Los destinatarios de las oraciones romanas: creencias y prácticas religiosas

El mundo religioso romano comprende un sustrato de influencias externas muy amplio. Desde los etruscos con la tríada capitolina, pasando por los griegos aportando numerosos dioses y héroes; hasta la aparición del cristianismo, perseguido y posteriormente reconocido como religión oficial del Imperio. Las creencias de los romanos eran muy diversas y en gran parte configuraron sus modos de vida.
Acuarela que representa uno de los decorados creados para el ballet La vestal

La religión juega un papel muy importante en el modo de vida de los romanos, y es que casi todas las acciones que estos realizaban en su día a día estaban consagradas a los dioses. Así, al comenzar un discurso siempre se invocaba a la divinidad; antes de segar en el campo, el agricultor de la finca realizaba una ofrenda para obtener su gracia; el cónsul, al inaugurar su magistratura, ofrecía un sacrificio para obtener del dios su asistencia y favor, y los ejércitos, antes de iniciar una batalla, también para conseguir la victoria. 

Todo en el quehacer diario de un romano se iniciaba en el nombre de los dioses y en su nombre concluía, como ocurría con el general victorioso que entraba triunfante en el templo para depositar su ofrenda y parte del botín en señal de gratitud por la victoria conseguida.

Algunos autores clásicos latinos ya indicaron la importancia que desempeñaba la cuestión religiosa. El historiador Polibio afirmaba que los romanos eran más religiosos que incluso los propios dioses. En esa misma línea, Salustio se vanagloriaba en decir que eran los seres más religiosos de la tierra. Cicerón, por su parte, iba más lejos y justificaba el poder de Roma indicando que en el campo de la religión no había pueblo que superara a los romanos, y esa espiritualidad superior explicaba su superioridad política y militar.

El culto en la Antigua Roma: una religión abierta al cambio

En sus primeros momentos, la religión romana era muy distinta a la que hoy en día conocemos como tal, y es que las creencias del pueblo romano son muy complejas, ya que su existencia durante casi un milenio hizo que evolucionaran sin cesar. 

No es igual la religión que existía con los primeros pueblos itálicos que la que imperaba durante el período monárquico o durante la República y el Imperio, ya que cada uno de estos momentos tuvo unas características propias y la religión fue evolucionando a medida que pasaba el tiempo y se establecían contactos con otras culturas.

Además, tampoco era igual la religión que practicaban los soldados que la que profesaba un pater familias en su casa o la de los grandes sacerdotes y magistrados del pueblo romano. No obstante, al hablar de religión romana, casi siempre se hace referencia a la que estaba relacionada con el Estado. Se han señalado cuatro grandes períodos en la religión romana, que se inicia con los pueblos itálicos para los que los dioses indígenas (dii indigentes) se relacionaban únicamente con las tareas agrícolas que imperaban en ese momento.

Grupo escultórico de la Tríada Capitolina en el Museo Arqueológico Nacional de Palestrina (Roma). Foto: ASC

Así, los ritos religiosos se destinaban a los campos cultivados, los ríos, los manantiales y los árboles, aunque también se centraban en el ámbito doméstico con las figuras de Jano, que protegía la puerta de la casa, Vesta, que representaba el espíritu del hogar y el centro de la familia, los dioses penates, encargados de la despensa de la casa y la conservación de los alimentos, los lares, que velaban por la casa y los campos, los dioses manes, antepasados de la familia, y el Genio, que actuaba como un ángel guardián protegiendo al individuo y velando por la continuidad de la familia.

El culto religioso como forma de poder y control

Con el tiempo, la religión fue evolucionando y pasó a ser un culto estatal, tomando como base la religión anterior pero adaptada al medio urbano. Así, el fuego de Vesta se transfiere a un templo del Foro de Roma como hogar del Estado, quedando a su cargo las vestales. Jano también tuvo su lugar reservado en el Foro, a través de una puerta ceremonial o arco. En este segundo período se incorporan nuevos dioses (dii nouvensis) de origen itálico, y entran los cultos a Diana, Minerva y Venus, entre otros.

