El continuo asedio que llevó a la Caída de Constantinopla

Constantino erigió una segunda Roma en la antigua colonia de Bizancio, al límite entre occidente y oriente. Desde su creación hasta su caída en 1453, la ciudad se defendió de constantes asedios
Cuando era la Constantinopla bizantina, fue baluarte de la Cristiandad y heredera del mundo grecorromano. En la foto, vista nocturna de Estambul con la Mezquita Azul al fondo. Foto: AWL/Pilar Revilla.

Tras derrotar a Licinio –coemperador romano de Occidente– en las batallas de Adrianópolis y Crisópolis, Constantino decidió fundar una nueva capital para su Imperio de Oriente en la antigua colonia griega de Bizancio, enclave que gozaba de una situación geográfica privilegiada a la entrada del Bósforo. A finales del año 324 se iniciaron las obras para convertir la vieja ciudad en un centro comercial de primer orden y en una plaza fuerte inexpugnable que pudiera hacer frente a las continuas incursiones de los bárbaros procedentes de Oriente. Unas amenazas que finalmente condujeron a la Caída de Constantinopla.

La fundación de Constantinopla: la nueva Roma

“La Nueva Roma”, como llegaría a ser conocida, contó desde un principio con las mismas instituciones, exenciones fiscales y edificios públicos que había tenido la antigua capital del Imperio desde la que se había extendido la civilización romana por toda la cuenca mediterránea. El territorio que comprendía Constantinopla recibió inmediatamente el estatuto de ius italicum, título que la distinguía de las posesiones provinciales, concediendo al perímetro de su término municipal la categoría de suelo italiano libre del pago de impuestos. A partir de entonces, la ciudad de Constantino se convirtió en el centro político, religioso y cultural del Imperio Romano oriental y más tarde del mundo bizantino.

Constantino y la creación de una capital estratégica

En el año 324 d.C., Constantino el Grande, tras derrotar a Licinio, decidió establecer una nueva capital para el Imperio romano de Oriente en la antigua Bizancio. Este lugar fue elegido por su posición estratégica en la entrada del Bósforo, un punto crucial que conectaba Europa y Asia. La ciudad fue concebida para ser un baluarte contra las amenazas externas y un centro de comercio de primer orden. Durante el proceso de transformación de Bizancio en Constantinopla, se emplearon miles de trabajadores, muchos de ellos esclavos, para levantar una ciudad que reflejara el poder y la grandeza del Imperio.

La nueva capital fue diseñada para emular a Roma, con instituciones similares y una infraestructura que se convertiría en el corazón del Imperio oriental. La ciudad no solo se benefició de su ubicación geográfica, sino también de su capacidad para atraer a personas de diversas culturas y regiones. Constantinopla se convirtió en un símbolo de la continuidad del legado romano, adaptándose a los desafíos del tiempo y estableciendo una identidad única que la distinguiría durante siglos.

Beneficios fiscales e instituciones del Imperio romano de Oriente

Desde su fundación, Constantinopla fue dotada de privilegios fiscales y legales que la distinguieron de otras ciudades del Imperio. El estatuto de ius italicum le otorgó una categoría especial, eximiéndola de ciertos impuestos y consolidando su posición como centro administrativo y político del Imperio romano de Oriente. Estas ventajas fiscales atrajeron a comerciantes y artesanos, fomentando un crecimiento económico que consolidó a la ciudad como un núcleo de poder.

Las instituciones de la nueva Roma fueron diseñadas para reflejar la estructura de la antigua capital. Constantinopla albergó importantes edificios públicos, foros y un senado que ejercía funciones similares al de Roma. Esta continuidad institucional permitió que la ciudad se convirtiera en un centro de poder político y religioso, donde se tomaban decisiones cruciales para el futuro del Imperio. La presencia de estas instituciones también fomentó un ambiente de estabilidad y prosperidad, atrayendo a una población diversa y dinámica.

Cuando era la Constantinopla bizantina, fue baluarte de la Cristiandad y heredera del mundo grecorromano. En la foto, vista nocturna de Estambul con la Mezquita Azul al fondo. Foto: AWL/Pilar Revilla.

