Van Gogh a través de sus cartas

El gran testimonio epistolar que legó el pintor holandés, en su mayor parte fruto del intercambio con su hermano Theo, permite conocer mejor sus inquietudes personales y artísticas
Fragmentos cartas Van Gogh

Estoy hasta tal punto embadurnado de colores que hasta los hay en esta carta”.

Con esta frase escrita a su hermano Theo, Van Gogh nos resumió inconscientemente la percepción que hoy día tenemos de sus cartas: unos preciados testamentos de su pensamiento que siempre estuvo salpicado por la pintura. Su epistolario cubre ampliamente su carrera como artista y, además, nos retrata parcialmente la situación de los pintores europeos situados en los márgenes del foco mediático: aquellos excluidos de las academias y los salones, en ocasiones, por decisión propia. Unos creadores que en su mayoría vivieron en condiciones muy precarias por sus escasas ventas, pero que hoy son –paradójicamente– los ejemplos más famosos del período. Además, las cartas de Vincent van Gogh son especialmente ricas porque su autor fue gradualmente monopolizando sus comunicaciones con asuntos personales y su contenido fue paulatinamente copado por asuntos casi exclusivamente referidos a él mismo, su cultura visual y su pintura.

Fragmentos de las cartas de Vincent Van Gogh.

Van Gogh, el escritor

Antes de comenzar, se hace necesario reconocer la calidad de Vincent como escritor. El lenguaje empleado en sus cartas alcanza niveles altamente evocativos y desvela un gran autor, muy consciente de la calidad de su prosa. Tanto es así, que él mismo solicitó a sus destinatarios su debida conservación e, igualmente, reconoció guardar las misivas intercambiadas con el pintor Emile Bernard. Su alto nivel cultural se refleja también en sus cartas. A partir de su período parisino, que se extiende entre 1886 y 1888, escribió muchas de ellas en francés, incluso las dirigidas a sus familiares. Van Gogh dominó de una forma sorprendente esa lengua, considerada la más culta de su tiempo, en la que se expresaba con pocos errores, lógicos, por otra parte, por su probable aprendizaje oral. El número de cartas intercambiadas con su hermano y el tipo de relación establecida con él convierten estos ejemplares en los de mayor relevancia del universo epistolar del artista. De las 820 misivas que conservamos escritas por Vincent, 651 estuvieron dirigidas a su hermano Theo y otras siete conjuntas a su hermano y a su cuñada, Jo van Gogh-Bonger. A su vez, conservamos 83 recibidas por Vincent, de las que 39 fueron de mano de Theo y siete escritas junto con su esposa.

La primera está fechada el 29 de septiembre de 1872, en los inicios de su trabajo para Goupil & Cie, antes de marchar a Londres en el verano del siguiente año. Desde el primer momento, Vincent encuentra en su hermano un interlocutor a quien revelar sus impresiones sobre el arte de su tiempo y su aprendizaje de los maestros que veneraba (Jean François Millet, Anton Mauve y Jacob Maris). Demuestra aquí tener una memoria visual prodigiosa, describiendo escenas de grabados y cuadros que había contemplado incluso días atrás, con una precisión verdaderamente notable. Además, sus confidencias también se acompañaron de fragmentos que justificaban sus decisiones y los gastos que comportaban. Incluso, en una carta de julio de 1880, suplicó a Theo: “Me sentiría muy contento si de alguna manera tú pudieras ver en mí algo más que un haragán”, un mensaje que denota al mismo tiempo su soledad y una honda preocupación por la opinión que su hermano guardaba de él.

Rosas, de Van Gogh (1890). The Metropolitan Museum of Art (Nueva York). Foto: ASC.

A Van Rappard

Junto a las enviadas a Theo, sobresalen las intercambiadas con el pintor Anthon van Rappard (1858- 1892), un artista de origen aristocrático con quien mantuvo una estrecha relación epistolar entre 1881, año en el que Vincent vuelve a la ciudad de Etten, y 1885, cuando se muda a Amberes. En este caso la fortuna es mayor si tenemos en cuenta que cubre una época en la que disminuyeron considerablemente las cartas enviadas a los miembros de su familia, con la que estuvo enzarzado en continuas disputas.