A partir de la segunda guerra púnica hasta el fin de la República, el poder de Roma se va expandiendo y se establecen contactos con la religión griega, por lo que se asimilarán los dioses griegos con los más importantes de la religión romana. La influencia griega modificó los ritos primitivos, pero sin llegar a destruir el sistema existente; hay una identificación con los dioses indígenas.

Sin embargo, otros dioses griegos, como Apolo e Iris, no tienen correspondencia con los latinos, y se incluyen en la mentalidad romana poco a poco. En el fin de la República y los primeros tiempos del Imperio se incluyen divinidades de las culturas orientales como Isis, Serapis, Mitra o la diosa Cibeles. De hecho, a pesar de lo que se pueda pensar, la religión romana era una religión bastante tolerante: los romanos aceptaban nuevas formas de religiosidad hasta el punto de que pensaban que su éxito se debía en gran parte a la capacidad de admitir lo externo.

Cuando Roma conquistaba un territorio, lo primero que hacían sus soldados era apoderarse de los dioses locales y llevárselos a la patria, creyendo que de esta forma, al quedarse sin dioses, los derrotados no intentarían rebelarse. Además, muchos extranjeros, al trasladarse a Roma, se llevaban consigo a sus divinidades para sentirse menos exiliados, y esto era aceptado por las autoridades romanas e incluso se les incluía en su panteón.

Los colegios sacerdotales y las ‘monjas’ romanas

De preparar la fiestas y ceremonias religiosas se encargaban los sacerdotes, quienes además velaban por los ritos. Estos se organizaban en colegios sacerdotales independientes unos de otros, ya que cada divinidad requería unos rituales distintos. El sacerdocio era un cargo honorífico no retribuido del que solo se obtenía un alto reconocimiento.

El escritor, político y filósofo Cicerón hablaba en su momento de sacra y auspicia. La primera se identifica con los sacrificios que se hacían a los dioses para obtener su gracia, y auspicia hace referencia a la consulta que se realizaba a los dioses para saber si se obtenía su apoyo. Los auspicios no tenían por objeto saber qué iba a ocurrir, sino saber si los dioses estaban de acuerdo con aquello que el pueblo romano se disponía a emprender, bien fuera una batalla, una ley o una elección.

Un lararium o pequeño altar sagrado doméstico hallado en una casa de Herculano. Foto: ASC

Por eso, antes de cualquier acto o actividad importante, se llevaban a cabo estos auspicios para garantizar el beneplácito de la divinidad. Los romanos estaban muy preocupados por conocer la voluntad de los dioses, hasta el punto de que la religión podía determinar las asambleas de la Roma republicana a través de los auspicios para conocer la aprobación divina, y los augures tenían capacidad para invalidar una elección o ley.

Entre la gran cantidad de colegios sacerdotales existentes, los más destacados son los pontífices, los flamines, los augures, los arúspices y las vestales. Los pontífices eran la clase sacerdotal más importante de todas, ya que estaba presidida por el pontífice máximo, cuya función era velar por la pureza del culto, fijar las fiestas en el calendario y anotar los hechos más importantes de cada año. 

Los flamines se encargaban de encender el fuego de los sacrificios, mientras que los augures consultaban a los dioses las cuestiones relevantes interpretando el vuelo de los pájaros a través de su dirección, el sonido de las alas o el grito de las aves. Los arúspices examinaban las entrañas de los animales sacrificados para obtener presagios en cuanto al futuro.

Sin embargo, quizás la clase sacerdotal más llamativa fueran las vestales, que eran las encargadas del culto a Vesta, que representaba el fuego del Estado. Podemos considerar que las vestales son las precursoras de esas religiosas que hoy en día vemos en los conventos de nuestras ciudades y que conocemos como monjas. Al igual que estas, llevaban una vida de castidad absoluta, aunque en su caso podían ser enterradas vivas si incumplían esta norma.

