Las mujeres asesinas son una realidad que conmociona y desconcierta a la sociedad. Son mujeres que, por diferentes motivos y circunstancias, deciden acabar con la vida de otra persona, ya sea su pareja, su hijo, su jefe o un desconocido. ¿Qué las lleva a cometer este acto extremo? ¿Qué perfil psicológico tienen? ¿Qué consecuencias legales y sociales enfrentan?
Según datos del Ministerio del Interior, en España, en el año 2020 se registraron 249 homicidios dolosos y asesinatos consumados en España, de los cuales 28 fueron cometidos por mujeres. Esto supone un 11,2 % del total de los casos. Aunque la cifra es menor que la de los hombres, que cometieron el 88,8 % de los crímenes, no deja de ser preocupante y reveladora de una problemática que requiere atención y prevención.
Las mujeres asesinas no responden a un único patrón ni a una única causa. Cada caso es único y complejo, y depende de factores individuales, familiares, sociales y culturales. Sin embargo, algunos estudios han tratado de identificar algunas características comunes que pueden ayudar a comprender mejor este fenómeno.
¿Por qué matan las mujeres? Con motivo de la publicación por parte de la editorial Pinolia del libro Asesinas, escrito por la criminóloga y socióloga Victoria Pascual Cortés, descubrimos en exclusiva su primer capítulo, dedicado al caso de la asesina del edificio Atalaya.
Carmen Badía. La asesina del edificio Atalaya
«A mamá le ha pasado algo». Así de segura estaba la hija pequeña de Anna Permanyer el mismo día de la desaparición de su madre y así se lo comentó a su padre, José Manuel García Canta.
El 27 de octubre del 2004, Anna Permanyer, psicóloga de profesión, le comenta a su hija pequeña que a la vuelta de un recado irán juntas de compras. Antes de salir, le pide a su marido y a su hija que la acompañen al edificio Atalaya de Barcelona, donde va a encontrarse con la inquilina de un piso, que la familia tiene en propiedad, para alquilarle un garaje y un trastero sitos en el mismo edificio. Sin embargo, ni su marido ni su hija pueden acompañarla esa tarde por lo que acude a la cita sola. Su familia no volverá a verla con vida.
Ese mismo día, cuando empieza a hacerse tarde y Anna no regresa a casa, la familia empieza a extrañarse. Con preocupación, realizan llamadas a sus familiares y amigos (Anna se había dejado su propio teléfono móvil en casa), a hospitales y a lugares donde, quizá, Anna podría haberse entretenido. En su afán por encontrarla llaman al conserje del edificio Atalaya, quien les comunica que sí ha visto a Anna esa misma tarde entrando en el edificio. Al parecer, Anna llega pasadas las seis de la tarde y le informa de que va a ver a la persona que habita el apartamento que la familia posee en el edificio. La cita con la inquilina del piso 18 J estaba fijada a las 18:30, según un pósit que la propia Anna había dejado pegado en una lámpara de su casa, por lo que Anna llega con algo de antelación.
Anna toma el ascensor, como confirma el conserje y como se puede observar en las imágenes de la cámara de vídeo de vigilancia que apuntan al mismo, pero según informa el propio conserje a la familia, esta todavía no ha salido del edificio.
Cuando la conversación tiene lugar son las 22:30 de la noche y el marido de Anna ruega al conserje que llame por teléfono al apartamento 18 J ya que, si no ha salido del edificio, Anna debe seguir allí. Tras varios intentos infructuosos, finalmente, la inquilina, cuyo nombre es María del Carmen Badía, contesta a la llamada diciendo que Anna nunca llegó a su cita, y que lo puede asegurar porque ella ha estado esperando en el domicilio durante toda la tarde.
A estas alturas, usted que está leyendo este libro, puede preguntarse cómo es posible que una persona haya entrado en un edificio videovigilado y nadie la haya visto salir. Y, sin embargo, tratándose del edificio Atalaya, es posible. Me detengo brevemente a explicar cómo.
