Hoy resulta impensable hablar de física, biología o astronomía sin referirse a quienes las practican como "científicos". Sin embargo, este término no ha existido desde siempre. La palabra "científico", tal como la usamos hoy, es una creación del siglo XIX, nacida en un contexto de profundas transformaciones culturales y lingüísticas. Su adopción, que resultó lenta y levantó polémicas, comenzó como una especie de broma intelectual.
La necesidad de un nuevo nombre para los estudiosos de la naturaleza
Durante siglos, quienes se dedicaban al estudio de la naturaleza recibieron el nombre de "filósofos naturales". Esta designación reflejaba una continuidad con la tradición filosófica clásica, en la que el estudio del mundo físico formaba parte de un saber unitario. Hacia el siglo XIX, sin embargo, el creciente desarrollo especializado de las ciencias hizo patente la necesidad de una nueva terminología. La palabra "filósofo" empezaba a resultar inadecuada para describir a los nuevos practicantes de las disciplinas experimentales, técnicas y cuantitativas.
El problema se manifestaba tanto en lo lingüístico como en lo social. El prestigio de la filosofía declinaba en comparación con los logros visibles de las ciencias aplicadas, mientras que los científicos, como grupo, buscaban una identidad profesional propia. Aunque el término "hombre de ciencia" (man of science en inglés) era de uso común en el ámbito anglosajón, no resolvía del todo el problema de dar con una designación coherente y moderna.

La invención del término "scientist" en inglés
El momento clave llegó en 1834, cuando William Whewell —polímata, filósofo y reformador de la Universidad de Cambridge— escribió una reseña anónima del libro On the Connexion of the Physical Sciences, obra de Mary Somerville, en la revista Quarterly Review. En esa reseña, relataba un episodio ocurrido durante una reunión de la recién fundada British Association for the Advancement of Science, en 1833.
Durante esa reunión, el poeta y filósofo Samuel Taylor Coleridge expresó que el término "filósofo" resultaba demasiado amplio y, por ello, debía reservarse para aludir a una categoría más elevada del pensamiento. Fue entonces cuando, medio en serio y medio en broma, Whewell propuso que, al igual que el vocablo artist ("artista") deriva de art ("arte"), bien podría derivarse scientist ("científico") a partir de science ("ciencia"). La sugerencia, que se consideró una mera boutade, se acogió con escepticismo, pero dejó huella.
Con todo, la elección del término seguía la lógica lingüística. Whewell se inspiró en la estructura morfológica de la lengua inglesa y en su interés por la precisión terminológica. Scientist ofrecía una denominación que captaba el carácter empírico y práctico del nuevo saber, sin recurrir a las categorías tradicionales de la filosofía.

Recepción y resistencias
Los estudiosos, sin embargo, se resistieron a aceptar el término scientist. En la Inglaterra victoriana, muchos consideraban que la palabra resultaba vulgar, innecesaria o incluso "demasiado americana". Figuras prominentes como Thomas H. Huxley (1825-1895) la rechazaron de forma explícita. En su lugar, preferían continuar usando expresiones como man of science, que evocaban una vocación más elevada y desinteresada.
La oposición al término también reflejaba una tensión entre la ciencia como vocación moral y la ciencia como profesión técnica. A muchos les parecía que "científico" implicaba una profesión más cercana a la ingeniería o al comercio, lo que desdibujaba la imagen romántica del sabio solitario.
Incluso hasta bien entrado el siglo XX, el término no se consolidó del todo en los países de habla inglesa. Solo a partir de las décadas de 1920 y 1930, "científico" comenzó a usarse con regularidad para designar a los investigadores en ciencias naturales. La profesionalización creciente de las disciplinas científicas, su institucionalización en universidades y laboratorios, y su papel durante las guerras mundiales contribuyeron a dotar de legitimidad el término.
La defensa del término: Fitzedward Hall
Un defensor poco conocido del término fue Fitzedward Hall, filólogo, orientalista y colaborador del Oxford English Dictionary. Este estadounidense afincado en Inglaterra dedicó gran parte de su vida a combatir la idea de que scientist fuese una corrupción del inglés. En 1895, publicó una defensa humorística e ilustrada del término, en la que representaba un diálogo ficticio entre Whewell y el espíritu de Huxley.
Hall consideraba que muchas de las objeciones al término provenían de un prejuicio lingüístico británico hacia los neologismos estadounidenses. Su labor filológica, centrada en defender la riqueza y evolución del idioma, ayudó a consolidar el término scientist como una designación legítima.

El redescubrimiento contemporáneo
Resulta interesante que la primera persona en ser llamada "científico" fuera, de forma indirecta, Mary Somerville, la autora del libro reseñado por Whewell. Aunque ella misma nunca usó ese término para autodefinirse, el hecho de que su obra motivara la invención del término resulta, cuanto menos, significativo. En una época en la que se excluía a las mujeres de las academias científicas, que una figura femenina se hallase en el origen mismo de este debate merece una mención.
No deja de ser irónico, además, que una palabra nacida como un chiste entre académicos victorianos haya llegado a convertirse en una insignia de prestigio social, influencia política y autoridad epistémica. Hoy, decir "científico" es invocar una legitimidad que va mucho más allá del laboratorio.

La modernidad del término "científico"
La palabra "científico" es un producto de la modernidad, resultado de las tensiones culturales, lingüísticas y sociales del siglo XIX. Su invención respondió a la necesidad de nombrar una nueva figura social: la del experto en ciencias naturales que ya no podía confundirse con un filósofo tradicional.
Su aceptación fue tardía y estuvo marcada por disputas ideológicas, profesionales y nacionalistas. Sin embargo, con el tiempo, el término se consolidó como uno de los más potentes de nuestro vocabulario contemporáneo. Hoy, en una era en la que el conocimiento científico ocupa un lugar central en la toma de decisiones públicas, repensar la historia del término "científico" nos invita a reflexionar sobre el poder del lenguaje y los valores que proyectamos al nombrar lo que consideramos un conocimiento válido.
Referencias
- Miller, D. P. (2017). The Story of ‘Scientist’: The Story of a Word. Annals of Science, 74(4), 255–261. https://doi.org/10.1080/00033790.2017.1390155
- Ross, Sydney. 1962. "Scientist: The story of a word." Annals of science, 18.2: 65-85. URL: https://link.springer.com/chapter/10.1007/978-94-011-3588-7_1