Carne humana para sobrevivir: la tragedia de los Andes

«Comer el cuerpo que estaba al lado se convirtió en una actividad normal». Era una necesidad, o comías o te morías. La historia real de la tragedia de los Andes y la sociedad de la nieve.
Tragedia Andes

El 13 de octubre de 1972 el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya se veía involucrado en un accidente que cambiaría la vida de las personas que iban a bordo. Se trataba de un Fairchild FH-227D contratado por un equipo de rugby (Old Christians) para jugar un partido amistoso en Santiago de Chile. En su interior iban 40 pasajeros (en su mayoría jugadores y simpatizantes) y 5 tripulantes. Tras partir de Montevideo, hicieron una parada en Mendoza por causas meteorológicas y, mientras los pilotos sopesaban las opciones, la impaciencia de los jóvenes se descontrolaba. No querían perder ningún día más. Llegaron incluso a burlarse de los pilotos cuando estos aparecieron en el aeropuerto para reanudar el viaje. «Éramos tan solo un grupo de muchachos que íbamos a jugar un partido», escribía Nando Parrado, uno de los supervivientes, «éramos muchachos robustos y vigorosos, muchos de nosotros deportistas con una forma física excelente».

Hablamos de una historia que ya tomó notoriedad con la película ¡Viven!, de 1993. Pero ahora ha vuelto a nuestras retinas con la extraordinaria cinta de J. A. Bayona, 30 años después de aquel mítico film. Bayona ha logrado ser fiel al relato humano recogido por el periodista Pablo Vierci en un libro homónimo: La sociedad de la nieve. Lleno de historia reales, comentarios al pie de la letra y escenas que son auténticas copias de lo que sucedió.

En este artículo te traemos el aspecto más humano de la historia. No sacamos el morbo, no hablamos de la diferencia entre canibalismo y antropofagia. De hecho desterramos la palabra canibalismo de nuestro análisis. Queremos mostrar cómo los integrantes de aquella historia inusual elevaron a la máxima potencia el concepto de muerte generosa. Acompáñanos en

En esta fotografía vemos al equipo de rugby Old Christians Club de Montevideo, antes del accidente. - Cordon

UN VIAJE INACABADO

Los chicos bromeaban con el hecho de que era viernes 13 y podría pasar algo terrible, sin embargo, el piloto Ferradas ya había sobrevolado los Andes 29 veces, por lo que nada hacía temer lo peor. Estaba entrenando al copiloto Lagurara, mientras este último llevaba el mando. La nubosidad obligaba a los pilotos a volar con la ayuda de los instrumentos de navegación, por lo que no podían confirmar visualmente su localización. Estimaron que habían pasado Curicó y así se lo comunicaron a Santiago, por lo que giraron hacia el norte y solicitaron permiso para descender. La autorización les vino desde control aéreo sin saber que el avión aún permanecía sobre los Andes. La tragedia estaba servida.

El rápido descenso convirtió las turbulencias en la antesala del desastre. «Señores, pónganse los cinturones porque el avión va a bailar un rato», avisó uno de los tripulantes. Los intentos de los pilotos por ganar altitud fueron en vano por lo que, según los supervivientes, el avión chocó en algunas partes con las montañas hasta en tres ocasiones. La aeronave quedó literalmente despedazada. La cola quedó por un sitio y las alas se esparcieron por otros. El comandante había muerto y el copiloto no paraba de repetir «pasamos Curicó», lo cual había sido un error de cálculo, pues nunca llegaron a pasarlo. «¡Qué desastre! ¡Qué desastre que hice!», decía el copiloto y les imploraba su arma a los supervivientes para acabar con su sufrimiento. Efectivamente había sido un desastre, al aparatoso deslizamiento del morro del avión le siguió el silencio y este solo fue destruido por gemidos y quejidos que venían de todas partes, hasta convertirse en gritos de desesperación.

