Transformación ambiental en España: del Besós a los vertederos clausurados

En los últimos años, muchos parajes gravemente dañados han recobrado su esplendor y recuperado sus habitantes salvajes. Y es que, pese a todo, la evolución del medio ambiente en España no pinta mal.
Transformación ambiental en España.
Transformación ambiental en España. Ilustración artística. Foto: Leonardo.ai / Christian Pérez - Transformación ambiental en España.

Siempre que preciso recargar los ánimos para seguir defendiendo la mejora del medio ambiente, acudo al Parque Fluvial del Besós, bajo el puente que une Barcelona con Santa Coloma de Gramanet. Cuando era un niño, lo cruzaba a menudo para ir a casa de unos familiares acompañado de mi padre, con una mano fuertemente agarrada a la suya y la otra tapándome la nariz, pues el pestilente olor que subía del río era insoportable. 

Me daba aprensión mirar por la barandilla, porque, entre el cúmulo de basuras que flanqueaba su cauce, una suerte de cloaca a cielo abierto, solían observarse ratas de un tamaño considerable. No en vano, en los años 80 del pasado siglo, el Besós tenía la bochornosa condición de ser el río más contaminado de Europa.

De alcantarilla a río

Sin embargo, ese mismo tramo de agua bajo el puente de Santa Coloma, ese lugar por el que de pequeño me daba angustia pasar y que cruzaba casi con los ojos cerrados, se ha recuperado de tal manera que es uno de los parques fluviales más agradables que conozco. Hoy es una cuidada zona verde a la que acuden los vecinos para pasear, montar en bicicleta, observar las aves acuáticas o disfrutar de las praderas de hierba fresca salpicada de flores que se extienden a ambas orillas. 

Su transformación ha sido tan espectacular que, incluso uno de los principales bioindicadores de la calidad ambiental de los ecosistemas fluviales, la nutria, ha regresado a su cauce. Es algo que está sucediendo en la mayoría de nuestros ríos, de los que este mustélido desapareció en el último cuarto del siglo pasado, cuando los convertimos en meros canales de abastecimiento y desagüe. 

El regreso de la nutria es una señal inequívoca de que los cursos fluviales han ido recobrando su calidad ambiental en las últimas décadas. La razón está en un hecho trascendental para la mejora de todos los indicadores ecológicos en España: nuestro ingreso en la Unión Europea. 

Transformación ambiental en España
Transformación ambiental en España. Ilustración artística. Foto: Leonardo.ai / Christian Pérez

Buenas perspectivas

La adhesión a esta comunidad política no solo impulsó la transformación territorial, social, política y económica de nuestro país, sino que también supuso un revulsivo para avanzar en la conservación de la naturaleza y el cuidado del medio ambiente. El derecho comunitario le presta una atención especial y exige a los Estados miembros que adapten a su legislación en este sentido. 

Por ejemplo, la ambiciosa Directiva Marco del Agua, de 1991, obligaba a que, antes de 1998, todos los núcleos de más de 10.000 habitantes dentro de la UE dispusieran de un sistema de tratamiento adecuado para evitar el impacto medioambiental del vertido de sus aguas residuales. Esta obligación, que España sigue incumpliendo en buena medida, ha hecho posible la puesta en marcha de más de mil estaciones depuradoras en los últimos veinte años. Todavía queda mucho por hacer, es cierto, pero sería injusto ningunear lo conseguido hasta ahora. 

Otro doliente recuerdo de mi infancia es el del vertedero que existía a las afueras de mi pueblo de veraneo. Situado en un inmenso claro de bosque de lo que hoy en día es el Parque Natural de Les Gavarres, en el corazón verde de la comarca del Empordà, aquel basurero a cielo abierto, en el que se prendía fuego a los desperdicios con toda la tranquilidad del mundo, era una humeante bofetada olfativa para los lugareños, además de un peligroso foco de emisión de dioxinas, uno de los contaminantes más peligrosos para la salud. 

