Un informe reciente publicado en el Morbidity and Mortality Weekly Report del Centers for Disease Control and Prevention (CDC) arroja cifras contundentes: en 2022, cerca del 3,2 % de los niños estadounidenses de 8 años fueron diagnosticados con trastornos del espectro autista (TEA). El dato representa un aumento respecto a años anteriores y se convierte en la prevalencia más alta registrada por la Red de Monitoreo de Discapacidades del Desarrollo y Autismo (ADDM, por sus siglas en inglés) desde que comenzaron sus mediciones hace más de dos décadas.
Este aumento, sin embargo, no responde a un brote de casos ni a factores ambientales de reciente aparición. Los autores del estudio, que analizaron información procedente de 15 estados diferentes de EE. UU., consideran que el crecimiento refleja un progreso importante en la identificación, el diagnóstico y el seguimiento de los niños con características del espectro autista.
De cifras marginales a datos masivos
Hace dos décadas, el autismo era considerado una rareza. Las estimaciones hablaban de un caso por cada 150 niños. El nuevo informe del CDC, centrado en menores de ocho años, sitúa la cifra en más de 30 por cada 1.000. Es un salto que, por sí solo, invita a preguntarse qué ha cambiado tan radicalmente en tan poco tiempo.
La respuesta no se encuentra en una causa biológica nueva, ni en un virus, ni mucho menos en las vacunas (como algunos discursos desacreditados aún insisten en sostener). El cambio ha sido más profundo: está en nuestra capacidad para observar, diagnosticar y comprender.
El espectro autista, como su nombre indica, abarca una amplia variedad de manifestaciones. Desde personas que requieren apoyo constante en su día a día, hasta aquellas que simplemente experimentan el mundo de manera distinta, con hipersensibilidad a ciertos estímulos, patrones de pensamiento no lineales o dificultades específicas en la comunicación social. Y lo que hoy se diagnostica con más facilidad, antes se diluía en diagnósticos erróneos, en silencio o directamente en invisibilidad.

El mapa de los diagnósticos: una lección sobre desigualdad
Uno de los hallazgos más llamativos del informe es la enorme variación entre regiones. En algunos estados, como California, se detectan cinco veces más casos que en otros, como Texas. ¿Significa esto que hay más autismo en la costa oeste de Estados Unidos? No. Significa que allí se detecta mejor. Dicho de otra forma, el informe aclara que el aumento no significa que estén naciendo más niños con autismo que antes. Lo que cambia es la capacidad de detectarlos. A medida que se amplían los criterios diagnósticos y se forman mejor los profesionales de la salud y la educación, es más probable que los niños con necesidades específicas sean reconocidos y derivados a apoyos adecuados.
En este sentido, las cifras revelan que los lugares con redes de salud más sólidas, con programas específicos de cribado infantil y con profesionales formados, identifican más casos. En cambio, donde los recursos son escasos o el acceso a la atención especializada es limitado, muchas familias simplemente no reciben un diagnóstico para sus hijos.
En particular, los datos muestran cómo ciertos estados o regiones con mejores sistemas de evaluación infantil presentan tasas más altas. Por ejemplo, en California se identificaron más de 53 niños con autismo por cada 1.000, mientras que en otras áreas como Texas, la cifra fue inferior a 10 por cada 1.000. Esta brecha no responde a diferencias reales en la prevalencia, sino a desigualdades en el acceso a servicios de diagnóstico y atención especializada.
Diagnóstico a edades más tempranas
Una de las novedades del estudio es que se ha prestado especial atención a los diagnósticos realizados en niños de 4 años. Esto permite medir de forma más precisa la incidencia acumulada por edad, es decir, cuántos niños son identificados como parte del espectro antes de cumplir ciertos hitos del desarrollo.
Los resultados muestran que una parte creciente de los diagnósticos se realiza antes de los 36 meses de edad, especialmente en los lugares con programas de cribado infantil más activos. Detectar el autismo a edades tempranas es crucial para iniciar intervenciones eficaces que favorezcan la comunicación, el lenguaje, la autonomía y la socialización del niño.
Otra transformación profunda es que cada vez se identifican más casos en comunidades tradicionalmente infradiagnosticadas, como la población hispana, afroamericana o asiática. Durante años, el autismo se percibió como una condición que afectaba sobre todo a niños blancos de clase media. Hoy, eso está cambiando.
El aumento de diagnósticos en estas comunidades no se debe a que haya más casos, sino a que las barreras de acceso están empezando a caer. Profesionales mejor preparados, materiales en diferentes idiomas, y un trabajo más activo en las escuelas están permitiendo detectar señales que antes se pasaban por alto.