La Torre Atalaya, construida en 1971, está situada en pleno centro de Barcelona, más concretamente, en la avenida de Sarriá esquina con la la avenida Diagonal, arteria principal de la ciudad. Es un edificio de alta categoría que mide 71 metros de altura, con 22 plantas destinadas a apartamentos de lujo y cuatro sótanos en los que se encuentran plazas de garaje y un entramado laberíntico de trasteros. En este edificio se alojan, además, numerosas oficinas de empresas (no todas legales, ya que ha habido prostíbulos y bandas dedicadas a la impresión de billetes falsos) por lo que la intimidad es un bien muy preciado para sus más de seiscientos inquilinos. Todo esto quiere decir que Anna bien podría haber salido por otra puerta que no fuera la principal y que no tuviera vigilancia.
Así pues, tras todas estas comprobaciones y ver que, además, Anna no se había llevado el coche para ir a gestionar sus bienes inmuebles, la familia llama a la policía pasada la medianoche para denunciar su desaparición. La policía comienza sus pesquisas en torno al caso y pronto coincide con la familia al pensar que no se trata de una desaparición voluntaria. La investigación de la vida de la desaparecida no presenta sombras de ningún tipo. Anna es una mujer muy familiar que dedica mucho tiempo al cuidado de los suyos, así como a su propio trabajo. No se encuentran motivos que hagan pensar que tiene una doble vida, que haya algún problema insuperable o exista alguna razón que le haya hecho renunciar de forma tan abrupta a su actual vida para iniciar otra. Además, tanto ella como su pareja son profesionales de la psicología por lo que, en casa, se mantiene un ambiente de total confianza para hablar de cualquier asunto que pueda preocupar a algún miembro de la familia y es muy probable que, de haber tenido algún problema, Anna lo hubiera compartido o sus familiares lo habrían sospechado.
Desde un primer momento, por lo tanto, se baraja por parte de la familia y de los investigadores la posibilidad de que la desaparición de Anna haya sido forzada. Una de las hipótesis que plantean es la del secuestro. La familia de Anna tiene una situación económica desahogada y son personas conocidas y apreciadas en diversos círculos de Barcelona, motivo por el cual podrían haberse fijado en ella para poder pedir un rescate. Además, en 2004, ya había llegado a España una práctica delictiva desde países de Latinoamérica que podía cuadrar con la desaparición de Anna: el secuestro exprés.
Sin embargo, los días pasaban y no se recibía en el domicilio la esperada llamada que, de parte de los secuestradores, diera algo de luz al motivo por el que, pensaban, había desaparecido la psicóloga. Mientras tanto, los familiares de Anna quemaban todas sus bazas acudiendo a programas de televisión y empapelando la ciudad con carteles en los que pedían cualquier información que pudiera ayudarles a encontrar a la desaparecida.
Al fin, a los nueve días de la desaparición, se recibe una llamada en el edificio familiar. Una voz masculina y amenazadora indica a la familia que tiene secuestrada a Anna. Es 6 de octubre y esa primera llamada, realizada por un varón con acento latinoamericano, da algo de luz al caso y esperanza a la familia. La policía consigue situar esta llamada en una cabina de Corbera de Llobregat, un pequeño municipio de catorce mil habitantes a veintiocho kilómetros de la Ciudad Condal.
A lo largo de sucesivas llamadas similares se consigue un lugar, una fecha y una cifra económica para la liberación de la psicóloga. Los secuestradores solicitan la cantidad de cien mil euros en metálico que la familia debe depositar en la puerta de una discoteca llamada EiTwo situada en el polígono industrial de Molins de Rei. La Policía Nacional despliega un enorme dispositivo en la zona y cuando aparece una persona a recoger la bolsa de deporte donde se encuentra el dinero proceden a detenerla.
Sin embargo, para desesperación de la familia y de los miembros de la Policía que llevan el caso, los supuestos secuestradores no lo eran. Henry Wilson Vuelco Benítez, detenido in fraganti recogiendo la bolsa, y su cómplice pasaron a disposición judicial tras comprobarse que nada tenían que ver con el secuestro de Anna Permanyer. Estos dos jóvenes habían aprovechado la oportunidad que la difusión del caso les había dado para intentar hacerse con un dinero de una forma que, ellos pensaban, sería sencilla: simular que eran los secuestradores de Anna y huir con el dinero.