Hoy en día, los vecinos de esa comarca, como en la práctica totalidad de los más de 8.000 municipios españoles, separan sus residuos de manera selectiva en el hogar para depositar cada fracción en su contenedor correspondiente. Gracias a esa colaboración, es posible, por una parte, la recuperación y el reciclaje de sus materiales y, por otra, la clausura de los viejos vertederos de residuos urbanos, con el consiguiente beneficio para el medio ambiente y la salud de las personas. Pero no solo eso. 

¿Cuál es el parque natural más grande de España?
En los últimos años, muchos parajes gravemente dañados han recobrado su esplendor. Foto: IstockiStock

Una parte muy importante de los desechos que se quemaban en los vertederoseran envases vacíos. Hoy, mediante la recogida selectiva, el material del que están hechos puede ser reutilizado como materia prima para la industria, pasando de residuo a recurso y dando origen a una economía circular. 

De esa manera, hemos pasado del 4,5 % de reciclaje de envases vacíos con el que partíamos en 1998, al 66,5 % que señalan las últimas cifras oficiales de la Unión Europea –datos Eurostat–. Una alta proporción que nos sitúa al mismo nivel que Francia o Austria, dos puntos por encima de la media de la UE y diez puntos más que países como Suecia, Noruega o Finlandia, a los que siempre se suele acudir como modelo cuando hablamos de gestión eficiente de residuos. 

En 1953, el Gobierno de la dictadura franquista lanzó una ofensiva total contra la fauna ibérica, al dividir a los animales salvajes en dos grupos: especies cinegéticas y alimañas. Desde el Ministerio de Agricultura, se crearon las funestas Juntas de Extinción de Animales Dañinos y Protección a la Caza. Durante años, emulando en maneras y formas al Tribunal de la Inquisición, procedieron a dar muerte a todos los herejes de nuestra vida salvaje, a saber: lobos, zorros, linces, nutrias, jinetas y el resto de carnívoros, todas las aves rapaces nocturnas y diurnas sin excepción, todos los córvidos, serpientes, lagartos y cualquier animal que pudiera afectar o entrar en competencia con las especies de caza.

Para acabar con los animales considerados perjudiciales, se creó la figura del alimañero, un Torquemada de la naturaleza que iba por el campo sembrándolo de cebos envenenados, colocando cepos y lazos y disparando a diestro y siniestro. Cuando acababa la jornada, el exterminador bajaba al pueblo, entregaba las pieles de los animales abatidos en el ayuntamiento y pasaba a cobrar por caja. 

El Estado pagó millones de pesetas a los alimañeros. Del resto de animales, es decir, de perdices, liebres, conejos, venados, corzos, patos y todas las especies declaradas cinegéticas, se encargaban los cazadores. De ese modo, ya fuera a manos de unos u otros, en apenas una década, todas las poblaciones de animales salvajes, cualesquiera que fuera su condición, cayeron en picado en nuestro país. Hasta que llegó Félix. 

El lobo, un amigo

Con sus programas de radio y sus series de televisión, el doctor Félix Rodríguez de la Fuente inculcó a los españoles la necesidad de proteger y conservar el entorno natural en que vivimos. Dio origen a una incipiente conciencia medioambiental que, poco a poco, fue imponiéndose como tendencia, sobre todo, en la población urbana. Pero, además de su labor como divulgador, hizo algo mucho más trascendental. Convenció a las autoridades franquistas de la necesidad de acabar con la Ley de Alimañas y declarar como especies protegidas a todas ellas, la mayoría de las cuales se encontraba a mediados de los sesenta en grave peligro de extinción. 

Por aquellos años, yo era un joven e inexperto naturalista que corría al salir del colegio para llegar a casa y escuchar a través de la radio las aventuras de los inuits, los cazadores de focas del ártico,o el escalofriante relato de La noche del león, donde Rodríguez de la Fuente narraba su miedo al escuchar el rugir del felino junto a su tienda de campaña, en mitad de la noche africana. 

Su programa La aventura de la vida nos transportaba cada tarde hasta el último rincón salvaje del planeta para caer en el hechizo de la naturaleza. Aquellas eran una televisión y una radio en blanco y negro, pero la voz y la expresión que de ellas surgían eran a todo color, pintadas con los matices y los tonos del amor y el profundo respeto por la vida salvaje. La figura de Félix Rodríguez de la Fuente cautivó y sedujo a toda una generación de españoles que impulsaron otra transición paralela a la política. Aunque no está recogida en la crónica social de aquellos tiempos, fue tan espectacular como la que nos llevó a la democracia, pues supuso la transformación de un país de alimañeros que dejó de acosar a la naturaleza para empezar a amarla, respetarla y protegerla. 

