Claves para entender los orígenes de la cuestión israelo-palestina

El conflicto entre Israel y Palestina es uno de los más antiguos y complejos del mundo, ya que tiene una larga historia y una gran complejidad política, social y cultural. ¿Qué lo originó realmente? ¿Qué factores históricos, políticos y culturales lo explican? ¿Qué actores y potencias están implicados?
Claves para entender los orígenes de la cuestión israelo-palestina

Pocos conflictos en el último siglo han generado tantos análisis, estudios y noticias diarias como el que gira en torno a la cuestión Palestina e Israel. La razón de ello es que este es un conflicto de muy larga duración, no resuelto, que se ha ido complejizando, haciéndose cada vez más intrincado y enconado, llegando a parecer incomprensible e irresoluble. Además, es un conflicto que genera muchas pasiones, tanto en el territorio disputado, como en la región y a nivel internacional.

No es un conflicto religioso sino político, aunque los implicados hayan instrumentalizado la religión y tenga lugar en un territorio con una fuerte conexión con la historia de ciertas creencias. Tampoco es un conflicto que se remonte a la antigüedad bíblica, como intencionadamente propugnan analistas mesiánicos; es el producto de hechos recientes que podemos situar a finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX.

Pocos conflictos en el último siglo han generado tantos análisis, estudios y noticias diarias como el que gira en torno a la cuestión Palestina e Israel. Foto: Istock

Todo esto ocurre en el este del Mediterráneo, en la región que unos llaman Levante, otros Bilad al-Sham, y otros Tierra Santa; lo que hoy serían el Estado de Israel, los Territorios Palestinos y sus alrededores. Un territorio poco extenso y que comparte las características geográficas y naturales de la costa mediterránea.

Esta historia empezó simultáneamente en dos escenarios diferentes. El primero en Oriente. En la segunda mitad del siglo XIX el Imperio Otomano estaba en declive. En sus provincias del Levante, entre las élites urbanas emergieron movimientos culturales y políticos que afirmaban su identidad cultural árabe y demandaban mayores cuotas de autogobierno. Fue el germen del llamado renacimiento árabe (nahda) y de sus expresiones políticas. Poco a poco, influidos por ideas liberales y por los nacionalismos occidentales, empezaron a esgrimir reivindicaciones de autodeterminación e imaginaron un futuro político soberano e independiente.

No es un conflicto religioso sino político, aunque los implicados hayan instrumentalizado la religión y tenga lugar en un territorio con una fuerte conexión con la historia de ciertas creencias.

El segundo escenario estaba en Occidente, en Europa central. Al calor de la primavera de las nacionalidades, unos intelectuales judíos centroeuropeos, poco o nada religiosos, participaron de la fiebre nacionalista y sostuvieron que los judíos también eran un pueblo y una nación, con rasgos propios, que tenían derechos políticos. La historia europea de discriminación y persecución les indujo a sostener que sólo podrían sobrevivir como nación si disponían de un Estado propio, negando que los Estados liberales pudieran garantizar su seguridad y sus derechos. El movimiento nacional judío, llamado sionismo, se propuso así un proyecto político: reclamar un Estado propio. Pero había un problema: no había un territorio en Europa para tal proyecto. Solución: el sionismo encontró una alternativa asociándose al colonialismo europeo del momento. Después de barajar varias posibilidades poco convincentes (crear su Estado en Rusia, Argentina, África Central), atendiendo a una vieja propuesta británica, se decidieron por un territorio más cercano, las provincias costeras de Oriente Medio, entonces todavía bajo dominio otomano. ¿Por qué allí precisamente? Allí ya había algunos europeos instalados, Londres estaba afirmando su presencia colonial en la ruta de las Indias y finalmente porque ese emplazamiento tenía un vínculo simbólico con su identidad, pues de ahí era originaria la religión judía. Es así como, poco a poco, se puso en marcha la instalación de colonos sionistas en esas provincias otomanas.

Tras la Primera Guerra Mundial se disolvió el Imperio Otomano y las potencias occidentales (Francia y el Reino Unido) se repartieron sus provincias en Medio Oriente y fijaron unas divisiones a su antojo. La Sociedad de Naciones (1919) estableció el llamado sistema de Mandatos, por el cual, las nuevas potencias coloniales administrarían temporalmente esos territorios y debían preparar las condiciones para su futuro autogobierno e independencia. Fueron los europeos los que delimitaron las fronteras de una nueva entidad, a la que llamaron Palestina, recuperando un nombre de la antigüedad. Así nació el Mandato Británico de Palestina que duraría hasta 1948.

Soldado británico en Palestina. Imagen: Getty Images

Bajo administración británica todo se aceleró. La población árabe autóctona vio un horizonte de independencia cuando se retiraran los británicos. Por otra parte, creció la inmigración judía por el auge del antisemitismo en Europa central y oriental y por la negativa de los países occidentales a acoger a los desplazados. La irrupción del fascismo y del nazismo agudizó esa presión. Rápidamente los árabes fueron conscientes de que había un problema: otro actor político, europeo, que había llegado de la mano de la potencia colonial, el sionismo, pretendía su tierra para llevar a cabo su proyecto estatal.