El mismo día en que la policía detiene a Henry Wilson y a su cómplice, 7 de octubre (Anna lleva desaparecida diez días), la guardia civil recibe una llamada de un trabajador de una cantera de Sitges. Este informa de que llevan varios días percibiendo desde las inmediaciones de la cantera un fuerte olor muy desagradable y que, al buscar el origen, han encontrado lo que parecen restos humanos.
La guardia civil se persona en la localización donde han sido encontrados los restos, dentro del macizo del Garraf, y comprueban que hay una pierna humana saliendo de una bolsa que estaba escondida bajo unas ramas.
El cadáver es de mujer y está envuelto con una sábana y plásticos, atados con un cable eléctrico rojo, dentro de una bolsa de palos de golf. Los miembros de la Guardia Civil realizan in situ la inspección ocular de la escena donde han encontrado el cadáver y, enseguida, se dan cuenta de que no es la escena principal, es decir, no es la escena en la que se ha cometido el crimen, sino que es el lugar donde han trasladado el cuerpo para deshacerse de él.
Una vez tienen acceso a la fisonomía del cadáver se percatan de otra particularidad: al cuerpo le falta un antebrazo, pero este no ha sido seccionado durante el crimen (es una característica ante mortem). Esto coincide con la fisonomía de la desaparecida Anna Permanyer, a quien también le faltaba el mismo antebrazo. La Guardia Civil se pone en contacto con la Policía Nacional porque, efectivamente, el cadáver encontrado en la cantera cerca de Sitges es el de Anna.
La angustiosa espera de noticias por parte de la familia ha finalizado y se ha resuelto de la peor manera posible, con la certeza de que Anna Permanyer ha sido asesinada. Lo que era una investigación de una persona desaparecida, un posible secuestro, se convierte en la investigación de un asesinato. El cadáver se encuentra en un avanzado estado de putrefacción con presencia esquelética en algunos de sus miembros. La autopsia revela lesiones contusas en la zona de la cabeza producidas por un objeto contundente. La causa de la muerte se determina mediante asfixia por oclusión. Esto significa que fue golpeada en la cabeza, pero que estos golpes no le causaron la muerte, sino que le taparon los orificios nasales y la boca, probablemente con una de las bolsas que envolvían el cadáver, hasta causarle la muerte por asfixia. La autopsia también fija la muerte en el mismo día de la desaparición.
Con todos los indicios recogidos y la información recabada por los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad, la investigación va avanzando. Seis días después del hallazgo del cadáver se da una situación que hace que la investigación tome un rumbo distinto: María del Carmen Badía, la inquilina con la que había quedado Anna Permanyer el día de su desaparición, llama a la brigada policial encargada del caso para informar, asesorada por su abogado, de que tiene un contrato de arras firmado por Anna para venderle el piso. Según cuenta Carmen, la propia Anna le había vendido el piso días antes por un importe de 600 000 euros y quiere aportar el contrato de arras, ahora que la señora Permanyer ha fallecido, para ayudar en la investigación y para recuperar los 420 000 euros que le entregó en mano como señal.
Cuando recibe esta información, la policía empieza a investigar a Carmen Badía y descubre que ya tenía un pasado plagado de situaciones delictivas y que, años antes, se había visto envuelta en un caso de asesinato.
¿Qué había ocurrido el 9 de octubre de 1997 en un camping de Lleida? Josep Campí Jordana era un empresario de cuarenta y cuatro años que estaba en proceso de divorcio de la que había sido su mujer durante menos de un año, María del Carmen Badía. El día de autos, Josep se encontraba en un camping de su propiedad en la localidad de La Seu D’Urgell cuando dos encapuchados entraron con la supuesta intención de robar. Josep fue apuñalado por la espalda y rematado con seis disparos cuando ya se encontraba en el suelo. La hermana de Josep, Carme, fue herida por arma de fuego en la cara y en el hombro, aunque logró sobrevivir. La madre de ambos, también presente, se pudo salvar porque se agotó la munición de los pistoleros.
La principal sospechosa de ser la mente detrás del asesinato era Carmen Badía, ya que, a través de una hija común del matrimonio, pasaría a administrar una herencia de unos cien millones de las antiguas pesetas. Una auténtica fortuna para la época.
