¿Quién no ha creído alguna vez que los romanos celebraban orgías a diario, o que los vikingos llevaban cascos con cuernos? A través del cine, la literatura y el folclore, estas historias se han incrustado en nuestro imaginario como verdades incuestionables. Pero al explorar registros históricos, arqueológicos y estudios académicos, descubrimos que muchas de estas creencias populares son producto de exageraciones, malentendidos o representaciones artísticas.
Mito 1: El rey Arturo salvó a Gran Bretaña
Difícil, porque es dudoso que llegara siquiera a existir. El legendario rey de Camelot que lideraba a los Caballeros de la Tabla Redonda es un personaje fascinante, pero que no puede pasar de la categoría de mito. Arturo sería una recopilación idealizada de diferentes cabecillas militares de la Edad Media.
La leyenda inicial situaba a Arturo como el responsable de haber defendido la isla de Bretaña frente a los invasores sajones de los siglos V y VI, pero la narración de sus aventuras tiende a variar según la fuente –cosa normal en una época en la que buena parte de los relatos se transmitían de viva voz– y junta alusiones a eventos reales, en los que sí participaron líderes de la época, con dosis cada vez mayores de folclore y mitología. Estos dos últimos elementos terminaron siendo los pilares fundacionales del mito artúrico, con incorporaciones tan famosas como Merlín, la espada Excalibur o el propio reino de Camelot. Así que la idea de que el rey Arturo fue un personaje real no es más que una leyenda dentro de la leyenda.

Mito 2: Las orgías eran práctica común en la antigua Roma
Una cosa es que algo exista y otra que esté a la orden del día, y si nos fiamos de películas como el Satyricon (1969), de Fellini, o la horrible Calígula (1979), con Malcolm McDowell, el sexo colectivo parecía ser la principal preocupación de los romanos, hasta el punto de que no queda claro de dónde sacaban tiempo para otras actividades. La realidad es que la sociedad romana, por un lado, fue más liberal y progresista que sus predecesores griegos (por ejemplo, permitían el divorcio por iniciativa de la esposa), pero no por ello dejaban de controlar férreamente la moral pública.
En la antigua Roma se instauró la figura de los censores, que eran los funcionarios del Gobierno encargados de fiscalizar esta moral. El pudor y la vergüenza eran dos de sus principales pilares, y las conductas libertinas podían acarrear consecuencias tan importantes como perder la condición de ciudadano, si bien esta pena quedaba reservado para los casos más ominosos. Otros posibles castigos incluían la prohibición de desempeñar cargos públicos y de servir en el ejército. Por ejemplo, Catón el Viejo, un famoso censor, no dudó en expulsar a un senador tras haberlo descubierto besando a una mujer en público.
No se trata de que los romanos fueran pudibundos, pero su fama de lujuriosos ha sido considerablemente exagerada, sobre todo a partir de la expansión del cristianismo por Europa, en el siglo V. A la nueva religión oficial le interesaba presentar a sus antecesores como una panda de depravados, para así justificar sus recelos y observancias de cualquier asunto relacionado con el sexo... obviamente más estricto que de Roma.
Mito 3: Buda era gordo
Esa es la imagen que muchos tienen, a pesar de que muchas de sus figuras no lo representan así. De hecho, no hay que olvidar que Buda fue originalmente el príncipe nepalí Siddartha Gautama, que en un momento de su vida renunció a todo su poder y sus riquezas para entregarse a una vida de meditación y ascetismo, en la que se dedicó a enseñar su pensamiento durante cuarenta años. No es precisamente una existencia que le haga a uno propenso a desarrollar kilos de más.
Entonces, ¿quién es ese dios regordete al que se asocia tan a menudo con el fundador del budismo? Su nombre es Pu´tai Budai, o Hotei, y se dice que fue un monje zen chino que vivió en el siglo X y que se hizo famoso por su carácter bondadoso y jovial, pero excéntrico. Antes de morir, se reveló como una encarnación de Maitreya, o el Buda de una época futura, de ahí el malentendido. En China se le considera la representación de la felicidad, la generosidad y la riqueza, y es un espíritu protector de los niños. Una deidad simpática… pero no es Buda.