Uno de los cambios más significativos en los últimos años ha sido el aumento en la detección del autismo en niñas. Aunque los varones siguen siendo diagnosticados en mayor número, los últimos datos muestran que el ritmo de crecimiento en los diagnósticos ha sido más acelerado entre las niñas. Este patrón sugiere que, por fin, se están comenzando a reconocer manifestaciones del autismo que hasta ahora pasaban desapercibidas por no ajustarse al modelo tradicional, históricamente centrado en niños.
Según los expertos, muchas niñas autistas desarrollan estrategias de adaptación social que enmascaran sus dificultades. Este fenómeno, conocido como “camuflaje”, puede hacer que sus síntomas sean menos visibles tanto en casa como en la escuela, lo que retrasa o incluso impide su identificación. A esto se suma un problema estructural: la mayoría de los criterios diagnósticos fueron diseñados con base en estudios sobre varones, sin considerar cómo puede variar la presentación del espectro en otros géneros.

La necesidad de herramientas más inclusivas y precisas es una demanda recurrente dentro de la comunidad autista. La Autistic Self Advocacy Network (ASAN), una organización liderada por personas autistas que promueve la autodeterminación y los derechos civiles, ha criticado recientemente la cancelación por parte del gobierno federal de un estudio que buscaba adaptar los métodos diagnósticos a mujeres y personas de género no binario. Según ASAN, esta decisión no fue técnica, sino política, y supone un retroceso preocupante en la lucha por una atención médica más equitativa.
Sea como fuere, en el fondo, lo que estamos viendo no es un aumento de autismo, sino una caída del prejuicio y del desconocimiento, gracias al desarrollo de mejores herramientas y técnicas de diagnóstico.
Lo que se sabe —y lo que no— sobre las causas
El informe no se limita a contar cifras. También ofrece contexto sobre las causas del autismo, una condición profundamente compleja. A día de hoy, se sabe que en la mayoría de los casos hay un fuerte componente genético. Se han identificado alteraciones en más de 200 genes implicados en el desarrollo cerebral temprano. En muchos casos, estas variantes son hereditarias, aunque también se detectan mutaciones nuevas que aparecen en el niño sin estar presentes en los padres.
Otros factores pueden aumentar el riesgo, aunque no son suficientes por sí solos para causarlo. Entre ellos se encuentran nacimientos prematuros, infecciones durante el embarazo o la edad avanzada del padre. La influencia ambiental o ciertos medicamentos prenatales, se sigue investigando, pero no se ha establecido una relación directa y generalizada.
En lo que sí hay consenso es en lo que no causa autismo: las vacunas han sido descartadas como factor causal en numerosos estudios de gran escala realizados en distintos países. Tampoco existe evidencia que relacione el autismo con prácticas de crianza o estilos parentales.
¿Prevenir el autismo?
Algunas voces, desde sectores políticos o incluso médicos, insisten en hablar de prevención. Pero esa idea ha generado rechazo dentro de la comunidad autista. Porque lo que subyace en ella es la visión del autismo como un error que debe ser corregido.
Para muchos, el enfoque debe ser otro. No se trata de evitar que existan personas autistas. Se trata de garantizar que esas personas puedan vivir con dignidad, con apoyos adecuados, sin discriminación. Que puedan desarrollar sus capacidades, formar parte de la sociedad, y tener una buena calidad de vida.
Reconocer para apoyar
Para los autores del estudio, estos datos no deben generar alarma, sino impulsar un mayor compromiso social y político. El aumento en las cifras, lejos de ser una señal de deterioro, es un indicador de progreso en la forma de identificar y comprender el autismo. También plantea la necesidad urgente de ampliar los sistemas de apoyo, adaptar los entornos educativos y garantizar que las personas con autismo y sus familias accedan a servicios que mejoren su calidad de vida desde las primeras etapas.
El diagnóstico no es el final de un camino, sino el inicio de una respuesta. Cuanto antes se identifica, más posibilidades existen de adaptar estrategias de intervención efectivas, fomentar la inclusión y reducir las barreras que históricamente han marginado a quienes viven con autismo.
Y es que el número creciente de diagnósticos de autismo no refleja una epidemia silenciosa ni un colapso del desarrollo infantil. Refleja, en realidad, un cambio de paradigma. La ciencia está afinando su mirada.
Referencias
- Shaw KA, Williams S, Patrick ME, et al. Prevalence and Early Identification of Autism Spectrum Disorder Among Children Aged 4 and 8 Years — Autism and Developmental Disabilities Monitoring Network, 16 Sites, United States, 2022. MMWR Surveill Summ 2025;74(No. SS-2):1–22. DOI: 10.15585/mmwr.ss7402a1