Carmen pasó varios meses en prisión preventiva, sin embargo, nunca se pudo probar que ella estuviera detrás del asesinato, y fue liberada y exculpada.
Otra de las líneas de investigación se realiza en torno al contrato de arras. Hay varios puntos que son sospechosos para los investigadores. Uno de ellos es la elevada cuantía de la señal que, supuestamente, Carmen le ha pagado a Anna. Lo habitual en estos casos es que la señal sea entre el cinco y el quince por ciento de la cuantía final. En el caso del contrato de arras del piso 18 J del edificio Atalaya, la suma se elevaba a un ochenta por ciento del total del piso. Cuando le preguntan a Carmen el motivo de esta singularidad, les comenta que Anna quería empezar una nueva vida en Cuba, alejada de su familia y sin que ellos lo supieran. Esta declaración no hace sino aumentar las sospechas de los investigadores, quienes ya sabían por investigaciones previas que Anna llevaba una vida feliz y sin secretos de ningún tipo.
Por otro lado, la policía se centra en averiguar, con un equipo especializado de peritos calígrafos, si la firma del contrato ha sido realizada por la desaparecida. Tras comparar la grafía de Anna con las firmas del contrato, confirman que, si bien la firma de Anna es real, es decir, ha sido firmado por ella, esta ha sido realizada en un momento de máxima tensión y ansiedad. Tanto es así, que las firmas de la compradora y de la vendedora están cambiadas de sitio y las sucesivas firmas de Anna se van desmontando y alejándose de su forma habitual.
Si fueran pocos los motivos que los investigadores tienen para sospechar de la autoría del crimen a manos de Carmen Badía, se produce un día después de un registro en casa de la propia Carmen, un incendio en el edificio Atalaya. El piso 11 E arde en llamas. Cuando los investigadores entran descubren en el apartamento el mismo juego de sábanas que se utilizó para envolver el cuerpo de Anna y, además, se percatan de que falta la sábana bajera, la misma que se encontró en el cadáver.
Se van atando cabos. El incendio ha sido provocado y resulta que el apartamento es propiedad del abogado de Carmen Badía, quien había vivido meses antes allí. Para terminar de cerrar el círculo, el abogado de Carmen, en su declaración, informa a la policía de que cuando Badía vivía en ese apartamento le dijo que no le parecía bien que el conserje tuviera una llave de su casa. Siendo así, Carmen le pidió la llave al conserje y, esa llave, nunca le fue devuelta al legítimo propietario. Es decir, Carmen tenía acceso a ese apartamento, tenía acceso a esa sábana.
Aunque el cerco se estrecha sobre Carmen, todavía no hay pruebas que la relacionen directamente con el asesinato de Anna, pero sí suficientes para ponerle una estrecha vigilancia. El caso avanza y, casi un mes después del asesinato, varias personas del entorno de Anna Permanyer reciben mensajes anónimos manuscritos. Una de las pacientes del marido de Anna recibe el siguiente mensaje: «Dile a José Manuel que quiero 60 000 euros más o diré quién pagó para matar a Anna. Va en serio. Veinticuatro horas». El jefe de mantenimiento del edificio Atalaya también recibe un anónimo: «José, tíralo todo, quema el trastero. Hay 6 000 euros más. Todo bien».
Por último, es el propio marido de Anna, José Manuel, el que recibe un tercer anónimo: «Le aconsejo que pida a su abogado que investiguen con la policía el bar salón del cine Arenas en la calle Tarragona, lugar donde se reúnen chaperos y drogadictos y de los cuales por cincuenta euros son capaces de todo. Mi amigo y yo, la última vez que estuvimos, oímos hablar cómo unos individuos decían: “Ella se lo buscó, los golpes en la cabeza, ella se los buscó”. No podemos identificarnos, mucha suerte».
Estos tres anónimos parecían lo que realmente eran, una maniobra de distracción. Pretendían darle un giro a la investigación y conseguir que las sospechas recayeran en el marido de la asesinada y liberaran de la vigilancia y la sospecha a Carmen Badía. Nada más lejos de lo que realmente ocurrió porque, tras realizar un análisis por parte del equipo de peritos calígrafos, se vio que la letra correspondía a la propia Carmen.