Roberto Canessa era lo más parecido a un médico entre los que quedaron vivos. Estaba estudiando segundo de Medicina, así que se puso a evaluar los daños entre todo el que se encontraba, junto a Gustavo Zerbino, estudiante de primero. Las primeras horas de auxilio fueron frenéticas y dolorosas, especialmente a la caída del sol. Roy Harley dejó claro cómo fue la primera noche entre nieves tras el accidente: «Lo que yo comparo con el infierno puede ser esa noche». De las 45 personas que iban en la aeronave, seis murieron en el acto o poco después; cuatro lo hicieron el segundo día, y poco a poco fueron cayendo otros hasta quedar solo 16. En un alud ocurrido el 29 de octubre (día 17 desde el accidente) fallecieron ocho personas. Para entonces ya habían comenzado una práctica que hizo tambalear a la prensa internacional.

«Lo que yo comparo con el infierno puede ser esa noche».

Fernando Parrado y Roberto Canessa, sentados, junto al arriero Sergio Catalán Martínez que les dio los primeros alimentos - EFE

ENTREGARSE EN VIDA

«No sé si hubo algún científico loco y maldito que dijo: “En lugar de poner cobayos, pongamos seres humanos en el hielo”», escribió Roberto Canessa en una ocasión. Pon a 27 personas sin nada de alimento, solo con cadáveres congelados alrededor, y espera a ver qué ocurre. Parece un experimento cruel pero fue una realidad.

En las primeras horas e, incluso, los primeros días, los sobrevivientes tenían la certeza de que los encontrarían. Esperaban el rescate inminente. Incluso vieron aviones sobrevolar la zona e interpretaron la forma en que se movían como un mensaje hacia ellos en el que les decían que los habían visto. Es más, discutieron sobre la hipótesis de si les lanzarían comida. Pero el blanco del fuselaje del Fairchild se mimetizaba con la nieve y resultaba invisible a la altura a la que volaban los aviones de rescate. Escucharon por la radio que pararon la búsqueda del avión y que volverían en febrero con el deshielo. La única forma de salir de los Andes era por ellos mismos, sin ayuda del exterior. Fue el momento en el que la comida se empezó a convertir en un problema, pues intuían que iban a permanecer allí mucho tiempo. Consiguieron algunos víveres en el avión, pero era poca cosa y tuvieron que racionalizarlo en extremo: cuatro latitas de conserva, galletitas, maní con chocolate, cuatro barras de chocolate, cuatro botellas de vino y una de Licor de Oro. Después de eso no había nada más que aluminio, plástico, hielo y piedras.

La búsqueda de comida se convirtió en una obsesión, hasta el punto de pensar en comerse la piel de las maletas, aunque pudieran hacerles más bien que mal por los productos químicos que contenían. Incluso abrían la tapicería de lo asientos para comprobar si contenía paja. Ante tanta desesperación, una idea comenzó a rondar las cabezas, pero nadie se atrevía expresarla en voz alta.

Superviviente de la tragedia ayudado por soldados chilenos. - Cordon

Nando Parrado fue el primero en comentar a Carlitos que se comería al piloto por haberlos metido en aquella situación. Carlitos, sorprendido, le dijo a Adolfo que Nando estaba loco por lo que había dicho, pero este le sorprendió aún más al reconocer que ya había comentado la posibilidad con sus dos primos. Parecía que todos estaban pensando lo mismo y la decisión, como dejó escrito Pancho Delgado, fue tomada en el momento adecuado, antes de que la inanición produjese en sus cerebros señales distorsionadas del exterior y de que las fuerzas los abandonaran por completo. Fue una decisión consensuada en grupo, aunque algunos no pudieron probar bocado en los primeros días. El momento inicial fue terrible, como un duelo. «Todos experimentamos ese momento de degradación, comerte a la muerte», escribía Roberto. Pero todos tenían motivos para hacerlo: los padres, una novia, los amigos, etc.

