La construcción de un oppidum exigía un ingente trabajo de gran parte de la comunidad íbera. Primeramente, había que extraer enormes cantidades de bloques de piedra de las canteras, transportarlos y realizar una detallada construcción de un recinto adaptado a las condiciones del terreno y formado por torres, puertas y grandes lienzos amurallados, lo que sin duda alguna exigió del conocimiento en poliorcética.
El término oppidum (oppida en plural) es un vocablo latino que presenta diversos significados. Las numerosas fuentes históricas al utilizar este término hacen referencia a un determinado lugar relacionado con un asentamiento de población.
Parece que en origen se atribuye a la descripción de los asentamientos galos que se enfrentaron a las campañas de Julio César, pero este concepto de asentamiento galo no es posible extrapolarlo por sus distintas características al mundo ibérico.
El concepto de oppidum latino conlleva una idea de fortificación, pero siempre dependiendo de la superficie y de la posición geográfica del asentamiento. Por tanto, los arqueólogos e historiadores de la Antigüedad utilizan la palabra oppidum para definir un asentamiento amurallado, sin especificación de su categoría jurídica concreta.
El origen de los ‘oppida’
El oppidum se corresponde con un modelo político de asentamiento que podemos definir como “ciudad-Estado”, que adoptaron los íberos por todo el territorio peninsular.
Tiene un origen peculiar basado en la estructura social, que supone una pervivencia del desarrollo de las comunidades campesinas que se agrupan en torno a un núcleo, normalmente elevado, estratégicamente bien situado y rodeado de tierras fértiles y recursos minerales. Lo que ha venido a definirse como el paso del campo a la ciudad, de la vida rural a la vida urbana.

Parece ocurrir este fenómeno con el auge de los modelos aristocráticos y se ha definido como el paso de un modelo aldeano, disperso por un determinado territorio, a agruparse en torno a un núcleo amurallado, hacia el siglo VII a.C.: el oppidum.
Todo ello conllevaría la configuración de un paisaje organizado, con centros urbanos dispuestos unos al lado de otros de manera estratégica.
El hecho de que los oppida encierren las residencias fortificadas de las distintas poblaciones gobernadas por un príncipe, demuestra que no solo servían para defenderse de los enemigos. Esta nueva organización social dentro de unas murallas, también conllevaba la creación de una identidad grupal que se encontraría unida, seguramente, por lazos de parentesco comunes.
Así nacieron los oppida, como auténticos núcleos de poder independiente de un determinado territorio en los que se concentraron diversas poblaciones, organizándose dentro de un recinto fuertemente amurallado.

Se crearon estructuras sociales relacionadas con las diferentes tareas –artesanos, agricultores, guerreros, comerciantes...–, controladas todas ellas por una familia aristocrática que marcará y definirá las pautas y la vida en el interior de los oppida.
Encontramos oppida de muy diversos tamaños, con un urbanismo agrupado con dimensiones que normalmente oscilan entre las 5 y las 10 hectáreas de media. Aunque, a partir del siglo IV y V a.C. observamos un incremento poblacional generalizado que conlleva la transformación de muchos de los recintos y su ampliación o nuevas colonizaciones territoriales. Y, a partir de esos siglos, encontramos oppida que llegan a alcanzar incluso las 20 hectáreas de media.
Con la llegada de Roma a la península ibérica, los oppida de nuevo se transformarán. En algunos territorios observamos el abandono de muchos enclaves y la dispersión de la población en pequeños núcleos rurales o caseríos. Pero, en cambio, en otros territorios observamos nuevamente grandes concentraciones de población e incremento del tamaño de los oppida.
Aunque es realmente complicado realizar cálculos de la población que residía en los oppida, se estima que entre 1000 y 2500 habitantes vivían en los de mediano tamaño y unos 4.000 en los de mayor tamaño.
Cómo se fortificaron los ‘oppida’
La construcción de un oppidum exigía un ingente trabajo de gran parte de la comunidad. Primeramente, había que extraer enormes cantidades de bloques de piedra de las canteras, transportarlos y realizar una detallada construcción de un recinto adaptado a las condiciones del terreno y formado por torres, puertas y grandes lienzos amurallados, lo que sin duda alguna exigió del conocimiento en poliorcética.
Las técnicas empleadas requerían realizar una potente cimentación con los bloques de piedras mayores. Los muros se levantaban normalmente de mampostería irregular hasta una determinada altura (2-3 metros de altura) y los mampuestos eran unidos entre sí con barro.

