Medición del tiempo en la Antigua Roma: el arte y la ciencia de contar el tiempo

La Antigua Roma, donde la medición del tiempo desempeñó un papel esencial en la vida cotidiana y en la organización de la sociedad romana. Desde relojes de sol hasta clepsidras y relojes de agua, adentrémonos en las tecnologías que los romanos emplearon para medir el tiempo.
Detalle de mosaico romano con el Sol, la Luna y cinco planetas

Para comprender los problemas que los pueblos de la Antigüedad tuvieron al confeccionar un calendario acorde con el cielo y la naturaleza, debemos tener en cuenta los tres ciclos que se usan como referencia: el día, que dura 24 h, el año trópico (tiempo que tarda en completarse el ciclo de las cuatro estaciones: 365,25 días) y el mes sinódico o lunación, que es lo que tarda una fase de la Luna en repetirse (29,5 días).

Los calendarios pueden seguir el ciclo solar, el lunar o ambos a la vez. El calendario lunar, como el musulmán, alterna un mes de 29 días con otro de 30 (59 días = 2 ciclos lunares de 29,5): así el mes siempre empieza en la misma fase lunar (luna nueva). Pero cada 33 meses hay que ajustarlo añadiendo un día intercalar (44 m extras x 33 = 1.452 m ≈ 1 día). Este calendario tiene solo 354 días (6 meses de 29 días y 6 de 30): le faltan 11 días para completar el año solar.

Menologium Rusticum Colotianum. Foto: ASC

Este desajuste anual con el Sol hace que cada 33 años se pierda un año (11 x 33 = 363 días). Por su parte, los calendarios lunisolares, como el judío (al que recurrimos en Semana Santa), añaden meses intercalares para que al cabo de 19 años (ciclo metónico o lunar) coincidan los años lunares con los solares. En 19 años lunares se pierden 209 días (19 x 11); pero, si se van añadiendo 7 meses intercalares (7 x 30 = 210), se recuperan.

Invierno en la Antigua Roma: un respiro en el tiempo

Para los pueblos agrícolas son mucho más importantes las estaciones, para lo cual hay que seguir un calendario solar, más complicado de medir. En Roma, antes de la reforma de Rómulo, fundador de la ciudad y primer rey, el año comenzaba en marzo y terminaba en diciembre: tenía solo 10 meses (6 meses de 30 días y 4 de 31: solo 304 días). Los dos meses de invierno no contaban: era un tiempo muerto, sin actividad agrícola ni militar.

A esto le puso fin Rómulo añadiendo varios días a los diez meses para conseguir 360 (10 meses de unos 36 días); pero aun así seguían faltando cinco. Fue un arreglo muy precario. El rey Numa Pompilio, su sucesor, llevó a cabo una gran reforma. Las fuentes romanas (Plutarco, los Fasti de Ovidio, Macrobio, Censorino...) discrepan en los detalles. Numa añadió dos meses (enero y febrero) y fijó el número de días de los meses así: 4 meses de 31 días (marzo, mayo, julio y octubre), 1 mes de 28 (febrero) y los 7 restantes de 29 (nótese que los romanos, por superstición, evitaban los números pares).

En total, un año de 355 días, muy próximo al año lunar, de 354. Pero aún faltaban 10 días para completar los 365. Para corregirlo se intercalaba un mes de 27 días (mes intercalar) cada dos años a continuación del día 23 de febrero, que perdía los últimos 5 días. En un ciclo de 2 años este calendario quedaba así: 355 días del primer año más 377 del segundo (355 + 27 – 5), en total 732 días. Esto supone 1,5 días más que dos años solares (730,5 días). El arreglo de este desajuste se dejó en manos del Colegio de Pontífices, y este calendario se mantuvo hasta la reforma de Julio César (siglo I a.C.).

Calendario romano: los meses y su importancia en la vida cotidiana

El término “mes” (mensis) está relacionado con la Luna (griego, menē; inglés, moon). Los nombres de los cuatro últimos meses eran “septiembre”, “octubre”, “noviembre” y “diciembre” porque, comenzando el antiguo año en marzo, eran los meses séptimo, octavo, noveno y décimo. Enero recibió el nombre por el dios Jano (Ianus; inglés, January), dios de las puertas, del paso de un año a otro.

Febrero, de februarĭus, “purificador”: mes de las purificaciones. Marzo por Marte, dios de la guerra. Mayo por Maya, madre de Mercurio, o más probablemente por Maya, hija de Fauno, diosa de la primavera. Junio por Juno, hermana y esposa de Júpiter. El antiguo mes quintīlis, “quinto”, fue sustituido por “julio” en honor de Julio César. Y sextīlis, “sexto”, en el 8 a.C. por “agosto” en honor de Augusto.

