La División Azul en Krasny-Bor, cuando el yunque español frenó al martillo soviético

La batalla de Krasny-Bor, un sangriento enfrentamiento entre el 10 y el 13 de febrero de 1943 por el control de las comunicaciones de la zona, demostró la capacidad de resistencia de los divisionarios españoles frente a los ejércitos soviéticos
Posición de artillería de la División Azul en Leningrado

En febrero de 1943, la 250.ª División de Infantería de la Wehrmacht (Einheit spanischer Freiwilliger), compuesta por españoles alistados para luchar contra los soviéticos, fue una de las tropas extranjeras que combatieron más eficazmente con los alemanes en todo el frente ruso. Conocida por el sobrenombre con el que ha pasado a la historia, la División Azul lo demostró de sobra en la pequeña población de Krasny-Bor, sita a solo veinte kilómetros de Leningrado, la antigua capital zarista que los nazis sometieron al mayor y más cruel cerco de todo el frente oriental. El ejército alemán alcanzó la ciudad imperial el 15 de septiembre de 1941 y no fue derrotado hasta enero de 1944. Un total de casi 900 días de asedio durante los cuales fallecieron más de un millón de civiles, víctimas del hambre, el frío, las epidemias y los bombardeos continuos.

Soldados antitanque de la División Azul se afanan en primera línea de fuego, en 1942. Foto: Album.

La vieja San Petersburgo fue rodeada, siguiendo las órdenes del Führer, por la Wehrmacht y las tropas finlandesas con el fin de hacerla capitular por la falta de recursos y energías, pero como la resistencia de sus habitantes no cediera, la División española fue enviada como refuerzo al sector de Krasny- Bor en el otoño de 1942

Durante el mes de enero del año siguiente, mientras el VI Ejército alemán caía derrotado a las puertas de Stalingrado, los soviéticos lograron por fin establecer un pequeño corredor a través del lago Ládoga, todavía helado, para socorrer con hombres, víveres y combustibles a Leningrado. La operación denominada Estrella Polar debía consolidar y ampliar ese cordón umbilical, para lo que resultaba imprescindible conquistar la carretera y la vía férrea que pasaban por Krasny-Bor, defendida por los españoles, y de paso, envolver al XVIII Ejército alemán, comandado por el viejo y laureado Generaloberst Georg Heinrich Lindemann (1884-1963), Cruz de Hierro en la I Guerra Mundial y condecorado nuevamente con la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro con Hojas de Roble, la máxima distinción militar germana. Pero la División Azul impediría el logro de estos ambiciosos planes, pese al escaso apoyo que pudieron prestarle los alemanes.

El general alemán al cargo del XVIII Ejército, Georg Lindemann. Foto: ASC.

Hubo quien dijo que no existe tierra en el mundo que no albergue la tumba de un soldado español. Y, en efecto, tiempo después de la desaparición del Imperio español, por el que los nuestros lucharon y cayeron peleando durante siglos en todos los mares y continentes, la guerra germanosoviética de 1941-1945 propició que los españoles volvieran a guerrear sobre suelo ruso, tal y como ya lo hicieron formando parte del Regimiento Real que el monarca José Bonaparte envió contra el zar Alejandro I en las guerras napoleónicas. 

La campaña de la División Azul en Rusia es también un episodio de nuestra historia poco conocido que, además, ha oscilado entre la exaltación franquista y el rechazo más absoluto. No obstante, e independientemente de que aquellos españoles lucharan en el bando alemán, movidos por sus ideales anticomunistas y por la pura necesidad de sobrevivir -ellos y sus familias- a la durísima posguerra, lo cierto es que escribieron una de las páginas más excepcionales de nuestra reciente historia militar, que de ningún modo merece ser olvidada ni minusvalorada.

Hace 81 años que esos miles de voluntarios -militares, falangistas, jóvenes universitarios, obreros en paro y hasta presos y excombatientes republicanos- libraron un combate que hoy figura entre los más encarnizados de las guerras del siglo XX.

Cartel de la exhibición del documental fotográfico 'Europa contra Rusia'. Foto: Album.