El esplendor de Constantinopla: política, religión y cultura

Importancia dentro del Imperio bizantino

Constantinopla no solo fue la capital del Imperio romano de Oriente, sino que también se convirtió en el epicentro del mundo bizantino. Su importancia política se reflejaba en su papel como sede del gobierno imperial y residencia del emperador. La ciudad también era un centro religioso de gran relevancia, albergando la sede del Patriarca de Constantinopla y siendo un bastión de la Iglesia ortodoxa oriental. Esta dualidad política y religiosa fortaleció su posición como líder indiscutible del mundo cristiano oriental.

La influencia cultural de Constantinopla se extendió por todo el Imperio y más allá. La ciudad fue un crisol de culturas, donde se encontraban tradiciones grecorromanas con influencias orientales. Este intercambio cultural enriqueció las artes, la arquitectura y la literatura, haciendo de Constantinopla un faro de civilización en la Edad Media. La ciudad fue testigo de un florecimiento cultural sin precedentes, que dejó un legado duradero en la historia del arte y la cultura.

Construcción y ampliaciones de las murallas

Las murallas de Constantinopla son quizás uno de los aspectos más emblemáticos de la ciudad. Desde su fundación, las defensas fueron una prioridad, y se construyeron murallas que protegían la ciudad de invasiones. A lo largo de los siglos, estas murallas fueron ampliadas y reforzadas por diversos emperadores, como Teodosio II, quien construyó una nueva línea defensiva al oeste de la ciudad. Estas fortificaciones, conocidas como las murallas teodosianas, fueron consideradas las más fuertes del mundo medieval, resistiendo numerosos asedios.

El sistema defensivo de Constantinopla no solo incluía murallas terrestres, sino también defensas marítimas que protegían el acceso por el mar de Mármara y el Cuerno de Oro. Estas defensas fueron fundamentales para la supervivencia de la ciudad durante siglos, permitiéndole resistir los embates de enemigos poderosos. La capacidad de Constantinopla para resistir asedios prolongados se convirtió en una leyenda, y sus murallas fueron un símbolo de la resistencia del Imperio bizantino.

Vida social y diversidad cultural en la ciudad

Debido a la precaria situación política del Imperio, muchos emperadores fueron depuestos o ascendidos al trono por revueltas populares, golpes de Estado o movimientos religiosos que tuvieron como principal escenario Constantinopla. En este sentido cabe decir que todo se cocía en la capital, hasta el punto de que los célebres juegos que se celebraban en su hipódromo y las disputas que surgían entre los partidarios de los equipos verde y azul servían de termómetro para conocer el estado de salud de la vida pública y la evolución del estado de opinión hacia determinados personajes.

En el plano social, Constantinopla siguió creciendo desmesuradamente favorecida por su situación estratégica como nexo de unión entre Oriente y Occidente. La afluencia constante de población procedente de diferentes regiones del mundo conocido la convirtió en una ciudad próspera y cosmopolita en la que convivían razas y culturas, en un clima de frágil convivencia que casi siempre parecía estar a punto de estallar.

Desde la fundación de Constantinopla como capital del Imperio romano de Oriente por Constantino, las murallas que la protegían sufrieron diversas ampliaciones y modificaciones. Foto: Getty.

Responsable del orden público

Respecto a la administración urbana, Constantinopla estaba gobernada por un prefecto que tomó el nombre de eparca y que era el primer senador y miembro del Consistorium imperial. El eparca era el responsable de mantener el orden público en las calles y su jurisdicción civil y criminal se extendía por toda la ciudad y sus alrededores. La capital estaba dividida en catorce barrios y al frente de cada uno de ellos había un curator, al mando de las competencias de policía en cada distrito. El eparca no tenía autoridad sobre las colonias de poderosos comerciantes extranjeros que a partir del siglo IX se establecieron en la ciudad, minorías influyentes que gozaban de impunidad rigiéndose por sus propias leyes. A principios del siglo XIII el eparca perdió las competencias que le quedaban y se convirtió en un mero cargo honorífico, mientras la figura del quasitor se encargaba de velar por la seguridad en las calles de la capital.

La importancia estratégica del estrecho del Bósforo fue uno de las razones de Constantino para establecer allí la nueva capital del Imperio Romano de Oriente. Foto: Getty.

