¿Fue la batalla de Rocroi el principio del fin de los Tercios?

El 19 de mayo de 1643 tuvo lugar la famosa batalla de Rocroi en la que las tropas francesas comandadas por el duque de Enghien vencieron a los Tercios españoles a pesar de su fiera resistencia. ¿Significó esta derrota el inicio del declive del Imperio español?
Rocroi, el último tercio
Rocroi, el último tercio (2011), por Augusto Ferrer-Dalmau. Foto: Album.

Si se nos permite abrir este artículo con un tono distendido y parafraseando en parte una conocida escena televisiva: «a quién no le va a gustar un buen Tercio español». En verdad, podemos decir que durante los últimos años estamos viviendo una «moda histórica» —en el mejor de los sentidos del término— ligada al estudio y a la divulgación de la que para muchos es la mejor infantería de la Historia. Este boom lo podemos ver reflejado en las obras tanto académicas como divulgativas de autores como Julio Albi, Álex Claramunt, Davide Maffi, Magdalena de Pazzis, Juan Víctor Carboneras, Fernando Martínez Laínez o Carlos Canales, entre otros muchos, o en el plano de la novela histórica gracias a los trabajos de Arturo Pérez-Reverte, José Javier Esparza o Héctor J. Castro, igualmente entre otros muchos. 

Tampoco debemos olvidar el magnífico trabajo de difusión que se está realizando desde el mundo del cómic o desde la recreación histórica. A todo ello debemos sumarle la potencia de los cuadros de José Ferre-Clauzel y de Augusto Ferrer-Dalmau. De hecho, este último pintor tiene, entre su espectacular catálogo de obras, una pintura dedicada a la batalla protagonista de este artículo. El cuadro en concreto se titula Rocroi, el último tercio, el cual se ha convertido en un referente para todos aquellos que se acercan a esta épica batalla —solo hay que darse una vuelta por las redes sociales—. 

Rocroi, el último tercio (2011), por AUgusto Ferrer-Dalmau. Foto: Album.

Así, bajo nuestro punto de vista y a partir de lo señalado, opinamos que en el caso específico de la batalla de Rocroi, esta va ganando cada vez más espacio en el imaginario colectivo español —al menos el más dado al conocimiento de nuestra Historia—. Bien es cierto que resulta innegable que los últimos minutos de la película del año 2006 Alastriste (dirigida por Díaz Yanes, protagonizada por Viggo Mortensen y basada en las novelas de Pérez-Reverte) han ayudado mucho a ello. Muy pocos aficionados a nuestra Historia en general y a los tercios en particular no recuerdan y ubican la frase: «…Pero esto es un tercio español…».

Mito y realidad

Sin embargo, ¿fue tan épica y decisiva la batalla de Rocroi como para generar un halo mítico a su alrededor? Sí y no. Como señala el experto Julio Albi: «Hasta cierto punto, Rocroi constituye la apoteosis de los tercios. Los ejércitos siempre han considerado un timbre de gloria las derrotas gloriosas». Pongámonos en contexto.

La batalla aconteció el 19 de mayo del año de Nuestro Señor de 1643 en la localidad francesa que da nombre al choque, la cual se ubica en las Ardenas, en el marco de la Guerra de los Treinta Años. Este conflicto bélico, que desangró Europa a lo largo de buena parte de la primera mitad del siglo XVII, acabó significando, más allá de las luchas entre católicos y protestantes y de otras cuestiones de signo político, el enfrentamiento entre dos potencias como eran la Monarquía Española o Hispánica—usamos indistintamente ambos términos— y el Reino de Francia por la preponderancia en el viejo continente. 

Esto supuso el inevitable choque entre el rey español Felipe IV y los reyes franceses Luis XIII, muerto unos pocos días antes de la batalla de Rocroi, y Luis XIV, que era un niño cuando accedió al trono. A su vez, la Guerra de los Treinta Años igualmente conllevó el enfrentamiento entre dos grandes estadistas, independientemente de sus luces y sombras, como eran el conde-duque de Olivares, que unos pocos meses antes de nuestra batalla protagonista había dejado de ser el valido de Felipe IV, y el cardenal Richelieu, que había fallecido unos meses antes de Rocroi.

Retrato de Luis XIV de Francia (1701) por Hyacinthe Rigaud. Foto: Wikimedia. - Wikimedia

Sumergiéndonos de lleno en el hecho de armas que nos ocupa, el ejército español, que contaba con tropas italianas, alemanas, valonas, borgoñonas y, lógicamente, españolas, era comandado por el noble y destacado militar portugués Francisco de Melo. Con el objetivo de devolver la moneda a Francia por sus ataques en el sur, se buscó tomar la localidad de Rocroi y para ello fue sometida a un duro asedio. 

La reacción francesa llegó de la mano del joven Luis II de Borbón-Condé, o duque de Enghien, quien se dirigió velozmente a romper el cerco español. Las fuerzas de cada uno de los bandos no suelen variar en demasía independientemente del estudioso consultado. En verdad, estamos hablando de dos ejércitos bastante parejos conformados por veintidós mil o veintitrés mil hombres, aunque tal vez ligeramente superior el francés, que se presentó con una destacada fuerza de caballería. Ambos ejércitos contaban, aparte de infantería y caballería, igualmente con piezas de artillería.