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Félix Rodríguez de la Fuente. Créditos: Wikimedia Commons

Una de las especies incluidas en aquel macabro catálogo de alimañas fue el buitre leonado, Gyps fulvus. Como consecuencia, su población cayó en picado por toda la península y, a mediados de los sesenta, había desaparecido de la mayor parte de sus antiguos territorios. Pero, en 1979, tras recibir la distinción de especie protegida, el Primer Censo Nacional de Buitreras cifró en 3.240 parejas la población española de esta beneficiosa rapaz necrófaga. Durante los años siguientes, algunos grupos conservacionistas de carácter nacional, como WWF y SEO/Birdlife; y otros locales, caso de Fapas y Gurelur, en Asturias y Navarra, respectivamente, realizaron importantes esfuerzos para favorecer su rescate. 

Uno de los métodos más efectivos fue la instalación y el mantenimiento de comederos o muladares en las proximidades de las buitreras. El objetivo era garantizar su aporte alimentario, pues con la mecanización del campo y el abandono de la ganadería extensiva habían perdido la posibilidad de abastecerse con las reses muertas. Y los resultados no se hicieron esperar. 

La remontada de la cigüeña

Así, en el censo de 1989, se contabilizaron 8.031 parejas, lo que marcaba el inicio de una de las recuperaciones poblacionales más significativas de cuantas se han dado en la fauna en nuestro país en los últimos años. En 1999, la población alcanzaba ya las 17.089 parejas. El último estudio poblacional, llevado a cabo por SEO/Birdlife, en 2008, arroja un crecimiento impresionante: las parejas llegaron a 25.541. Para algunos expertos, hoy en día pueden ser más de 30.000. El buitre leonado ha dejado de ser una especie amenazada. 

Junto a la del carroñero, destaca la vertiginosa remontada de la cigüeña blanca, Ciconia ciconia. El primer Libro rojo de los vertebrados de España (1992) la clasificaba como vulnerable, y remarcaba que la población de la familiar zancuda estaba amenazada, debido a la pérdida de los hábitats en los que venía estableciendo sus colonias de cría y alimentación: zonas húmedas cercanas a los pueblos. Por esta causa, los censos de cigüeña venían marcando una progresiva y acentuada merma: 14.513 parejas en 1948; 12.701 en 1957; 7.343 en 1974; y 6.753 en 1984. 

Sin embargo, a partir de mediados de los ochenta, la especie empieza a levantar cabeza. El naturalista Ezequiel Martínez lleva a cabo una intensa campaña de instalación de nidos artificiales en campanarios, torres, chimeneas abandonadas y otros asentamientos por los que esta ave mostraba querencia. Al mismo tiempo, las cigüeñas desarrollan un sorprendente proceso de adaptación a las nuevas circunstancias para pasar a convertirse en comensal habitual de los vertederos. Gracias a ello, hoy en día, el número de parejas que crían en nuestro país supera las 25.000, y su silueta vuelve a señorear en muchos de los territorios de los que había desaparecido a mediados de los setenta. 

Un modelo ambiental basado en el control poblacional y la caza de depredadores
apicales nos conduce a incrementar los desequilibrios y despropósitos ambientales.
La figura de Félix Rodríguez de la Fuente cautivó y sedujo a toda una generación de españoles que impulsaron otra transición paralela a la política. Foto: ArchivoASC

Forasteros al ataque

Pero en esta mirada retrospectiva a la evolución del medio ambiente en España, existen algunas notas negativas a reseñar. Como, por ejemplo, el aumento de las invasiones que amenazan a nuestra biodiversidad autóctona. Mejillón cebra, ailanto, cotorra argentina, caracol manzana, hierba pampera, visón americano, picudo rojo, uña de gato, siluro, mosquito tigre, tortuga de Florida, cangrejo rojo, mapache, almeja asiática… La lista elaborada por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente en el Catálogo español de especies exóticas invasoras, de 2013, es aterradora. 

