¿Qué opinaban los rusos de los soldados de la División Azul?

Los soldados de la División Azul enviados al Frente del Este vivieron duras condiciones en el invierno soviético. Mientras algunos testimonios los recuerdan con respeto, las fuentes alemanas los describen como indisciplinados
Recreación de soldados durante una campaña invernal. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo. - Recreación de soldados durante una campaña invernal

Para el estudio de este tema, contamos con numerosa información procedente de las memorias y los relatos novelados de sus protagonistas. En ellos, con carácter general, se nos ofrece la imagen de una buena y afectuosa relación de la División Azul con la población civil rusa en el territorio donde estuvieron destacados. En las fuentes alemanas, por el contrario, se les describe usualmente como insubordinados, registrándose casos de pillaje, saqueos y esporádicas violaciones, sobre todo en la primera fase de su presencia en los teatros de operaciones.

Conviene recordar que en su primer invierno, cuando estuvieron destacados en la ciudad de Nóvgorod y el frente del Vóljov, la intendencia alemana no les proveyó más que con armamento escaso y de mala calidad, hubo una pésima distribución de alimentos y estaban vestidos con uniformes de verano, en uno de los inviernos más fríos registrados en el siglo XX en la entonces Unión Soviética.

En cuanto a la historiografía y las obras de divulgación, como en tantos temas que tocan a dicho convulso siglo, hay posiciones muy encontradas y politizadas, en un abanico que va de la pura apología a la crítica más feroz.

División Azul
El uniforme y el casco de la División Azul eran idénticos a los de la infantería alemana, pero con la bandera española. Foto: ASC.

Diferentes versiones

La historiografía rusa sobre el tema es prácticamente desconocida, y la principal razón de ello, sin duda, es la barrera idiomática. En este punto, tengo que agradecer a mi compañera Polina Nieva Arrondo su inestimable ayuda. Hay que tener en cuenta que los estudios normalmente han ido dirigidos a la ocupación por las fuerzas del Eje, en las que se encuadraban combatientes de prácticamente toda Europa y los propios colaboradores de los territorios soviéticos ocupados.

En los documentos de la época, sin embargo, no se tienen noticias de malos tratos ni de quejas posteriores de la población civil a las autoridades soviéticas sobre los soldados españoles, tras el fin del conflicto. Este vacío lo han llenado los estudios de Borís Nikoláyevich Kovalev, investigador principal del Instituto de Historia de San Petersburgo, miembro de la Academia Rusa de Ciencias, Profesor de la Universidad Estatal de Nóvgorod e historiador.

Enemigos, pero humanos

Este prestigioso investigador lleva muchos años dedicándose al estudio del impacto que tuvo la invasión sobre la población soviética de los territorios ocupados. Su interés por la División Azul surgió cuando, buscando testimonios en su Nóvgorod natal –normalmente, de ancianos que en aquellos años eran niños–, comprobó cómo los españoles eran recordados con respeto, si no con cariño, por aquellos supervivientes de un conflicto que, solamente en la Unión Soviética, supuso la muerte de más de 14 millones de niños y jóvenes.

Soldado español durante la Operación Estrella Polar en Leningrado
Un soldado español durante la Operación Estrella Polar en el frente de Leningrado. Foto: ASC.

Sus testimonios quedaron en parte avalados, según Kovalev, por los documentos secretos soviéticos a los que tuvo acceso, en los que se recoge que los delitos graves perpetrados por ellos fueron casos muy excepcionales, a diferencia de los cometidos por los miembros de otras fuerzas del Eje, que tuvieron carácter generalizado. Por supuesto, también recoge algunos testimonios negativos.

Estos testimonios son fuentes primarias por ser vivencias de los que los relatan, o secundarias por recoger los recuerdos de lo que sus padres y vecinos les habían contado. Los españoles eran invasores y enemigos, pero, al menos por comparación entre lo relativamente malo y lo terrible, su comportamiento fue considerado por la población del territorio ocupado como manifiestamente humano.

Algunos de aquellos niños de la guerra todavía son, o eran cuando fueron entrevistados, capaces de cantar en español canciones como La Tarara, Mambrú se fue a la guerra o Paloma Palomita.

Según el testimonio –conocido en España por la traducción que se ha realizado de su Diario– de la colaboracionista Lidia Osipova, que trabajó con ellos como encargada de una lavandería en Pavlovsk, en el frente de Leningrado, los expedicionarios españoles eran más humanos, más amables y más justos, y también “pequeños, inquietos como monos, sucios y pícaros como los gitanos, pero muy bondadosos”. Otros testimonios los muestran amables y alegres, a menudo cantando sus canciones con guitarras y armónicas o ayudando en los trabajos del campo en lo que podían.

Un recuerdo muy extendido es que se comían los gatos, para ellos un manjar. En un primer momento, su suministro de alimentos no cubría sus propias necesidades, por lo que se registraron requisas y saqueos. Aun así, en esta primera fase, no dejaron en general un recuerdo desagradable, pero sí de pícaros y ladrones, dado que no consideraban un delito hurtar provisiones o robar animales domésticos para alimentarse.

Pero, igualmente, eran capaces de sacrificar un caballo de tiro para dar de comer a un pueblo cuyos famélicos habitantes iban a morir de hambre, o de repartir entre la población civil la comida sobrante que había sido cocinada para las diezmadas unidades que volvían del frente, y que hubiese correspondido a los muertos y heridos. Ya en el frente de Leningrado, donde recibían una ración desde España además de la del ejército alemán, repartían lo que les sobraba entre la población.

