El ser humano es muy aficionado a etiquetar, clasificar y catalogar todo lo que le rodea. Actividades que ayudan a ordenar el pensamiento, un proceso clave en la comunicación y en el desarrollo del lenguaje. Clasificar animales y plantas es algo que llevamos haciendo desde tiempos antiguos.
Clasificaciones antiguas
Las primeras clasificaciones se centraban en la utilidad o la practicidad. Separábamos animales domésticos de salvajes, a los carnívoros de los herbívoros, los que vuelan, los que caminan y los que nadan. Con las plantas, algo similar: cultivables, y silvestres, comestibles, y no comestibles, y de estas, las que no se comen porque saben mal, y las que no se comen porque matan. Clasificaciones todas muy útiles, sin duda, pero muy artificiales, que hablan de nuestra relación con los seres vivos, pero que no dicen mucho de los seres vivos en sí.
Aristóteles, en el siglo IV a.e.c., fue el primero en intentar una clasificación basada en rasgos propios de los seres vivos y no de su utilidad. Dividió a los animales en dos grupos, aquellos que tenían sangre —llamados Enaima, agrupaba a los vertebrados, divididos entre vivíparos y ovíparos— y los que no —llamados Anaima —que incluía a los invertebrados—.
Esta clasificación tuvo mucho éxito y se mantuvo vigente hasta que, en el siglo XVIII, Carl von Linné diseñó un método de clasificación más riguroso que el aristotélico.

La taxonomía linneana
El primer trabajo del considerado como padre de la taxonomía biológica fue con las plantas. En su trabajo, Species Plantarum, publicado en 1753, creó el concepto de nombre científico, que designa de forma unívoca cada especie, y se compone de dos palabras: el nombre genérico —siempre con inicial mayúscula— y el epíteto específico —siempre en minúscula—.
Si las especies se clasifican en géneros, los géneros se clasifican en una categoría taxonómica superior: la familia. En botánica, todas las familias terminan en «-aceae», mientras que en zoología termina en «-idae». Por encima está el orden, que agrupa a varias familias, y sobre el orden, la clase, que agrupa a varios órdenes.
En plantas, la categoría siguiente es la división, que recibe el nombre de filo en animales. Y aún por encima, el reino. En casos particulares, cuando es necesario, se pueden añadir categorías intermedias, como subfamilias o superórdenes.
Así pues, el nombre científico designado por Linné para el haya, por ejemplo, —que se mantiene hasta hoy— fue Fagus sylvatica, que pertenece a la familia Fagaceae, orden Fagales, clase Magnoliopsida, división Magnoliophyta y reino Plantae. Por otro lado, y por ejemplificar un animal, el ser humano es Homo sapiens, de la familia Hominidae, orden Primates, clase Mammalia, filo Chordata y reino Animalia.
Esta forma de clasificar a los seres vivos, basada principalmente en la anatomía comparada, fue muy útil y se generalizó de forma masiva. Inicialmente, solo había dos reinos: plantas y animales. Tiempo después, los hongos se identificaron como distintos de las plantas, y se creó un reino aparte: el reino Fungi. Con el descubrimiento de los microorganismos, se acuñaron dos nuevos reinos: el reino Protista, para microorganismos eucariotas, y el reino Monera, para las bacterias.
Siguiendo esta clasificación, los vertebrados, que conformaban un subfilo dentro del filo de los cordados, se clasificaban en nueve clases vivas. Cinco clasificadas como peces: Huperoartia (lampreas), Myxini (mixinos), Chondrichthyes (tiburones y rayas), Actinopterygii (peces de aletas membranosas) y Sarcopterygii (peces de aletas lobuladas). Las otras cuatro, agrupadas bajo la designación de tetrápodos: Amphibia (anfibios), Reptilia (reptiles), Aves y Mammalia (mamíferos).
Este sistema de clasificación estuvo muy bien. Pero a medida que aprendemos más y más sobre el proceso evolutivo, y más aún, cuando reconocemos que la evolución es fundamento base en la biología, resulta que la clasificación linneana no es la clasificación natural que se esperaba.
La evolución desafiando la clasificación tradicional
A medida que los conocimientos sobre biología evolutiva se fueron asentando, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX, y más aceleradamente en las dos últimas décadas, empezó a desarrollarse una nueva forma de clasificar a los seres vivos.

La idea de que el grado de parentesco evolutivo entre grupos de seres vivos debía ser el criterio para su clasificación, y no sus similitudes anatómicas, ya estaba presente en la primera edición de El origen de las especies de Charles Darwin, en 1859, pero tal idea no fraguó hasta casi un siglo más tarde.
En el año 1950, el biólogo alemán Willi Henning publica su obra Grundzüge einer theorie der phylogenetischen systematik (Características básicas de una teoría de la sistemática filogenética), que fue germen de la cladística, una nueva rama de la biología que agrupa a los seres vivos en función de sus relaciones evolutivas. Este es considerado, hoy, como el sistema más adecuado para la clasificación de los seres vivos.
Entre la clasificación tradicional y la cladística hay diferencias relevantes. Por un lado, la cladística no tiene categorías taxonómicas cerradas como la clasificación linneana; los distintos grupos, —llamados clados—, se van dividiendo en ramas que se bifurcan consecutivamente hasta llegar a las especies. Idealmente, las divisiones son siempre dicotómicas; de cada rama salen solo dos ramas nuevas.
La nomenclatura binomial linneana para las especies se conserva, así como muchos de los nombres tradicionales. Sin embargo, sus categorías y jerarquías se desdibujan y se pierden.

Por ejemplo, en la clasificación linneana, aves y reptiles son clases dentro del subfilo de los vertebrados, y ambos grupos pertenecen al mismo nivel jerárquico. En la cladística, esto cambia: al incorporar los datos evolutivos, se descubre que las aves en realidad forman parte de los dinosaurios, que tienen un parentesco estrecho con los cocodrilos. El hecho de que estos estén más cercanamente emparentados con las aves que con otros reptiles como lagartos o serpientes hace, de forma ineludible, que las aves se encuentren en una ramificación inferior a la de los reptiles, y de hecho, dentro de ellos.
Si se permite un símil, la clasificación linneana tradicional, basada en la anatomía comparada, equivale a tomar las fotografías de un álbum de fotos y clasificar a las personas en función de su aspecto, independientemente de cuáles sean sus relaciones familiares; mientras que la clasificación cladística, basada en las relaciones filogenéticas, equivale a clasificar a esas personas según su árbol genealógico.
Aunque actualmente, la clasificación linneana aún se emplea mucho por su sentido práctico, por comodidad y simplicidad, la evolución ha mostrado que las categorías que se pretenden aisladas y discretas no lo son. Desde el punto de vista científico, la única forma de clasificación verdaderamente natural es la cladística. Solo ella se basa realmente en las relaciones evolutivas entre organismos, independientemente de su aspecto. Y es, hoy, la más utilizada y aceptada.
Referencias:
- Cracraft, J. et al. (Eds.). 2004. Assembling the tree of life. Oxford University Press.
- De Queiroz, K. et al. 1990. Phylogeny as a Central Principle in Taxonomy: Phylogenetic Definitions of Taxon Names. Systematic Zoology, 39(4), 307. DOI: 10.2307/2992353
- de Queiroz, K. et al. 1992. Phylogenetic Taxonomy. Annual Review of Ecology and Systematics, 23(1), 449-480. DOI: 10.1146/annurev.es.23.110192.002313
- Solomon, E. P. et al. 2013. Biología (9a). Cengage Learning Editores.