No fueron fáciles los comienzos de las campañas de guerra para ninguno de los dos bandos. La situación marcial para enfrentarse a un conflicto era caótica. La falta de unidades militares —disueltas unas, otras casi en cuadro por los permisos de verano— y la generalizada desorganización administrativa hizo muy complicado el encuadramiento en unidades de combate completas.

Los organizadores del alzamiento miraron desde el comienzo hacia el objetivo considerado como estratégico: Madrid. El norte, desde Cataluña hasta Galicia, a pesar de la importancia que tenía cerrar la frontera con Francia y ser dueño de la industria fabril, fue un objetivo secundario.
En Pamplona, Mola dejó al coronel Solchaga la recuperación de Irún y San Sebastián, tan necesaria para cerrar la frontera con Francia y continuar el avance por la cornisa cantábrica. Pronto llegaría la mala noticia para el norte: el 27 julio la guarnición de San Sebastián, refugiada en los Cuarteles de Loyola, se rindió.
Después de duros avances, el 5 de septiembre, a primeras horas de la mañana, se logró ocupar Irún, objetivo prioritario que elevó la moral de los combatientes camino de San Sebastián. Antes de evacuarlo, los republicanos lo incendiaron rociando mangas de gasolina por todas las casas. Hasta el día 13, las tropas no entran en San Sebastián. La ciudad se ocupó casi sin combatir. El 14 se restablecieron las comunicaciones con Pamplona. El norte quedó entonces estabilizado, pero el centro de gravedad de la guerra sería por un largo periodo Madrid.
Vizcaya
El 11 de marzo de 1937, con motivo de las operaciones sobre la capital en el sector de Guadalajara, Franco se reunió en Salamanca con el general Dávila, jefe del Estado Mayor General. Ambos tomaron la decisión de emprender la operación sobre Bilbao. Madrid quedaba, de momento, en un segundo plano. El esfuerzo principal de la guerra se volvía hacia la cornisa cantábrica, aunque Franco aún no renunciaba a su acción sobre Madrid.

La guerra parecía detenida sin un plan estratégico que aunase voluntades hacia el objetivo final. En el norte, unas veces por el mal tiempo, otras por los necesarios plazos que llevaba la organización de nuevas unidades, el avance se retrasaba.
El 8 de mayo de 1937, el general Dávila, como jefe del Estado Mayor General, remitió a Franco un informe de la situación de conjunto. Su propuesta era acabar con el empeño sobre Madrid, dejarla fijada militarmente y llevar la acción principal hacia otros objetivos que harían que la capital cayese por sí sola. Era un desgaste continuo de fuerzas, muy necesarias para dar el paso definitivo en el frente norte. Franco asumió con recelos la propuesta que el Estado Mayor General le presentó. Por segunda vez, le proponían iniciar la ofensiva por Bilbao y ocupar la cornisa cantábrica. No estaba equivocado. Así se ganaría la guerra.
Otro cambio clave fue establecer los órganos adecuados de mando y dirección y organizar las Grandes Unidades dotándolas de Cuarteles Generales, Estados Mayores, Jefatura de Artillería y de los Servicios. El 28 de mayo se emitió la Orden de Operaciones para romper el cinturón de hierro de Bilbao.
El 3 de junio, la visibilidad no aconsejó operar. Mola, en una frenética actividad que le llevaba de un frente a otro, tomó el avión en Vitoria. Ese fatídico día el vuelo terminó estrellándose en monte Alcocero. El apodado Director del alzamiento murió junto a toda la tripulación. Franco habló con Dávila para que le confirmara la noticia. Respondió lacónico: «Pues toma tú el mando».

San Sebastián y Bilbao
La primera medida que tomó Dávila fue hacer que el Ejército del Norte se compusiera exclusivamente de las fuerzas asignadas a la zona atlántica norte y Cantábrico. Eso, y crear un nuevo Ejército al que se asignase el Centro (Madrid). De esa manera, el Cuartel General del Ejército del Norte no tendría que atender a dos frentes que nada tenían en común.
Cuando Dávila se hizo cargo del mando, solo seis kilómetros separaban a sus fuerzas del Cinturón de Hierro que protegía Bilbao. Su desarrollo era de 70 kilómetros por terreno quebrado. Un poderoso obstáculo que requería pericia y valor a la hora de enfrentarse a él. Al mando del general Mariano Gamir Ulibarri, contaba con 25 Brigadas (18 vascas, 4 asturianas y 3 montañesas), un total de 87 batallones de Infantería bien dotados de armas automáticas, morteros, con buen municionamiento y carros de combate. Disponían de 267 piezas de artillería y unos 50 aviones a los que se fueron sumando diversas entregas en número no inferior a 70.
El 11 de junio de 1937 se inició el ataque. Se penetró en el Cinturón por pequeños boquetes, moviendo las tropas en abanico para coger al adversario por su retaguardia y ocupar rápidamente las comunicaciones. El enemigo no captó los movimientos. Al amanecer del día 19, las fuerzas del Ejército del Norte se cernían sobre la ciudad de Bilbao.
La conquista tuvo gran repercusión internacional y algunos gobiernos y sus diplomacias, caso de Holanda y Suiza, designaron agentes oficiosos ante Franco en Salamanca; el Vaticano escogió encargado de Negocios a Monseñor Antoniutti y, en correspondencia, aceptó como Encargado de Negocios de España ante el Vaticano a D. Pablo Churruca.
Las caídas de San Sebastián y Bilbao dieron un giro en el desarrollo de la guerra. Apareció una estrategia a seguir, un planeamiento y conducción racional de las operaciones.