Inestabilidad y asedios: un enemigo a las puertas

El otrora todopoderoso Imperio Romano de Oriente acabó por ser un gigante con los pies de barro, que acabó por tambalearse por completo con la llegada de los pueblos bárbaros de Asia. La Caída de Constantinopla fue ejemplo de ello y a lo largo de la historia ha sido un ejemplo de fortaleza asediada por diversas razones.

En el siglo VIII, para proteger la ciudad se empleó el llamado “fuego griego”, una especie de lanzallamas muy temido por los musulmanes. Arriba, un grabado que representa la escena. Foto: AGE.

Amenazas de hunos, árabes y el uso del "fuego griego"

A lo largo de su historia, Constantinopla enfrentó numerosas amenazas externas que pusieron a prueba su resistencia. Uno de los primeros grandes desafíos vino de los hunos, cuya amenaza obligó al Imperio a reforzar sus defensas. Aunque los hunos no lograron tomar la ciudad, su presencia subrayó la vulnerabilidad de Constantinopla ante las incursiones bárbaras.

Para muchos, los hunos representan la imagen del bárbaro por antonomasia. Arriba, su más carismático caudillo arrasando Italia en un óleo de Delacroix (1798-1863). Foto: Album.

A mediados del siglo V, hordas de guerreros hunos procedentes de las estepas de Asia Central penetraron en Europa aprovechándose de la debilidad del fracturado Imperio Romano. Lideradas por Atila, caudillo sanguinario que dejaba un rastro de saqueos y matanzas por donde pasaba, sembraron el terror entre las tribus bárbaras que huían de sus incursiones. Durante sus forzosas migraciones, los refugiados narraban historias terroríficas sobre el aspecto y comportamiento de los hunos, más semejante al de las fieras que al de los seres humanos.

En el siglo VII, los árabes lanzaron un asedio masivo contra la ciudad, que fue repelido gracias al uso del "fuego griego", una sustancia incendiaria que se convirtió en un arma defensiva crucial. La capacidad de Constantinopla para resistir este asedio marcó un punto de inflexión en su historia, asegurando su supervivencia durante varios siglos más. El "fuego griego" se convirtió en una leyenda, simbolizando la ingeniosidad y determinación del Imperio bizantino.

Impacto de las divisiones internas y las Cruzadas

Sin embargo, no solo las amenazas externas llevaron a la Caída de Constantinopla. Las divisiones internas, tanto políticas como religiosas, debilitaron la cohesión del Imperio. Las disputas entre la Iglesia ortodoxa y la católica romana, junto con las luchas por el poder entre las facciones políticas, erosionaron la estabilidad de la ciudad. Estas tensiones internas se vieron exacerbadas por las Cruzadas, que trajeron nuevos conflictos y desafíos.

Las Cruzadas, inicialmente concebidas como una defensa del cristianismo, tuvieron un impacto devastador en Constantinopla. La Cuarta Cruzada, en particular, resultó en el saqueo de la ciudad en 1204, un evento que debilitó gravemente al Imperio bizantino y dejó una herida profunda en su historia. La incapacidad de Constantinopla para recuperarse completamente de este asalto marcó el inicio de su declive definitivo.

La basílica de Santa Sofía fue la sede del Patriarca de Constantinopla y el epicentro de la Iglesia ortodoxa oriental durante casi mil años. Foto: AGE.

Debilidad y derrota de las legiones romanas

Las legiones romanas no estaban en condiciones de detener el avance imparable de aquellos jinetes nómadas que ponían en grave peligro las fronteras imperiales, por lo que se decidió pactar con ellos para hacer frente a enemigos comunes como los germanos. Las negociaciones emprendidas por Teodosio II, en un esfuerzo por mantenerlos alejados de Constantinopla, lo llevó a jugar con fuego y aceptar las condiciones tributarias impuestas por Atila. Contentos con su botín, los hunos se retiraron al interior del continente a la espera de una mejor ocasión.

