La ingeniería imposible de los faraones: secretos de las construcciones más enigmáticas de los egipcios

Hace 4500 años, los egipcios levantaron pirámides y templos que desafiaron a la lógica y sobrevivieron al tiempo. Sin planos conservados ni manuales escritos, transmitieron un conocimiento práctico de generación en generación.
La ingeniería imposible de los faraones, secretos de las construcciones más enigmáticas de los egipcios
Los templos sagrados de Egipto: el simbolismo y la técnica detrás de su construcción. Fuente: iStock (composición).

Un usuario avanzado de internet puede aprender cómo funciona casi cualquier aparato. Además, es probable que en la red haya un vídeo tutorial que le enseñe a construírselo él mismo. Hoy, el conocimiento se ha diversificado tanto que prácticamente todo el mundo tiene acceso a todo. Pero cuando se levantaron las pirámides egipcias hace unos 4500 años, el saber era exclusivo de unos pocos y se transmitía de forma oral de maestro a aprendiz. No había rollos de papiro donde se explicara cómo levantar un bloque de quinientas toneladas o cómo perforar con paciencia el granito para vaciar un sarcófago. Ese conocimiento era práctico y se basaba en la experiencia adquirida durante generaciones.

Es habitual leer o escuchar que toda esa sabiduría se encontraba en la Biblioteca de Alejandría y que se perdió tras el incendio que sufrió esta en tiempos de Julio César. Pero puede que no fuera así. Los métodos de trabajo en el transporte de piedra, el desarrollo de planos para la construcción de edificios o los trabajos en las canteras para extraer material eran conocimientos que, para los egipcios, no tenía sentido poner por escrito y conservar. De lo contrario, habría llegado alguna copia hasta nosotros, al igual que se han preservado papiros médicos, matemáticos, mágicos y de otras muchas cuestiones. 

El icono de los iconos

Algo así debió de suceder con el paradigma de las antiguas construcciones egipcias, la Gran Pirámide que el faraón Keops ordenó erigir en la meseta de Guiza. Gracias a los textos, sabemos que fue este rey su impulsor hacia el año 2550 a. C. Según las últimas dataciones, su gobierno se prolongó durante unas tres décadas. Conocemos los lugares de donde proceden los bloques de caliza de la colosal construcción –la cantera de Tura– y los de granito –la cantera de Asuán–. Pero todo lo que rodea a cómo se construyó es aún mera suposición. La pregunta sigue esperando quien la responda: ¿cómo lo hicieron? 

Para resolver el enigma, lo mejor que podemos hacer es empezar por la elección de los emplazamientos. En el Egipto de los faraones, el espacio que iba a albergar una construcción era lo más importante. Antes que pensar en el tipo de edificio y su tamaño había que escoger cuidadosamente la ubicación, que no se elegía ni por las vistas ni por la facilidad que pudiera suponer para la ejecución de las obras. Cada sitio recreaba un escenario sagrado y divino; el lugar donde la divinidad se manifestaba a los mortales. 

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Los antiguos egipcios movían enormes bloques de piedra con trineos y agua sobre la arena. Fuente: Pixabay.

El significado de esos lugares se ha perdido, pero la sacralidad de los espacios que acogían templos o necrópolis es innegable. En el caso de la Gran Pirámide, conocemos por textos posteriores a Keops que la meseta de Guiza fue un centro de peregrinaje a lo largo de milenios, vinculado primero al culto del sol y luego a Osiris, el dios de la muerte. Allí debió de haber una suerte de horizonte mágico en el que los ritos de adoración al sol y al faraón como encarnación de la divinidad jugaban un papel importante. 

No conservamos planos de la Gran Pirámide, pero podemos imaginarnos cómo eran por los que sí nos han llegado de otros monumentos. Algunas tumbas de la necrópolis tebana, en el actual Luxor, ofrecen pistas al respecto. Poseemos papiros y ostraca –lascas de piedra caliza usadas como soporte para el dibujo– con los planos de varias tumbas del Valle de los Reyes. Contamos, entre otros, con uno casi completo de la tumba de Ramsés IX, y varios papiros del Museo Egipcio de Turín nos describen el interior de la que fue la última morada de Ramsés IV.

Pero estos planos de la dinastía XX (hacia 1000 a. C.) son meros bocetos que solo muestran el dibujo de las galerías o el trazado de las cámaras y los contenidos que pudieran albergar tras el funeral. Por desgracia, no hay referencias sobre las medidas de sus pasillos, la altura de las paredes o la orientación del monumento. Muy posiblemente, los planos con toda esta información existieron, pero el tiempo nos los ha arrebatado. 

