El árbol de Newton existe todavía: la historia de la manzana que inspiró la gravedad

Bajo sus ramas retorcidas y aún frondosas en Woolsthorpe Manor, el viejo manzano de Newton sigue en pie más de tres siglos después. No es solo un vestigio botánico, sino un testigo vivo del instante en que una simple manzana cayendo abrió la puerta a una de las teorías más revolucionarias de la historia: la gravedad universal.
Fuente: ChatGPT / E. F.

Una tarde apacible en el jardín de una casa rural, una manzana cae de un árbol ante los ojos de un joven pensativo. Esa sencilla escena, según la famosa anécdota, encendió la chispa de una de las teorías científicas más importantes de la historia. El protagonista de la historia es Sir Isaac Newton y, el escenario, el huerto de su casa familiar en Woolsthorpe, Inglaterra, alrededor de 1666. De aquel momento surgiría la ley de la gravitación universal, y con ella la leyenda del “árbol de Newton”, un manzano cuyo fruto cambió nuestra comprensión del mundo.

Newton y la manzana de la gravedad

En 1665, Newton tenía 23 años y acababa de graduarse en el Trinity College de Cambridge. Sin embargo, ese año la Gran Plaga de Londres forzó el cierre de la universidad, por lo que Newton regresó a la finca de su madre en Woolsthorpe, Lincolnshire, para pasar allí una temporada. Lejos de la vida académica formal, el joven científico aprovechó este retiro forzado para desarrollar algunas de sus ideas más brillantes en matemáticas, óptica y física. A este período de aislamiento (1665-1666) se lo conoce como el annus mirabilis de Newton, su “año milagroso”, en el que sentó las bases de sus futuros descubrimientos.

Fue durante aquella estadía en Woolsthorpe cuando ocurrió la célebre caída de la manzana. Newton más tarde contaría que mientras se hallaba meditando en el jardín, vio caer una manzana de una rama. Este simple hecho desató en su mente una pregunta revolucionaria: ¿Por qué la manzana siempre cae directamente hacia el suelo, y no de lado o hacia arriba? Newton intuyó que debía existir una fuerza que atrajera la manzana hacia la Tierra. En conversaciones posteriores con amigos, Newton explicó que aquella reflexión le llevó a pensar que la atracción de la gravedad podría extenderse más allá de la copa del árbol, incluso hasta la Luna. Si la fuerza gravitatoria se extendía hasta la órbita lunar disminuyendo con la distancia, quizás sería la misma fuerza que mantiene a la Luna girando alrededor de la Tierra. Esa fue la semilla de la idea de la gravitación universal.

Con el tiempo, Newton desarrolló rigurosamente esta teoría. Veinte años después de la anécdota de la manzana, en 1687 publicó su obra Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica, donde formuló la ley de la gravitación universal junto con las famosas leyes del movimiento. La historia de la manzana, no obstante, perduró como símbolo del instante inspirador. Newton nunca afirmó que la fruta le golpeara la cabeza (esa parte es un mito humorístico agregado posteriormente), pero sí relató en varias ocasiones que observar la caída de una manzana fue el detonante que orientó sus pensamientos sobre la gravedad. Su sobrina Catherine Barton transmitió la historia al filósofo Voltaire, quien la difundió en 1727; y su amigo William Stukeley dejó por escrito en 1752 las palabras del propio Newton recordando cómo “la idea de la gravitación se le abrió en la mente a raíz de la caída de una manzana, mientras estaba sentado meditando”. Aquella manzana imaginaria se convirtió así en icono universal de la eureka científica.

El árbol de Woolsthorpe: un manzano con historia

La tradición local identificó pronto cuál era el árbol protagonista de la anécdota en el jardín de Woolsthorpe Manor. Se trataba de un viejo manzano doméstico de la variedad Flower of Kent (conocida en español como “Flor de Kent”). Es un tipo de manzana verde de pulpa harinosa y sabor ligeramente ácido, utilizada principalmente para cocinar. A pesar de no ser una fruta particularmente sabrosa, este ejemplar pasó a la fama por asociación con Newton.

El manzano de Newton, plantado a mediados del siglo XVII (hacia 1650 según estimaciones), ha logrado sobrevivir varios siglos contra viento y marea. A inicios del siglo XIX, un vendaval partió y derribó parcialmente el árbol (se cita una tormenta alrededor de 1816-1820 que lo tumbó). Los habitantes de Woolsthorpe, conscientes del valor histórico del árbol, rescataron trozos de madera como recuerdo e incluso tallaron con ellos algunos objetos conmemorativos (se dice que hasta hicieron una silla de madera del manzano). Lo más importante: el tronco no murió. Desde la base derribada brotaron nuevos retoños, y el antiguo manzano logró rebrotar y seguir creciendo. Dibujos de la época mostraban al árbol echando nuevas ramas, y esas mismas raíces originales continúan dando sustento al manzano hasta hoy.

Actualmente el venerable árbol sigue en pie en el jardín de Woolsthorpe Manor, que se ha convertido en un museo dedicado a Newton. El manzano presenta un aspecto retorcido y añoso, pero aún da hojas y frutos cada temporada, asombrando a visitantes de todo el mundo. Ha sido reconocido como parte del patrimonio histórico natural de Inglaterra. De hecho, en 2002 la reina Isabel II lo incluyó en la lista de los 50 “grandes árboles británicos” dignos de protección nacional. Quienes visitan Woolsthorpe pueden ver el famoso árbol (identificado con un cartel) y fácilmente imaginar a un joven Newton reflexionando bajo su sombra hace más de 350 años. Es un monumento vivo a la historia de la ciencia.