Mito 4: Los Reyes Magos eran tres
Se dice que los restos mortales de los tres reyes magos reposan en la catedral alemana de Colonia, pero la verdad es que, aparte del Evangelio de San Mateo –el único de los cuatro que los menciona–, no existe ningún registro histórico de que hayan existido jamás. Ni de que hayan sido tres... ni de que hayan sido reyes. En inglés, por ejemplo, se los conoce como los Tres Hombres Sabios, sin ninguna atribución de linaje real.
La imagen de los Reyes Magos es un símbolo del reconocimiento de Cristo por los diferentes pueblos del mundo, pero no fue hasta el siglo III cuando en algunas culturas se les empezó a dar el título de reyes. Sus nombres aparecen en el siglo V en Alejandría, donde Beda el Venerable los nombró en el manuscrito Excerpta Latina Barbari: Melchor, de Persia, Gaspar, de la India, y Baltasar, de Arabia. Por cierto, tampoco hay constancia de que Baltasar fuera negro; de hecho, hay algunas versiones del mito donde se dice que el rey de color ¡es Gaspar!
Mito 5: Nerón incendió Roma y tocaba la lira mientras miraba arder la ciudad
Los incendios eran cosa frecuente en la Roma antigua, pero el que sufrió en julio del año 64 fue excepcional: la ciudad ardió durante casi una semana, y al final solo quedaron en pie cuatro de sus catorce distritos. Aunque con toda probabilidad fue accidental, las sospechas de que había sido provocado no tardaron en dispararse, dando lugar a un intercambio de acusaciones en las que el emperador regente, Nerón, se llevó la peor parte.
Su comportamiento criminal y la persecución de los cristianos que ordenó le habían granjeado un buen número de enemigos, así que no tardaron en iniciarse los rumores de que él mismo había planeado el incendio para edificar sobre las cenizas una nueva ciudad más a su gusto. Lo que es más, se llegó a asegurar que contemplaba extasiado el fuego desde su palacio, mientras improvisaba versos con su lira. Nerón, por su parte, respondió acusando a los cristianos de haber provocado el fuego, e incrementó su persecución.
El historiador romano más cercano a los hechos fue Tácito, que era un niño cuando el incendio tuvo lugar. En sus Anales, que no muestran ninguna simpatía hacia el personaje de Nerón, escribe que este no estaba en Roma en el momento del incendio, pero que regresó a toda prisa para dirigir las labores de extinción, abrir sus jardines a los ciudadanos que se habían quedado sin hogar y comprar trigo para alimentarlos. El incendio fue uno de los pocos crímenes atribuidos a Nerón que en realidad no llegó a cometer.
Mito 6: Jesús nació el 25 de diciembre
Aunque 2 300 millones de cristianos en todo el mundo se reúnan para celebrar el nacimiento de Jesucristo cada 25 de diciembre, lo están haciendo en la fecha equivocada. Si la Navidad cae en ese día y no en otro fue por obra y gracia del Constantino (272-337), primer emperador romano convertido al cristianismo. Y cuando la eligió no lo hizo a la ligera: su intención era minar la popularidad del festival del Sol Invicto, un ritual pagano en el que la comida y la bebida corrían en abundancia para celebrar la llegada del solsticio de invierno, el día más corto del año. Teodosio, sucesor de Constantino, terminaría de solucionar el asunto aboliendo directamente el Sol Invicto en el año 380.

Mito 7: 300 espartanos lucharon en las Termópilas
Es lo que pasa cuando las leyendas son corregidas y aumentadas por los cómics, las películas y los abdominales de Gerard Butler. Trescientos guerreros contra cientos de miles de adversarios es un atractivo irresistible para narrar una historia, pero las cifras exactas serían más bien de 7000 contra 400000. Lo cual, sin duda, tampoco es en absoluto despreciable.
Según narra el historiador griego Herodoto, el bloqueo al ejército persa del rey Jerjes en el paso de las Termópilas fue posible gracias a una coalición de soldados de varias polis griegas: Tebas, Acadia, Micenas y Esparta. Lo que ocurrió fue que el enfrentamiento coincidió con un festival dedicado al dios Apolo, que impedía que el ejército espartano fuera a la guerra. Así que el rey de Esparta, Leónidas, acudió únicamente con su guardia personal, formada por los famosos trescientos. Y lucharon, pero no lo hicieron solos.
Aclarado esto, las fuerzas griegas consiguieron resistir a los mucho más numerosos persas durante tres días antes de ser aniquiladas y su sacrificio sirvió para retrasar el avance de los invasores sobre Atenas y dar tiempo a la población a huir. Semanas después, el propio Jerjes sería derrotado por el ejército griego de Temístocles.
