Los senderos de la ciencia son inescrutables, por eso una misma sustancia –la toxina botulínica- puede quitarnos la arruga, el dolor de la cabeza, y matarnos. A continuación, revisaremos seis datos curiosos relacionados con la toxina que, seguramente, no son por todos conocidos.
1. La toxina antiarrugas no ha cumplido todavía cincuenta años
El alumbramiento del Botox se produjo en el año 1987, cuando un matrimonio canadiense –los Carruthers- descubrieron que la toxina botulínica era capaz de eliminar las arrugas de los ojos.
2. El descubrimiento fue fruto del azar
Alaister Carruthers se dedicaba a la dermatología y su esposa Jean a la oftalmología. Ambos descubrieron por serendipia los maravillosos efectos dermoestéticos que todos conocemos en estos momentos. Al parecer fue una paciente la primera en alertar de sus efectos milagrosos. No dejaba de insistir a Jean que no la suspendiese el tratamiento para su estrabismo, porque gracias a él sus “patas de gallo” habían desaparecido por completo.

La verdad es que la serendipia ha jugado un papel destacado en la historia de la ciencia, gracias a ellas se descubrieron, entre otros, los rayos X, la penicilina, el viagra o el LSD.
3. Nunca llegó a registrarse como marca comercial
La verdad es que los Carruthers no vislumbraron en ningún momento el negocio que tenían entre manos, por ese motivo nunca llegaron a patentar su descubrimiento. Y es que cuando hicieron público su hallazgo en 1991 –cuatro años después de descubrir los efectos beneficiosos de la toxina- no podía sospechar que acababan de inventar el tratamiento dermoestético más famoso del mundo. Si lo hubieran hecho, a buen seguro, encabezarían la lista Forbes de las personas más ricas del mundo.
4. La toxina mantuvo en jaque a la población europea en la época Napoleónica
La historia de la toxina botulínica alcanzó un punto glorioso a comienzos del siglo XIX. Y es que tras las Guerras Napoleónicas (1792-1815) se relajaron las normas higiénicas que relajaron las normas higiénicas que regulaban la producción de alimentos en Europa Central, lo cual supuso un incremento considerable de las intoxicaciones alimentarias. Para que nos hagamos una idea de su trascendencia, tan solo en la comarca teutona de Württemberg entre 1793 y 1853 hubo más de cuatrocientos casos de este tipo de intoxicaciones y más de un centenar y medio de fallecidos.
Un sagaz profesor de la Universidad de Tübingen, el doctor Johann HF Auttenrieth (1772-1835), tras estudiar con detalle los informes médicos de los intoxicados, llegó a la conclusión de que además de los síntomas gastrointestinales había dilatación de pupilas y los pacientes aquejaban que veían doble.
Estos dos hallazgos motivaron que se barajaran diferentes teorías, algunas relacionadas con el envenenamiento por ácido prúsico. En aquellos momentos nadie podía intuir que la toxina botulínica estaba detrás de las intoxicaciones.
5. La culpa la tenían las salchichas de sangre
No fue hasta algún tiempo después cuando el médico Justinus Kerner (1786-1862), tras un análisis exhaustivo de más de un centenar de muertos, concluyó que la mayoría habían ingerido antes de morir un plato típico de la zona llamado “blunzen” o “saumagen”, es decir, estómago de cerdo cocido relleno de salchichas de sangre. Allí estaba el asesino.
Fue precisamente por este motivo por lo que a la enfermedad se la bautizó como botulismo, del latín botulus, salchicha. Y es que, etimológicamente, el botulismo es la enfermedad de las salchichas.
El doctor Kerner señaló en sus escritos que la intoxicación se debía a una toxina que se desarrollaba en las salchichas en mal estado y que, además, era letal incluso a pequeñas dosis, ya que afectaba tanto al aparato digestivo como al sistema nervioso.
6. Gracias a una banda como se llegó a su descubrimiento
Fue a mediados de diciembre del año 1895 cuando en la ciudad belga de Ellezelles una banda musical fue invitada a acompañar las exequias de un miembro de su comunidad. Después de la ceremonia la orquesta acudió a una posada (Le Rustic) en donde degustó en compañía de otros aldeanos grandes cantidades de jamón salado. Al parecer el animal había sido sacrificado cuatro meses atrás, lo cual provocó que 34 comensales enfermaran –incluyendo los músicos- y hubiera tres fallecidos.

A partir del estudio de la carne contaminada un discípulo de Robert Koch, el profesor Emile P Marien van Eermengen (1851-1932), aisló las esporas de una bacteria desconocida en aquellos momentos, el Bacillus botulinum.
Sería bastante después cuando se aislaron siete toxinas diferentes, que fueron identificadas con las letras de la A a la G, de las que cuatro son mortales para el ser humano, ya que bloquean las contracciones del músculo diafragma y provocan el fallecimiento de la persona intoxicada.
Este efecto se debe a que inhibe la liberación de una neurotransmisor llamado acetilcolina, el cual se encarga de transmitir la señal eléctrica desde los nervios hasta el sistema musculo-esquelético. Es precisamente este bloqueo el que se traduce en la desaparición de las odiosas arrugas.
Referencias:
- Gargantilla, P. Historia de la Medicina. Editorial Pinolia, 2023.
- Ledermann, W. Historia del Clostridium botulinum. Rev Chil Infect. 2003;39-41.