Sucedió hace más de 70 años en Ártánd, en la frontera entre Hungría y Rumanía. En torno a 1953, unos trabajadores del área de extracción de arena de Zomlinpuszta encontraron por accidente un conjunto de objetos metálicos de una calidad excepcional. Se trataba del tesoro de Ártánd, uno de los descubrimientos arqueológicos más singulares de la Edad del Hierro en Europa. Décadas más tarde, los análisis realizados por los estudiosos han permitido comprender la verdadera magnitud y la singularidad del hallazgo. Se trata de un conjunto funerario datado en la segunda mitad del siglo VI a.C. y vinculado a las élites guerreras de la cultura de Vekerzug.
El tesoro destaca tanto por la singularidad de los objetos que contiene como por su génesis: de hecho, es fruto de una compleja red de influencias culturales que conectaba el Mediterráneo arcaico con la cuenca cárpata. Así, combina piezas de origen y estilo griego, itálico, balcánico y local, testimonio de una época de intensos intercambios y jerarquías emergentes.

Un hallazgo casual de gran relevancia arqueológica
El conjunto se descubrió a mediados del siglo XX en un yacimiento cercano a la actual localidad de Ártánd, en el condado húngaro de Hajdú-Bihar. Los trabajadores hallaron los objetos mientras excavaban en un depósito aluvial del río Körös, un punto donde ya se habían encontrado piezas aisladas en los años treinta.
Según los testimonios posteriores, el primer objeto que se recuperó fue una hidria de bronce de origen griego, seguida de un caldero con asas en cruz que contenía las piezas de una armadura de escamas. La coherencia interna de los objetos, así como los paralelos culturales, han permitido datar el conjunto con seguridad en el siglo VI a.C.
Aunque no se hallaron restos humanos, todos los indicios apuntan a que las piezas pertenecían a un contexto funerario de inhumación. Según Bence Soós, autor de un reciente estudio del conjunto, los objetos habrían pertenecido a una tumba principesca, tal vez de un jefe o guerrero de alto rango de las comunidades del Vekerzug.

La hidria griega y los vasos de bronce
Uno de los objetos más relevantes del tesoro es la hidria de bronce arcaica, atribuida a un taller laconio, quizás espartano, del inicio del siglo VI a.C. Su decoración con prótomos de serpiente y un remate en forma de cabeza de pato la vincula con los ejemplares del grupo de Telesstas. Es, hasta hoy, la única hidria griega de bronce conocida en la cuenca cárpata, prueba tangible de la existencia de contactos de larga distancia con el mundo helénico.
El segundo gran recipiente, un caldero de bronce con asas en forma de cruz, muestra signos de reparación con láminas remachadas. Esto sugiere un uso prolongado antes de su deposición en la tumba. Esta pieza, que probablemente se fabricó en el norte de Italia o Eslovenia, representa la conexión occidental del conjunto y sugiere que los objetos de prestigio circulaban entre las élites danubianas y alpinas.
El armamento y el poder del guerrero
El contenido del caldero aportó información clave para interpretar el hallazgo. Así, en su interior aparecieron láminas de hierro y bronce pertenecientes a una armadura de escamas, una prenda de combate de alto estatus que se asocia con las élites militares desde el siglo VII a.C. Párducz la relacionó con las tradiciones escitas, aunque estudios recientes demuestran que este tipo de armaduras también se difundió entre los grupos de Hallstatt del sur de Panonia y los Balcanes.
Acompañaban al conjunto, además, un pomo de escudo de bronce de tipo balcánico, semejante a los ejemplares de Donja Dolina y Atenica, y un hacha de hierro similar a las halladas en Regöly o Somló, que se asocian a las aristocracias transdanubias. Una lanza de hierro de 49 cm completaba la excepcional panoplia guerrera.
La combinación de la hidria, el caldero, la armadura y las armas compone una imagen ceremonial de poder que trasciende lo militar. Según Soós, el difunto se habría representado como un señor de la guerra en conexión con las tradiciones heroicas del Mediterráneo y la estepa.

El caballo y los símbolos de prestigio
Entre las piezas más significativas también figuran varios elementos pertenecientes a arreos ecuestres, como un bocado de hierro tipo Vekerzug y varias fáleras de bronce decoradas con motivos cónicos, fungiformes o zoomorfos. Estos objetos refuerzan la interpretación del conjunto como el ajuar de un guerrero montado, figura central en la jerarquía de la cultura de Vekerzug, donde el caballo simbolizaba tanto el rango como el vínculo con lo divino.
La diversidad de formas y técnicas de las fáleras, por su parte, muestra la convergencia de influencias procedentes de Transilvania, los Balcanes y el Adriático. De este modo, el guerrero de Ártánd se representó como un jinete aristocrático, depositario de una identidad híbrida que combinaba lo local, lo balcánico y lo griego.
El tesoro de oro: las diademas y los adornos
El descubrimiento incluía también una notable colección de joyas de oro. Los arqueólogos pudieron recuperar un fragmento de diadema decorado con motivos de lira y rosetas, más de 130 apliques en forma de roseta, anillos con granulación y cuentas bicónicas de lámina de oro. Aunque la dispersión de las piezas impide reconstruir la disposición original, su homogeneidad técnica sugiere que formaban parte de un adorno corporal o tocado femenino, quizá perteneciente a una figura asociada al guerrero.
Las comparaciones con los ajuares de Atenica (Serbia) y Stična (Eslovenia) revelan un mismo lenguaje visual de élite que combinaba el uso del oro, la decoración con símbolos vegetales y las formas geométricas. La diadema de Ártánd, en particular, carece de paralelos exactos en la cuenca cárpata. Su factura sugiere la influencia de orfebres del norte del mar Negro o de talleres tracios.

El significado histórico de un descubrimiento único
Los análisis de Bence Soós sitúan la deposición del conjunto hacia el segundo o tercer cuarto del siglo VI a.C. Este horizonte coincide con la expansión de las élites hallstátticas del sureste de Europa y con la consolidación de las redes de intercambio entre el Adriático, los Balcanes y el bajo Danubio.
En este contexto, el tesoro de Ártánd se interpreta como una expresión regional del modelo de tumba principesca hallstáttica, aunque adaptado al lenguaje simbólico propio de la cultura Vekerzug oriental. La ausencia de objetos decorados en el estilo animal propio de los escitas, tan frecuentes en otros contextos contemporáneos, refuerza la idea de que, en Ártánd, la élite buscó diferenciarse de los modelos esteparios a través del uso de referencias occidentales y mediterráneas.
Referencias
- Soós, Bence. 2025.“The Early Iron Age assemblage from Ártánd: between regional upheaval and interregional identity”. Archaeologiai Értesítő. DOI: https://doi.org/10.1556/0208.2025.00101