Durante décadas, la presencia de grandes tiburones blancos en las frías aguas del Atlántico canadiense fue poco más que un rumor. Apenas un puñado de avistamientos esporádicos, restos hallados en redes de pesca o mordiscos en focas sugerían su paso fugaz. Pero algo ha cambiado. Y no es una impresión aislada. Es un fenómeno documentado, cuantificado y ahora confirmado por la ciencia con el primer estudio sistemático sobre el aumento de estos depredadores en Canadá atlántico.
Publicado en la revista Marine Ecology Progress Series, el estudio liderado por el investigador Hassen Allegue y un equipo binacional de Canadá y Estados Unidos, ha revelado un dato asombroso: la probabilidad de que un tiburón blanco visite las aguas frente a Halifax se ha multiplicado por 2,4 en apenas cuatro años. En la zona del Estrecho de Cabot, que separa Nueva Escocia de Terranova, el aumento ha sido aún más dramático, con una subida de casi cuatro veces. Esta expansión hacia el norte ha sido registrada gracias al seguimiento de 260 tiburones etiquetados acústicamente entre 2014 y 2023, en el que participaron instituciones como la Ocean Tracking Network y el Departamento de Pesca y Océanos de Canadá.
Un cambio de escenario para un depredador icónico
Los tiburones blancos (Carcharodon carcharias) son migradores incansables, capaces de recorrer miles de kilómetros en busca de alimento y aguas más cálidas. Aun así, su distribución solía estar bien delimitada: el norte de Estados Unidos era el límite más habitual. Hasta ahora. Lo que esta nueva investigación demuestra con datos es que ese límite se está desplazando de forma acelerada hacia el norte, incluyendo zonas donde históricamente eran prácticamente invisibles.
La duración de su estancia también se ha modificado. Entre 2014 y 2018, los tiburones pasaban una media de 48 días en aguas canadienses. En 2023, ese número ya alcanzaba los 70 días. Este alargamiento de su temporada de presencia sugiere algo más profundo: los tiburones no solo están explorando nuevas aguas, están empezando a quedarse.

¿Por qué están subiendo al norte?
Los autores del estudio señalan varias razones plausibles. En primer lugar, el cambio climático. El calentamiento de las aguas del Atlántico norte ha ampliado la franja de hábitats cómodos para los tiburones blancos, que prefieren temperaturas templadas. A esto se suma un factor clave: el auge de las poblaciones de focas grises, una de sus presas favoritas. Gracias a décadas de protección legal, las focas se han recuperado notablemente en Canadá. Y donde hay comida, los depredadores no tardan en llegar.
Este binomio —aguas más cálidas y banquetes más abundantes— ha generado el escenario ideal para que los tiburones blancos se aventuren más al norte que nunca. Y los datos lo confirman.
El seguimiento de estos animales ha sido posible gracias a un sistema de redes acústicas instalado en puntos estratégicos, como la línea de Halifax y el Estrecho de Cabot. Cuando un tiburón equipado con un transmisor pasa cerca, el sistema lo detecta y registra. Este enfoque ha permitido estudiar no solo cuántos tiburones llegan, sino cuánto tiempo permanecen, y cómo ha variado su comportamiento a lo largo de los años.
Los científicos utilizaron un modelo estadístico jerárquico para estimar probabilidades de migración y estancias, teniendo en cuenta múltiples factores como el sexo, la etapa de madurez o el lugar donde fueron etiquetados. A pesar de la complejidad del modelo, los resultados fueron concluyentes: el norte ya forma parte estable del mapa migratorio de los tiburones blancos.
Más tiburones, ¿mayor peligro?
La imagen del tiburón blanco sigue marcada por décadas de cultura popular, especialmente por el cine. Pero la realidad es que los encuentros peligrosos con humanos son extraordinariamente raros. A nivel global, las mordeduras no provocadas de tiburones están en mínimos históricos. En Canadá, solo se han registrado dos ataques confirmados desde 1837. Uno de ellos, trágicamente mortal, ocurrió en 2020 frente a las costas de Maine.

Esto no significa que los riesgos deban ignorarse. Pero sí que conviene poner en contexto el miedo. Los investigadores y conservacionistas coinciden en que la mejor forma de evitar incidentes es educar al público y fomentar conductas responsables. De hecho, muchas provincias ya han implementado medidas de seguimiento, vigilancia costera e incluso aplicaciones móviles donde los usuarios pueden registrar avistamientos de tiburones.
Aunque su expansión al norte podría parecer alarmante, también podría ser una señal positiva. Tras décadas de sobrepesca, los tiburones blancos del Atlántico noroccidental —una población genéticamente diferenciada— empezaron a mostrar signos de recuperación tras la prohibición de su pesca en Estados Unidos en los años noventa. Canadá los protege desde 2011 como especie en peligro.
Esta nueva presencia en aguas canadienses podría indicar que los esfuerzos de conservación están dando frutos. Más tiburones no son necesariamente malas noticias. En términos ecológicos, los tiburones blancos cumplen un papel vital como reguladores de los ecosistemas marinos. Su regreso puede ser interpretado como un signo de salud ambiental.
Una convivencia inevitable
En Scarborough, Maine, un pescador con décadas de experiencia recientemente divisó un tiburón blanco por primera vez en su vida. En la misma localidad, un aficionado utilizó un dron para grabar otro ejemplar de unos 3,6 metros, deslizándose bajo la superficie con elegancia. Lejos del pánico, su reacción fue de asombro.
La presencia de tiburones blancos ya es parte de la nueva normalidad para pescadores, surfistas y bañistas del Atlántico norte. Aprender a convivir con ellos será clave en los próximos años. La ciencia ya ha dado el primer paso para entender su comportamiento en esta región. El resto dependerá de cómo decidamos actuar: con miedo, o con conciencia.
El estudio ha sido publicado en Marine Ecology Progress Series.