La figura de Isaac Newton se asocia casi por total unanimidad con la de un genio. Si bien la idea de genio y qué supone exactamente la genialidad ha ido variando desde que el célebre pensador falleciera, sí es cierto que sus ideas ayudaron a definir la cultura occidental a partir del siglo XVIII. El peso de Newton en nuestra ciencia y nuestra cultura no cayó de inmediato, sino que fue alcanzando poco a poco niveles más profundos. Su brillo no cegó con un repentino fogonazo, sino que fue aumentando lenta pero constantemente.
Ya en su época, antes incluso de morir, se le reconocía cierto prestigio, que llevaría por ejemplo a conseguirle el puesto de presidente de la Royal Society durante 24 años, hasta su muerte. Pero a pesar de ello, no faltaban detractores de las ideas de Newton. Estaríamos tentados de decir que estos detractores no estaban preparados para ideas tan avanzadas como las suyas, pero la realidad es que su tesis más reconocida en la actualidad, la Gravitación Universal, tenía un fallo en sus mismas bases.

Newton explicó cómo la gravedad afectaba a los planetas en órbita alrededor del Sol y a los proyectiles lanzados desde la superficie de la propia Tierra, pero no supo dar una explicación de las causas de dicha gravedad, de qué mecanismo físico la provocaba. Él mismo era consciente de esto y esta omisión fue deliberada. “No finjo una hipótesis”, dijo en latín, no propondré algo que soy incapaz de demostrar. Y tenía razón, sería incapaz, pues hubo que esperar más de dos siglos, con todo el desarrollo físico y matemático que ese periodo de tiempo trajo, para que otro genio, Albert Einstein, pudiera dar sentido a esas causas.
Su otra gran área de estudio, la óptica, también le trajo disputas, enemistades y algún que otro rasguño. Durante sus amplísimos estudios sobre la luz, Newton propuso que ésta debía estar compuesta por una corriente de corpúsculos diminutos, lo que hoy llamarías partículas. Prácticamente nadie más en la época defendió esta posibilidad como lo hizo Newton. El resto de grandes estudiosos de la óptica defendían que la luz debía ser en verdad una onda. En el siglo XX nos daríamos cuenta de que era algo todavía más complicado y que la luz podía mostrar comportamientos de onda o de partícula según el experimento que utilizáramos.
Todas estos avances fueron el fruto de toda una vida de estudio por parte de Isaac Newton. De hecho en su juventud, cuando apenas sobrepasaba los 20 años de edad, redactó sus “Cuestiones”, una serie de preguntas cuya respuesta no se conocía en el momento y que guiarían sus investigaciones durante décadas. En estas Cuestiones se mencionaba la gravedad, la mecánica y la óptica, por supuesto. Newton comenzó sus investigaciones con una pasión, temeridad e inconsciencia tal vez propia de esa juventud.
Algunas de las cuestiones referentes a la luz y la visión, no requerían de más equipo que sus propios ojos. Newton experimentó con cómo afectaría a sus ojos mirar al Sol de manera prolongada “hasta que todos los cuerpos pálidos vistos con ese ojo parecían rojos y lo oscuros azules”. Al hacerlo relata como en su ojo aparecían formas de varios colores, que persistían durante hora e incluso días. Cuenta también que tuvo que encerrarse durante varios días en la oscuridad antes de que desaparecieran estas formas y colores en su visión. Sin embargo el experimento más famoso a este respecto es probablemente el que Newton llevó a cabo aproximadamente un año después de exponerse de esta forma a la luz del Sol. En este experimento Newton introdujo una especie de punzón, una aguja roma, entre su ojo y el hueso que rodea al ojo. Llevó esta aguja tan cerca de la parte posterior del ojo como pudo, según sus propias palabras, y apretó la esfera ocular con ella para comprobar cómo esto distorsionaba su visión y para observar los círculos coloreados que aparecían al presionar.
Si bien estos experimentos no le llevaron a grandes conclusiones y más tarde se arrepintió de haberlos llevado a cabo, son una muestra de la tenacidad de Newton, de su capacidad para investigar hasta las últimas consecuencias de cualquiera de sus hipótesis con el objetivo de extraer conclusiones sólidas de sus experimentos. Una de las grandes contribuciones de Newton a la ciencia fue precisamente mostrar la necesidad de este estudio profundo y riguroso de las hipótesis expuestas. Hasta aquel momento la tendencia principal producía hipótesis que no requerían ser comprobadas, que no eran puestas a prueba. Los experimentos en óptica de Newton, los que utilizaban prismas para investigar cómo un haz de luz blanca podía descomponerse en el arcoiris, no pudieron replicarse hasta muchos años más tarde, pues nadie consiguió replicar la precisión conseguida por Newton en su montaje experimental. Es por estos motivos y unos cuantos más, que la figura de Newton ha alcanzado el nivel de prestigio que tiene en la actualidad.
Referencias:
- Westfall, Richard S. (1994). The Life of Isaac Newton. Cambridge University Press. ISBN 978-0-521-47737-6.
- White, Michael (1997). Isaac Newton: The Last Sorcerer. Fourth Estate Limited. ISBN 978-1-85702-416-6.