Durante mucho tiempo, la historia del poblamiento de América estuvo anclada a una idea aparentemente inamovible: que los primeros seres humanos cruzaron desde Asia hacia el continente hace unos 15.000 años, aprovechando el puente de tierra que unía Siberia y Alaska. Desde allí, la expansión hacia el sur habría sido progresiva, hasta alcanzar rincones tan lejanos como la Patagonia. Pero una nueva investigación publicada en la revista científica PLOS ONE plantea un escenario distinto, mucho más audaz y con implicaciones trascendentales: humanos viviendo en la región pampeana de Argentina hace más de 21.000 años.
El detonante de esta propuesta no fue un campamento prehistórico, ni una herramienta de piedra, ni una cueva decorada. Fue un animal. Concretamente, Neosclerocalyptus, un pariente gigante y acorazado del armadillo moderno que vivió durante el Pleistoceno. Sus restos aparecieron durante unas obras en la ribera del río Reconquista, en las afueras de Buenos Aires. Lo que parecía otro hallazgo paleontológico más pronto se convirtió en una pieza clave para repensar la llegada del ser humano al Cono Sur.
Marcas imposibles de ignorar
Al examinar los huesos del animal —especialmente la pelvis, las vértebras caudales y fragmentos del caparazón—, los científicos encontraron algo inusual: una serie de marcas rectas, profundas y con forma de “V”. En total, contabilizaron 32 incisiones perfectamente visibles, algunas en zonas del cuerpo donde se concentran los mayores paquetes musculares. Esto no solo sugería la acción de herramientas cortantes, sino también una intención: extraer carne.
Para verificar esta hipótesis, los investigadores aplicaron técnicas de escaneo tridimensional y análisis morfológicos avanzados. Compararon las marcas con las producidas experimentalmente por cuchillas de piedra y observaron una coincidencia notable. La disposición, profundidad y ángulo de los cortes no se correspondían con mordidas de carnívoros, ni con los efectos del pisoteo, ni con la erosión ambiental. Eran cortes hechos con herramientas. Por humanos.
Y aquí es donde la historia da un giro inesperado. El hueso pélvico de Neosclerocalyptus fue datado mediante radiocarbono y reveló una antigüedad de entre 21.090 y 20.811 años. Es decir, durante el punto álgido de la última glaciación, cuando gran parte del planeta estaba bajo el hielo y el continente americano aún se consideraba, en términos humanos, un territorio por descubrir.

Este hallazgo no es el primero que sugiere una presencia humana anterior a los 15.000 años en América. En la última década han aparecido pistas dispersas: huesos de perezosos modificados en Brasil, herramientas rudimentarias en México, e incluso huellas humanas en Nuevo México con fechas que se remontan a 23.000 años. Sin embargo, la mayoría de estas evidencias han sido cuestionadas o consideradas ambiguas. Lo excepcional del caso argentino es que, aunque tampoco se hallaron herramientas líticas asociadas, la calidad de las marcas y su patrón sistemático encajan de forma coherente con una secuencia de despiece.
Sin herramientas… ¿sin humanos?
La ausencia de herramientas es, no obstante, uno de los puntos más debatidos. Algunos arqueólogos consideran que sin la presencia de objetos claramente fabricados por humanos, es arriesgado confirmar una ocupación. Pero los investigadores del estudio recuerdan que solo se ha excavado una pequeña porción del sitio, y que las herramientas podrían estar todavía bajo tierra. La prioridad, ahora, es continuar la exploración.
Más allá del debate académico, lo relevante de este descubrimiento es su capacidad para forzar una reevaluación de lo que sabíamos —o creíamos saber— sobre la colonización del continente. Si hubo humanos cazando o carroñeando animales en el norte de la actual Argentina hace 21.000 años, ¿cómo llegaron hasta allí? ¿Qué rutas siguieron? ¿Hubo varias oleadas de migración y algunas se perdieron en el tiempo? ¿Estamos ante los descendientes de una primera entrada que fracasó, o de una que logró establecerse antes de que los glaciares comenzaran a retirarse?

Y aún hay más implicaciones. Neosclerocalyptus no era un animal pequeño. Medía casi dos metros de largo, pesaba unos 300 kilos y estaba protegido por un caparazón óseo. No se trataba de una presa fácil. Su caza, o al menos su aprovechamiento, indicaría cierto grado de conocimiento, coordinación y probablemente una cultura cazadora bien establecida. También podría ser una pista más en el espinoso asunto de la extinción de la megafauna americana. Si los humanos ya estaban presentes en estas regiones durante el Último Máximo Glacial, su papel en la desaparición de estos grandes animales podría haber comenzado antes de lo estimado.
A medida que se suman nuevas pruebas —como este hallazgo en las pampas argentinas—, el relato tradicional de una América vacía hasta la llegada de los primeros grupos Clovis empieza a desmoronarse. La historia del poblamiento del continente ya no es lineal, ni única, ni siquiera sencilla. Es un rompecabezas en plena reconstrucción, y cada hueso, cada marca y cada capa de sedimento añade una pieza inesperada.
Un rompecabezas que se reconstruye hueso a hueso
Este hallazgo no solo pone en duda fechas establecidas, sino que abre la puerta a una narrativa más compleja y rica. Una historia en la que los primeros sudamericanos podrían haber vivido, cazado y muerto miles de años antes de lo imaginado. Y todo empezó con unas marcas de corte en los restos de un armadillo gigante.
Referencias
- Del Papa M, De Los Reyes M, Poiré DG, Rascovan N, Jofré G, Delgado M (2024) Anthropic cut marks in extinct megafauna bones from the Pampean region (Argentina) at the last glacial maximum. PLoS ONE 19(7): e0304956. doi:10.1371/journal.pone.03049564490