Tras quince minutos raspando la piel de un cadáver con un trozo de vidrio consiguieron sacar unas lasquitas del tamaño de una cerilla. Adolfo, Roberto y Gustavo fueron los primeros en probarlas, mientras el resto permanecía en el interior del avión. Lo envolvieron con nieve y la tomaron cruda. A continuación, cortaron veinte tiritas de carne y las colocaron sobre una chapa de aluminio para que se secaran al sol y fueran más fáciles de aceptar. «Recuerdo que lo más difícil de comer la carne no era porque era humana, sino porque estaba cruda y nos costaba tragar», manifestó Pedro Algorta. Solo en alguna ocasión tuvieron la oportunidad de cocinarla, lo que mejoraba su sabor.

«Todos experimentamos ese momento de degradación, comerte a la muerte».

Roberto, con sus conocimientos de medicina, dio razones de peso para comer carne por la necesidad imperiosa que tenían los vivos de consumir proteínas y grasa. Aunque empezaron por los músculos, más adelante recurrieron a las vísceras, los riñones, el hígado, el corazón, y llegaron a abrir cráneos para acceder al cerebro. Incluso rasparon huesos para obtener polvo y así introducir calcio en su dieta. Tomaron hasta tuétano.

Los tripulantes de un helicóptero llevan a un sobreviviente del accidente aéreo uruguayo hasta una camilla en el helipuerto de la Estación Central de Primeros Auxilios de Santiago. - Getty

En su libro Tenía que sobrevivir, Roberto escribió lo siguiente: «Comer el cuerpo que estaba al lado se convirtió en una actividad normal». Era una necesidad, o comías o te morías. Pedro Algorta afirmó: «Es como comer un asado: al comienzo no te animas a hacerlo con las manos y al final terminas todo engrasado, chupando un hueso. Incluso participé en caminatas para buscar cadáveres en las laderas de la montaña». Todo se hacía con gran respeto a la persona, los cadáveres en general estaban bocabajo y no siempre se identificaban. De hecho, pudieron hacerlo porque tomaron el acuerdo de entregarse en vida: si uno de ellos moría, su cuerpo quedaba a disposición de los demás. Una muerte generosa, como diría Roberto Canessa.

En los momentos más desesperados tal vez el humor sea la mejor herramienta. Ellos bromearon sobre quién se moriría antes y quién serviría de comida. Se decían cosas del estilo: «Tú no te mueras porque estás demasiado flaco y huesudo ». Coche Inciarte decía: «Si ganan conmigo, les serviré de poco», mientras se señalaba el costillar sin apenas carne.

Tomaron el acuerdo de entregarse en vida. Una muerte generosa.

Pero los cuerpos no solo sirvieron como alimentos, en un entorno en el que las temperaturas descendían a 30 ºC bajo cero tiraron del ingenio. En el famoso libro Viven se explica bien: «Descubrieron que si hacían dos cortes, uno por el codo y otro por la muñeca, arrancaban la piel con la capa de grasa que había debajo de esta y cosían la parte baja, se hallaban en posesión de unos rudimentarios calcetines, y que la piel del codo se ajustaba perfectamente a sus talones».

LA HUIDA

Un punto de inflexión en la historia fue el alud. Estuvieron tres días encerrados en el fuselaje y tuvieron que recurrir al cadáver de una de las personas con las que habían estado hablando horas atrás. Los animó a buscar una salida y comenzaron una serie de caminatas de entrenamiento para poder salir de los Andes. De los tres de la expedición final solo continuaron Nando y Roberto. Las ínfimas posibilidades de éxito las describe Nando Parrado en su libro Milagro en los Andes: «Si hubiéramos sabido algo de alpinismo, nos hubiéramos dado cuenta de que ya estábamos condenados. Por suerte, no sabíamos nada, así que nuestra ignorancia nos dio una oportunidad». Llevaron varios kilos de carne metidos en medias para poder sobrevivir durante días y gracias a los víveres y a su perseverancia consiguieron llegar a la civilización. Las sobras las enterraron donde terminaban las nieves y comenzaba la vida, como homenaje a sus amigos.