Pinturas de la bóveda del Panteón Real de la Colegiata de San Isidoro de León. Foto: AGE

Para referirse al día del mes, recurrían a una fórmula extraña, probablemente de origen etrusco. Fijaron tres días como referencia: las calendas (kalendae, el día 1 del mes, y de ahí la palabra “calendario”), las nonas (el día 7) y los idus (el día 15). Así en los cuatro meses de 31 días: marzo, mayo, julio y octubre; pero en los demás meses, los días 5 y 13 respectivamente. 

Para referirse a un día determinado se contaban los que faltaban para una de estas tres fechas, incluyéndose en el recuento ambos días (las nonas se llaman así porque faltan “nueve” días para los idus): el 6 de enero era “8 días antes de los idus de enero”; el 6 de mayo era “la víspera de las nonas de mayo”; el 15 de marzo (Julio César fue asesinado ese día del año 44 a.C.) era “los idus de marzo”.

Dentro del mes había días fastos y nefastos. Los nefastos (actividades “no permitidas” por los dioses) estaban dedicados exclusivamente a la divinidad y en ellos no se podía realizar nada que no fuese religioso (festivos), y los fastos (“permitidos”) eran aquellos en los que se podían celebrar juicios, negocios y otras labores. 

Además había días comitiāles, en los que se podían celebrar comitĭa, elecciones, etc. También se llamaban fasti los calendarios romanos, en los que los sacerdotes además marcaban con una N los días nefastos, con una F los fastos, con una C los comitiāles, las festividades (ferĭae), etc.

Calendario romano: el comienzo del año en enero y sus implicaciones históricas

Con la reforma de Numa, el año, que al principio comenzaba en marzo, empezó en enero; es decir se “daba paso” al nuevo año. No obstante, algunos estudiosos piensan que el cambio al 1 de enero no se llevó a cabo hasta 153 a.C., cuando el Senado adelantó el nombramiento de los cónsules a enero, para que tuvieran tiempo de preparar la campaña contra Segeda, ciudad hispana próxima a Calatayud que se había levantado contra Roma

Los años se contaban a partir de la fundación de Roma (ab urbe condĭta), año 753 a.C.; pero con más frecuencia por el nombre de los cónsules del año. Así, el año 59 a.C. se decía “siendo cónsules Cayo J. César por primera vez y Marco Calpurnio Bíbulo”, o también como el año “695 desde la fundación de Roma”.

Lápida sepulcral de Licinia Amia, una de las más antiguas inscripciones cristianas en Roma. Foto: Album

El Calendario Juliano: cómo el cambio de césar afectó la medición del tiempo

Este complicado calendario acumuló grandes desajustes con el tiempo, debido sobre todo a la arbitrariedad e intereses del Colegio de Pontífices. Así, en época de Julio César se había acumulado un desfase de casi tres meses con respecto al calendario solar.

Este, durante su estancia en Egipto, se interesó por su calendario solar, de una gran sencillez y exactitud: tenía 365 días (12 meses de 30 días más 5 días intercalares). Se trajo consigo a Roma a un astrónomo egipcio, Sosígenes, para que realizara los ajustes pertinentes en el calendario romano

Sosígenes conocía la reforma que propusieron los astrónomos griegos de la Biblioteca de Alejandría en al año 238 a.C.: ellos ya sabían que el año duraba 365 días y 6 h, por lo que propusieron a Ptolomeo III añadir un día más cada 4 años. La reforma no tuvo éxito en Egipto; pero Julio César, que era pontífice máximo y, por lo tanto, tenía competencia para modificar el calendario, sí la aplicó en el año 46 a.C.

Para ello, tuvo que corregir el enorme desfase añadiendo un mes de 33 días y otro de 34, lo que, junto con el mes intercalar, convirtió aquel año en el más largo de la historia romana con 445 días: fue llamado el “año (del fin) de la confusión”; suprimió los meses intercalares, ahora innecesarios; completó los diez días que le faltaban al año distribuyéndolos entre los 12 meses, y los dejó tal como están ahora; y añadió un día cada cuatro años. Ese día lo colocó antes del 24 de febrero (“sexto antes de las calendas de marzo”) y así había dos días “sexto” seguidos, y de ahí la palabra “bisiesto” (bis sexto).