Santander
El día 22, Franco se reunió con el general Dávila y trataron la situación en el norte emitiéndose a continuación la Directiva sobre el ataque a Santander. El objetivo era cerrar la bolsa desde los extremos superiores, mediante la acción de dos masas de ataque sobre el Puerto del Escudo y Reinosa.
La pérdida de Bilbao quiso pronto ser anulada políticamente por el bando republicano con una victoria sonora próxima a Madrid que elevase la moral y la percepción internacional de victoria. El general Vicente Rojo creyó tener ya un verdadero ejército para liberar Madrid del asedio. Así comenzó la conocida batalla de Brunete, que obligó al traslado desde el Ejército del Norte de buen número de unidades en apoyo al del Centro. Momento muy crítico porque, con la batalla del Norte en pleno desarrollo, hubiese sido muy difícil continuarla si se fracasaba en Brunete.
Cerrado el paréntesis de Brunete, el Ejército del Norte se enfrentaba en Cantabria a una orografía sumamente quebrada, de pocas y estrechas vías de comunicación, con grandes desniveles y la precisión de tener que encaramarse a los altos de los Tornos y el Escudo, que habían sido fortificados en profundidad de manera muy eficaz.
La operación sobre Reinosa-Puerto del Escudo con la cooperación del Cuerpo de Tropas Voluntarias Italianas (C.T.V.) se llevó a cabo en doce días de operaciones ágiles, sencillas y muy rápidas. El 1 de septiembre se penetró en Asturias y, oficialmente, se dio por terminada la campaña Cántabra. A finales de agosto el despliegue dispuesto para operar sobre Asturias estaba terminado.

Asturias
Para operar se formaron dos agrupaciones: la Meridional, de acuerdo con la composición del VIII Cuerpo de Ejército, y la Oriental, con las Brigadas de Navarra reforzadas. El total de las fuerzas, sumadas ambas, era de 110.100 hombres. Mientras se desarrollaban las operaciones en el frente de Asturias, el general alemán Hugo Sperrle (Comandante Jefe de la Legión Cóndor) remitió al general Dávila un importante documento en el que conviene detenerse.
Era el 13 de septiembre de 1937. Fechado en Comillas y escrito en alemán, el documento analizaba el desarrollo de la guerra, exponía sus preocupaciones y emitía criterio sobre lo que el oficial pensaba acerca de la conducción futura de la campaña. Por su importancia conviene resaltar alguno de sus puntos:
«Mi distinguido General y amigo:
Plenamente convencido de que la situación general de la guerra ha mejorado considerablemente gracias a los grandes éxitos de las tropas que están bajo su mando —éxitos que entrarán en la historia mundial bajo los nombres «BILBAO » y «SANTANDER»— me he decidido sin embargo confesar a Vd., mi distinguido amigo, las preocupaciones que me conmueven cada día más.
La decisión del Generalísimo de terminar la guerra tan pronto como sea posible mediante una operación de gran estilo en el valle del Ebro me ha causado una gran satisfacción y alegría. Que esta operación debe empezar tan pronto como sea posible no me cabe la menor duda. Pero lo decisivo en esta operación no es solamente su rápido comienzo. Mucho más importante me parece la fuerza con la cual se realice el ataque contra el ejército rojo acumulado en el frente de Aragón en espera del combate decisivo.
Sin la totalidad de las tropas del Ejército del Norte que están bajo su Mando tan acostumbradas a la guerra y a la victoria especialmente las Divisiones de Navarra y Castilla, el éxito de la operación en el frente de Aragón será dudoso al menos en sus consecuencias decisivas.
Por eso debo constituir el fin deseable del Ejército del Norte, terminar la guerra en Asturias tan pronto como sea posible, conservando al mismo tiempo la plena fuerza de combate de sus valiosas tropas. Según mi opinión no es tolerable que el peso del combate en Asturias contra un enemigo que se defiende tenaz y hábilmente sea llevado únicamente por las Brigadas de la División Navarra que operan en la costa. La situación militar en Asturias, tan favorable para nosotros, debe ser más aprovechada por nosotros manejando todas las fuerzas con el fin de aniquilar las fuerzas rojas apretadas en un espacio muy limitado. Sería conveniente hacer un ataque general por todos los lados para aniquilar rápidamente al enemigo».
A continuación, criticaba las operaciones navales en el Cantábrico:
«Muy desilusionado estoy de la manera que se realizan las órdenes dadas del Generalísimo a la Flota Nacional que está operando en el Norte. A pesar de todo bloqueo los rojos han podido aprovisionarse durante los últimos meses a su gusto de material de guerra y víveres para Bilbao y Santander y han salido en barcos los canallas rojos con todo lo que robaron sin ninguna molestia».
El 15, dos días después, contestaba el general Dávila mostrando su conformidad en la mayoría de las apreciaciones expuestas.