El episodio es conocido como la Batalla de Krasny-Bor, por el nombre de la pequeña población periférica de Leningrado que defendían los españoles durante lo más duro del crudo invierno ruso, y tan próxima al golfo de Finlandia que sufrían los vientos más gélidos. Y, a diferencia de los paisajes esteparios de una buena parte de ese inmenso país, la región del delta del río Neva no tiene nada de estepario. Al contrario, es una zona extremadamente boscosa, donde los escasos espacios que no están cubiertos por impenetrables masas arbóreas son zonas pantanosas no menos intransitables. De ahí que las batallas que se libraran en torno a Leningrado fueran por el control de las pocas carreteras y vías férreas que cruzan esa vasta extensión, construidas a costa de mucho esfuerzo y que no se podían improvisar. 

Los contendientes tenían que operar a lo largo de esos ejes de comunicaciones ya existentes, sin alternativa posible y, el 10 de febrero de 1943, la División Azul era la unidad a través de cuyas líneas pasaba el ferrocarril y la única carretera existente, que antes de la invasión alemana habían conectado entre sí Leningrado y Moscú. Por tanto, los españoles estaban desplegados en el escenario que más atraía la atención del Stavka (Mando Supremo Soviético), al mando del famoso mariscal del Ejército Rojo Gueorgi Konstantínovich Zhúkov (1896-1974), vencedor de japoneses y alemanes, futuro héroe de la Unión Soviética pese a sus críticas respecto a Stalin.

En concreto, la población de Krasny-Bor se asentaba sobre una pequeña meseta, que la elevaba sobre los parajes vecinos del norte más bajos y pantanosos mientras que, por el sur, la rodeaban las márgenes heladas del río Ishora y tupidos bosques. Sin duda, era una localidad peculiar -quedó arrasada y tuvo que ser reconstruida-, distinta a los poblados con la clásica alineación de isbas (casas de madera) a lo largo de un camino, y ofrecía una imagen de ciudad-jardín, con viviendas distribuidas por cuadrículas y las isbas alternando con casas de ladrillo. 

Este sector del frente estaba a cargo del coronel Manuel Sagrado Marchena, quien había relevado en el mando al coronel Pedro Pimentel Zayas -condecorado con la Cruz de Hierro por la Wehrmacht-, y era el más oriental y extenso de los tres que cubría la División Azul, además del más expuesto a una amenaza. Pero, a diferencia de Pimentel, Sagrado abandonaría su posición durante el primer día de la batalla, siendo el único comandante español relevado del mando con deshonor. Cabe destacar que, desde la población vecina por el norte, el gran suburbio industrial de Kolpino, todo el área de Krasny-Bor quedaba bajo la atenta vigilancia de los observadores de la artillería enemiga, bien situados en las numerosas chimeneas de las fábricas y con un excelente campo de visión.

El yunque español

Al comienzo de 1943, la División Azul ya no era la misma agrupación de fervientes voluntarios anticomunistas que partió hacia Rusia en el verano de 1941, y acusaba la falta de miles de falangistas que habían muerto o sido repatriados a causa de sus heridas. Para cubrir sus bajas, se habían movilizado desde España nuevos reclutas que no eran guripas (veteranos), sino soldados que cumplían su servicio militar y voluntarios que huían de la miseria o las cárceles y batallones de castigo de Franco. Cierto que la 250.ª División de la Wehrmacht seguía contando con una elevada proporción de afiliados a la Falange, pero también de excombatientes republicanos que habían peleado contra los alemanes en suelo español

También había cambiado el comandante de la unidad, y al famoso general Agustín Muñoz Grandes (1896-1970) -venerado por sus soldados, respetado por los oficiales, y condecorado por Hitler-, Franco lo había reemplazado por el general Emilio Esteban-Infantes y Martín (1892-1962) debido a desavenencias políticas. Este último era un militar concienzudo, de sólida formación y dilatada experiencia en la Guerra Civil, pero nunca consiguió despertar en sus hombres, ni en los alemanes, una devoción similar a la de Muñoz Grandes.

El primer general a cargo de los divisionarios, Agustín Muñoz Grandes (izquierda) y el general Esteban-Infantes a cargo de la División Azul, en 1943 (derecha). Fotos: ASC y Album.