Por otro lado, los romanos tenían una especie de semana de ocho días, de origen etrusco, en la que al final se celebraba el día del mercado, las nundĭnae (“nueve días”, señalados en los calendarios con las letras A B C D E F G H). Pero poco a poco se fue introduciendo la semana (septimāna, “de siete”), de procedencia babilonia y utilizada por los judíos, luego por los cristianos y, finalmente, impuesta por Constantino en el año 321. Era mucho más cómoda que la división en calendas, nonas e idus.

El Calendario Juliano en la era cristiana: la adaptación de la medición del tiempo

Su origen pagano lo delata el nombre de los días, dedicados a un dios y a su planeta: lunes, “día de la Luna” (Lunae dies); martes, día de Marte; miércoles, de Mercurio; jueves, de Júpiter, cuyo genitivo es iovis; viernes, de Venus, cuyo genitivo es venĕris; sábado, por el Sabbat judío, pero entre los antiguos romanos era el día de Saturno (Saturni dies; inglés Saturday); y domingo de dominĭcus o Domĭni dies, “día del Señor”, pero antes dies Solis, “día del Sol” (inglés, Sunday).

La Iglesia fue eliminando del calendario todo lo que recordaba a paganismo, y para ello fijó el día del nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno, haciéndolo coincidir con la fiesta del Sol Invicto, identificado con el dios Mitra, y así esta fiesta pagana fue relegada y olvidada. Además, los monjes no veían con buenos ojos contar los años a partir de la fundación de Roma, pues la leyenda de Rómulo y Remo era un mito pagano.

Numa Pompilio, mítico rey creador de los collegia, recibe de la ninfa Egeria las leyes de Roma. Cuadro de Felice Riani (1806), de estilo neoclásico. Foto: ASC

Dionisio el Exiguo, un monje de principios del siglo VI, pensó que el cómputo debía comenzar con el año del nacimiento de Cristo, que calculó en el 753 de la fundación de Roma y denominó el “año 1”. Pero erró en los cálculos, porque Herodes había muerto en el año 4 a.C. 

Para conciliar esta fecha con el relato evangélico se ha de admitir que Jesús habría nacido en torno al 6 a.C. Esta datación (anno Domini) se fue extendiendo por todo el mundo cristiano; pero en Hispania se utilizó la “Era hispánica”, que comenzaba en 38 a.C. (a las fechas de las crónicas medievales hispanas hay que restarles siempre esos 38 años).

El Calendario Gregoriano: La Reforma de Gregorio XIII y su impacto en la medición del tiempo

Pero, para la Iglesia, lo urgente era fijar una fecha única para la muerte de Cristo, pues en cada zona del Imperio se celebraba la Semana Santa en días diferentes. Según los Evangelios, Cristo murió cuando fue a Jerusalén para celebrar la Pascua, fiesta que conmemoraba la salida de los judíos de Egipto. El calendario judío es lunisolar: celebraban la Pascua el 14 del mes de Nisán. El día 1 de Nisán es la primera luna nueva después del equinoccio de primavera, de modo que el 14 era siempre luna llena.

Y el Concilio de Nicea del año 325 decretó que debía celebrarse siempre ese día: la primera luna llena después de dicho equinoccio de primavera. Más tarde se dieron cuenta de que el calendario juliano se desajustaba. En efecto, el año no dura 365 días y 6 h, sino unos 10 m menos. Esos 10 m suponían, al cabo de 1.500 años (desde la reforma de Julio César hasta el s. XVI), un total de unos 15.000 m, que equivalen a 10 días. Así pues, esos 10 días debían suprimirse.

El papa Gregorio XIII, arrogándose el papel de pontífice máximo, promulgó suprimir los 10 días entre el 4 y el 15 de octubre de 1582 (así Santa Teresa, que murió el 4 de octubre de ese año, fue enterrada al día siguiente, 15 de octubre). Este reajuste suponía que en el futuro cada 400 años había que suprimir 3 días (11 x 400 = 4.400 m = 3 días). 

Y se haría así: un día en cada año acabado en dos ceros (que no sería bisiesto), pero no en el cuarto, que es múltiplo de 400. Así, por ejemplo, el año 1.900 no fue bisiesto; pero el año 2.000 sí lo fue, pues, aunque acababa en dos ceros, era múltiplo de 400. Aquí acabó el calendario juliano (4 de octubre de 1.582) y al día siguiente comenzó el gregoriano (15 de octubre de 1582), aceptado al principio con reticencias en los países no católicos, pero hoy oficial en casi todo el mundo. 

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