La operación que eliminó al ‘Carnicero de Praga’: el atentado contra Reinhard Heydrich

El 27 de mayo de 1942, a las 10:45h, dos jóvenes militantes de la resistencia checa atentaron en Praga contra Reinhard Heydrich, uno de los mayores genocidas nazis. La arriesgada misión se cobró la vida de los tres.
Funeral de Estado en Berlín

El quinto mandamiento es muy escueto: no matarás. Tomado así no admite discusión, pero el Derecho, que ha conocido millones de asesinatos a lo largo del tiempo, examina la cuestión con más matices. Y la filosofía. Preguntémonos, por ejemplo, si es lícito matar a una persona que va a matar a dos, en cuyo caso nuestro crimen se convierte en la salvación de un semejante.

¿Y qué diríamos sobre matar a un monstruo que planea exterminar friamente a seis millones de seres humanos, hombres, mujeres y niños? ¿Sería eso un asesinato o más bien una bendición para la humanidad? Todos hemos fantaseado alguna vez sobre lo que hubiéramos hecho de haber estado en nuestra mano eliminar a Calígula, Stalin o Hitler antes de que se convirtieran en referentes del terror.

Foto del rodaje de la película 'El hombre del corazón de hierro'. Ese es el apropiado título de la más reciente película sobre el despiadado Heydrich y la Operación Antropoide (2017, Cédric Jimenez) - DE APLANETA

Pero se trata de una ucronía, una paradoja temporal –en ellas se basan cientos de historias de ciencia ficción– que ha llegado últimamente a nuestras pequeñas pantallas con la serie Ministerio del Tiempo.

La paradoja consiste en que, aunque pudiéramos viajar en el tiempo, no podríamos de ninguna manera matar al ciudadano Iósif Vissarionovitch Djougachvili antes de que se convirtiera en Stalin, ya que entonces no habría existido el Stalin al que hubiéramos viajado en el tiempo para matar.

De la Anschluss a los acuerdos de Múnich

Las fronteras en Centroeuropa se han movido mucho a lo largo de la Historia. Las antiguas regiones de Bohemia y Moravia, que integran hoy la República Checa, recibieron durante las edades Media y Moderna una gran población alemana que contribuyó a su progreso.

Después, ambas regiones se integraron en el Imperio Austrohúngaro, que se vino abajo en 1919 tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. Fue entonces cuando Bohemia y Moravia decidieron formar una unidad política común con Eslovaquia y Rutenia a la que llamaron Checoslovaquia.

Pero en 1938, con Hitler en la Cancillería de Berlín, los nazis plantearon la cuestión de las minorías germanohablantes y su decidida voluntad de integrarlas en el Reich de los Mil Años. En marzo se produjo la anexión de Austria (Anschluss) como consecuencia, entre otras cosas, de la oleada terrorista que desataron los nazis austríacos.

En vista de la pasividad de las potencias occidentales, Hitler prosiguió con sus planes y seis meses más tarde alentó a los descendientes de los alemanes que habían llegado a Bohemia y Moravia siglos antes y que componían cerca del 30% de las regiones checoslovacas periféricas (los Sudetes) para que iniciaran una campaña de agitación que culminó con los vergonzosos Acuerdos de Múnich.

Foto del rodaje de la película 'El hombre del corazón de hierro'. Ese es el apropiado título de la más reciente película sobre el despiadado Heydrich y la Operación Antropoide (2017, Cédric Jimenez) - DE APLANETA

Allí, las potencias occidentales abandonaron a su suerte tanto a la República Española, condenada a perder la guerra, como a la República Checa, que con los Sudetes perdió una parte de su territorio del tamaño de Galicia antes de ser invadida por completo seis meses más tarde, el 15 de marzo de 1939, y convertirse en un protectorado alemán.

El interés primordial de los nazis era apoderarse de las excelentes fábricas checas Skoda, que pasaron inmediatamente a producir material de guerra para el Reich. La segunda actividad de los ocupantes fue “depurar la raza”, de modo que pusieron sus focos en la localización y detención de judíos y gitanos, muy numerosos en aquellas tierras.

La bota alemana en Bohemia-Moravia

El primer Protektor nazi de Checoslovaquia, que ahora volvía a llamarse Bohemia-Moravia, fue un diplomático, exministro de Asuntos Exteriores y gran jerarca del partido: Konstantin von Neurath. Hitler lo puso allí como una figura decorativa “blanda” bajo la que ejercer un control férreo de la población, que se encargó a las SS en la persona del sudete checo Karl Hermann Frank, hasta entonces Gauleiter de los Sudetes.