La moral de la División Azul en aquel tiempo seguía siendo muy alta, y pese a la derrota alemana en Stalingrado, el Frente de Leningrado seguía estable y los rusos habían fracasado en todas sus intentonas de levantar el cerco. Soportando temperaturas muy bajas bajo cero en esas largas noches septentrionales, cubiertos permanentemente por la nieve y el hielo, padeciendo un frío tan seco como intenso, los soldados españoles cubrían un frente de más de 30 kilómetros, en forma de «U» muy aplanada, ocultos en profundas trincheras salpicadas de entrantes y salientes, setos de alambradas, caballos de frisa, campos minados, búnkeres y abrigos de cemento en donde poder guarecerse del frío y los bombardeos. Debido a la proximidad del Ishora, helado a su retaguardia, el margen de maniobra era escaso. Camino de Kolpino, el curso del río iba en paralelo a la carretera y la línea del ferrocarril Leningrado-Moscú, y muy pronto las márgenes de estas aguas iban a teñirse con mucha sangre española.

Situadas al fondo de esa única carretera, sobre las ruinas de un poblado, apenas a unos 60 metros de distancia de las primeras casas de Krasny-Bor, estaban las posiciones más avanzadas de los ruski -así los llamaban los españoles-, separadas de las propias por una serie de «dientes de dragón» y nidos de ametralladoras y morteros, colocados por ambas partes para obstaculizar el avance de los vehículos blindados. 

Frente al despliegue enemigo, el mando español había situado, en primera línea y de izquierda a derecha, a los hombres del batallón de Reserva Móvil 250, mandado por el capitán Miranda, muerto en la batalla y uno de los héroes indiscutibles de la División. También al 1.º y 2.º Batallones del Regimiento 262, a las órdenes de los comandante Rubio y Palleras; el batallón de morteros del comandante Reinlein y el de zapadores al mando de Bellod; además de otras unidades de la División a cargo de los capitanes Campos, Iglesias, Palacios y Oroquieta -oficiales que mostraron un comportamiento heroico-, ocupando el centro del dispositivo. 

Tropas de la División Azul española en Ilmen, Rusia, el 11 de diciembre de 1941. Foto: Getty.

Por detrás de esta primera línea defensiva, el 263.º Regimiento del teniente coronel Crescencio Pérez de Bolumburu, en el extremo occidental de la «U», al norte de la ciudad de Pushkin. A continuación, el 269.º Regimiento del coronel Carlos Rubio López-Guijarro, situado al norte de Sluzk, y que se hallaba justo en el centro del arco hispano. Protegido por estas fuerzas, se encontraba el puesto de mando de la División denominado El Bastión, con el general Esteban-Infantes, junto con los enlaces con los grupos de artillería propios situados en la orilla opuesta del Ishora, junto al poblado de Fedoroskoye, con el teniente coronel José Santos Ascarza como máximo jefe. Este moriría con casi todos sus oficiales, siendo el militar español que ostenta la más alta graduación de cuantos cayeron en Rusia. 

La principal misión de la División azul era la de cerrar el paso al enemigo por aquellas dos importantes vías de comunicación (carretera y ferrocarril), y convertirse en el yunque hispano donde debían estrellarse todos los golpes del martillo soviético. Un objetivo estratégico también compartido con las unidades vecinas de la Wehrmacht, cuya mención no resulta gratuita, puesto que la 4.ª División SS-Policía se vio tan envuelta en la batalla de Krasny-Bor como los nuestros, y en ella también tomaron parte las tropas de la 2.ª Brigada SS, junto con las Legiones Noruega y Flamenca. 

Una mención especial merecen los soldados estonios, que reforzaron directamente el contingente español a partir de la noche del 10 de febrero, y luego lucharon codo a codo con los divisionarios en torno a Podolovo. Los estonios llegaron al mando del capitán Alfons Rebane, cuyo nombre dice muy poco al lector español, pese a que Rebane alcanzó el mismo honor que Agustín Muñoz Grandes y León Degrelle: la mencionada Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro con Hojas de Roble, siendo los tres únicos extranjeros en lograr tan alta distinción alemana.

El comandante Alfons Vilhelm Robert Rebane, con el uniforme estonio. Foto: ASC.