Mito 8: El pulgar hacia abajo significaba la muerte del gladiador
Máximo vence el combate. La multitud mira al emperador, que extiende el brazo y alimenta el suspense antes de señalar hacia abajo. Pero Máximo se niega a matar a su rival, convirtiéndose así en el piadoso. Desde luego, Gladiator (2000) no ha sido la única película que ha transmitido esta macabra variación del lenguaje de signos para decidir la suerte de los vencidos en el circo romano. Pero la única evidencia que apoye esta idea es el cuadro Pollice Verso, pintado en 1872 por Jean-Léon Gêrome, que muestra al público del circo enfervorizado señalando con el pulgar hacia abajo a un gladiador derrotado y que, según muchos, fue lo que de verdad disparó el mito.
De hecho, otras fuentes apuntan que el pulgar hacia abajo significaba exactamente lo contrario, pues lo que quería decir era “bajad las espadas”, para que terminara el combate sin bajas innecesarias. Porque las luchas a muerte en el circo también han sido bastante exageradas: el coste de entrenar y mantener a un gladiador de primera categoría era considerable; demasiado para jugárselo todo a un único combate.
Mito 9: Antes del dinero, todo era trueque
Imaginemos un mundo sin dinero. Nos apetece comer carne, pero solo tenemos pan, así que vamos al carnicero y le ofrecemos parte de ese pan a cambio de un filete. Lo que ocurre es que él ya tiene pan de sobra. Así que necesitamos encontrar a alguien dispuesto a aceptar nuestro pan a cambio de algo que le interese al carnicero, para así conseguir nuestro ansiado filete. Parece un lío... y lo es. En su obra La riqueza de las naciones, Adam Smith, uno de los padres de la economía moderna, afirma que la confusión causada por el trueque terminó conduciendo a la creación de los sistemas monetarios.
Esto no quiere decir que el trueque fuera el único antecedente del dinero. Los investigadores han encontrado modelos de economía basados en la confianza en épocas anteriores a la aparición de las monedas. Así, las personas se cedían sus excedentes unos a otros según la necesidad de cada quien. Volvamos al filete: el carnicero nos lo da y nosotros adquirimos el compromiso de hacerle una tarta de cumpleaños cuando lo necesite. Este sistema comenzó a perder efectividad a medida que las sociedades crecían y los tratos comerciales se establecían entre individuos sin vínculos sociales, lo que ponía en riesgo la garantía de devolver un servicio con otro en otro momento.

Mito 10: La doncella de hierro era un instrumento de tortura medieval
Ni una cosa, ni otra. Encerrar a un ser humano en un ataúd lleno de pinchos afilados es sin duda horrible, pero como instrumento de tortura no resulta demasiado eficaz, ya que garantiza la muerte inmediata de quien lo padezca. En el Medievo –y antes– abundaban los artilugios y los sistemas para asegurar el padecimiento humano de forma atroz y prolongada, aunque menos espectacular.
La verdad es que ningún registro de los métodos de tortura de la época –y son más que abundantes– menciona a la doncella de hierro, ni se han encontrado ejemplares que puedan ser datados en esa época. Se cree que el artefacto fue mencionado por primera vez en el siglo XVIII por el filósofo alemán Johan Philipp Siebenkees, quien escribió que en 1515 se utilizó para ejecutar a un criminal en Núremberg. La historia se hizo muy popular, aunque ya entonces se pensó que el propio Siebenkees se la había inventado, o había dado crédito a una invención de otros.
En todo caso, en el siglo XIX comenzaron a aparecer doncellas de hierro en varias ciudades europeas, que se mostraban al público en museos y exposiciones. Fue una época en la que el interés por los métodos de tortura de épocas pasadas despertó una morbosa curiosidad colectiva y un aparato tan imaginativo tuvo un impacto especial. Pronto pasaron a formar parte de la cultura popular, sin que nadie reparara en que los aparatos eran de construcción moderna o se habían conseguido juntando partes sueltas de diversos artefactos medievales. Eso sí, por lo menos el nombre inglés del artefacto –Iron Maiden– inspiró el nombre de un conocido grupo de rock.