La figura del Gauleiter o gobernador implicaba, en las zonas ocupadas, un seguimiento absoluto de las órdenes directas del Führer, especialmente de las tareas de “limpieza y liberación” de las razas inferiores en sus respectivos territorios. Frank, que como sudete conocía perfectamente la lengua y la sociedad checas, se puso manos a la obra al frente de la Policía y las SS emprendiendo la represión de opositores políticos y las detenciones de judíos y gitanos.

A la vez inició una labor de zapa sobre el prestigio del anciano Von Neurath, que sin embargo se esforzaba cuanto podía: persiguió con saña a la disidencia, eliminó los partidos políticos, los sindicatos, la libertad de prensa, los derechos de reunión y manifestación y cerró los ojos a los excesos de celo de Frank.

Fábrica Skoda de munición de artillería en Pilsen, en 1938 - Getty Images

Pero en Berlín, Hitler no lo consideraba suficiente, de manera que en septiembre de 1941 envió a Praga a un verdadero nazi, a un fanático nacionalsocialista llamado Reinhard Heydrich, que mantuvo a Frank como subalterno y se ganó en unas pocas semanas el sangriento apelativo de “el Carnicero de Praga”.

La vida de Heydrich es todo un paradigma del hombre nuevo del Reich, del nazi modélico, y merece la pena detenerse a analizarla. Su padre, compositor de algún renombre, fue designado director del Conservatorio de Halle, donde conoció a su madre y donde nació Reinhard en el año 1904. Se bautizó al niño en la religión católica y su infancia se desarrolló en un ambiente muy nacionalista, próximo a las corrientes völkisch que, desde finales del XIX, predicaban la vuelta a las esencias germánicas y la lucha contra todo aquello que pudiera considerarse causa de la decadencia de la raza.

En realidad, el völkisch era una prefiguración incruenta del nazismo, un movimiento claramente racista y antisemita apoyado en el concepto de la superioridad germánica que Hitler identificaría luego con la supuesta raza aria.

Así se gestó “La bestia rubia”

En 1918, cuando terminó la Primera Guerra Mundial con la derrota humillante de Alemania, Heydrich era un jovenzuelo de 14 años con el corazón inflamado de ardores patrios y convencido, así como el resto de su familia, de la teoría de la “puñalada en la espalda”, que explicaba la reciente derrota en la guerra como efecto de la traición combinada de judíos y marxistas.

Necesitaba encontrar una organización en la que sentirse cómodo y probó suerte en varias de las agrupaciones juveniles que por entonces proliferaban en Alemania como respuesta a la reciente derrota, bajo eslóganes del tipo “¡Somos los dueños del mundo!”. No encontró esa organización, así que fundó la suya propia.

Heydrich y Himmler saliendo del Hotel Metropol de Viena en 1938 - Getty Images

Al año siguiente, cumplidos los 18, terminó sus estudios y, aunque él aún no lo sabía, empezó su carrera de nazi modelo. Se había convertido en un tipo bien parecido, rubio, de 1,85 m de altura, deportista (natación, vela, esgrima), apreciado por las mujeres e íntimamente convencido por su cuenta de los postulados que pronto defendería Hitler.

Ingresó en los servicios de información de la Marina, pero fue expulsado por un turbio asunto de faldas, y aquel mismo día de su expulsión, 1 de mayo de 1931, solicitó su ingreso en el Partido Nazi. Cayó en gracia, porque disponía de todas las papeletas para ello, y además tuvo mucha suerte.

Dos semanas más tarde le condujeron a presencia de Heinrich Himmler, que lo adoptó al momento y a cuya sombra medraría el resto de su vida como sicario devoto y de total confianza. Pronto se vería al frente de los servicios de inteligencia nazis, de donde emanó la fuente de su poder, pues entró en conocimiento de los trapos sucios de todos los jerarcas, grandes y pequeños. Fue él quien extorsionó nada menos que al anciano presidente Hindenburg amenazándole con filtrar un desfalco de su hijo Oskar si no aceptaba a Hitler como Canciller.

