Ni todos votaban en la antigua Roma ni el voto era tan libre: así funcionaban en realidad una de las primeras elecciones de la historia de la humanidad

Mucho antes de las urnas modernas, Roma ya celebraba elecciones con reglas estrictas, rituales simbólicos y un sistema que combinaba poder, desigualdad y espectáculo. Así votaban los ciudadanos de una de las repúblicas más influyentes de la historia.
El sorprendente ritual electoral de la antigua Roma: cuando votar era un acto sagrado, desigual… y lleno de espectáculo. Fuente: Midjourney + Wikipedia

Resulta curioso pensar que hace más de dos mil años existía un sistema de votación que, aunque muy distinto al actual, permitió a los ciudadanos romanos influir en el gobierno de su ciudad. No se trataba de una democracia moderna, pero sí de un proceso electoral formal, regulado y con reglas propias. La ciudadanía romana, al menos para quienes tenían el estatus adecuado, implicaba el derecho a votar. 

Mucho antes de que se construyera el Coliseo o se proclamara el Imperio, Roma ya tenía rituales y normas que guiaban la elección de sus principales magistrados. Las campañas políticas, el lugar de votación y hasta la forma en que se expresaba el voto eran asuntos cuidadosamente estructurados. Votar era parte de la vida pública romana y una expresión del ideal cívico que guiaba la res publica

Quiénes votaban y cómo se organizaban 

En la práctica, no todos los habitantes de Roma votaban. El sufragio estaba limitado a los ciues, es decir, los ciudadanos varones libres con estatus reconocido. Las mujeres, los esclavos y los extranjeros quedaban al margen. Incluso entre los ciudadanos, el peso del voto no era igual para todos: la organización electoral se basaba en divisiones sociales y económicas que favorecían a los sectores más adinerados. 

La estructura de votación más relevante era la de los comitia centuriata, que agrupaban a los ciudadanos en centurias según su nivel de riqueza. Las centurias más ricas votaban antes, y muchas veces se alcanzaba la mayoría sin que las clases bajas llegaran a pronunciarse. No era una democracia igualitaria, pero sí un sistema jerarquizado que reflejaba la estructura social de Roma. 

Además de los comicios centuriados, existían otras asambleas con funciones específicas, como los comitia tributa, organizados por tribus territoriales, y el concilium plebis, exclusivo para los plebeyos. Cada una de estas asambleas tenía competencias distintas, y no todas participaban en la elección de los magistrados más poderosos. 

Escipión el Africano. Fuente: Wikipedia

El lugar de la votación: entre la tradición y el control 

Las votaciones no se celebraban en cualquier lugar. Desde muy temprano, el espacio físico del Campo de Marte se convirtió en el escenario electoral por excelencia. Ubicado fuera del pomerium —el límite sagrado de la ciudad—, el Campo de Marte acogía a miles de ciudadanos convocados para ejercer su derecho al voto. Esta localización no era casual: implicaba una dimensión religiosa y militar que acompañaba a todo el proceso electoral. 

Allí, los ciudadanos formaban largas colas, organizados por su centuria o tribu, y pasaban uno a uno por unos pasillos estrechos —llamados pontes— que los conducían a depositar su voto. La votación era secreta, pero eso no impedía la presión social o las recomendaciones de los grandes patronos. Roma no era ajena al clientelismo político. 

Lo más significativo del lugar era su carácter simbólico. Votar no era solo elegir a un magistrado: era participar en los destinos de la ciudad y reafirmar la pertenencia a una comunidad política. El espacio del voto se convertía así en un ritual de afirmación ciudadana. 

Moneda del año 63 a. C. con un romano votando. Fuente: Wikipedia

Las magistraturas en juego 

No todos los cargos se elegían en los mismos comicios ni con las mismas reglas. Las magistraturas con imperium, como el consulado y la pretura, se elegían en los comitia centuriata. En cambio, cargos como los ediles curules, los cuestores o los tribunos de la plebe eran votados en los comitia tributa o en el concilium plebis, según el caso. 

El proceso era complejo y requería una cuidadosa preparación. Los candidatos debían cumplir con requisitos específicos y, en algunos casos, haber ocupado previamente otros cargos dentro del cursus honorum, la carrera política romana. Las elecciones no eran anuales para todos los puestos, pero sí tenían una cadencia regular y esperada por la población. 

Una peculiaridad del sistema era la colegialidad de las magistraturas: salvo excepciones, todos los cargos eran ocupados por al menos dos personas al mismo tiempo. Esto buscaba evitar la concentración de poder, pero también añadía un elemento de estrategia a las elecciones: los ciudadanos no solo elegían personas, sino equilibrios políticos. 

El gesto del voto tiene más de 2000 años. Fuente: MIdjourney / E. F.

La preparación y el día de la votación 

Los candidatos debían presentarse oficialmente ante el pueblo. Vestían la toga candida, una túnica blanca brillante que les daba nombre como candidati, y frecuentaban el Foro para dejarse ver, saludar a los votantes y pedir su apoyo. Este contacto directo era clave: el conocimiento personal y la reputación pesaban más que cualquier programa político

El día de la votación comenzaba con el anuncio formal por parte de los magistrados convocantes. Después, se procedía a organizar a los votantes en sus centurias o tribus y se iniciaba el paso ordenado por los pontes. Cada ciudadano recibía una tablilla y la depositaba en una urna marcada, indicando su elección.

Aunque el voto era secreto, el ambiente no lo era. Grandes familias, clientes y seguidores rodeaban el proceso, atentos a los resultados. La presión social y las alianzas políticas eran tan importantes como la voluntad individual. La elección romana no era solo un acto cívico: era un evento político, social y hasta escénico. 

La manipulación y el control de los resultados 

El proceso electoral, aunque revestido de solemnidad, no era inmune a las tensiones del poder. La influencia de los grupos aristocráticos era determinante, y no faltaban las acusaciones de fraude, presión o compra de votos. Las reformas introducidas a lo largo del tiempo intentaron mejorar el sistema, pero nunca eliminaron su carácter desigual. 

Una vez terminada la votación, los escrutadores —designados por el magistrado que convocaba los comicios— contaban los votos y proclamaban el resultado. No había recuento electrónico, pero sí formalismo. La proclamación del cargo era un momento solemne, cargado de significado político. 
 
Y, pese a todo, el sistema funcionó durante siglos. Roma expandió su poder, formó generaciones de líderes y sostuvo una maquinaria institucional que, con todos sus defectos, mantuvo la estabilidad en un mundo en constante transformación. 

Referencias

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