Tesoros artísticos visigodos: un viaje a la belleza cultural en la España medieval

Desde cruces ornamentadas hasta frescos intrincados; descubre los misterios y significados que se esconden detrás de estas obras maestras, capturando la esencia del arte visigodo y su impacto perdurable en la historia cultural de la Península Ibérica.
Interior de la basílica de Santa Sabina (Roma)

Las invasiones bárbaras de los siglos V-VIII

En el año 476 es depuesto el emperador Rómulo Augusto, lo que supone el fin del Imperio romano de Occidente. Las insignias imperiales son remitidas a Constantinopla, capital del Imperio romano de Oriente —o Imperio bizantino—, que perdurará hasta el 1453, año en que su capital es conquistada por las tropas otomanas.

Desde los siglos III y IV, diversos pueblos bárbaros habían cruzado ya las fronteras imperiales como foederati, tropas asociadas que cumplen sus servicios a cambio de dinero y alimentos. Su origen geográfico y étnico es dispar, siendo muchos de ellos pueblos germánicos (godos, merovingios, vándalos, etc.), originarios del sur de Escandinavia y norte de las actuales Polonia y Alemania. Otros son de origen eurasiático, como los ávaros, y otros de procedencia irania, como los alanos. 

Desde inicios del siglo V van asentando su poder en diversos territorios romanos, de modo más o menos estable según los casos, en un proceso no lineal ni uniforme. A ello se suma el constante enfrentamiento que existe entre estos pueblos, lo que provoca que muchos vayan siendo eliminados por otros más poderosos, materializando esta hegemonía con la consolidación de reinos en el occidente romano entre los siglos V-VIII. 

El destino de estos nuevos reinos es también heterogéneo, al ser algunos aniquilados incluso antes de asentar su poder, como sucede a los alanos en la península ibérica, y otros derrocados al poco de consolidar su territorio, como ocurre a los suevos a manos de los visigodos. 

En otros casos su fin llega a través de conflictos bélicos de mayor escala, como las campañas bizantinas de reconquista de época de Justiniano en el siglo VI (la renovatio Imperii), que acaban con los vándalos en el norte de África y los ostrogodos en Italia. Un caso particular es el de los merovingos o francos derrocados por sus mayordomos de palacio, los carolingios, quienes instaurarán su reino, futuro Imperio carolingio.

Iglesia de San Juan Bautista, en Baños de Cerrato (Palencia). Foto: SHUTTERSTOCK

El Reino visigodo de Hispania: síntesis histórica

Los visigodos, pueblo germánico, tienen orígenes comunes con los ostrogodos. Proceden del sur de Escandinavia, emigrando al territorio de la actual Polonia (Cultura de Wielbark) y de allí al Mar Negro (Cultura de Cherniajov), donde desde el siglo IV son foederati de los ejércitos imperiales. En este momento se cristianizan bajo el credo arriano y se separan de los ostrogodos. 

En su proceso de migración a Occidente, en el 410 los visigodos saquean Roma al mando de Alarico y durante el siglo V consolidan su autonomía respecto al poder romano, controlando territorios de Galia e Hispania y estableciendo su capital en Toulouse. Tras la derrota sufrida en Vouillé en el 507 a manos de los merovingios, abandonan la mayor parte de la Galia, asentándose definitivamente en Hispania y Septimania. 

En época de Leovigildo (572-586) establecen su capital en Toledo y se convierten al catolicismo con su hijo Recaredo (586-601) en el Concilio III de Toledo del 589, abandonando el arrianismo, lo que propicia su fusión étnica con el pueblo hispanorromano. 

En su proceso de conquista de la península ibérica, en el 585 ponen fin al reino suevo que ocupaba el noroeste peninsular y en el 624, con Suintila, expulsan a los bizantinos que habían ocupado la franja costera del sudeste de la península. No sucede lo mismo con las Islas Baleares, que permanecerán bajo control bizantino. Finalmente, en el 711 las tropas del califato omeya de Damasco atraviesan el Estrecho de Gibraltar, conquistando en escasos años la práctica totalidad de Hispania, poniendo fin al reino visigodo.