El problema no es nuevo. El Convenio de Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica, ratificado por España en 1993, denunciaba su proliferación como una de las mayores amenazas para la biodiversidad del planeta y el mantenimiento de los ecosistemas, así como un grave peligro para a la producción agrícola y la salud pública. 

Sin embargo, la mundialización de los mercados y el auge de los transportes han disparado el conflicto hasta a unos niveles que exigen una respuesta urgente y enérgica por parte de la comunidad internacional. De lo contrario, podría acelerar el proceso de extinción que sufre actualmente la Tierra –el sexto de su historia–, que algunos expertos, como el prestigioso entomólogo y profesor emérito de la Universidad de Harvard Edward O. Wilson cifran en unas 30.000 especies menos por año. Por otra parte, este especialista en hormigas alerta de que una de las principales causas que aceleran las invasiones biológicas es el cambio climático, el mayor dilema medioambiental al que nos enfrentamos como especie. 

Récord de emisiones

Nadie duda ya de que esta amenaza está provocada por el aumento en las concentraciones de CO2 y resto de gases con efecto invernadero, como consecuencia de la quema de combustibles fósiles. Al inicio de la Revolución Industrial, los niveles de dióxido de carbono presente en la atmósfera rondaban las 280 partes por millón (ppm). En 1958, esa proporción se situaba en las 318 ppm. En 2007, cuando la concentración alcanzó las 384 ppm, se dispararon todas las alarmas. Ese año, los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de las Naciones Unidas, el famoso IPCC, recibieron el Premio Nobel de la Paz junto al vicepresidente de los Estados Unidos Al Gore, autor del documental Una verdad incómoda, por su contribución al conocimiento de este grave problema. 

Los datos demuestran que el nivel de CO2 atmosférico ha alcanzado ya las 400 ppm, una proporción que no se daba en la Tierra desde hace casi tres millones de años. Dicho de otro modo, somos la primera generación de humanos que vive en una atmósfera con esa elevada proporción de dicho compuesto. A escala global, los datos obtenidos por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) son todavía más inquietantes, pues indican que 2014 ha sido el año más caluroso del que se tiene registro, superando en 0,68 ºC la media del siglo XX. Y, aunque es demasiado aventurado y poco riguroso intentar hacer un pronóstico del 2015, son muchos los expertos que señalan que superará en aumento de temperatura al anterior. De hecho, siete de los diez años más calurosos de la historia han tenido lugar en la última década. 

Es la realidad que nos toca vivir. Pero el nivel de incertidumbre va a depender, en buena medida, de nuestra capacidad de respuesta. Si avanzamos hacia un modelo de desarrollo mucho más limpio y sostenible, basado en el aprovechamiento de las energías renovables, y reducimos urgente y notablemente las emisiones de CO2, todavía estaremos a tiempo de evitar los problemas más alarmantes. 

Contaminación ambiental
Humo saliendo de chimeneas industriales, resaltando la necesidad urgente de reducir las emisiones de combustibles fósiles mientras el planeta enfrenta niveles récord de CO2. Ilustración artística. Foto: Leonardo.ai / Christian Pérez

 Quedarían por anotar los avances en movilidad sostenible, con ese coche eléctrico al que todavía le queda mucho por avanzar, pero que es ya una realidad. Y el gran futuro que nos esperaba con el indudable empuje que tuvieron en nuestro país las energías renovables, hasta que los políticos de los últimos Gobiernos decidieron ponerles freno. No obstante, fuimos líderes mundiales en energía eólica, y volveremos a serlo sin lugar a dudas. 

Aún podemos ser mejores

En todo caso, y a pesar de los cambios de ritmo y las incertidumbres a las que nos someten los fenómenos globales, insisto en señalar lo mucho que hemos prosperado en la protección y mejora del medio ambiente. Podríamos estar mejor, sin duda, pero sería injusto negar los avances conseguidos. Ojalá dentro de unos años, cuando alguien relea este artículo y anote los conflictos señalados pendientes de resolver, convenga en que cualquier tiempo pasado fue peor.

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  • Ada Sáez Cobo