Se levantaban varias hiladas de estructuras paralelas en piedra para, posteriormente, rellenar el espacio intermedio con tierra y piedras menores. Así se generaba un potente muro de varios metros de altura sobre el cual se levantaba un segundo cuerpo realizado con adobes (hasta los 7-8 metros de altura).
En algunos casos, la primera parte del muro, realizada con piedras, solía tener una ligera inclinación ataluzada que reforzaba la estructura básica de la muralla y podía llegar a alcanzar hasta un total de 10-12 metros de altura, en la mayor parte de los casos.
Toda la pared externa, una vez finalizada su construcción, era enlucida tapando todas las piedras y evitando de esa manera exponer al exterior las fisuras existentes entre los mampuestos, haciendo de esta forma muy difícil que el enemigo pudiera realizar una escalada del muro.
Existen ejemplos en los que encontramos que todo el revoco o enlucido exterior estaba pintado en color rojo o blanqueado al completo, como en el caso de la fortificación del oppidum de Puente Tablas (Jaén), en cuyas excavaciones se localizaron grandes zonas que aún conservan parte del revestimiento exterior de colores.
Esto generaría una visión sobrecogedora en el paisaje, una gran fortaleza que normalmente se situaba en una zona estratégica, sobreelevada, con murallas completamente pintadas en rojo.
A los lienzos de murallas había que añadir torreones completamente macizos, situados a distancias irregulares, que actuaban como grandes contrafuertes constructivos, en algunos casos, pero también eran elementos de defensa, ya que sus quiebros permitían obtener posiciones elevadas y avanzadas respecto a la línea de la muralla, lo cual facilitaba una defensa frontal y lateral ante cualquier ataque que sufriera el oppidum.
Organización urbana de los ‘oppida’
Al espacio interno del oppidum se accedía por una puerta bien fortificada que normalmente presentaba torreones en sus laterales.

Los accesos se situaban en zonas estratégicas, resguardados por la fortificación. Y normalmente, las puertas eran anchas para facilitar el tránsito de los carros, los animales y las personas.
El interior se articulaba en torno a un trazado previamente pensado y calculado. Se marcaban los ejes fundamentales de las manzanas o las casas a través de muros principales que dividen los distintos espacios públicos, las calles. Incluso en los poblados más complejos encontramos también distintos barrios que se articulan por muros medianeros y separaciones urbanas.
Todo ello conllevaba un diseño ortogonal con una ordenación urbana racional, dividiéndose el espacio en grandes manzanas con calles y viviendas –donde habitaban las familias–, zonas productivas o artesanales, lugares destinados a albergar santuarios y grandes espacios donde vivirían los aristócratas y sus familiares más directos, como los palacios.
Dependiendo del rango social, las viviendas podían tener diversos tamaños o estancias, incluso segundos pisos que eran utilizados como graneros.

Una vivienda normal se componía de un gran patio, lugar en el cual se hacía la vida familiar, podía situarse la cocina bajo un porche y diversas habitaciones como despensas y dormitorios. Se trata de un modelo de casa mediterráneo que, como media, podía tener unos 70 m2 de espacio útil.
Las viviendas se construyen siguiendo una base o cimentación de mampostería y un zócalo, también realizado con piedras irregulares, que no supera el medio metro de altura normalmente, sobre el que se levanta un muro de tapial y adobes. Las techumbres son de material perecedero (paja, ramas y cañizo) y barro, y hasta la llegada de los romanos no se documentan las cubiertas con tejas de cerámica.

Estos oppida presentan un urbanismo agrupado, con viviendas de planta cuadrangular y espacios internos compartimentados, y rara vez observamos edificios con cierto carácter público (cultural, político o administrativo), destacando la ausencia de espacios abiertos. Lo más alejado, pues, del modelo del ágora griego o del foro romano.
El sector agrícola debió ser el dominante entre la población. Las viviendas de mayores dimensiones identificadas normalmente corresponden al grupo de clientes cercanos al aristócrata: grandes terratenientes, guerreros, comerciantes, etc…, pero no acumulan grandes riquezas ni ostentan edificios lujosos y, al igual que el resto de la población, realizan en su propia vivienda los procesos de transformación del cereal en harina, de la uva en vino y el almacenaje de los distintos productos.