El arte visigodo: un diálogo visual entre la continuidad y la distinción cultural

Los inicios del «arte visigodo» entroncan plenamente con el periodo tardorromano, en un fenómeno común al resto de reinos bárbaros de occidente. Ello es particularmente evidente en los siglos V y VI, debiendo esperar al siglo VII para encontrar una realidad artística que define al periodo, diferenciándolo del pasado romano y del de los otros reinos del momento. 

Las manifestaciones que han llegado hasta hoy abarcan tanto la arquitectura como la escultura y las artes del metal y orfebrería. Parece seguro que se trabajaron otras artes como la pintura mural y la ilustración de manuscritos, de las que no se han conservado ejemplos determinantes. 

No podemos dejar de mencionar la importancia de algunas figuras literarias del periodo, como san Isidoro de Sevilla, autor, entre otras obras, de las Etimologías o compendio del saber de la época, así como san Leandro de Toledo. Su obra tendrá repercusión en Europa durante toda la Edad Media.

La grandeza arquitectónica del Reino visigodo

La arquitectura de época visigoda de los siglos V y VI refleja claramente la premisa señalada de su plena continuidad con respecto al periodo tardorromano de los siglos IV y v. Así lo reflejan las basílicas, que siguen los modelos romanos surgidos a partir del siglo IV, siguiendo un modelo de planta rectangular, habitualmente dividida en tres naves, rematadas por ábsides. 

Interior de la iglesia de San Pedro de la Nave, en Campillo (Zamora). Foto: SHUTTERSTOCK

Las naves se separan por columnas que sustentan un arquitrabe o arcos de medio punto, pudiendo tener también un transepto longitudinal y un atrio. Así lo reflejan edificios como las basílicas de Casa Herrera (Badajoz) de hacia el 500, o Segóbriga (Cuenca) del s. vi. Desde un punto de vista urbano, se produce una continuidad del hábitat de las ciudades romanas, con excepciones como Recópolis (Guadalajara), ciudad de nueva planta fundada por Leovigildo (572-586) en honor a su hijo Recaredo. 

De ella se conserva la basílica de nave única con transepto y atrio, un conjunto palatino con un gran espacio longitudinal de potentes muros y una zona de viviendas y comercios, entre los que se ha encontrado un taller de vidrio, así como parte de sus murallas. 

Es de suponer que Toledo fuera la urbe mejor dotada de la época, contando con edificios no conservados como el palacio regio, edificios administrativos, la arquitectura vinculada con la nobleza, así como un importante censo de iglesias, entre las que destacaría la catedral dedicada a Santa María, o las iglesias de Santa Leocadia y de San Pedro y San Pablo, ambas en el barrio de la Vega Baja.

En el siglo VII nos encontramos con una arquitectura que podemos definir como «madura», de la que han llegado hasta hoy algunos pocos edificios, entre los que podemos destacar la basílica de San Juan de Baños (Palencia), edificada en las inmediaciones de un manantial de aguas termales en época de Recesvinto (653-672), tal y como indica su inscripción dedicatoria situada en el arco triunfal. 

Es una basílica de tres naves, separadas por columnas con capiteles corintizantes y arcos de herradura, con el ábside central cuadrangular, cubierto por una bóveda de cañón de herradura y un pequeño atrio cuadrangular a los pies. Originalmente poseía además un transepto y dos ábsides laterales, cuadrangulares como el central a modo de tridente, perdidos en reformas posteriores. 

Su construcción se realiza mediante grandes sillares de piedra dispuestos en seco, sin argamasa. Este sistema constructivo es definitorio de buena parte de la arquitectura visigoda del siglo VII, encontrándola en basílicas como Santa Lucía del Trampal (Cáceres), Santa Comba de Bande (Orense) o Quintanilla de las Viñas (Burgos). 

San Pedro de la Nave (Zamora) es sin duda uno de los ejemplos más destacados de la arquitectura del periodo, siendo trasladada en 1930-1932, piedra a piedra, a su ubicación actual en Campillo al construirse el embalse de Ricobayo. Gracias a esta operación se descubrieron algunas grapas de madera colocadas entre los sillares, cuyos análisis de Carbono 14 han ayudado a confirmar su datación en el siglo VII. 