El nazi que siempre estaba allí

Lo curioso es que sobre el propio Heydrich corrían rumores de que era judío. Empezaron muy pronto, alentados por el alud de enemigos que se fue haciendo, y le torturaron hasta el final. Es posible que contribuyeran a hacerle demostrar una especial ferocidad antisemita, que se hizo leyenda.

Incluso alguien como Frick –que fue ministro del Interior nazi y sería ajusticiado en Núremberg por crímenes contra la humanidad– sentía tal aversión por “el asesino Heydrich”, como lo llamaba, que llegó a prohibirle la entrada en su Ministerio. Heydrich aparece como el nazi que siempre estaba allí.

Participó en el incendio del Reichstag, en el proyecto de los campos de concentración y en la planificación y ejecución de las dos noches que los nazis hicieron célebres, la de los Cuchillos Largos, en la que las SS se deshicieron de sus hasta entonces compañeros de las SA, y la de los Cristales Rotos, pistoletazo de salida para el Holocausto, del que Heydrich fue uno de los más aplicados y devotos artífices.

En las afueras de Kiev, capital de Ucrania, tuvo lugar en septiembre de 1941 el asesinato de casi 35.000 personas –33.771 de ellas, judías– por orden de “la Bestia Rubia” - Álbum

Él y su amo Himmler diseñaron y presidieron los Einsatzgruppen, tropas de eliminadores que ejercían a discreción el asesinato sistemático de judíos, gitanos y sospechosos de resistencia en los territorios recién ocupados por el Reich. Mataron a centenares de miles sin dejar la menor constancia.

El más sonado de sus crímenes tuvo lugar cerca de Kiev, en Babi Yar, con el resultado de 35.000 asesinatos a sangre fría. Heydrich, muy satisfecho de sus éxitos como genocida, fue quien organizó y monopolizó la famosa Conferencia de Wannsee donde, entre copas de licor y pastelillos, unos tipos cultos y bien vestidos adornados con insignias nazis debatieron científicamente acerca de los procedimientos más rápidos y económicos para exterminar del modo más rápido y económico posible a varios millones de hombres, mujeres, niños y ancianos por el simple delito de pertenecer a otra raza.

Primeros planes para liquidarlo

De modo que, en octubre de 1941, cuando fue enviado a Praga como Protektor del Reich, ya era conocido como “la Bestia Rubia”. Alarmado, el gobierno legítimo checo exilado en Londres trazó junto a los servicios secretos británicos un plan para asesinarlo, al que llamaron Operación Antropoide por razones obvias.

A ese fin fueron escogidos dos militares checos, Jozef Gabčík y Jan Kubiš, que recibieron entrenamiento por el Servicio de Operaciones Especiales y saltaron en paracaídas cerca de Praga la noche del 28 de diciembre. En la capital checa recibieron ayuda de los grupos de la Resistencia interna, estudiaron minuciosamente los movimientos de Heydrich y trazaron varios planes para eliminar al “antropoide” en cuestión.

Escena en el film El hombre del corazón de hierro - DE APLANETA

En un primer momento, pensaron en la posibilidad de matarlo en un tren, pero se disuadieron ellos mismos tras analizar las complicaciones que acarreaba. Llegaron a la conclusión de que sus únicas posibilidades de éxito pasaban por llevar a cabo el atentado durante los inevitables recorridos en automóvil entre la residencia oficial de Heydrich y su despacho en el Castillo de Hradčany, a pesar de que constantemente viajaba acompañado por una escolta de seguridad.

El inconveniente era que, en esas condiciones, se enfrentarían con el problema añadido de abatir un blanco en movimiento, y si fallaban sería imposible intentarlo una segunda vez. De manera que se les ocurrió tender un cable de acero atravesando la carretera en el tramo de bosque que debía recorrer Heydrich, con la intención de tensarlo en el momento exacto en que pasara su Mercedes y ametrallarlo aprovechando los primeros momentos de confusión.

Lo intentaron, pero sin éxito. No tenían suficiente información acerca de los movimientos de su víctima, así que tendieron el cable y esperaron horas y horas sin que apareciera, hasta que llegó una orden de la Resistencia ordenándoles regresar a Praga.

Un giro hacia el populismo

El último recurso al que se agarraron Gabčík y Kubiš fue realizar el atentado en la propia ciudad, para lo cual estudiaron minuciosamente los desplazamientos de su enemigo en busca del mejor punto para llevar a cabo la temeraria acción.