Unidad de divisionarios comiendo rancho rodeado de caballos
Miembros de una unidad de divisionarios comiendo el rancho rodeados de caballos. Foto: ASC.

Asimismo, al carecer de ropa de abrigo adecuada para las gélidas temperaturas invernales, en los recuerdos se les muestra siempre ateridos, cubiertos con mantas, colchas o cualquier prenda improvisada de abrigo. A diferencia de los alemanes, en vez de requisarlas solían recurrir al trueque.

Cuando entraban en las cabañas rusas, las isbas, se peleaban por los lugares más cercanos al fuego, y metían las botas en las estufas. Por ello, la población comenzó a conocerlos como “los soldados de las botas quemadas”: en ocasiones, la sobrecarga de las estufas o la falta de pericia en su uso llevaban a que acabasen incendiadas.

Los más beneficiados de la llegada de los españoles fueron sin lugar a dudas los niños. El territorio ocupado estaba lleno de huérfanos y niños que habían perdido el contacto con sus familiares, que deambulaban agrupados en bandas por la retaguardia. Muchos divisionarios adoptaron o cuidaron a huérfanos o hijos de viudas, y algunos de ellos vinieron a España a escondidas con la retirada de la División.

Lidia Osipova se refiere en varias ocasiones a los Pepes y Josés que andaban por la calle con niños a cuestas, e incluso relata cómo un capitán español puso su vida en peligro por salvar a un niño vagabundo durante un bombardeo. Tras preguntar a los soldados y ver que era el comportamiento que se consideraba entre ellos normal, afirmó rotundamente: “¿Cómo no va a amar la gente a estos locos?”. La protección de la infancia fue también una prioridad para el cuerpo médico de la División, que promovió programas de nutrición desviando para ello parte de las raciones de los propios divisionarios, trabajó para lograr la potabilización de aguas y repartió regalos y juguetes entre los pequeños.

Una División atípica

Muchos recuerdos de la población civil están relacionados con sus aventuras amorosas. Como recoge Kovalev en sus estudios, la invasión del territorio soviético hizo que la vida de muchas mujeres se convirtiera en una auténtica pesadilla. Muchas de ellas fueron violadas, o se vieron abocadas a la prostitución.

Para este investigador, los militares más crueles en su trato con las mujeres fueron los finlandeses y letones, mientras que en el otro extremo se situaron los españoles. No existió reprobación por parte de la población a estas relaciones, y los niños nacidos de ellas no fueron repudiados por sus familiares. Incluso algunos españoles se casaron con mujeres rusas, aun estando terminantemente prohibido por el Alto Mando alemán, y volvieron a España con ellas.

Según las anotaciones de Lidia Osipova, las chicas rusas preferían a los soldados españoles frente a los alemanes, lo que fue una continua fuente de conflictos. Los consideraban pasionales pero respetuosos con las mujeres; aunque fuesen capaces de matar a su compañera por celos, nunca le pegarían.

El enfrentamiento con los alemanes, larvado o abierto, debió de ser muy común. Los germanos trataban con desprecio a los españoles; según Osipova, el odio era evidente. Los sábados, tras beberse su ración semanal de vino, estos salían a buscar pelea con los alemanes. En muchas ocasiones, el choque se produjo por proteger a la población civil.

Hay testimonios que muestran cómo los españoles se enfrentaron a los alemanes para salvaguardar la vida de mujeres, ancianos, niños e incluso judíos. Bastantes de estas reyertas acabaron en batalla campal, otras se saldaron con disparos aislados y, al menos en una ocasión (según un testimonio), con fuego cruzado y morteros.

Tumba del cabo Gil Martín en Nóvgorod
Un asistente clava el escudo de la División en la cruz de la tumba del cabo Gil Martín en el cementerio de Grigorowo (Nóvgorod). Foto: ASC.

También sorprendió a los rusos su arrojo en el combate. El 10 de febrero de 1943, con una temperatura de -30º y tras un intensivo bombardeo de más de 800 cañones y baterías de morteros y katyusha sobre una línea de frente de 5 kilómetros y varias pasadas de la aviación soviética, 5.900 miembros de la División –entre los que había oficinistas, sanitarios, conductores o cocineros, además de las unidades de combate propiamente dichas–, armados con armamento ligero y cócteles molotov, hicieron frente sin ninguna ayuda de los alemanes al asalto del 55º Ejército soviético.

Este estaba compuesto de cuatro divisiones y unos 38.000 soldados, apoyados por un centenar de tanques y varias brigadas motorizadas y de esquiadores. Tras la batalla, Osipova escribió que los españoles carecían de instinto de conservación; mientras que la mitad de ellos había caído, la otra mitad seguía combatiendo y cantando. Esta operación, conocida como Estrella Polar y que tenía como objetivo final romper el cerco de Leningrado, se vio frustrada por la resistencia de los divisionarios.

El Sitio de Leningrado, considerado la catástrofe humanitaria más grande del siglo XX, duró casi 900 días entre los años 1941 y 1944, sometió a su población a unas condiciones extremas de supervivencia y se cobró centenares de miles de vidas. Con su acción, y la posterior estabilización del frente, los soldados españoles contribuyeron a prolongar su agonía durante un año más. A pesar de ello, en su libro Voluntarios en una guerra ajena, dedicado a la División Azul, Kovalev incluye un capítulo titulado Los ocupantes bondadosos.

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