Tuvieron la suerte de dar con Sergio Catalán el 21 de diciembre, un arriero que los creyó y dio la voz de alarma, cuando ya la carne empezó a pudrirse, pues habían salido de la zona nevada. El rescate se precipitó en las siguientes horas y los dieciséis que quedaban salvaron la vida el 22 de diciembre.

La prensa al principio fue diabólica. El 26 de diciembre un diario publicó una foto del fuselaje con un resto de pierna humana y con el sensacionalista título de «¡Que Dios los perdone!». Sin embargo, sus amigos, familiares, la propia Iglesia católica y el mundo entero acabó entendiendo que cualquier persona en la misma situación habría hecho exactamente lo mismo. No hicieron nada malo. Se dieron en vida y consumieron cáscaras, pues sus amigos muertos ya no estaban allí.

Se dijeron cosas absurdas como que el alud no había existido y que se mataron entre ellos. Comer carne humana era la última opción, pues no había nada más. Un texto del momento del rescate, extraído de La sociedad de la nieve, ilustra perfectamente que habrían preferido cualquier otra opción: «Cuando Eduardo Strauch bajó del helicóptero enseguida vio a Nando y a Carlitos. Los tres se abrazaron, lloraron y formaron un ovillo en el suelo. Se incorporó y vio que a dos pasos nacían flores silvestres amarillas. Cortó una, extasiado, y se la mostró a Carlitos para que la oliera, pero Carlitos no interpretó que era para olerla, se la llevó a la boca y la comió. Entonces Eduardo decidió imitarlo: tomó un manojo de flores y pasto y lo llevó a su boca, mientras la gente que los atendían los miraban preocupados: “Enloquecieron de veras, ¡comen pasto!”».

Varias instantáneas de los supervivientes a su llegada a Montevideo. - EFE

Los dieciséis de la sociedad de la nieve

Roy Harley escribió algo que puede ser la bandera de la supervivencia en la sociedad de la nieve: «Nosotros, uno a uno, no somos especiales, el especial es el grupo». Fueron un equipo, con sus más y sus menos, sus momentos de discusiones, pero nunca estuvieron por encima del sentimiento de supervivencia conjunta. Fue un éxito netamente grupal, con individuos diluidos y sin líderes. En su libro Tenía que sobrevivir, Roberto Canessa dice que «el esfuerzo te torna mejor persona». Muchos de los supervivientes dan conferencias y ayudan a otras personas a sobrellevar desgracias de todo tipo. Lo que en los momentos iniciales se vendió por algunos medios como auténtico canibalismo, hoy debe ser aceptado como ejemplo de superación, trabajo en equipo y amor por la vida.

Dieciséis fueron los que sobrevivieron. Estos son sus nombres y sus edades (entre paréntesis): Pedro Algorta (21), Roberto Canessa (19), Daniel «Pancho» Delgado (25), Daniel Fernández Strauch (26), Roberto François Álvarez (21), Roy Harley (20), «Coche» Inciarte (24), Álvaro Mangino (19), Javier Methol (37), «Carlitos» Páez (19), «Nando» (23), «Moncho» Sabella (21), «Fito» Strauch (24), Eduardo José Strauch (25),«Tintín» Vizintín (19) y Gustavo Zerbino (19).

Contar el cuento de la forma correcta

Hablábamos al principio de la película dirigida por J. A. Bayona. La recepción internacional fue verdaderamente deslumbrante y recibió diversos premios y nominaciones. Uno de los galardones recibido fue el Premio Platino a la Mejor Dirección. Allí pronunció unas palabras que resumen el espíritu de este artículo que has leído: contar el cuento de la forma correcta.

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Referencias

  • Vierci, Pablo. La sociedad de la nieve (Alrevés, 2022).
  • Parrado, Nando. Milagro en los Andes (Planeta, 2006).
  • Canessa, Roberto. Tenía que sobrevivir (Alrevés, 2017).
  • Red, Piers Paul. VIVEN, La tragedia de los Andes (Noguer Ediciones, 1975).

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