Van Gogh había conocido a Van Rappard en 1880 en Bruselas, cuando Anthon estudiaba en la Academia. Ambos establecieron un vínculo de confianza volcado en unas cartas donde encontramos un gran caudal de información sobre los intereses de nuestro pintor durante su período holandés. De este intercambio nos son conocidas 58 enviadas por Van Gogh y solo una de Van Rappard, casualmente el ejemplar que Vincent le devolvió tras una contundente crítica de su amigo a la pintura Los comedores de patatas; un suceso que provocó el distanciamiento entre ambos y que a nosotros nos sirve para conocer una de las primeras apreciaciones sobre el cuadro.

Los comedores de patatas (1885), Van Gogh. Foto: ASC.

En estos años de comunicación, Vincent confesó repetidamente a su compañero el marcado interés que tenía por los estudios con modelos, dinámica que también siguió con su hermano Theo. En sus cartas a Van Rappard, confirma algunos planteamientos personales sobre el oficio, por ejemplo, su elección personal de la práctica pictórica frente al objeto o la figura a representar. Así escribe: “Rara vez trabajo de memoria, por así decir, no me entreno en hacerlo”, declaración que confirma los numerosos estudios de figuras que cita en sus cartas, en las que demuestra sus pruebas con diferentes posiciones hasta que encontraba aquella postura más alejada de lo ordinario.

Además, Van Gogh vertió en estos textos todo su rechazo al academicismo y a los círculos artísticos más intelectuales. En ocasiones lanza duras críticas contra la popularidad y el, en su opinión, mal entendido éxito de los Salones. En las cartas enviadas a Van Rappard renegó de las exposiciones burguesas y el método de colocación de las obras porque, de ese modo, afirmaba, carecían de una “comunión espiritual”. Tal era su aversión a estas que llegó a escribirle: “Si estuvieses de moda, en la situación actual, te tendría menos respeto y menos simpatía de la que te tengo”. En sus cartas intentó continuamente persuadirle de los beneficios de la reunión de pintores “unidos por una simpatía recíproca”, aunque asumía sus dificultades porque allá donde iba guardaba “fama de maníaco y de bicho raro”.

Intercambio de dibujos

También pidió opinión a Van Rappard sobre nuevas técnicas, como el procedimiento black and white que mezclaba el lápiz con la tinta de imprenta. Pero su actividad principal era el intercambio de dibujos y grabados a gran escala descritos en sus cartas, todos realizados por los artistas de su tiempo o los de una generación anterior. Asimismo, estas inquietudes sobre la técnica o el género pictórico contemporáneo las trasladó a su hermano. Por ejemplo, en noviembre de 1885 le escribió un interesante alegato sobre el retrato pictórico frente a la fotografía, en consonancia con su defensa de la espiritualidad y la subjetividad necesarias para la creación artística: “No renuncio a la idea que tengo sobre el retrato, pues defender esa idea es muy importante, enseñarle a la gente que lleva dentro algo más que lo que la fotografía, con su aparato, puede sacar”.

Jarrón con margaritas y anémonas, Van Gogh (1887). En sus cuadros de flores podemos apreciar su evolución cromática. Foto: Album.

Junto a estos, aporta otros detalles como su predilección por las formas indefinidas extraídas de su meditabunda contemplación de la realidad cotidiana. Su interés por la descripción y los argumentos de tipo “social” (trabajadores fabriles, hogares de familias con pocos recursos o agricultores que labran la tierra) están entrelazados con las numerosas referencias a la literatura de su tiempo, entre la que destaca el naturalismo de escritores como Charles Dickens, Émile Zola o Victor Hugo. Consecuentemente, sus estudios de figuras, las escenas campestres en las que se describen las tareas rurales o los paisajes de los distintos lugares en los que vivió se nos representan también tanto escritos como abocetados a lápiz y aguadas.