No menos enigmático es saber quién los diseñaba. Si hablamos de arquitectos, la ambigüedad en los títulos empleados en Egipto nos plantea muchas dudas. No existía el término arquitecto, tal y como lo entendemos hoy. Tenemos que deducir que el cargo de jefe de las obras del faraón debía de ser ostentado por la persona que realizaba este tipo de tareas, pero no resulta seguro. Tres nombres protagonizan la historia egipcia en este campo. 

Tres reyes de la arquitectura 

El primero de ellos es Imhotep, mano derecha del faraón Zoser (2650 a. C.), a quien se le atribuye la construcción de la pirámide escalonada en Saqqara, el primer gran edificio de piedra de la historia. Poco después nos encontramos con el jefe de las obras del faraón Keops, Hemiunu, a quien se responsabiliza de la Gran Pirámide, en cuyo sector oeste se encuentra su propia tumba. Mucho más clara es la función como arquitecto de Ineni.

En el texto autobiográfico que podemos leer en su tumba de Luxor, Ineni asegura que él realizó algunas de las ampliaciones del templo de Karnak para Tutmosis I (1525 a. C.) y, lo más importante, que fue elegido por ese mismo faraón para excavar en la roca de la montaña de Tebas la primera tumba del Valle de los Reyes: «Nadie oyó nada y nadie vio nada», nos relata Ineni para resaltar el total secretismo con el que se llevaron a cabo los trabajos. Por todo ello deducimos que este individuo era arquitecto, pero no deja de extrañar que también se nos presente como administrador de los graneros de Amón. 

Ineni se vanagloria de haber construido el sepulcro del faraón y ampliado sus templos, pero ese pavoneo es una excepción. Un ejemplo: el mencionado Hemiunu no saca pecho en su tumba señalando que él es el constructor de la Gran Pirámide de Keops. No nos dice absolutamente nada. 

Uno de los problemas que han traído de cabeza a los ingenieros desde que el arqueólogo inglés Flinders Petrie se acercara a él, a finales del siglo xix, es el trabajo de la piedra. El resultado salta a la vista. Del mismo modo que nos preguntamos cómo levantaron las pirámides, habría que preguntarse cómo pudieron trabajar piedras tan duras. 

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Las rampas, internas o externas, son la teoría más aceptada para explicar la elevación de bloques en las construcciones egipcias. Fuente: Pixabay.

Sin roca que se resista

La respuesta resulta más sencilla de lo que parece a simple vista. No reconocerla, en muchos casos, es una prueba más de nuestra arrogancia a la hora de afrontar estos enigmas históricos. Nuestra tendencia a comparar cómo lo hicieron ellos con cómo lo haríamos nosotros nos desvía por completo de la realidad. Los antiguos egipcios emplearon herramientas de cobre, sierras, cinceles, mazos de madera o bolas de dolerita o granito negro, una roca durísima. Con ellas podían rebajar y perforar el granito. 

Se trata de un proceso muy lento y costoso, pero el resultado es prodigioso, como podemos admirar todavía. Estas herramientas han llegado hasta nosotros y, lo más importante de todo, también contamos con minuciosas y realistas representaciones de los talleres y de las canteras en donde se nos describe el trabajo con la piedra y su posterior transporte. 

Se piensa que el cobre es un metal blando y que no puede utilizarse para cortar materiales como el granito. Sin embargo, el cobre endurecido puede ser un arma extraordinariamente dura, tanto como el hierro. Prueba de ello es que en muchos de los bloques han quedado las marcas dejadas por la herramienta; huellas que coinciden con las logradas en investigaciones de arqueología experimental modernas con las que se ha reproducido al detalle el trabajo de los antiguos talleres. No, no usaban rayos láser ni licuaban la piedra, como algunos proclaman.

Denys Allen Stocks, un ingeniero y egiptólogo de Mánchester, es tal vez la persona que mejor ha trabajado este asunto. A partir de réplicas exactas de las herramientas descritas en las tumbas, ha podido reproducir paso a paso el vaciado, por ejemplo, de un bloque de granito para crear un sarcófago, o el cortado de un enorme sillar de piedra caliza destinado a una gran pirámide.

Batir el cobre 

En opinión de Stocks, los antiguos egipcios empleaban principalmente dos tipos de herramientas de cobre. Por un lado se encuentran las sierras, algunas de las cuales se han preservado en muy buen estado; y por otro, los tubos dentados para vaciar, herramientas que solo conocemos por sus antiguas representaciones. 

