La Atenas de Pericles: esplendor, guerras y epidemias

Con Pericles, Atenas vivió su edad dorada. La guerra con Esparta puso a prueba su don para la estrategia y su capacidad de liderazgo.
Escultura Pericles

Una vez fueron derrotados los persas, la Liga de Delos continuó su actividad proporcionando un importante apoyo financiero a Pericles. En aquel entonces, el comercio marítimo se hallaba en pleno auge y el puerto del Pireo se convirtió en el principal foco de desarrollo económico del mundo griego. Con el dominio del mar, los atenieses podían comerciar y adquirir bienes en los lugares más remotos. Fue aquel sorprendente auge comercial, cultural y político el que puso en guardia a sus enemigos. El objetivo ateniense de poner en pie un imperio hizo que aumentara el número de estos, tanto entre sus aliados como entre los que se consideraban abiertamente rivales.

El Gran Estratega, como era conocido Pericles, era plenamente consciente de ello: “Todo el que ha pretendido dominar a otros ha incurrido inmediatamente en odio e impopularidad”, afirmó. Pero también dijo que “es mejor ser envidiado que compadecido”. Sin duda, conocía bien las ventajas comerciales que acarreaba un imperio, pero también la de enemigos que atraía.

Tucídides, un temible rival para Pericles

Durante esos años de desarrollo económico y cultural, Tucídides dirigió el grupo de conservadores que se opusieron a la política de Pericles. Nacido en una familia aristocrática, Tucídides era el abuelo del joven historiador del mismo nombre que tanto admiró al Gran Estratega. Por el contrario, el conservador Tucídides detestaba al mandatario ateniense y su ideología demócrata, llegando a ser el rival más temible al que se enfrentó Pericles a lo largo de su mandato en Atenas.

Tucídides se movía como pez en el agua entre las clases adineradas del Ática, cuyos miembros deploraban el régimen de libertades que había impuesto el líder ateniense. Las familias ricas sentían una gran fascinación por las competiciones atléticas y solían coincidir en los juegos de Olimpia y Delfos. Los atletas procedían de los círculos aristocráticos de Egina y de otras ciudades-Estado, aunque también provenían de algunas familias nobles de Atenas, como la de Tucídides. Este se convirtió en el portavoz de la sociedad noble y rica que se oponía a Pericles.

La caída en desgracia de Tucídides comenzó en 444 a.C. cuando trató de crear una colonia ateniense en el sur de Italia y la aventura concluyó en un completo fiasco. Pericles aprovechó el batacazo de su rival para que la Asamblea lo condenara a diez años de ostracismo en el año 443 a.C. Desde aquel momento, Pericles se mantuvo al frente de Atenas hasta su muerte en 429 a.C. Solo fue retirado del poder unos meses en el último año de su vida, pero los atenienses lo volvieron a elegir para dirigir el gobierno.

La oposición al gran estratega

La caída de Tucídides no fue un obstáculo para los enemigos del Gran Estratega. Lejos de amilanarse, siguieron conspirando contra él en la sombra. Dado el gran poder que había adquirido, Pericles nunca fue atacado personalmente. Sus enemigos lo hicieron de forma indirecta, a través de sus amigos.

En 437 a.C., el escultor Fidias, gran amigo de Pericles, fue acusado de quedarse con buena parte del oro que usaba para esculpir la gran estatua de oro y marfil de la diosa Atenea que iba a presidir el nuevo Partenón. Pero Fidias había previsto que el oro de la estatua se pudiera quitar con facilidad para pesarlo y al hacerlo demostró que no faltaba un gramo del valioso metal. Su maestro Anaxágoras fue acusado de impiedad, por lo que el gran pensador abandonó Atenas y se asentó en Lámpsaco, donde fundó una escuela de filosofía.

Con Pericles, Atenas vivió su edad dorada. La guerra con Esparta puso a prueba su don para la estrategia y su capacidad de liderazgo. Foto: Istock

Pero Pericles sí sufrió las constantes burlas de los comediantes, que criticaban con mordacidad su cabeza con forma de pepino y aspectos delicados de su vida privada. Por ejemplo, la relación que mantuvo con su amante Aspasia, una mujer inteligente que podría haber sido una hetaira en su juventud. Comenzaron a vivir juntos como si fueran matrimonio, lo que desató las habladurías en las calles de Atenas y la reacción de su propio hijo, Jantipo, que utilizó aquel escándalo para atacar a su padre. Dolido por las burlas de los cómicos, Pericles promocionó la construcción del Odeón, un escenario para los músicos que probablemente pretendía contrarrestar la desmedida afición de los atenienses a las comedias bufas. Es evidente que Pericles no logró su objetivo, pues los cómicos siguieron mofándose de él y sus enemigos en Atenas continuaron arremetiendo contra otros amigos suyos y, sobre todo, contra Aspasia, a la que acusaron de corromper a las mujeres de la ciudad con el fin de satisfacer las perversiones de su amante. En su juicio, Pericles la defendió con tanta vehemencia que llegó a pedir entre lágrimas el perdón para Aspasia. Su elocuencia y fervor emocionaron tanto a los jueces que acabaron absolviendo a la amante del Gran Estratega.