Iban vestidas y tocadas de blanco y su vida estaba consagrada al culto durante un período de treinta años. Después eran acogidas en la sociedad con honores y privilegios y podían casarse (aunque realmente a esa edad ya resultaba difícil encontrar marido). Eran seis las vestales encargadas de velar por que el fuego sagrado siempre estuviera encendido, a excepción del último día de febrero, para volver a ser encendido el 1 de marzo. 

Vivían todas juntas en el atrio de Vesta, que hoy bien pudiera asemejarse a un convento, y solo salían de él para atender cuestiones religiosas. Cuando aparecían en público eran objeto de numerosas muestras de respeto y reverencia, al representar la más alta santidad romana.

Formas de culto en la Antigua Roma: grandes templos frente a altares domésticos

Al igual que existían diferencias entre la religiosidad doméstica y la religión asociada al Estado, también las había entre los pequeños altares que se ubicaban en el interior de las viviendas y los grandes templos romanos.

En el interior de los domicilios se situaban los lararios, que consistían en pequeños altares en los que se colocaban estatuillas de cera, madera o metal que representaban a los dioses lares, jóvenes con túnica corta portadores de la escudilla y el cuerno de la abundancia, el Genio, un togado llevando una patera y la cornucopia, y otra serie de dioses en función de la tradición de la casa o de la dedicación laboral del cabeza de familia.

A veces estas pequeñas estatuillas eran sustituidas por pinturas en la pared que representaban a estos pequeños dioses. En los días festivos se les rendían cultos especiales, y en todas las comidas diarias se les hacían ofrendas, dejándoles al final de cada comida algo en la mesa para ellos y para los protectores de la familia. 

Recreación digital del foro de una urbe romana presidido por la estatua del emperador. Foto: ASC

Estos lararium se colocaban en un lugar preferente en la vivienda, en función de la importancia de la casa: en el atrio en las viviendas más acomodadas y en la cocina en las más humildes. La calidad de sus materiales también iba en consonancia con el estatus de su propietario; podían ser únicamente nichos abiertos en los muros, pero existían otros mucho más elaborados, con pequeñas columnas de mármol, tejadillos cerámicos y estucos.

Para el culto de los dioses relacionados con el Estado, eran necesarios unos altares más acordes con la magnitud de su divinidad. Aunque en una etapa inicial tan solo era un altar como mesa de sacrificios, luego tomaron como referencia los templos etruscos con fachada principal, podio con escalera frontal y un pórtico que daba acceso a la cella. Ya en época imperial, los templos se enriquecieron con el uso del mármol y el orden corintio. En tiempos del emperador Adriano (117-138) se innovó utilizando la cúpula, que coronaba amplios espacios sobre una ventana circular central u óculo.

El templo romano era de gran esbeltez y su altura superaba la longitud de su fachada principal con frontón triangular liso con inscripciones. Se ubicaban columnas pareadas en el pórtico delantero, mientras que a los lados se colocaban pilastras cuya función era meramente decorativa. En la parte trasera, un muro cerraba la estructura.

Por tratarse de la morada de los dioses, se construía con materiales de primera calidad, y su acceso estaba prohibido al público, a excepción de los sacerdotes encargados de velar por la divinidad. Los templos eran de los edificios más importantes del urbanismo romano, de ahí que se situaran en lugares privilegiados como el foro. Podemos diferenciar principalmente dos tipos de templos en la arquitectura romana.

Aunque ambos responden a las mismas características, se distinguen por el tipo de planta: había templos de planta rectangular, entre los que destacan el Templo de Júpiter Óptimo Máximo en Roma y la Maison Carrée en Nimes, y un tipo de templo de planta circular o tholos, que se hizo más frecuente a partir del final de la República. En este estilo destacan el Templo de Vesta en el Foro Boario y el templo circular más grande construido en su momento, el Panteón, con más de 40 metros de diámetro y altura. 

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