El duque de Enghien en la batalla de Rocroi, impresión a partir de la obra de François Joseph Heim La batalla de Rocroi, pintada en 1934. Foto: Album.

Hasta el último aliento

Se suele considerar que Francisco de Melo no planteó de manera adecuada la batalla, quizá por sentirse superior al enemigo francés al cual ya había derrotado precedentemente y porque esperaba la llegada de refuerzos liderados por el barón Jean de Beck, gobernador del ducado de Luxemburgo. Esta circunstancia, conocida por el duque de Enghien, le hizo acelerar sus planes para evitar el encuentro entre las tropas de Melo y Beck, lo que hubiese supuesto una clara superioridad numérica para el bando español. De esta manera, la hueste francesa, que contaba con un buen número de mercenarios, no consiguió romper el cerco pero sí que los dos ejércitos se enfrentasen a campo abierto. Esto sucedió en las primeras horas del mencionado 19 de mayo del año 1643 muy cerca de la plaza de Rocroi.

En lo que concierne a la disposición de los ejércitos, teniendo en cuenta los datos limitados de los que disponemos, en primera línea española estaba la artillería, en los flancos la caballería liderada por el duque de Alburquerque y por el conde de Isembourg o Isenburg y en el centro la infantería de los tercios dirigida por el veterano noble Paul-Bernard de Fontaine, quien también dispuso a un grupo de varios centenares de mosqueteros en un punto elevado y cerca de un bosque para atacar el avance de la caballería francesa y cubrir a la española. En el bando francés, como una puesta en escena similar, se ha señalado como punto a su favor que sus hombres a caballo se entremezclaron con soldados de infantería.

El inicio de las hostilidades vino de mano de la caballería francesa. Este ataque de los jinetes, al que también se le sumó la infantería francesa, resultó infructuoso. La caballería española hizo bien su trabajo en ambos flancos y los Tercios resistieron el envite. Es más, se ha criticado la pasividad de los mandos españoles al no ordenar el avance de la infantería para superar así las líneas enemigas. Craso error.

En este punto fue donde emergió la maestría del duque de Enghien. Rehízo a su contingente de caballería, y apoyado por fuerzas de infantería, logró vencer a la caballería del duque de Alburquerque que hasta ese momento estaba dando un rendimiento muy bueno, llegando a comprometer a la artillería francesa. Finalmente, la fuerza de caballería del duque de Alburquerque quedó totalmente inoperativa a causa de la dispersión. Por otro lado y mientras que los tercios españoles, alemanes e italianos sufrían las embestidas francesas, los jinetes del conde de Isembourg igualmente se fueron dispersando. La nunca deseada dispersión en el fragor de la batalla…

La señalada dispersión de los jinetes de Alburquerque, que dirigía la caballería de Flandes, no solo llevó aparejada la pérdida de una destacada baza de caballería, sino también la exposición de la infantería española que, a pesar de su férrea resistencia, comenzaba a sufrir importantes bajas, entre ellas las del conde de Fontaine y dos maestres de campo. Los mosqueteros ubicados en la pequeña posición elevada también dejaron de ser efectivos y cayeron.

Muerte de Paul Bernard, conde de Fontaine, en la batalla de Rocroi (grabado s. XIX). Foto: Album.

Ante la tenacidad y resistencia españolas, el líder francés sabía que debía ejecutar una arriesgada acción que resultase lo más parecido a una definitiva jugada maestra de cara a llevar la balanza a su favor. Y así fue. El duque de Enghien y su caballería rodearon las posiciones españolas y se plantaron en la retaguardia de los maltrechos jinetes de conde de Isembourg, cuya disposición ya no era la más adecuada, llegando a sufrir el propio noble graves heridas durante este ataque.

Consecuentemente, llegamos al punto decisivo de la batalla. El ejército español se vio desprovisto en sus dos flancos de caballería, quedando únicamente los propios hombres a caballo del líder español Francisco de Melo. Alea iacta est, máxime cuando los más que necesarios refuerzos del noble Jean de Beck no iban a llegar al combate. Así, poco a poco la expuesta infantería fue siendo derrotada por el ejército francés. Los tercios italianos se retiraron de manera discreta, mientras que los alemanes, valones y borgoñones lucharon con bravura hasta el último aliento.

Nos acercamos al épico episodio final. Del que unas horas antes era un magnífico ejército que defendía el honor y los intereses de la Monarquía Española del Austria Felipe IV, solo quedaban muy reducidos grupos de caballería conformada básicamente por comandantes y oficiales que no huyeron en desbandada y, claro está, los Tercios Viejos españoles. Esta última defensa es en buena medida la responsable del halo mítico que rodea a la batalla de Rocroi, puesto que llegó a ser alabada desde el bando francés. 

Retrato de Felipe IV, a caballo (1635), por Diego Velázquez. Museo del Prado, Madrid. Foto: Museo Nacional del Prado.