Sócrates entra en escena

De 446 a 431 a.C., Atenas se mantuvo en paz con Esparta. Fueron unos años dorados para el arte y el pensamiento. Fue el momento en que brillaron las mentes de algunos de los grandes filósofos de la Grecia antigua. Como Sócrates (470 a.C.-399 a.C.), un hombre poco agraciado, bastante gordinflón y de ojos saltones que es considerado una de las cabezas privilegiadas de la Antigüedad.

Aquel hombre sabio y austero, que llevaba siempre la misma capa y apenas comía ni bebía, nunca luchó por obtener riqueza o prestigio social. Su inconformismo le hizo enfrentarse a la ignorancia popular y a las autoridades, que, poco a poco, fueron señalándolo como un individuo ajeno a las convenciones sociales, lo que lo hacía peligroso a sus ojos. El filósofo nació en Atenas en el seno de una familia bien asentada. Su padre era cantero y su madre comadrona. Cuando aún no era adolescente, los ancianos de la ciudad quedaron prendados de su inteligencia natural y su agudeza de razonamiento.

El filósofo estaba convencido de que la discusión era mucho más importante que la escritura. Por eso pasó la mayor parte de su vida en las plazas públicas de Atenas provocando diálogos con sus conciudadanos. Creía que el primer deber del hombre es ser virtuoso y evitar la injusticia y el mal: “El que obra mal se perjudica a sí mismo”. Afirmaba que la maldad y los vicios eran producto de la ignorancia y que ninguna persona desea el mal de forma natural.

La ciudad de la diversión

Gracias a personajes como Sócrates, la ciudad bullía de actividad intelectual y artística. En la etapa en que Atenas y Esparta mantuvieron su acuerdo de paz, se construyó el Partenón, con la espléndida estatua de la diosa Atenea cubierta de oro y marfil. En aquella Edad de Oro de la ciudad, Eurípides estrenó su Medea y Sófocles triunfó con su Antígona.

Pero no todo era teatro, música y grandes monumentos. Los atenienses también sabían disfrutar de la vida. En la época de Pericles, los filósofos de moda, los personajes más populares y los empresarios más acaudalados eran invitados a deslumbrantes banquetes, que solían ser amenizados por jóvenes bailarinas que actuaban semidesnudas. Como era usual en los banquetes privados, los esclavos descalzaban a los invitados y les lavaban los pies, para a continuación colgarles ristras de guirnaldas alrededor del cuello. Reclinados en los lechos, los asistentes al banquete disfrutaban de una comida exquisita, servida en mesas bajas, donde se exhibían vinos, pescados frescos y carnes sazonadas con especias y cocinadas con aceite de oliva.

Ahora bien, salvo en las grandes cenas, la dieta diaria era sobria, lo que explicaba la buena salud de los atenienses y su preeminencia en el deporte. En Atenas solo los ricos consumían carne de vez en cuando. Los trabajadores de la ciudad y los campesinos no comían más que pescado, lentejas, habas, cebollas, guisantes, ajos, coles y aceitunas.

La Hélade, dividida

Estos momentos de fiesta, brillantez intelectual y prosperidad económica se iban a ver pronto amenazados por negros nubarrones de guerra. Entre los años 431 y 404 a.C., los espartanos se enfrentaron a los atenienses en la Guerra del Peloponeso. Fue una lucha feroz entre dos concepciones sociales y políticas que diferían en todo. La magnificencia y el refinamiento de la sociedad que surgió en torno a Pericles eran el polo opuesto a la belicosidad y austeridad que primaban en Esparta, y ambas potencias buscaban el control de Grecia.

La división de la Hélade en dos grandes alianzas suponía que, cuando estallase la guerra, las hostilidades se extenderían a todas las ciudades-Estado griegas. “La situación de Grecia en esta época no era distinta de la de Europa en 1914”, escribe C.M. Bowra. “Las alianzas estaban tan cuidadosamente entrelazadas, que un único par de combatientes podía arrastrar a otros a la guerra, aunque sus problemas les importasen muy poco”, señala este académico y profesor británico en su conocido libro La Atenas de Pericles.