La inmigración acelerada de judíos, consentida por los británicos, abocó en una espiral de choques violentos, como la gran revuelta árabe de 1936-1939. Dos movimientos nacionales, con proyectos estatales propios, se disputaban el mismo territorio. Uno era un movimiento colonial, el otro era un movimiento de la población autóctona. Esa fue la clave del conflicto.

Los británicos no lograron cumplir las obligaciones que asumieron con el Mandato; les resultaba imposible preparar la independencia de Palestina con dos fuerzas antagónicas y con proyectos excluyentes. Tras la Segunda Guerra Mundial Londres tiró la toalla y traspasó la cuestión a la recién creada organización de Naciones Unidas. Tras enviar una misión sobre el terreno y constatar la difícil situación, agravada con una llegada masiva de refugiados judíos europeos, la organización decidió proponer una fórmula de resolución: partir el territorio. Fue la famosa resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas (noviembre de 1947), de partición de Palestina. En ella se proponía la división del territorio del Mandato británico y la creación de dos estados, un estatuto internacional para la ciudad de Jerusalén y sus alrededores (para garantizar el libre acceso de los fieles de todas las religiones a los lugares de culto), y un esquema de cooperación económica entre ambos.

Los sionistas aceptaron la resolución porque por primera vez la comunidad internacional reconocía y legitimaba su proyecto de Estado-nación judío. Los árabes palestinos rechazaron la propuesta porque era una flagrante anomalía entre los procesos de descolonización; en ningún otro lugar del mundo colonizado se había descolonizado dando una parte del territorio a los colonos. Los ánimos se tensaron aún más.

En mayo de 1948, el Reino Unido abandonó el territorio. Inmediatamente el movimiento sionista declaró la independencia de Israel y se puso en marcha la construcción del nuevo Estado. Los árabes no hicieron lo equivalente; se negaron a un mini Estado y se sublevaron contra Israel. A ellos se unieron cinco Estados árabes vecinos (Jordania, Egipto, Iraq, Líbano y Siria). Fue la primera guerra árabe-israelí (mayo 1948-abril 1949).

Los ejércitos árabes y la población palestina no lograron expulsar a los sionistas ni desmantelar el naciente estado de Israel. Al contrario, a raíz del acuerdo de cese del fuego auspiciado por Naciones Unidas, Israel había conquistado más territorio del asignado originalmente y había expulsado a 750.000 árabes de su territorio. Fue el origen del problema de los refugiados palestinos. Nunca podrían regresar a sus hogares; hoy, los sobrevivientes y sus descendientes se cuentan en casi seis millones.

La guerra de 1948-1949 configuró el conflicto tal como ha perdurado hasta hoy. Por una parte, se instaló un nuevo estado en Oriente Medio, Israel, que representa la culminación del proyecto político de un movimiento nacionalista europeo que se benefició y adoptó formas del colonialismo para implantarse. Por otra parte, la guerra supuso la desmembración de la realidad autóctona árabe; los palestinos usan el término nakba (catástrofe) para referirse a ese momento. Gran parte de los palestinos fueron expulsados, son los refugiados. Otros se quedaron en los territorios del Mandato británico de Palestina que no fueron ocupados por Israel (Cisjordania, Gaza, Jerusalén este) pero que quedaron en manos de los estados vecinos. Finalmente, otra porción de palestinos permaneció dentro de Israel y se les asignó la ciudadanía israelí aunque siempre fueron un cuerpo extraño en el estado de mayoría judía. Hoy en día cualquier familia palestina tiene miembros en una de estas tres dimensiones: refugiados, bajo ocupación o ciudadanos de segunda clase en Israel.

La guerra de 1948-1949 configuró el conflicto tal como ha perdurado hasta hoy.

Israel se consolidó como Estado. Contó rápidamente con apoyo internacional y ha sido un ejemplo de desarrollo económico y tecnológico; abrió sus puertas a inmigrantes (sólo) judíos de todos los rincones del mundo; y desarrolló unas sorprendentes capacidades militares. Sin embargo, siempre fue considerado una creación del colonialismo occidental en Oriente Medio, un Estado rechazado, acosado y aislado de sus vecinos.

Israel se declaró independiente justo antes de que acabara el Mandato británico en Palestina. Tras la independencia, llegaría la primera guerra árabe-israelí. Foto: Istock

Los palestinos son desde entonces una nación sin Estado porque les han despojado de su tierra. Con el agravante de vivir además una ocupación de larga duración desde 1967 cuando Israel ocupó militarmente Cisjordania y Gaza. La ocupación de esos territorios es un acto contrario al derecho internacional.

Israel alega la legitimidad de ser un Estado nación para los judíos (y sólo para los judíos) y niega su origen colonial. Algunos añaden justificaciones religiosas, ser el “pueblo elegido” sobre la “tierra prometida”. Otros simplemente reivindican derechos de conquista.

En noviembre de 1974 la Asamblea General de Naciones Unidas, a través de la resolución 3236, estableció lo que se conoce como los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino: el derecho a la autodeterminación sin injerencias externas, el derecho a la independencia y a la soberanía nacional y el derecho inalienable de los palestinos a volver a sus hogares y propiedades de donde fueron desplazados y desarraigados. Ninguno de estos derechos se ha podido realizar hasta ahora. Poco ha cambiado desde entonces, los palestinos siguen dispersos, sin Estado, y ocupados.

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