No ves los colores como los ven los demás (y ellos, tampoco)

Aunque la longitud de onda de la luz puede medirse de forma objetiva, la forma en la que nuestro cerebro interpreta los colores es profundamente subjetiva, y depende de factores tanto biológicos como culturales.
No ves los colores como los ven los demás (y ellos, tampoco)

La percepción del color ha sido un tema de intensos debates tanto desde la fisiología y la neurología, como desde la filosofía de la percepción. Los seres humanos ven los colores gracias a un tipo de célula de la retina denominadas conos, que se estimulan según la longitud de onda que reciben. Hay de tres tipos de conos: el cono L —del inglés long, ‘largo’—, alcanza su máximo de absorción en una longitud de onda de 560 nanómetros, considerado rojo; el cono M —del inglés medium, ‘intermedio’— se excita con un pico de 520 nanómetros, que corresponde al color verde; y el cono S —del inglés short, ‘corto’— absorbe a 420 nanómetros, que coincide con el azul. Vemos en RGB.

Holi, o festival de los colores, de India. — powerofflower/iStock

La subjetividad del color en la percepción humana

Aunque estas células de la retina son esenciales para la función visual, el verdadero órgano de la visión no es el ojo, sino el cerebro. El ojo recibe la imagen, transmite la información correspondiente al cerebro, que reconoce los estímulos y los interpreta. Los colores son, por lo tanto, interpretaciones del cerebro. Por supuesto, las personas que no disponen de todos los conos verán una gama menor de colores —como los casos de daltonismo o de acromatopsia—, pero incluso entre personas con los tres tipos de conos la percepción del color puede ser diferente.

Lo cierto es que el color, lejos de ser una propiedad objetiva de los objetos o de la luz, es una valoración enormemente subjetiva. Muchas diferencias en la percepción se deben, efectivamente, a distinta naturaleza, cantidad y distribución de los conos en la retina, pero no exclusivamente: incluso individuos con una configuración similar de conos pueden calibrar los colores observados de maneras diversas. De hecho, las investigaciones indican que factores como el género, el sexo, la procedencia geográfica, la etnia y el idioma influyen en cómo percibimos los colores.

Campo de tulipanes — JacobH /iStock

Se distinguen mejor los colores que pueden nombrarse

Una de las situaciones más curiosas son las observables en función de la lengua. Por ejemplo, hay lenguas, como el vietnamita o el zulú, que no discriminan léxicamente entre el verde y el azul, emplean un mismo término para designar ambos colores. Por el contrario, otros como el náhuatl o el castellano, no solo los distinguen, sino que además presentan un término distinto para un color intermedio, el turquesa. Lo curioso es que los hablantes nativos de las lenguas no discriminativas tienen mayores dificultades para visualizar diferencias entre los distintos colores.

Podría pensarse, de entrada, que en esta relación, la causa sea perceptiva y la consecuencia lingüística, es decir, que esas lenguas no discriminan esos colores porque los hablantes no son capaces de distinguirlos. Esto implicaría causas meramente biológicas en la percepción del color. Sin embargo, la evidencia parece apuntar en el sentido contrario: es la lengua la que influye en la percepción del color, y personas que crecen en un entorno lingüístico distinto al de sus padres perciben los colores de manera diferente a ellos.

Mujer celebrando el Día de Muertos — FG Trade Latin /iStock

El teracromatismo como espectro ampliado

Como ya se ha indicado, el cono tipo L se especializa en longitudes de onda larga. Pero ciertos estudios señalan que existen variaciones genéticas que pueden alterar este tipo de receptores, haciendo que la longitud de onda que perciben de forma óptima varíe ligeramente. Así pues, habría personas cuyos conos L se estimulen con longitudes de onda más tendientes al rojo, y otras, más cercanos al naranja.

Estas variaciones genéticas se encuentran en el cromosoma X, de modo que las personas con cromosomas sexuales XY solo presentan una copia del gen, y por lo tanto, solo pueden tener una de las dos variantes de cono L. En estos casos, quienes tengan la variante más roja verán los colores de un modo distinto a quienes tengan la variante más anaranjada. En la mayoría de las personas con cromosomas XX sucede, además, que ambos cromosomas tienen la misma versión del gen, con idénticas consecuencias. No obstante, en torno al 40 % de las mujeres tienen en cada cromosoma X una variante distinta, por lo que en sus retinas se expresan ambas formas de cono L simultáneamente.

Se ha especulado que, gracias a esta condición, estas mujeres podrían tener un espectro de colores perceptibles más amplio que el resto de la población. Sin embargo, otras investigaciones parecen apuntar que, aunque el pico máximo de absorción esté desplazado, ambas variantes de conos tienen un solapamiento en la percepción total de la luz tan ajustado que presentar las dos no supondría una mejora significativa en la discriminación de colores.

Aunque esta posibilidad todavía está siendo investigada, el hecho de que existan diferencias genéticas relacionadas con la percepción del color sugiere que nuestro entendimiento de los colores es más diverso de lo que solemos reconocer.

Lo que sí queda claro es que las diferencias individuales en la forma de percibirlos colores están influenciadas por factores genéticos y socioculturales. Esto desafía la idea de que todos experimentamos el mundo visual de la misma manera. Reconocer la subjetividad de los colores nos invita a apreciar la diversidad de las experiencias humanas y a cuestionar nuestra comprensión de la realidad visual que nos rodea. No deja de ser emocionante conocer cómo la percepción del color se relaciona con el lenguaje y cómo las diferencias influyen en nuestra forma de experimentar y comunicar la belleza y complejidad del mundo.

Referencias:

  • Drożdżowicz, A. 2019. From saying to seeing: Berit Brogaard: Seeing and saying: the language of perception and the representational view of experience. Oxford: Oxford University Press, 2018, 216 pp, £47.99 HB. Metascience, 29. DOI: 10.1007/s11016-019-00469-z
  • Jameson, K. A., Winkler, A., & Goldfarb, K. 2016. Art, interpersonal comparisons of color experience, and potential tetrachromacy. Human Vision and Electronic Imaging.
  • Jameson, K. A., Winkler, A., Herrera Ortiz, C., et al. 2016. The Veridicality of Color: A case study of potential human tetrachromacy. GLIMPSE journal, 12, 1-36.

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