Todo comenzó cuando la ciudad de Epidamno tuvo problemas con unos aristócratas exiliados y pidió ayuda a Córcira, que esta denegó. Tras ese desaire, las autoridades de Epidamno acudieron a las de Corinto, ciudad-Estado que pertenecía a la liga espartana. Sin pensárselo dos veces, Corinto envió una flota para ayudar a Epidamno, pero sus barcos fueron echados a pique por los de Córcira. Aquella escaramuza naval iba a tener graves consecuencias. Humillada por su derrota, Corinto construyó nuevos barcos, lo que causó temor en Córcira, que pidió ayuda a Atenas.

Los corintios advirtieron a Pericles de que su alianza con Córcira haría saltar por los aires el acuerdo de paz con Esparta, pero el Gran Estratega no se dio por aludido. Aquella decisión hizo que los corintios pidieran ayuda a Esparta y que Atenas excluyera a la ciudad-Estado de Megara del mercado ateniense, arguyendo que los megarianos habían ayudado a Corinto. Una cadena de acontecimientos que fue el preludio de la guerra total entre la liga ateniense y la espartana.

El gran amigo de Pericles, el historiador Tucídides, afirmó que la verdadera razón por la que espartanos y corintios entraron en guerra fue su temor ante el asombroso crecimiento del poder ateniense.

Temor ante el poder de la capital ática

Esparta y Corinto pensaban que, si dejaban campo libre a Pericles, Atenas dominaría las rutas comerciales y paralizaría el comercio de toda Grecia. Pero, sin duda, lo peor para los espartanos era la perspectiva de ser dominados por una sociedad democrática que había despreciado y humillado a las antiguas aristocracias.

Plutarco afirmó que fue Atenas la que incitó el conflicto armado entre las dos grandes potencias de la Hélade. Y, de hecho, la estrategia de Pericles fue la de organizar una ofensiva por el mar, aprovechando el poder de su gran flota de trirremes, y defenderse en tierra. Llegado el caso, los atenienses que trabajaban en los campos circundantes a Atenas podrían refugiarse dentro de los Muros Largos, que comenzaron a construirse en 459 a.C. y que unían en un mismo perímetro de seguridad la ciudad con su puerto del Pireo.

Tal y como esperaba Pericles, los espartanos invadieron los campos cercanos a la ciudad haciendo todo el daño que pudieron en su camino. Pero los agricultores atenienses pudieron refugiarse dentro del enorme perímetro de murallas que rodeaba Atenas y el Pireo. Mientras tanto, la flota ateniense entraba y salía libremente del puerto para abastecer a la ciudad o para organizar contraataques marítimos a las polis asociadas a la liga espartana.

La fama de la Guerra del Peloponeso se debe al historiador Tucídides, que tomó parte en ella en los primeros años del conflicto al mando de un contingente de trirremes. Acusado de no prestar ayuda a tiempo a un grupo de soldados atenienses asediados por el enemigo, Tucídides fue condenado al ostracismo en 424 a.C. Este cronista aprovechó los años que tuvo que vivir en el exilio para escribir la crónica del violento enfrentamiento entre Atenas y Esparta. Pero su Historia de la Guerra del Peloponeso se interrumpió en el año 411 a.C. El historiador Jenofonte retomó la narración en el punto en el que la abandonó Tucídides.

Dos grandes ejércitos

En el momento en que estalló la guerra, en el año 431 a.C., la población de ciudadanos libres atenienses adultos rondaba los 40.000 hombres, de los que unos mil disponían de la riqueza suficiente para mantener sus propios caballos. Otros dos mil podían servir como hoplitas, la infantería pesada que formaba el núcleo principal del ejército ateniense. Las fuerzas totales incluían a hombres de otras ciudades-Estado aliadas de Atenas.

Esparta poseía un ejército de unos 6.000 hombres muy bien entrenados a los que se sumaban contingentes de población de Lacedemonia y de pueblos que vivían en los alrededores de la capital espartana, denominados los periecos, que significa “los moradores de alrededor”. Asimismo, los espartanos reclutaron a la numerosa población esclava de Laconia y Mesenia, los llamados ilotas.

Durante los primeros años del conflicto, el ejército del Peloponeso fue comandado por el rey espartano Arquídamo. Ambos contendientes pensaban que la guerra iba a durar pocos años, pero se equivocaron.

Un enemigo silencioso

Del año 431 al 427 a.C., la caballería ateniense hostigó a las tropas ligeras peloponesias. Un año después, el nuevo rey de los espartanos, Agis, comenzó a internarse en el Ática, pero le sorprendió un terremoto y tuvo que volver a su territorio. Finalmente, los espartanos penetraron en territorio enemigo y devastaron sus campos y sus queridos olivos.

Por aquella época, Atenas tenía un grave problema con las basuras, las heces y otros desperdicios, dado que se echaban a las calles, que no estaban pavimentadas. Aquellas inmundicias y el hacinamiento de la población en el interior de la ciudad tuvieron mucho que ver con las epidemias que allí sufrieron entre los años 430 y 426 a.C.