También conviene poner de manifiesto que el talón de Aquiles del despliegue español era la falta de material adecuado para enfrentarse a todo lo que se les venía encima, y tras su equipamiento en el campamento de Grafenwohr (Baviera), la División Azul solo recibió unos desfasados antitanques ligeros Pak 37, insuficientes para enfrentarse al blindaje de los carros T-34 y KV-1 soviéticos, al tiempo que su artillería solo estaba formada por cuatro grupos ligeros (piezas de 10,5) y uno pesado (cañones de 150), a todas luces insuficientes, y jamás dispuso de carros de combate, cañones de asalto ni antiaéreos. Tampoco tuvo suficientes vehículos motorizados y camiones para movilizar con rapidez sus reservas, transportar las municiones que se necesitaban, o evacuar con urgencia a sus heridos. 

El general Esteban-Infantes, en su libro La División Azul. Donde Asia empieza, expone estas penurias y se queja amargamente del casi nulo apoyo aéreo alemán, que además utilizó la Escuadrilla Azul de la División para otras misiones. Pero la realidad fue que la Luftwaffe ya estaba bajo mínimos en el teatro de operaciones ruso, y aún más en el sector norte, y no podía hacer más de lo poco que hizo. La defensa de Alemania y las operaciones en el Mediterráneo habían sacado del Frente del Este al grueso de sus escuadras, y la reciente derrota en Stalingrado supuso una enorme sangría para la aviación germana. 

Una de las causas que explican la valoración negativa de Esteban-Infantes respecto al apoyo recibido de los alemanes en Krasny-Bor, está en sus pésimas relaciones con el coronel Wilhelm Knüppel, su enlace con la cúpula militar de Lindemann. Nunca se entendieron, y ambos se acusaron mutuamente de cometer graves errores y omisiones en la dirección de la batalla.

El general Esteban-Infantes y Muñoz pasa revista a las tropas en el el invierno de 1942-43, cerca de Leningrado. Foto: Getty.

Pero la lección más importante que podemos sacar de Krasny-Bor es que esta batalla demostró lo correoso y duro que podía resultar el soldado español, al que no sería fácil doblegar, ni por parte alemana ni de los Aliados. Por eso esta campaña no solo tiene interés en relación con la División Azul, sino también en el contexto de las relaciones hispanogermanas durante la Segunda Guerra Mundial

Desde la ocupación de Marruecos por los norteamericanos en noviembre de 1942, la península ibérica se había convertido en un flanco potencialmente peligroso para los alemanes. El Alto Mando de la Wehrmacht respondió a la eventualidad preparando en secreto la llamada Operación Gisela, que contemplaba la invasión parcial del norte de España por sus fuerzas, para asegurarse que ni los puertos del Cantábrico ni los pasos pirenaicos cayeran en manos de los Aliados. Pero visto lo visto en Krasny-Bor, se canceló Gisela dando paso al Programa Bär, consistente en el envío de nuevas armas a Franco -a cambio de buenos suministros de wolframio-, para tratar de solventar el problema estratégico que para el Tercer Reich podía suponer una eventual ofensiva a través del suelo español.

El martillo soviético

El 9 de febrero, al mediodía, un desertor del Ejército soviético se pasó a filas españolas, afirmando que era ucraniano y enemigo de los rusos, advirtiendo al mando español que estos preparaban una gran ofensiva en todo el sector para la madrugada del día siguiente y que, a tal fin, ya habían concentrado muchos medios materiales y abundantes tropas. Esa misma noche, se confirmó su declaración, siendo perceptible en todo el frente el ruido sordo de los motores de los carros de combate que siguieron en marcha durante toda la noche para evitar los efectos de las heladas. 

Tanque soviético T-34-85, fabricado entre 1944 y 1946. Foto: Shutterstock.

