Chlamydosaurus kingii, Vampyroteuthis infernalis, Archaeopteryx albersdoerferi, Ubirajara jubatus, Linhenykus monodactylus... ¿Quién demonios les pone estos nombres tan enrevesados a las especies? ¿Qué utilidad tiene? ¿Cuál fue la primera especie en ser nombrada de esta manera? Bienvenidos al fascinante origen de la taxonomía.

El arte de ordenar la vida
La taxonomía es una clasificación. Podemos ampliar el concepto según se define en el diccionario de la Real Academia Española como la “ciencia que trata de los principios, métodos y fines de la clasificación. Se aplica en particular, dentro de la biología, para la ordenación jerarquizada y sistemática, con sus nombres, de los grupos de animales y de vegetales”. Dicho de otra manera (más poética quizás), la taxonomía se encarga de ordenar la vida en el planeta Tierra y toda su historia evolutiva.
Los seres humanos solemos tener la imperante necesidad de conocer el porqué de las cosas y nos intriga sobremanera saber quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Para responder a estas y otras cuestiones tenemos la ciencia y, en el caso de las distintas formas de vida, para estudiarlas es fundamental identificarlas, etiquetarlas y organizarlas en las distintas ramas y grupos que forman el grueso y enmarañado árbol de la historia de la vida en nuestro planeta. Esta idea resulta lógica, ahora bien, ¿quién comenzó esta abrumadora tarea? ¿Desde cuándo tenemos especies identificadas con un mismo nombre para todo el mundo?
El origen de la taxonomía
En la actualidad hemos llegado a identificar unos dos millones de especies. Sin embargo, algunos científicos calculan que existen casi nueve millones de especies, por lo que nos queda mucho por conocer, a lo que, además, habría que añadir las especies extinguidas y las que se extinguirán antes de que lleguemos a descubrirlas.
“Para poder estudiar a tantas especies, los biólogos las han clasificado en función de las características que comparten. Han existido muchas clasificaciones de los seres vivos a lo largo de la historia. Cada una de ellas respondió a las necesidades y conocimientos de la época en que se llevó a cabo, pero siempre se ha buscado que la clasificación cumpla con dos requisitos: que comprenda a todos los seres vivos conocidos en ese momento y que ninguno se pueda ubicar en dos categorías diferentes. Como te imaginarás, la tarea no ha sido sencilla ya que continuamente se descubren nuevos organismos”.
Ya en el siglo IV a. C., Aristóteles formuló el primer lenguaje lógico que conocemos para nombrar a los seres vivos. El filósofo griego ya comprendió la necesidad de registrar y ordenar a los organismos. Su sistema basó en las diferencias y similitudes de estructuras y apariencias, con un resultado que no nos resulta en absoluto lejano a nuestra concepción actual. Dividió a los seres vivos en dos grandes grupos: plantas y animales. De estos, llegó a clasificar más de 500 especies entre anaima, animales sin sangre, y enaima, animales con sangre, cercano a nuestra división entre invertebrados y vertebrados. Además, cada grupo de animales los identificó con un genos y los dividió en eidos, diafora, propiedad y accidente. Esta ordenación permaneció con sus evoluciones y correcciones pertinentes durante la Edad Media y parte de la Moderna.

La clasificación moderna
Todo cambió en el siglo XVIII con el trabajo de Carl von Linné, un botánico y naturalista sueco también conocido como Carlos Linneo, del que heredamos la taxonomía linneana. Fue quien definió las bases del sistema que utilizamos hoy.
“Ordenó cada organismo en categorías taxonómicas, que van de los general a lo particular: Reino, Filo, Clase, Orden, Familia, Género y Especie. Con el fin de evitar confusión entre la comunidad científica, decidió asignar a cada especie un nombre único a partir de un sistema universal: la nomenclatura binominal o nombre científico de una especie está compuesto por los nombres del género y el epíteto específico. El género inicia con mayúsculas y el epíteto con minúscula, ambas en cursiva o subrayadas”. Desde entonces se usa este método con palabras en latín o latinizadas. De hecho, la obra en la que Linneo ofreció este sistema fue «Species Plantorum», íntegramente escrito en latín, ya que en 1753 seguía siendo el idioma más universal en el ámbito cultural”.
Por tanto, si hubiera que responder a la pregunta que encabeza este artículo, no tendríamos una única opción rastreable en este largo proceso hasta establecerse un sistema científico para nombrar las especies. Pero podemos conformarnos tomando la obra de Linneo como referencia y en esta, la primera especie nombrada es Canna indica, es decir, la caña del Perú o caña de las Indias.
Referencias:
- Gould, S. 2000. Wonderful Life: The Burgess Shale and the History of Nature. Vintage.
- Historia de la clasificación de los seres vivos. Universidad Nacional Autónoma de México. objetos.unam.mx.