Pericles no previó que su plan estratégico para defender a los campesinos en el interior de las murallas de Atenas pudiera tener consecuencias tan nefastas. Las pérdidas humanas fueron más devastadoras que las habidas en los campos de batalla. Cuando acabó la pandemia, un tercio de las mejores tropas atenienses había muerto a causa de la enfermedad. Atenas perdió la superioridad numérica de que había disfrutado hasta entonces frente a las fuerzas enemigas. Otro gran golpe para los atenienses fue la desaparición del propio Pericles, cuya salud se quebró con la plaga de 429 a.C.

Contraataque ateniense

Aunque la muerte de Pericles paralizó momentáneamente a los gobernantes atenienses, se recuperaron pronto e incrementaron las operaciones navales para hostigar al enemigo. Su flota de trirremes podía transportar un buen número de hoplitas a cualquier punto del Peloponeso, pero también facilitaba alimentos y armamento a Atenas y bloqueaba las costas y los mares de las ciudades-Estado enemigas, impidiéndoles la importación de víveres o armas.

Un año después de la muerte de Pericles, la isla de Lesbos, que había sido una de las ciudades fundadoras de la Liga de Delos, se rebeló contra su principal aliado. Sus autoridades quisieron aprovechar la debilidad de Atenas, cuyos ciudadanos todavía lloraban la muerte de su líder. Atenas envió una flota y bloqueó sus líneas de abastecimiento, lo que puso en un grave aprieto a Lesbos. Sus autoridades pidieron ayuda a la Liga del Peloponeso, pero los espartanos reaccionaron con lentitud, dando tiempo a los atenienses a enviar más barcos repletos de hoplitas que sitiaron Mitilene, la ciudad más importante de Lesbos. Sus habitantes pasaban hambre y al final se rebelaron contra sus jefes, que fueron apresados y entregados a los atenienses. Luego fueron trasladados a Atenas, donde serían duramente castigados.

Lesbos perdió su flota y parte de su territorio. Mientras las tropas atenienses ocupaban la fortaleza de Mitilene, la pequeña guarnición de Platea, aliada de Atenas, tuvo que rendirse a los espartanos que, como en otras ocasiones similares, actuaron con extremada violencia y crueldad. Los plateos varones, jóvenes o ancianos, fueron ejecutados y el centenar de mujeres y niños que sobrevivieron al asedio fueron vendidos como esclavos.

Triunfos y derrotas

En 429 a. C., una flota peloponesia al mando del comandante espartano Cnemom fue derrotada por las trirremes atenienses de Formión. Humillada y enfurecida, Esparta reunió una flota mayor, de 77 barcos, que fue enviada para enfrentarse al enemigo. Su principal objetivo era eliminar a Formión de alguna forma. Al final, el nuevo enfrentamiento naval concluyó con otra derrota para la Liga del Peloponeso.

La flota ateniense barrió al enemigo y el general espartano Timócrates se suicidó antes de ser capturado. Desde entonces, la alianza del Peloponeso evitó los enfrentamientos navales con la Liga de Delos.

La formación de los marineros y las tácticas navales de los atenienses se manifestaron siempre superiores a las de los peloponesios. La situación no iba a cambiar hasta la fallida expedición a la lejana Sicilia, que dejaría mermada la flota de Atenas; una pérdida de barcos, marineros y hoplitas que contribuyó a debilitar su potencial bélico.

Persia como aliado

Desde el inicio de la guerra, los dos bandos trataron de ganarse al gran rey persa Artajerjes para que interviniera a su favor. En el año 424 a.C., una patrulla naval ateniense capturó al embajador persa que viajaba a Esparta para averiguar cuál era la postura de los espartanos con respecto a Persia y si deseaban de verdad su ayuda (el rey persa solo recibía respuestas contradictorias y quería saber a qué atenerse). Los atenienses aprovecharon la ocasión para hacer su propia oferta a Artajerjes, pero el rey murió antes de que el embajador regresara a la corte.

El trono persa pasó a Darío II, que al principio de su reinado mantuvo buenas relaciones diplomáticas con Atenas. Pero un malentendido ensombreció aquel vínculo inicial: en el año 414 a.C., el sátrapa (gobernador real) persa Pisutnes se sublevó en Asia Menor con el apoyo ateniense. Al final, el general ateniense traicionó a Pisutnes y volvió a respaldar al bando real, pero la revuelta continuó y, como resultado de esa confusa situación, Darío II pensó que los atenienses no eran de fiar. Atenas iba a pagar muy caro aquel malentendido, ya que contribuyó al progresivo acercamiento de Persia a Esparta.

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