Las concesiones de Teodosio pudieron parecer excesivas, pero le permitieron ganar tiempo para reforzar las defensas y los muros de la ciudad ante un más que posible ataque futuro de los hunos. Mientras estos se dedicaban a consolidar su autoridad sobre los territorios conquistados, Teodosio II construyó las murallas marítimas de Constantinopla y levantó nuevas líneas defensivas a lo largo del curso del Danubio. Las derrotas sufridas por las fuerzas de Atila frente a los persas los empujaron de nuevo hacia las fronteras del Imperio oriental, cruzando el Danubio hasta los Balcanes, donde detuvieron su ofensiva relámpago para recobrar aliento.

A Teodosio no le quedó más remedio que admitir la derrota de sus legiones y pagar un alto rescate por mantener a salvo la capital de su debilitado Imperio. Los hunos se retiraron a sus bases con las alforjas cargadas con un inmenso tesoro compuesto por varias toneladas de oro y riquezas, además de la promesa del pago de un elevado tributo a cambio de una ansiada paz que podía romperse en cualquier momento. Mientras tanto, Constantinopla quedó sumida en el caos, situación que se vio agravada por graves disturbios políticos, hambrunas, terremotos y epidemias. Atila vio la oportunidad de volver a intentarlo y en el año 447 partió de nuevo hacia los Balcanes al frente de un poderoso ejército.

Decadencia y caída: hacia el ocaso definitivo

Las sucesivas concesiones económicas y derrotas militares llevaron a la gran urbe a una profunda crisis, que culminó con la Caída de Constantinopla. Un hecho histórico de primer orden cuyas consecuencias trajeron consigo un cambio de signo en el orden mundial de la época.

Aumento del poder de los comerciantes italianos

Durante los siglos XII y XIII, el poder de los comerciantes italianos en Constantinopla creció significativamente. Venecianos, genoveses y pisanos establecieron colonias comerciales en la ciudad, obteniendo privilegios que les permitieron controlar gran parte del comercio. Esta influencia económica minó la autoridad imperial, convirtiendo a Constantinopla en un escenario de rivalidades comerciales que debilitaban aún más su posición.

La torre de Gálata es uno de los lugares más llamativos de la ciudad. Fue construida por los genoveses en 1348, en la parte más septentrional y elevada de la ciudadela. Foto: AWL/Pilar Revilla.

Entre pisanos, genoveses y venecianos se calcula que su número llegó a los sesenta mil habitantes en tiempos del reinado de Manuel I Comneno. Dueños del comercio de la ciudad, los italianos impusieron sus condiciones minando aún más una autoridad imperial que ya había sufrido un duro desgaste, gobierno que con el paso del tiempo apenas extendía su influencia unos kilómetros más allá del perímetro circundante de las murallas de Constantinopla. Debido a estas circunstancias, la ciudad se fue encerrando cada vez más prisionera de sí misma.

La presencia de estos comerciantes extranjeros contribuyó a la fragmentación interna de la ciudad, ya que los intereses comerciales a menudo chocaban con las necesidades del Imperio. La creciente influencia de los italianos se convirtió en un factor desestabilizador, erosionando la cohesión social y política de Constantinopla. A medida que el poder imperial se debilitaba, la ciudad se tornaba cada vez más vulnerable a las amenazas externas. A la par se daba un proceso de descentralización económica en la ciudad que fue clave en la Caída de Constantinopla.

Atila, rey de los hunos, gobernó el mayor imperio europeo de su tiempo, desde el 434 hasta su muerte en 453. Foto: Album.

Intentos de revitalización por Miguel VIII Paleólogo

Miguel VIII Paleólogo, emperador del Imperio bizantino en el siglo XIII, intentó revitalizar Constantinopla tras su recuperación del dominio latino. Sus esfuerzos se centraron en reconstruir la ciudad y restaurar su antigua gloria, promoviendo el comercio y la cultura para atraer a nuevos habitantes. Sin embargo, a pesar de sus intentos, la ciudad no pudo recuperar su esplendor anterior debido a las continuas amenazas y la inestabilidad interna.

Miguel VIII Paleólogo reinó como emperador bizantino desde 1259 hasta 1282, logrando con su hábil política neutralizar a los enemigos de Bizancio y expandir las fronteras del Imperio. Foto: ASC.