Los tercios españoles se reagruparon para presentar una sólida formación de tipo cuadrangular-rectangular al estilo de «murallas humanas». Por su parte, los franceses se reorganizaron para que la artillería que permanecía bajo su control hiciese bien su trabajo, los infantes diesen buen uso a sus armas de fuego y la caballería lanzase varias cargas. Las picas, los mosquetes y los arcabuces españoles resistieron distintas embestidas francesas, que estuvieron a punto de costarle un serio disgusto al duque de Enghien. El honor, el orgullo y las banderas de esos veteranos permanecían junto con la sangre, el sudor, el polvo y los muertos.

Los intensos combates hicieron que los tercios españoles fuesen quedándose sin munición y cayendo hasta que apenas quedó resistiendo un único tercio. Como muy acertadamente dice el experto Julio Albi: «se rindió, horas después de que todo estuviese perdido, menos su honor». Porque sí, los veteranos españoles siguieron luchando a pesar de saber cuál iba a ser el resultado de la batalla. Esta concluyó cuando el maltrecho y heroico último tercio se rindió bajo unas buenas condiciones más propias de soldados de una plaza asediada que de soldados que combatían en una batalla a campo abierto.

En lo que respecta a los caídos y a los supervivientes, teniendo en cuenta la dificultad que supone ofrecer un número lo más exacto posible, se considera que por el bando francés las bajas se situarían alrededor de unas dos mil, aunque hay autores que elevan dicha cantidad a casi el doble entre muertos y heridos. En cambio, por el bando de la Monarquía Hispánica el número de caídos rondaría los cuatro mil o cinco mil más varios miles de prisioneros. El grueso de las bajas fue de soldados españoles de los Tercios Viejos. El adiós de una auténtica élite guerrera. A estas pérdidas humanas en el bando español, hay que sumar las pérdidas de valor material: veinticuatro cañones, casi doscientas banderas y una buena cantidad de dinero.

En cuanto a los altos mandos que participaron en la batalla, el gran triunfador fue el duque en Enghien, quien supo sacar un mayor rendimiento a su caballería en la contienda. Por su parte, entre los derrotados y dejando a un lado los muertos mencionados, Francisco de Melo pudo retirarse con una parte de su ejército y el conde de Isembourg sobrevivió a pesar de las heridas que sufrió.

Los tercios españoles son derrotados por los franceses al mando del duque de Enghien en la batalla de Rocroi. Foto: Getty.

Punto de inflexión

Después de este escenario expuesto, ¿podemos considerar la batalla de Rocroi como el final de una era? La respuesta es no, aunque sí debemos considerarla un punto de inflexión al atisbarse un decaimiento y la pérdida de su afamada invencibilidad. El problema no fue de manera específica el resultado en Rocroi, el quid estaba en un problema mayor que afectaba a la configuración del binomio infantería-caballería, siendo adecuado indicar que, por un lado, el número de unidades que debía configurar un tercio cada vez más era habitual que fuese inferior a lo que tenía que ser sobre el papel y, por otro lado, entre la caballería, y a diferencia de los tercios, el peso no lo llevaban caballeros de origen español. Más que la victoria en sí, lo destacable es el rédito que sacó Francia de la misma —franceses e ingleses siempre han vendido mejor sus victorias que los españoles—, siendo considerada como el punto de partida de su nueva posición preponderante en el viejo continente pero sin que este triunfo en verdad hubiese supuesto un cambio en el mapa geopolítico de la época. 

Y llegados a este punto, ¿podemos decir que los tercios dejaron de ser una fuerza combativa de primer nivel? De nuevo, la respuesta es no. Los ejércitos del Imperio español siguieron cosechando triunfos. Incluso el propio Francisco de Melo, dejando a un lado su nefasta comandancia en los campos de Rocroi, obtuvo éxitos. Empero, el declive sí había comenzado, cosechando importantes victorias como en la batalla de Tuttlingen (1643) pero igualmente sonoras derrotas como la de la batalla de las Dunas (1658), de mayor repercusión que la derrota en Rocroi.

La Paz de Westfalia puso fin la guerra de los Treinta Años en Alemania y la guerra de los Ochenta Años entre España y los Países Bajos. Grabado en Popular France (1869). Foto: Shutterstock.

Algunos estudiosos señalan que la Monarquía Española no aprendió la lección de Rocroi, especialmente en lo que atañe a la organización de la caballería. No obstante, esto no nos puede llevar a decir que el círculo abierto por el Gran Capitán en Italia o por las tropas de Carlos I en Pavía, se cerrase en Rocroi. Independientemente de lo firmado en la Paz de Westfalia (1648), España siguió siendo una potencia durante la segunda mitad del siglo XVII, aunque sus ejércitos no tuviesen el esplendor de décadas atrás a causa en buena medida de las propias dificultades que arrastraba el Estado. Los tercios siguieron rindiendo a un buen nivel y siendo una fuerza de combate temida y temible que destacaba por la bravura y la actitud de sus hombres. Así, véase el episodio, con tintes legendarios, que se dio cuando en Rocroi un francés preguntó a un español capturado por el número de hombres que le acompañaban y este respondió: «Contad los muertos».

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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