El árbol de Newton en Woolsthorpe. Fuente: Wikipedia

Esquejes, injertos y el legado vivo del manzano

El árbol de Newton no solo se conserva, puesto que también se ha multiplicado. Dado su valor simbólico, desde el siglo XIX se han obtenido esquejes y retoños por injerto para propagar este manzano singular en otros lugares. Poco después de la caída del árbol, en 1820 se plantó un esqueje del original en los jardines de la cercana finca Belton Park (propiedad del Lord Brownlow). Años más tarde, en el siglo XX, viveros especializados como la estación de investigación frutícola de East Malling (en Kent) tomaron descendientes de ese linaje para reproducir el manzano de Newton. Al propagarse por vía vegetativa (gajos injertados) y no por semilla, todos estos árboles son clones genéticos exactos del árbol de Woolsthorpe. En esencia, son el mismo árbol viviendo en distintos sitios, una extensión biológica de aquel manzano inspirador.

Gracias a estas iniciativas, hoy la “familia” del manzano de Newton se extiende por el mundo. Existen ejemplares confirmados en todos los continentes salvo la Antártida, principalmente en instituciones educativas y científicas que los han adoptado como símbolo de inspiración. En Cambridge, alma máter de Newton, se plantó en 1954 un esqueje junto a la entrada del Trinity College (precisamente bajo la ventana de la habitación que Newton ocupó de estudiante). Durante décadas ese árbol de Cambridge creció frondoso y recordaba a estudiantes y visitantes la historia de la manzana; incluso fue distinguido en 2012 como árbol notable del país. Lamentablemente, sucumbió a otra tormenta (el huracán Eunice de 2022), pero su madera se ha reutilizado en proyectos artísticos para conservar su memoria. Otro descendiente de Newton florecía no muy lejos, en el Jardín Botánico de la Universidad de Cambridge, confirmado por expertos como clon directo gracias a pruebas genéticas.

Manzanas provenientes del árbol de Newton. Fuente: Wikipedia

Fuera de Cambridge, el legado botánico de Newton ha echado raíces en diversos lugares. En Inglaterra hay manzanos de Newton en la Universidad de York, en la Universidad de Loughborough (cercana a Woolsthorpe) y en instituciones científicas como el National Physical Laboratory de Londres o el Observatorio de Herstmonceux en Sussex, entre otros. Europa continental también tiene su “árbol de la gravedad”: un ejemplar plantado en la Technische Hochschule de Wildau, en Alemania. Al otro lado del Atlántico, Estados Unidos alberga más de una docena de clones del manzano de Newton, muchos en campus universitarios de prestigio. Por ejemplo, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), la Universidad Stanford en California, la Universidad de Wisconsin y varias más poseen cada una su retoño del árbol original. También en Canadá, Argentina, Japón, Australia, China, Corea… prácticamente allá donde haya un centro académico importante, es posible que un manzano Flor de Kent conmemore el aporte de Newton. En países de clima muy cálido algunos intentos no prosperaron (en la India tres árboles acabaron muriendo por las condiciones tropicales), pero en climas templados estos clones han crecido con éxito. Incluso en México existe uno: en 1994 el laboratorio nacional de metrología (CENAM) recibió como obsequio un injerto de Newton desde el NIST de Estados Unidos, simbolizando la amistad científica entre ambas instituciones.

No contento con tener “hijos” en la Tierra, el manzano de Newton ¡también ha viajado al espacio! En 2010, astronautas llevaron un pequeño fragmento de la corteza del árbol en una misión del transbordador Atlantis, como parte de la conmemoración del 350º aniversario de la Royal Society de Londres. Y en 2015, semillas del famoso manzano fueron enviadas a la Estación Espacial Internacional en la misión Principia (bautizada así en honor a Newton). Tras orbitar el planeta, esas semillas regresaron y germinaron en suelo terrestre. Los plantones resultantes, verdaderos “manzanos espaciales”, fueron subastados en 2023 para recaudar fondos destinados a cuidar Woolsthorpe Manor. De este modo, la inspiradora historia de Newton y su árbol literalmente ha alcanzado dimensiones universales.

El valor pedagógico de las anécdotas científicas

Las anécdotas que acompañan a los grandes descubrimientos suelen estar rodeadas de adornos y exageraciones, pero cumplen un papel decisivo en la transmisión del conocimiento. Funcionan como relatos breves y memorables que permiten fijar en la memoria ideas abstractas. El caso del árbol de Newton y la manzana es uno de los más célebres, aunque no es el único. Se cuenta, por ejemplo, que Arquímedes gritó “¡Eureka!” al descubrir en su bañera el principio que lleva su nombre. Aunque probablemente la escena nunca ocurrió tal cual, la imagen del sabio griego saltando desnudo por las calles de Siracusa permanece como un recurso didáctico tan potente que sigue apareciendo en manuales escolares.

Otro ejemplo igualmente recordado es la cometa de Benjamin Franklin durante una tormenta, con la que supuestamente demostró la naturaleza eléctrica de los rayos. La escena de Franklin sujetando un hilo con una llave metálica bajo el cielo tormentoso ha quedado grabada en la cultura popular, pese a que la experiencia real fuera menos dramática y más peligrosa de lo que se suele narrar. Estas historias, al igual que la de Newton bajo su árbol, ilustran cómo la ciencia se convierte en memoria colectiva gracias a imágenes narrativas que, aunque imperfectas desde el punto de vista histórico, transmiten la esencia de los descubrimientos de manera clara y accesible.

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  • Carlos Barceló Serón