El reinado de Miguel VIII representó un último intento de restaurar el poder bizantino, pero las dificultades económicas y políticas impidieron un verdadero renacimiento. Aunque logró ciertos éxitos, como la reconstrucción de monumentos y el fortalecimiento de las defensas, el Imperio seguía enfrentándose a un entorno hostil que limitaba sus posibilidades de recuperación. La sombra de la caída se cernía cada vez más cerca sobre Constantinopla.

El asedio final y la conquista por Mehmed II

La Caída de Constantinopla comenzó realmente en abril de 1453, liderado por el sultán otomano Mehmed II. Con un ejército de más de 100,000 hombres y una poderosa artillería, los otomanos rodearon la ciudad, cortando sus suministros y bombardeando sus murallas. A pesar de la valiente defensa del emperador Constantino XI y sus 8,000 soldados, la superioridad numérica y tecnológica de los otomanos resultó abrumadora.

El 29 de mayo de 1453, las fuerzas otomanas lanzaron el asalto definitivo. Las murallas, debilitadas por el constante bombardeo, finalmente cedieron, permitiendo a los invasores entrar en la ciudad. La Caída de Constantinopla marcó el fin del Imperio bizantino y el inicio de una nueva era bajo el dominio otomano. La noticia de la conquista causó conmoción en Europa, simbolizando un cambio significativo en el equilibrio de poder en el continente.

Como había ocurrido anteriormente, las legiones apenas fueron capaces de oponer una débil resistencia. La decidida intervención de Flavio Constantino, eparca de Constantinopla, organizando brigadas de defensa civil para reconstruir rápidamente las murallas derribadas por los terremotos, consiguió frenar la arremetida de los hunos, que volvieron a retirarse con la promesa del pago de nuevos tributos. Atila concentró entonces su ambición en las fronteras occidentales de Europa, aplastando a los pueblos bárbaros que habían desbancado al poder de Roma. El ejército de los hunos, debilitado por su rápido avance, se detuvo en la ribera del río Po, mientras Atila se retiraba a la línea del Danubio. El caudillo que había sembrado el terror por todo el continente europeo murió de forma súbita cuando preparaba un nuevo ataque contra Constantinopla. La capital del Imperio de Oriente podía sentirse de nuevo a salvo, aunque no por mucho tiempo.

Estatua de Constantino XI Paleólogo, el último emperador bizantino antes de la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453. Foto: Alamy.

Impacto de la caída en Europa y el nuevo orden otomano

La Caída de Constantinopla puso patas arriba la política europea como se conocía hasta la época. No fue un mero cambio de gobierno en uno de los centros más estratégicos del mundo, sino que trajo consigo un nuevo orden civilizatorio.

Consecuencias políticas y religiosas de la caída

La caída de Constantinopla tuvo profundas repercusiones en Europa y el mundo cristiano. El fin del Imperio bizantino significó la desaparición de un baluarte de la cristiandad oriental, generando temor y consternación en el Occidente europeo. La pérdida de la ciudad fue vista como un golpe devastador para el cristianismo, y muchos líderes europeos consideraron la posibilidad de organizar nuevas cruzadas para recuperar la ciudad.

En el ámbito religioso, la caída de Constantinopla exacerbó las divisiones entre la Iglesia ortodoxa y la católica romana, complicando aún más las relaciones entre Oriente y Occidente. La desaparición de la capital bizantina también provocó un éxodo de intelectuales y artistas hacia Europa occidental, contribuyendo al Renacimiento al llevar consigo conocimientos y tradiciones culturales.

Transformación de Constantinopla en la capital otomana

Bajo el dominio otomano, Constantinopla fue transformada en la nueva capital del Imperio. Mehmed II, conocido como el "Conquistador", emprendió un ambicioso programa de reconstrucción y embellecimiento de la ciudad. Constantinopla, rebautizada como Estambul, se convirtió en el centro administrativo, cultural y económico del Imperio otomano, reflejando el poder y la riqueza de los nuevos gobernantes.

La ciudad experimentó una revitalización bajo el dominio otomano, con la construcción de mezquitas, palacios y otras edificaciones que redefinieron su paisaje urbano. El legado arquitectónico de esta época sigue siendo visible en la moderna Estambul, testimonio del impacto duradero de la conquista otomana. Constantinopla, una vez más, resurgió de sus cenizas, adaptándose a un nuevo orden y continuando su papel como puente entre culturas y civilizaciones.

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