El concepto de inteligencia ha sido objeto de debate durante siglos. La pregunta de si la inteligencia es innata y fija o si puede desarrollarse a lo largo de nuestra vida ha sido discutida por científicos y filósofos desde hace décadas.
A finales del siglo XIX y principios del XX, el psicólogo francés Alfred Binet planteó una nueva perspectiva sobre este tema, argumentando que la inteligencia no es una cantidad fija y que puede moldearse mediante la educación y el entorno. Un enfoque revolucionario que, sin duda, influyó en la forma en que hoy entendemos y medimos la inteligencia.

¿Cómo comenzó a medirse la inteligencia?
La historia del estudio de la inteligencia se remonta a la publicación de ‘El origen de las especies’ de Charles Darwin en 1859, que introdujo la idea de la evolución y el debate sobre si las características humanas, incluida la inteligencia, estaban determinadas por la herencia genética o podían ser influenciadas por el entorno. Darwin sugirió que las especies evolucionan a través de un proceso de selección natural, lo que implicaba que los rasgos, incluida la inteligencia, podían cambiar con el tiempo en respuesta a las circunstancias.
Inspirado por las ideas de Darwin, su primo Francis Galton llevó a cabo pruebas sobre la capacidad cognitiva de aproximadamente 9.000 personas en Londres a principios de la década de 1880. En contraste, Galton concluyó que la inteligencia era hereditaria y estaba fijada al nacer, una opinión que influyó en las teorías eugenésicas que buscaban mejorar la humanidad mediante la selección genética. Por su parte, Wilhelm Wundt, otro pionero en el estudio de la psicología, desarrolló en la misma época el concepto de cociente intelectual (CI) y trató de medirlo, aunque sus métodos iniciales eran rudimentarios en comparación con los estándares actuales.

La revolución de Binet
Pero frente a estas teorías, Alfred Binet ofreció una visión alternativa. Antes de su incursión en la psicología, Binet estudió derecho y ciencias naturales, lo que le dio una base sólida en la observación científica y la experimentación.
Sin embargo, fue su interés por el desarrollo de sus dos hijas lo que lo llevó a investigar la inteligencia. Binet observó que la rapidez con la que sus hijas aprendían nuevas habilidades dependía en gran medida de la atención que prestaban y de su estado emocional, lo que lo llevó a concluir que la inteligencia no era una característica fija, sino un proceso dinámico influenciado por el entorno.
Al conocer las pruebas de inteligencia de Francis Galton, Binet decidió realizar sus propios estudios sobre las diferencias en las capacidades individuales entre diversos grupos, incluidos jugadores de ajedrez, matemáticos y artistas.

No obstante, su trabajo más significativo surgió en respuesta a un encargo del gobierno francés en 1904, que le pidió desarrollar un test para identificar a los niños con dificultades de aprendizaje, de manera que pudieran recibir una educación adecuada a sus necesidades.
En colaboración con el médico psiquiatra Théodore Simon, Binet desarrolló lo que se conoció como la escala Binet-Simon, una prueba diseñada para medir la inteligencia funcional de los niños. A diferencia de los intentos anteriores de medir la inteligencia, que se centraban en aspectos innatos y fijos, la escala Binet-Simon se basaba en la observación de que los niños adquieren habilidades a diferentes ritmos y que la inteligencia podía evaluarse en relación con otros niños de la misma edad. Esta escala, publicada por primera vez en 1905, fue revisada y mejorada en 1908 y 1911, y se convirtió en la base de muchos tests de inteligencia posteriores.
La inteligencia como un proceso dinámico
En concreto, para Binet, la inteligencia no era una característica estática, sino una mezcla de habilidades mentales que podían desarrollarse con el tiempo. Consideraba que la inteligencia de un niño “no es una cantidad fija”, sino algo que crece y cambia a lo largo del tiempo. Esto vino a contradecir la creencia, popularizada por otros psicólogos como Charles Spearman, de que la inteligencia estaba determinada por factores biológicos y era inmutable.
Binet sostenía que los resultados de sus tests solo podían ofrecer una visión temporal del desarrollo intelectual de un niño y que estos resultados podían cambiar con las circunstancias. Creía que la inteligencia podía desarrollarse a través de la educación y el esfuerzo, y que el entorno tenía un papel crucial en este proceso.
Según los expertos, esta perspectiva ha influido en el concepto moderno de “mentalidad de crecimiento”, que sugiere que las habilidades cognitivas no son fijas y que pueden mejorarse con el tiempo y la práctica.

Pero pesar de las intenciones de Binet, su trabajo fue malinterpretado y utilizado de maneras que él nunca previó. En 1908, el psicólogo estadounidense Henry H. Goddard llevó la escala Binet-Simon a Estados Unidos, donde la utilizó para identificar a los “débiles mentales” en un intento de promover la eugenesia y la esterilización forzada.
Más tarde, Lewis Terman modificó la escala y la rebautizó como la escala Stanford-Binet, que se utilizó no solo para identificar a los niños con dificultades de aprendizaje, sino también para clasificar a los estudiantes según sus capacidades para la formación profesional. Terman y Goddard creían que la inteligencia era hereditaria y fija, lo que contrastaba con la visión dinámica de Binet.

En todo caso, Binet, que rara vez se interesaba por los desarrollos de su trabajo fuera de Francia, condenó enérgicamente estas aplicaciones de sus pruebas. Criticó a aquellos que promovían la idea de la inteligencia como una constante única y defendió la necesidad de considerar el contexto y las circunstancias de cada individuo al evaluar su inteligencia.
Referencias:
- Simon T, Binet A (1911). 'La mesure du développement de l'intelligence chez les jeunes enfants'. Encyclopédie psychologique
- VV AA (2015). El Libro de...la Psicología (Akal)