Otro acontecimiento hace que la policía vaya confirmando sus sospechas. En la autopsia se había encontrado un pelo que no pertenecía a la víctima. En aquella época, los estudios de ADN eran más lentos que los que tenemos ahora y los resultados habían tardado en llegar. Pero, cuando llegan, indican que el cabello, de color claro, pertenece a un varón en fase telógena, es decir, el pelo se ha caído por tener el bulbo muerto, lo que indica que la persona sufre alopecia.
A estas alturas, la vigilancia que se ha puesto a Carmen hace a la policía introducir en el grupo de sospechosos a dos amigos de esta: Anabel Toyas, amiga inseparable y paisana de Carmen (ambas nacidas en la localidad de Fraga) y el abogado Joan Sesplugues de quien, se comprobará, era el pelo encontrado en el cadáver.
Finalmente, la policía pincha el teléfono de Carmen. En una de las conversaciones telefónicas que mantiene con Anabel Toyas, los investigadores escuchan cómo Carmen explica, entre risas, cómo perpetraría un crimen y, para su sorpresa, describe también, paso a paso, cómo envolvería el cuerpo. En este momento, Carmen indica que pondría la cabeza de la víctima dentro de la bañera para no ensuciar nada y que, después, usaría una sábana y bolsas para deshacerse del cadáver, datos que no se habían filtrado de la investigación y que solo la persona (o personas) que hubieran perpetrado el delito podían saber.
Los investigadores ya tienen suficientes datos para detener, al menos, a Joan Sesplugues y a Carmen Badía por el asesinato de Anna Permanyer. Carmen y Joan negaron su autoría en todo momento, pero las pruebas hablaron por ellos. En el juicio quedaron demostrados los siguientes hechos (como puede leerse en la sentencia):
PRIMERO: Anna fue obligada con violencia o intimidación, y afán de enriquecimiento, a firmar un contrato de arras de fecha 10 de septiembre de 2004, en el que figuraba como parte compradora la menor Claudia Campí Badía, representada por su madre, la acusada María Carmen Badía Lachos, fijándose el precio total de la vivienda, plaza de garaje y trastero en la cantidad de 600 000 euros, constando que la parte compradora entregaba la cantidad de 420 000 euros en ese concepto de arras o señal.
SEGUNDO: Los acusados María Carmen Badía Lachos y Joan Sesplugues Benet realizaron los hechos descritos en el anterior apartado (Hecho Probado Primero).
TERCERO: El 27 de septiembre de 2004, Anna Permanyer Hostench, tras haberle golpeado con un objeto contundente en su rostro y cráneo y haberle colocado tres bolsas de plástico en la cabeza, murió consecuencia de haberle provocado con ello una asfixia mecánica causada por un mecanismo de sofocación consistente en la oclusión de los orificios respiratorios que impidió el paso de oxígeno a la laringe y favoreció la acumulación de dióxido de carbono a nivel sanguíneo con la consiguiente acidosis respiratoria. Anna Permanyer Hostench no pudo oponer defensa física alguna toda vez que carecía de la mano y antebrazo izquierdos y se hallaba aturdida por los golpes previamente recibidos. La muerte de Anna Permanyer Hostench se ejecutó aumentando de forma cruel e innecesaria su sufrimiento.
CUARTO: Los acusados María Carmen Badía Lachos y Joan Sesplugues Benet causaron la muerte de Anna Permanyer en los términos que se han descrito en los tres párrafos del anterior apartado (Hecho Probado Tercero).
Los acusados fueron condenados a veinticuatro años de cárcel, dos por el delito de extorsión y veintidós por el de asesinato. Joan Sesplugues murió en 2012 a la edad de ochenta y cinco años mientras cumplía condena en la cárcel de Ponent, en Lleida. Días antes de morir confesó a su abogada que él no había cometido el crimen, pero que sí había escuchado cómo Carmen Badía lo cometía ya que ambos se encontraban en el apartamento 11 E en el momento de la comisión del crimen. Carmen Badía, mientras se escriben estas líneas, cumple condena en el centro penitenciario de Zuera, en Zaragoza. Tiene Sesenta y cuatro años y se encuentra enferma de cáncer.

Asesinas
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