevos escenarios, entre los que probablemente se encuentre el Levante peninsular, donde la cultura ibérica estaba en pleno esplendor y desarrollo.