La agricultura y el uso de las plantas en la antigua Iberia

Durante la época ibérica, la agricultura era la base de la economía y la subsistencia de las poblaciones. Gracias al asentamiento de nuevas poblaciones en la Península, surgirán nuevos productos y técnicas de cultivo, que se usarán no sólo para la alimentación, sino también con fines rituales.
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Las plantas formaban parte de la vida cotidiana de las sociedades ibéricas en sus distintas formas: alimenticias, rituales, medicinales, etc. La subsistencia de estas comunidades dependía de la agricultura, hasta el punto de que era el calendario agrícola el que regía sus vidas.

La proliferación de estudios arqueobotánicos en las últimas décadas en la península ibérica, especialmente sobre semillas y frutos, ha aportado relevantes datos para conocer cuáles eran los cultivos más importantes durante el I Milenio.

El asentamiento de nuevas poblaciones procedentes del Mediterráneo oriental en la Península dará lugar a nuevos productos y nuevas técnicas de cultivo.

Kalathos íbero (s. II-I a.C.) de Cabezo de la Guardia (Alcorisa), representa a un personaje trabajando la tierra con un arado tirado por yunta de bueyes y rodeado de aves. Museo de Teruel. FOTO: ASC/MUSEO DE TERUEL

La incorporación del arado de reja metálica tirado por bóvidos a partir del siglo IV a.C. supondrá un cambio cualitativo en las prácticas agrícolas que se verá traducido en una intensificación de la agricultura.

Así, durante la época ibérica el entorno vegetal cambia y se roturan nuevas tierras para la creación de campos de cultivo y pastos. Lo más destacable de este momento es el paso de una agricultura que durante la Prehistoria consiste en el cultivo de cereales y leguminosas a otra donde los frutos adquieren un protagonismo importante y que va a definir la agricultura mediterránea.

Semillas y frutos identificados en el área palacial del oppidum de Puente Tablas (s. IV-III a.C.). Archivo del Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica. FOTO: ASC/EVA MONTES

Diferentes especies de cereales, principalmente cebada vestida y trigo desnudo junto a la escaña, el trigo farro, el mijo, el panizo y en ocasiones la avena, van a definir el conjunto de plantas cultivadas, que además se verán complementadas con el cultivo de leguminosas como el haba, el guisante, la lenteja, el garbanzo, los guijos y el yero.

La vid y la higuera son de los primeros frutos que comienzan a cultivarse en el Mediterráneo, aunque durante la época ibérica la arboricultura está en un momento inicial.

El cultivo de los frutales requiere un arraigo prolongado a la tierra y, en muchas ocasiones, no es la generación que los siembra la que recoge los frutos.

Moneda acuñada en Obulco, en Porcuna (Jaén), con una espiga tumbada, un arado y una leyenda en escritura ibérica meridional. FOTO: ALBUM

El frutal más destacado era la vid, no solo por su preciado sabor y contenido en azúcares, sino por el papel social que representa cuando es transformado en vino, ya que está vinculado a las élites y presente en ceremonias, banquetes y rituales.

En este momento también se están consolidando otras especies de frutales, especialmente los pertenecientes a la familia de los prunus: cerezos, ciruelos y almendros. Y también árboles introducidos, como el granado, tienen un fuerte significado ritual, representando la fecundidad.

Al mismo tiempo, el olivo cultivado comienza a introducirse tímidamente desde la zona de Levante como consecuencia de los contactos coloniales, para comenzar un amplio desarrollo a partir de época romana.

Estos cultivos también jugaban un importante rol en el ámbito ritual, ya que eran ofrecidos a la divinidad en los santuarios para obtener protección, fertilidad y buenas cosechas.

Otras plantas cultivadas como el lino o pertenecientes a la vegetación natural, como el esparto, eran manufacturadas para la obtención de tejidos y cestería.

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