Por entonces, habían transcurrido nada menos que cinco meses desde que saltaron en paracaídas, y en ese tiempo se habían producido novedades de importancia. Tras barrer a los opositores y reducir al mínimo la resistencia interior, Heydrich empezaba a aparecer en algunos ámbitos checos –contra todo pronóstico– como un benefactor.

El pueblo checo de Lídice fue falsamente relacionado con el atentado. El Führer ordenó su completa destrucción - Getty Images

Lo cierto es que el Reich necesitaba la producción industrial checa para alimentar su inagotable sed de armamento, y Heydrich llegó a la conclusión de que, para incrementar esa producción y disminuir el número de sabotajes, era preferible tener contentos a obreros y campesinos.

Así que dictó una serie de medidas muy populistas que mejoraron sustancialmente las condiciones de los trabajadores y les hicieron mirar con otros ojos a sus ocupantes. Esto se veía con preocupación tanto por el gobierno checo en el exilio cuanto por los aliados, y no les faltaban razones.

El “Carnicero de Praga” cae en la trampa

La mañana del 27 de mayo de 1942, Heydrich se levantó todavía más satisfecho de sí mismo que de costumbre. La víspera había conseguido su designio profundo como Protektor, que no era otro que convencer a los dirigentes títeres checos para entrar en la guerra al lado de los alemanes. Aquello suponía enfrentarse a una jornada de mucho trabajo (y de mucha gloria), de manera que se apresuró a llegar a su castillo-oficina prescindiendo de la escolta habitual.

El monstruo estaba exultante: aquella hazaña política iba a encumbrarle más todavía ante los ojos de Himmler y del mismísimo Führer. Cuando su reluciente Mercedes llegó a la altura del Hospital de Bulovka, había dos personas esperando en la parada del tranvía. Eran Gabčík y Kubiš y estaban dispuestos a todo. Gabčík se plantó delante del vehículo y desenfundó su metralleta Sten.

Pero el arma se encasquilló, y Heydrich, envalentonado, mandó parar a su chófer y se levantó del asiento para disparar a Gabčík con su propia pistola. En ese momento, Kubiš le arrojó una potente granada anticarro, pero falló al lanzarla, de modo que estalló fuera del coche hiriendo en la cara al propio Kubiš.

Sin embargo, algunos fragmentos de metralla perforaron la carrocería y el asiento, hiriendo a Heydrich, pero no mortalmente. El antropoide herido salió del coche disparando y trató de perseguir a Kubiš, pero se desplomó.

Aunque sus heridas no eran graves, una parte del relleno de su asiento hecho de crines de caballo había penetrado en su cuerpo junto a la metralla, lo que le produjo una violenta septicemia de la que murió una semana más tarde.

Matar después de morir

Tras el atentado, las SS desplegaron toda su capacidad para encontrar a los responsables. No lo hubieran conseguido de no ser por Karel Čurda, un miembro de la Resistencia que los delató a cambio de un millón de marcos. La familia Moravec, que les había dado asilo, recibió a la Gestapo a las 5 de la mañana.

La madre pidió permiso para entrar en el cuarto de baño y se tragó de inmediato una cápsula de cianuro. A su hijo Ata, las SS lo torturaron todo un día, y luego lo emborracharon antes de mostrarle la cabeza de su madre metida en un cubo.

Funeral de Estado en Berlín. El ataúd de Heydrich fue llevado en tren a la capital alemana y el 9 de junio de 1942 se le rindieron los máximos honores, en una ceremonia a la que asistieron Himmler, su mentor, y Hitler, que lo condecoró a título póstumo - AGE

El chico no lo soportó y reveló al fin el escondite de Gabčík y Kubiš en la cripta de la iglesia de los Santos Cirilo y Metodio de Praga, donde se defendieron hasta el último aliento y se llevaron por delante a 14 miembros de las SS. Cuando murió Reinhard Heydrich, Adolf Hitler puso el grito en el cielo.

Barajó la posibilidad de un escarmiento masivo y espeluznante, pero luego se contentó con la muerte de los responsables y sus familias, así como la destrucción completa del pueblo de Lídice, en donde todos los hombres fueron pasados por las armas, las mujeres deportadas y los niños repartidos entre familias de jerarcas nazis. En total, unas 5.000 víctimas. Así que el antropoide asesino no cesó de matar incluso después de morir.

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