Descubren en el Vaticano el secreto mejor guardado de Rafael: una técnica experimental oculta bajo los frescos durante 500 años

Una técnica pictórica secreta de Rafael, oculta durante siglos en el Vaticano, reescribe lo que sabíamos sobre el Renacimiento.
El secreto mejor guardado de Rafael sale a la luz en el Vaticano
El secreto mejor guardado de Rafael sale a la luz en el Vaticano. Foto: Dirección de Museos y Patrimonio Cultural del Estado de la Ciudad del Vaticano/Wikimedia/Christian Pérez

Durante siglos, la Sala de Constantino del Palacio Apostólico fue observada con la admiración reservada a los grandes proyectos del Renacimiento. Pero lo que parecía una de las últimas obras del genio Rafael Sanzio, ejecutada por sus discípulos tras su prematura muerte, escondía un secreto técnico bajo capas de yeso, barniz y siglos de interpretación tradicional. Hoy, tras una restauración monumental llevada a cabo entre 2015 y 2024, el Vaticano no solo devuelve al mundo una obra clave de su patrimonio artístico, sino que reescribe una página fundamental en la historia de la pintura occidental.

La nota de prensa oficial de los Museos Vaticanos, presentada el 26 de junio de 2025, fue clara: la restauración de la Sala de Constantino ha sido calificada como “ejemplar”. Y no es para menos. Lo que comenzó como una operación de conservación de frescos ha culminado en un hallazgo inesperado sobre las ambiciones técnicas de Rafael, quien, a pesar de su muerte temprana a los 37 años, dejó una huella imborrable en el arte universal.

Una sala cargada de simbolismo y poder

La Sala de Constantino es la más grande de las Estancias de Rafael, una serie de cámaras decoradas con frescos en el corazón del Palacio Apostólico del Vaticano. Su nombre rinde homenaje al emperador Constantino I, el primer gobernante romano en legalizar el cristianismo con el Edicto de Milán en el año 313 d.C. Como espacio protocolario para recepciones oficiales papales, esta sala tenía una función tan política como artística: demostrar el poder divino de la Iglesia a través de la imagen del emperador convertido al cristianismo.

Rafael diseñó un ambicioso programa iconográfico para el espacio: cuatro escenas monumentales representando momentos clave de la vida de Constantino —la Visión de la Cruz, la Batalla del Puente Milvio, el Bautismo de Constantino y la Donación de Roma—. Cada una de ellas proyectaba el mensaje de que Roma, y por extensión el Vaticano, tenía un destino manifiesto como centro espiritual del mundo.

En la Visión de la Cruz, una de las escenas principales de la Sala de Constantino, se muestra al emperador momentos antes de enfrentarse a Majencio, guiado por una revelación celestial que marcaría su destino. Fuente: Dirección de Museos y Patrimonio Cultural del Estado de la Ciudad del Vaticano

El misterio de los óleos sobre muro

Pero lo que los restauradores encontraron al trabajar sobre las figuras de las alegorías femeninas de la Justicia (Iustitia) y la Cortesía (Comitas), fue inesperado: estas dos imágenes no eran frescos, sino pinturas al óleo directamente sobre el muro. Este detalle, aparentemente menor, encierra una revolución. Durante el Renacimiento, el fresco —pintura sobre yeso húmedo— era la técnica predilecta para grandes superficies murales. El óleo, reservado tradicionalmente para tablas o lienzos, rara vez se aplicaba sobre piedra o muro. Rafael, sin embargo, lo intentó.

Gracias a análisis científicos de última generación —como reflectografía a 1900 nanómetros, imagen infrarroja en falso color, fluorescencia ultravioleta y estudios químicos de las capas pictóricas—, se descubrió que estas dos figuras habían sido ejecutadas por el propio Rafael usando una base de resina natural que había sido calentada y aplicada al muro. Esta preparación, sujeta mediante una cuadrícula de clavos incrustados en la pared, estaba pensada para ofrecer una superficie que permitiese trabajar con óleo, retocar y obtener un acabado de unidad cromática inalcanzable en el fresco.

El hallazgo confirma lo que durante siglos fue una hipótesis: que Rafael quiso desarrollar una nueva técnica mural, híbrida entre el óleo y el fresco. Este intento pionero no solo fue interrumpido por su repentina muerte en 1520, sino que fue abandonado por sus discípulos, incapaces de replicar el procedimiento. Giulio Romano y Giovanni Francesco Penni completaron el resto de la sala utilizando exclusivamente la técnica tradicional del fresco, dejando las dos figuras pintadas por Rafael como testigos silenciosos de una revolución que no llegó a consolidarse.

El taller del siglo XXI

La restauración de la Sala de Constantino no ha sido solo una hazaña de conservación, sino una reconstrucción arqueológica, técnica y conceptual de una de las salas más complejas del Renacimiento romano. El proceso se desarrolló en ocho fases, comenzando por la pared de la Visión de la Cruz y concluyendo con la impresionante bóveda realizada por Tommaso Laureti, un pintor boloñés del siglo XVI que sustituyó el techo de madera por un fresco ilusionista. En él, se simula una alfombra lujosa pintada directamente sobre la superficie abovedada, un ejemplo deslumbrante de la perspectiva renacentista y el juego entre luz y sombra.

Durante los trabajos, un equipo multidisciplinar de restauradores, científicos, ingenieros y expertos en patrimonio trabajó como si se tratara de un taller renacentista. Esta colaboración permitió no solo devolver el color y la luz a las composiciones, sino documentar cada rincón con escáneres láser y modelos 3D. El resultado no es solo visual: se ha generado una referencia metodológica que servirá de modelo para futuras intervenciones en murales históricos.

La escena de la Batalla del Puente Milvio
La escena de la Batalla del Puente Milvio representa el momento crucial en el que el emperador Constantino se enfrenta a su rival, Majencio, en una lucha que cambiaría el destino del Imperio romano y del cristianismo. Fuente: Dirección de Museos y Patrimonio Cultural del Estado de la Ciudad del Vaticano

Una obra que redefine la historia del arte

La reapertura oficial de la Sala de Constantino marca un punto de inflexión en la comprensión de la obra de Rafael. Si hasta ahora se consideraba que su legado en esta sala era más bien conceptual, limitado a bocetos y diseños ejecutados por sus alumnos, ahora se puede afirmar con certeza que las últimas pinceladas del maestro siguen allí, vibrantes, en dos figuras que capturan su genio técnico.

Este descubrimiento obliga a reconsiderar el papel de Rafael como innovador, no solo como pintor prodigioso. Su intento de combinar lo mejor del óleo con el formato monumental del mural lo coloca como precursor de una técnica que, siglos después, sería común en murales modernos. Fue una idea adelantada a su tiempo, interrumpida por la muerte, pero que hoy resucita como testimonio de su insaciable afán de experimentación.

En palabras de los propios responsables del proyecto, la restauración no solo devuelve a los visitantes una joya del Renacimiento, sino que reescribe una parte de la historia del arte. Y lo hace desde el lugar más simbólico de la cristiandad, donde las imágenes tienen tanto poder como las palabras.

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