El 12 de octubre, el general Franco emitió una Directiva con instrucciones sobre las operaciones y detalles de ejecución. No sentó muy bien en el Cuartel General del Ejército del Norte. Comenzaba una serie de intromisiones entre Cuarteles Generales que continuó hasta el final de la guerra.
En la maniobra realizada durante los días 16 y 17 se logró dejar envuelta la impresionante línea fortificada del Sella, de la que, si no se ha hablado tanto como del llamado cinturón de Hierro de Bilbao, ha sido debido a que, como producto de la maniobra del Ejército Nacional, fue cogida de revés, obligando al enemigo a replegarse.
El 20 de octubre se dictaron instrucciones para la marcha de aproximación a la Plaza de Gijón. Las Brigadas de Navarra no encontraban resistencia. A las 17:00 horas del 21 de octubre de 1937, el grueso de la 4.ª Brigada de Navarra penetró en Gijón. Era, en definitiva, la terminación de la guerra en el Norte de España.

Consecuencias decisivas
Un amplio territorio de unos 18.000 km2 y cerca de dos millones de habitantes había sido liberado. En él se concentraba la casi totalidad de la industria siderometalúrgica de España, con minas de hierro y carbón, fábricas de armamento y un comercio marítimo importantísimo relacionado con varias naciones, singularmente con Francia y Gran Bretaña. Suponía el dominio integral del litoral cantábrico desde Portugal a Francia.
En el aspecto militar las consecuencias eran de extraordinario valor. Había quedado totalmente derrotado el ejército enemigo, que encuadraba unos 200.000 hombres con material moderno adquirido en Francia, Rusia y otros países; y en cuyas regiones se obtendría una recluta de unos 100 batallones, pudiendo el Ejército del Norte ser trasladado a otros frentes además de la aviación y casi toda la Marina.
El general Dávila aconsejó entonces a Franco la operación de avance sobre Aragón. Pero Madrid seguía en la mente de un Generalísimo que, con la excusa de los retrasos en la organización de las nuevas divisiones para reorganizar el Ejército del Norte y sus traslados a sus nuevas posiciones, se empeñó, una vez más, en su conquista. Dávila insistió en la necesidad de separar de la frontera pirenaica al enemigo y en que, para ello, procedía la conquista de Aragón y Cataluña. Tuvo que ocurrir el «incidente de Teruel» para que se abandonase la idea de Madrid.
Teruel, el Ebro y Cataluña fueron el camino de la victoria que, gracias al Ejército del Norte, decidió la guerra. Fue en Cataluña donde inexplicablemente se iba a disolver como tal, integrándose sus Grandes Unidades en otros frentes hasta entonces estáticos. Pero esa es otra historia.
Seis conclusiones del Frente Norte
- Los inicios del enfrentamiento fueron críticos por la falta de tropas, encuadramiento y municiones. Sin el cruce del Estrecho por las tropas del norte de África, la guerra habría cambiado de manera radical. Gran error del bando rojo no saber manejar la Flota.
- El empeño de ocupar Madrid y la falta de organización militar arrastró a una indefinición que alargó la guerra.
- El norte estuvo desatendido por el bando nacional en los comienzos de la guerra, a pesar del esfuerzo hecho por las columnas navarras para plantarse en breve tiempo a las puertas de Bilbao.
- El cambio de objetivo estratégico (Cornisa cantábrica-Aragón-Cataluña), junto a la movilización para crear un Ejército organizado en Grandes Unidades con sus medios de Mando y Control, fue decisivo para la victoria del Bando Nacional.
- Recuperada la Cornisa Cantábrica, la acción sobre Aragón y Cataluña terminó con una contienda que, quizá, podría haber acabado antes. Esa es también otra historia que debe analizarse.
- El Ejército del Norte fue el principal protagonista de las batallas que dieron la victoria final, y su Cuartel General el que llevó el planeamiento de las operaciones claves. Fueron sus protagonistas el general Fidel Dávila, el general Juan Vigón, jefe del Estado Mayor, y el coronel Carlos Martínez de Campos, jefe de la Artillería.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.