En 2011, durante las excavaciones preventivas para la construcción de la Biblioteca Universitaria de Osijek (Croacia), los arqueólogos hallaron una estructura que los desconcertó desde el primer momento. Se trataba de un antiguo pozo que, reutilizado como fosa común, contenía los esqueletos de siete varones adultos. Datados entre mediados y finales del siglo III d.C., estos cuerpos depositados en la antigua ciudad romana de Mursa (Colonia Aelia Mursa) se han convertido en un testimonio excepcional de la violencia y la descomposición social que acuciaron al Imperio romano durante la llamada Crisis del siglo III.
Un reciente estudio multidisciplinar basado en análisis arqueológicos, antropológicos, isotópicos y genéticos lanza ahora una nueva hipótesis al respecto. Los datos parecen indicar que aquellos hombres fueron soldados romanos muertos violentamente durante la batalla de Mursa (ca. 260 d.C.). La investigación, firmada por Mario Novak y su equipo del Instituto de Investigación Antropológica de Zagreb, ha permitido reconstruir la biografía de estos individuos a través de las huellas físicas de una guerra civil del pasado.

Mursa: una ciudad romana en la frontera del Imperio
La colonia de Mursa, una de las ciudades más prósperas del Danubio, se fundó en el siglo I d.C. y pronto se convirtió en enclave estratégico del limes pannónico. Su ubicación en la ribera sur del Drava, junto a un importante cruce de caminos y un puente militar, la convirtió en un punto clave para el comercio y la defensa del Imperio romano. Bajo Trajano y Adriano, alcanzó rango colonial y prosperó hasta su devastación durante las guerras marcomanas.
Sin embargo, a mediados del siglo III, Mursa se convirtió en escenario de los enfrentamientos entre los emperadores rivales que caracterizaron la Crisis del siglo III (235–284 d.C.), un periodo marcado por las rebeliones, las invasiones bárbaras y las epidemias. En el año 260 d.C., el emperador Galieno se enfrentó en sus inmediaciones al usurpador Ingenuo, en una batalla poco documentada, pero descrita por las fuentes como una auténtica carnicería entre las facciones de los soldados romanos.

El hallazgo: un pozo convertido en tumba
El pozo, catalogado bajo la sigla SU 233/234, cuenta con unos dos metros de diámetro y tres de profundidad, y se hallaba en el recinto de las antiguas instalaciones militares de la ciudad. En su interior, aparecieron siete esqueletos completos, dispuestos en distintos niveles, sin indicios de haber recibido sepultura formal ni presencia de ajuares.
El radiocarbono confirmó que todos se depositaron en un corto intervalo de tiempo, mientras una moneda acuñada en Viminacium bajo el emperador Hostiliano (251 d.C.) proporcionó un marcador cronológico preciso. Según los investigadores, las dataciones coincidirían plenamente con la batalla de Mursa de 260 d.C. Han descartado, pues, cualquier vínculo con la posterior contienda del año 351.
El análisis estratigráfico, por otro lado, mostró que los cuerpos se habían arrojado al pozo en un mismo episodio, aún con tejidos blandos, y que el pozo se colmató inmediatamente después. Esta disposición sugiere una inhumación apresurada, quizás para evitar que la descomposición de los cuerpos pudiera desatar una epidemia o por simple necesidad logística tras una matanza masiva.

Siete hombres jóvenes, fuertes y con señales de violencia en sus cuerpos
Los análisis osteológicos revelaron que todos los individuos eran varones adultos, cuatro jóvenes (18–35 años) y tres de mediana edad (36–50). Su estatura media rondaba 1,72 m, es decir, superaba la de la población local. Además, esta altura coincide con los estándares de reclutamiento del ejército romano según Vegetio, quien situaba la talla ideal del legionario entre 1,70 y 1,77 m.
Los esqueletos muestran signos de robustez muscular e inserciones tendinosas (entesopatías) marcadas, indicativas de una vida de esfuerzo físico intenso. Las vértebras con nódulos de Schmorl y las lesiones por sobrecarga, por otro lado, sugieren entrenamientos prolongados y un uso repetido de armamento pesado.
En tres individuos, se identificaron heridas ante y perimortem compatibles con lesiones de combate. Presentaban fracturas costales, cortes en el húmero y la caja torácica, así como perforaciones provocadas por armas punzantes o proyectiles. El individuo SK 4, de unos 35 años, presentaba una herida penetrante en el esternón y otra en el húmero izquierdo, ambas sin señales de curación, lo que indica que murió en un combate cuerpo a cuerpo. SK 5, otro de los individuos, tenía una lesión de arma en la pelvis, causada, quizás, por una lanza o proyectil disparado por detrás.

Enfermedad, hambre y agotamiento
Además de las heridas, los siete individuos compartían un mismo rasgo patológico: una reacción periostal activa en la superficie interna de las costillas, signo de una infección pulmonar aguda. Los investigadores han interpretado este dato como evidencia de que los soldados padecieron enfermedades respiratorias, como la neumonía o la tuberculosis, quizá exacerbadas por las condiciones insalubres de la campaña y el hacinamiento tras la batalla.
También se detectaron marcas de estrés fisiológico infantil, como hipoplasias del esmalte dental y porosidades craneales, indicativas de episodios de desnutrición o enfermedad durante la niñez. En conjunto, los datos nos devuelven la biografía parcial de unos hombres duros, criados en entornos difíciles y sometidos a grandes esfuerzos físicos.
Lo que cuentan los isótopos y el ADN
El estudio genético aportó un dato aún más revelador. Los individuos no compartían ascendencia, sino que sus orígenes representaban un mosaico. Algunos mostraban afinidades con poblaciones del norte y centro de Europa (Dinamarca, Polonia, Alemania), otros con el Mediterráneo oriental (Grecia y Anatolia), y uno más con la estepa póntica. Esta diversidad genética coincide con la práctica romana de reclutar tropas auxiliares tanto de diferentes regiones del Imperio como de territorios bárbaros aliados. En contraste, los habitantes romanos contemporáneos de Mursa analizados en otros contextos arqueológicos sí conservaban una continuidad genética con la población de la Edad del Hierro local, lo que subraya el carácter foráneo del grupo enterrado en el pozo.

Un pozo convertido en testimonio histórico
Según el equipo de investigación, todos los datos convergen en una hipótesis convincente. Los siete hombres fueron soldados que murieron en el enfrentamiento de Mursa en 260 d.C., ya fuera como parte del ejército del usurpador Ingenuo o de las tropas leales a Galieno. La ausencia de ritos funerarios y el entierro precipitado concuerdan con el caos posterior a una batalla.
El estudio sugiere que la fosa de Osijek constituye la primera evidencia arqueológica directa de aquella contienda, hasta ahora conocida solo por fuentes escritas. Además, confirma que el ejército romano del siglo III estaba constituido por individuos de orígenes muy diversos, una realidad genética que confirma la progresiva internacionalización de las fuerzas imperiales.
Referencias
- Novak, M., Yavuz, O. E., Carić, M., Filipović, S. y Posth, C. 2025. "Multidisciplinary study of human remains from the 3rd century mass grave in the Roman city of Mursa, Croatia". PLOS One, 20(10), e0333440. DOI: https://doi.org/10.1371/journal.pone.0333440