Grosso modo, para fabricar un sarcófago de granito primero se extraía la piedra de la cantera, seguramente usando cuñas de madera humedecidas que iban resquebrajando la veta poco a poco. Después, el bloque se perfilaba con sierras de cobre. Una vez obtenido un sillar del tamaño deseado, se vaciaba su interior por medio de tubos de cobre que iban penetrando en la piedra con la ayuda de un arco. 

Al sacar el tubo, dentro quedaba un tarugo que se rompía fácilmente con un mazo y dejaba un espacio vacío. Repitiendo esta operación a lo largo de todo el interior se conseguía vaciar por completo el sarcófago. El resultado final se obtenía con el pulido de la piedra mediante arena y otros abrasivos, que eliminaban todas las impurezas y dejaban un aspecto reluciente. 

Este proceso que se explica en unas pocas líneas llevaba muchos meses de exigente y tedioso trabajo. En la actualidad, una sierra con punta de diamante puede cortar un bloque de granito en pocas horas, pero hace 4500 años el trabajo era increíblemente más lento. Al basarse en herramientas de cobre, el afilado y la puesta a punto debían ser continuos. 

Finalmente, «solo» quedaba mover los bloques desde las canteras o los talleres de los artesanos hasta la ubicación que se había determinado. Aunque parezca mentira, de este dato contamos con más información que de cualquier otra fase de la construcción. Y debemos tener clara una cosa: hay que olvidar la idea legendaria de cientos de esclavos arrastrando los sillares sobre rodillos de madera, forzados a latigazos. La información de las aldeas de constructores de las pirámides que ha llegado hasta nosotros nos habla de obreros muy cualificados y bien remunerados. De lo contrario, no podríamos explicarnos la extraordinaria precisión en el acabado del monumento. 

Pirámides
Los obreros de las pirámides eran trabajadores egipcios especializados y bien remunerados, no esclavos. Fuente: Pixabay.

Transportistas de alto nivel 

Contamos con varias representaciones en donde se aprecia con claridad cómo era el transporte de los bloques. En Deir El-Bersha, la tumba de Djehutihotep, un importante personaje que vivió hace casi 4000 años, nos muestra a cerca de 180 obreros, repartidos en cuatro hileras, arrastrando un enorme coloso de piedra.  

Lo hacen sobre un trineo. En el regazo del coloso, un hombre marca el ritmo del arrastre y a los pies de la figura podemos contemplar a otro obrero que se encarga de derramar líquido sobre la arena de la calzada para evitar que el trineo se queme por la fricción. No es el único ejemplo del empleo de trineos incluso para pequeños bloques de piedra. En Guiza, la conocida tumba de Idu, un funcionario real, también cuenta con una imagen similar. 

Pero existían otros bloques mucho más grandes, como el obelisco inacabado de Asuán, que tiene 42 metros de longitud y pesa casi 1300 toneladas. Ni los egiptólogos ni los ingenieros tienen la menor idea de cómo pretendían moverlo hasta su emplazamiento.

Una vez fabricados los bloques y transportados hasta el lugar en donde se iban a usar, quedaba otra complicada tarea: colocarlos en su sitio. 

Sabemos que las pirámides se orientaban según los puntos cardinales o hacia los equinoccios, en función de la posición de ciertas estrellas. Lo que desconocemos aún es cómo se construían. 

Existen decenas de teorías, muchas descabelladas, pero lo cierto es que solo podemos intuir la fórmula. Lo más aceptado y probable es que se apoyaran en el uso de rampas, pero infinidad de preguntas permanecen sin respuesta. Algunas son tan aparentemente sencillas como saber cómo hacían girar las piedras en las rampas al llegar a una esquina. Parece sencillo, pero cuando la arqueología experimental intentó hacerlo en los años 90 en una maqueta de casi 20 m de alto de la Gran Pirámide, los bloques se venían abajo. 

Cuesta arriba

Algunos textos antiguos citan las rampas como el método empleado para subir los bloques a medida que la pirámide crecía en altura. Incluso la tumba en Luxor de Rejmira, noble cortesano de la XVIII dinastía, parece representar la erección de una rampa en la construcción de un edificio. Restos de una de ellas se han encontrado junto a la Gran Pirámide en Giza.

El ingeniero francés Jean-Pierre Houdin, famoso por sus novedosas teorías sobre la forma de erigir estos descomunales monumentos, ha propuesto recientemente la existencia de una rampa interior; no deja de ser una hipótesis más, muy plausible pero igual de indemostrable que el resto. 

Como dice el egiptólogo estadounidense Mark Lehner, cuando hablamos de la construcción de pirámides y otros grandes edificios faraónicos, quizá olvidamos el factor más importante: el tiempo. Y lleva razón: ¿qué prisa tienes cuando estás trabajando para la eternidad?

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