Con los primeros albores del miércoles día 10, a eso de las 06.45 h, la artillería rusa y los órganos de Stalin (lanzacohetes Katiusha) comenzaron su macabra sinfonía, y a las 07.15 h la aviación soviética -apodada la Parrala, porque nunca se sabía por donde venía-, también hizo su aparición: 30 bombarderos y una veintena de cazas que atacaron los objetivos que la artillería no había logrado anular todavía. Cuando el bombardeo aéreo y artillero cesó, el sol ya lucía pálidamente, iluminando un paisaje que había transformado el blanco en una masa oscura de barro, conocida como rasputitzsa -que se forma con las lluvias del otoño o el deshielo en primavera-, y en la que, los vehículos de ruedas se hundirían hasta los ejes, las cadenas de los carros patinarían, las piezas de artillería no podrían moverse, y los esquiadores rusos serían diezmados al no poder progresar a gran velocidad sobre sus tablas. 

Febrilmente, la artillería alemana de grueso calibre desplegada con la denominación de Arko 138, y la española situada en las márgenes del Ishora, se prepararon para lo peor, una vez comprobado que Krasny-Bor y no otro era el sector donde el enemigo intentaría la ruptura del frente. A lo largo de esos días, los artilleros sostendrían un fuego cruzado contra los soviéticos causándoles muchas bajas, aunque la peor suerte se cebó con los españoles, que literalmente resultaron laminados por la aviación y la artillería enemigas.

Una posición de artillería de la División Azul ante Leningrado, en el invierno de 1942-43. Foto: Getty.

Desatado todo ese infierno causado por los millares de proyectiles procedentes de muy diversas armas, ese primer día de combate convirtió a Krasny-Bor en una caldera hirviendo a borbotones. La tierra temblaba por los efectos de las constantes explosiones, que de día ensombrecían el sol con densas nubes negras, y de noche iluminaban a los contendientes en sus asaltos a las trincheras y los combates cuerpo a cuerpo, sumergidos los soldados en una atmósfera ceniza por los fuegos y la pólvora difícilmente respirable.

Es muy difícil describir estos combates por las callejas del pueblo y entre los jardines de Krasny-Bor. Las defensas españolas cedieron y tuvieron que improvisar, utilizando los cráteres de las bombas como refugios y puestos de tiro, de donde solo salían para enfrentarse a los carros de combate y a la infantería rusa, provistos de granadas de mano y botellas incendiarias de gasolina.

Aquí y allá, los enemigos se emboscaban, y desde los tejados y ventanas de las casas en llamas, españoles y ruskis disparaban a sus adversarios por sorpresa. Restos de unidades, escuadras y pelotones de ambos contendientes buscaban donde guarecerse y órdenes respecto a qué hacer. Las tropas rusas, que habían quedado aisladas de sus unidades ante la inesperada resistencia española, trataban de retroceder para enlazar con sus batallones, ocasión que servía para ametrallarlas a conciencia en su retirada. Las escaramuzas de unos y otros se sucedían con rapidez y la muerte aparecía al doblar cualquier esquina. El suelo y las paredes de los parapetos de cemento lucían, de trecho en trecho, con grandes charcos de sangre y allí mismo, o junto a las isbas semiderruidas, iban amontonándose los cadáveres de los que caían luchando.

Por todas partes vibraba la furia española enfrentada a la disciplina rusa que, por oleadas, enviaba a sus prietas filas de combatientes y columnas blindadas.

Después de cuatro días de enfrentamientos tan sangrientos como seguidos -desde el miércoles hasta el sábado día 13-, ambos bandos perdieron las fuerzas al quedar agotados los hombres por el fragor de la lucha, y muchos soldados lloraban moralmente hundidos por el macabro espectáculo que ofrecía aquella carnicería. Los cráteres de las bombas, las casas destruidas, los vehículos reventados, los árboles ardiendo.., decoraban un paisaje plagado de cadáveres insepultos, donde el gemir de los heridos se imponía cuando cedía el crepitar de las armas automáticas y el estruendo de los impactos de la artillería. Pero en todo ese confuso y dramático contexto, nuestros compatriotas, con su numantina resistencia, negaron a los soviéticos lo que ansiaban: el control total sobre la posición de Krasny-Bor. Uno de los pocos borrones en la hoja de servicios del mariscal Zhúkov.

Bibliografía:

  • Morir en Rusia. La División Azul en la batalla de Krasny-Bor, de Carlos Caballero Jurado. Revista Española de Historia Militar. (Jerez, 1960)
  • La División Azul. Donde Asia empieza, de Emilio Esteban-Infantes. Editorial AHR (Barcelona, 1956)

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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