Mito 11: La Edad Media fue un periodo de tinieblas
La opinión que la gente tiene de esta era se basa en lo que han visto en la literatura, el cine e incluso en los videojuegos. De ahí que resulte muy fácil acabar pensando que se trataba de un mundo sombrío, asolado por la ignorancia, el hambre, las guerras y la peste. Y no es así. Un análisis objetivo de muchos hechos ocurridos durante la mal llamada edad de las tinieblas revela lo injusto de aplicar ese calificativo a los mil años (sí, diez siglos) transcurridos entre la caída del Imperio romano (siglo V) y la llegada del Renacimiento (siglo XV).
Entre otros hitos de esta era, en 1088 Bolonia abría las puertas de la primera universidad del mundo, a las que seguirían otras de Oxford, París, Coimbra… Los nuevos centros de enseñanza impulsaron a su vez el desarrollo de la actividad científica, lo que trajo consigo avances concretos y significativos en campos muy diversos, como los fundamentos de la lingüística moderna, el establecimiento de un desarrollo agrícola que facilitó el crecimiento europeo o el perfeccionamiento de las leyes de la óptica que trajo consigo un invento decisivo: las gafas.
Hay que mirar también más allá de Occidente y recordar que en China se inventó la pólvora en el siglo XI. Por lo tanto, cuando, ya en las postrimerías de la era, Gutenberg inventó la imprenta en 1450 ¿estaba con ello señalando el principio de una nueva y brillante era... o cerrando con broche de oro otra que no lo había sido menos?
Mito 12: Los vikingos llevaban cascos con cuernos
En algunas sociedades como la española, la figura de los cuernos tiene unas connotaciones que no estaban presentes en la civilización vikinga. Podían haberlos llevado en sus cascos sin que su reputación se viera mermada, pero el caso es que nunca lo hicieron. El responsable, con perdón, de ponerles los cuernos a los vikingos fue el compositor Richard Strauss o, mejor dicho, el modisto Carl Emir Doepler, que en 1876 diseñó el vestuario para el estreno de la ópera El anillo de los nibelungos y decidió incorporarlos a los cascos sin más motivo que el puramente estético.
El éxito de la obra disparó la costumbre de representar a los vikingos con cuernos en sus cascos, pero ¿qué sentido habría tenido en el mundo real? Más allá de la estética, ninguno. Los vikingos eran un pueblo feroz que no rehuía el combate y un buen par de cuernos en el casco solo habrían servido para aumentar su peso y facilitar que el enemigo se lo arrebatara durante las refriegas.

Mito 13: Las brujas de Salem fueron quemadas vivas
La oleada de fanatismo religioso que se abatió sobre la población de Salem (Massachusetts) en 1692 ha pasado a la historia como uno de los sucesos más negros en la caza de brujas desatada en Europa y Estados Unidos desde los tiempos de la Edad Media. Más de doscientas personas fueron acusadas de brujería, de las cuales veinte –catorce mujeres y seis hombres– fueron condenadas a muerte.
La imaginería popular ha hecho correr la imagen de que en Salem, como ocurrió en Europa en más de una ocasión, las presuntas hechiceras murieron quemadas en la hoguera. Pero ninguna de las víctimas ardió, sino que todas fueron ahorcadas, con excepción de uno de los hombres, Giles Corey, que fue aplastado con grandes piedras hasta morir.
Cuando comenzaron los sucesos de Salem, en Europa la caza de brujas estaba ya en sus últimas horas, pero muchos de los peregrinos se llevaron su fanatismo al nuevo mundo. Todo empezó como consecuencia de una misteriosa enfermedad que afectó a dos niñas del pueblo. Las pequeñas se retorcían de dolor y decían sentir pinchazos y quemaduras por todo el cuerpo. Los síntomas se multiplicaron, en lo que hoy se consideraría un caso claro de histeria colectiva, pero que entonces, con el añadido de los pinchazos que recordaba inevitablemente el vudú, se atribuyó a causas sobrenaturales.
Una de las sospechosas fue, precisamente, una esclava llamada Tituba que solía contar historias del folclore y leyendas sobre brujas y vudú. Los presuntos juicios que desembocarían en las veinte condenas a muerte fueron una farsa sin respeto a las normas jurídicas ni derecho a la defensa; incluso se condenó a un niño de cuatro años a ocho meses de prisión. En estos sucesos, no hicieron falta hogueras para probar hasta dónde puede llegar el fanatismo.