Mundo pictórico

Muchos artistas de su tiempo incluyeron dibujos en sus cartas, incluso después de él, para apoyar lo escrito o convertir la carta en un objeto exclusivo y dedicado a su destinatario. Sin embargo, Van Gogh los utilizó para mostrar el trabajo en el que se hallaba enfrascado o alguna composición ya finalizada, cuestión que nos habla bien a las claras sobre su obsesión por verter en sus cartas todo el mundo pictórico que ya consumía por completo su tiempo. Otras veces también emplea la epístola para mostrar su habilidad o comparar su progreso con algún compañero, como hace continuamente con Van Rappard, a quien considera superior, pero al que a veces critica sin tapujos. Sin embargo, ante la desaprobación generalizada o una réplica a la excesiva licencia con la que prodigaba su propia opinión, Van Gogh volvía a replegarse sobre sí mismo y a enfrascarse completamente en el trabajo. Así, en abril de 1883 escribió a Theo para persuadirle de emprender el oficio de pintor: “Si algo en el fondo de ti dice ‘tú no eres pintor’, es entonces cuando hace falta pintar, viejo, y esta voz también se callará, pero solamente por este medio; aquel que sintiendo esto se va a casa de sus amigos y les cuenta sus penas, pierde un poco de su energía, un poco de lo que lleva dentro”.

Almendro en flor, Van Gogh (1890). Pintada para su sobrino y ahijado recién nacido, que llevaría su mismo nombre, Vincent Willem. Foto: ASC.

La actitud positiva de Van Gogh hacia su carrera futura, sobre todo cuando recibe el definitivo espaldarazo de su hermano en 1880, impregna varios pasajes del epistolario. No obstante, ante la constatación de que su obra cosechaba un desinterés generalizado en el público, en febrero de 1884 se produce un cambio importante en Van Gogh que también testimonian sus cartas. Por ejemplo, anuncia a su amigo que ha comenzado a mostrar sus cuadros, dibujos y grabados a otros posibles interesados, modificando su cautela anterior que le llevaba a rechazar la popularidad.

Vincent estaba ilusionado con la idea de encontrar un mecenas o alma gemela, más allá del consorcio con su hermano, que lo sustentase con grandes compras y que además apreciase sus obras. La carta se convierte aquí en una presentación o invitación a la exhibición de su obra. Así se lo escribió a Van Rappard refiriéndose a unos estudios en los que trabajaba en ese momento y que le mandaba para que los mostrase: “No abandono la esperanza de encontrar, un día u otro, un aficionado a quien se le antoje comprarlos, no uno o dos, sino digamos cincuenta”.

En pugna constante

La mayor visibilidad que quería para su obra coincide con el decaimiento que sufría por su escaso éxito y la frustración por no vender sus pinturas. Esta presión le atosigaba, como evidencia una carta que escribe a Theo: “Digo ‘nosotros’ porque el dinero que viene de ti, este dinero que, ya lo sé, te cuesta no poco trabajo ganar para mí, te da el derecho, si algo bueno surge de mi trabajo, de considerarlo en parte como tu propia creación”.

Jarrón con lirios, Van Gogh (1889), realizado cuando estaba internado en la clínica psiquiátrica de Saint-Rémy. Foto: Album.

Conocemos muchas de sus frustraciones a través de sus cartas de esta forma tan espontánea que, cada vez que se leen, parece que están recién escritas. Entre ellas no falta el profundo descontento (y desencanto) que le produjo la marcha de Gauguin de Arlés. En ellas, se nos desvela una persona en pugna constante contra sus miedos a la crítica ajena. Un pintor que asumió su soledad en contra de su voluntad, algo que él imaginaba como la “vieja historia de Robinson Crusoe”, y que intentó oponer resistencia y tenacidad a su situación para revertirla mediante la pintura. A pesar de que la lectura que ahora podemos realizar de su epistolario editado se realiza con sus cartas en sucesión y careciendo del contexto e implicación emocional de sus destinatarios, en sus misivas es perceptible un cantus firmus en todo momento impregnado de vitalidad y optimismo sobre la apreciación futura que tendría su obra, casi anticipando como un visionario sus éxitos póstumos.

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