Tiene tres naves rematadas en una cabecera cuadrangular, con un transepto en la zona central del edificio. El espacio interior muestra una clara tendencia hacia la verticalidad y, a excepción del eje formado por la nave central, a la compartimentación espacial. Las cubiertas eran en origen de tramos de bóveda de cañón, conservándose la de la cabecera y algunos tramos del sector oriental del edificio. Es también importante su decoración escultórica, en especial capiteles, cimacios, impostas y frisos. 

Ermita de Santa Maria, en Quintanilla de las Viñas (Burgos). Foto: SHUTTERSTOCK

Santa María de Quintanilla de las Viñas (Burgos) es otro de los ejemplos arquitectónicos principales de la época. Conserva únicamente la cabecera cuadrangular y el transepto, edificada en grandes sillares de caliza dispuestos en seco, mientras que de las tres naves se han preservado únicamente los cimientos. Conserva el arco triunfal que da acceso a la cabecera, con motivos en relieve, así como los arranques de la bóveda vaída que en origen cubría la cabecera. 

El exterior muestra una serie de frisos decorados en relieve, algunos inacabados, lo que ha dado pie a pensar en una cronología visigoda tardía (finales del s. VII-inicios del VIII), considerando que la decoración quedaría paralizada a causa de la conquista islámica.

De relieves a estatuas: un viaje por la escultura que define el arte visigodo

La escultura de época visigoda se corresponde principalmente con el mobiliario litúrgico de los edificios religiosos. Encontramos, por tanto, placas y barroteras de cancel, tenantes de altar, pilastras, capiteles y cimacios, etc. Desde un punto de vista técnico predomina la talla a bisel, creando relieves de poca profundidad, en los que los motivos decorativos se recortan sobre el fondo, formando fuertes contrastes de claroscuro. 

Los temas representados son predominantemente no figurativos, basándose en composiciones geométricas y vegetales esquemáticas, así como elementos zoomórficos —principalmente aves—, dispuestos simétricamente. Tan solo de manera puntual encontramos figuración humana, siendo raros los ejemplos iconográficos basados en las Sagradas Escrituras. 

Durante buena parte del siglo VI el principal centro escultórico es Mérida (Badajoz), empleándose de modo preeminente el mármol, mientras que desde finales de ese siglo y durante todo el vii el protagonismo pasa a los talleres de Toledo, utilizando principalmente la caliza. 

A esta ciudad pertenece la Pilastra de San Salvador uno de los ejemplos más importantes de la escultura del periodo, que muestra en una de sus caras cuatro temas del Nuevo Testamento en registros superpuestos: la curación del ciego, la resurrección de Lázaro, Cristo y la Samaritana y la curación de la hemorroisa. El relieve es poco profundo, con dos planos de profundidad contrastados, talla a bisel y los detalles internos de las figuras incisos. Se han perdido los rostros de las figuras, que fueron repicados en un momento posterior.

Pila bautismal de la iglesia de San Salvador (Toledo). Museo de Santa Cruz. Foto: ALBUM

Otro importante ejemplo son los capiteles y basas figurados de la iglesia de San Pedro de la Nave, donde en dos de los capiteles del crucero encontramos dos temas del Antiguo Testamento, el Sacrificio de Isaac y Daniel en el foso de los leones. Las figuras se adaptan a la forma troncopiramidal invertida de los capiteles y su talla presenta de manera excepcional un cierto modelado. Una de las basas de transepto conserva los restos de la representación del símbolo del Tetramorfos del Evangelista San Lucas.

Cierra este elenco escultórico el programa iconográfico de Quintanilla de las Viñas, que se desarrolla tanto en el exterior como en el interior del templo. En el exterior existe una serie de frisos superpuestos decorados con roleos vegetales con distintos animales como aves, herbívoros, felinos y tres monogramas. 

En el interior, el arco triunfal muestra un roleo con racimos, palmetas y aves y sobre este, la figura esquemática de Cristo Pantocrátor. Bajo el arco hay dos grandes bloques rectangulares, a modo de cimacios/impostas, con composiciones protagonizadas por parejas de figuras aladas simétricas que sustentan una imago clipeata de la personificación del Sol y de la Luna, este último fragmentado. 

El primero de ellos tiene además una inscripción dedicatoria alusiva a Flamola. El conjunto se complementa con otros relieves, hoy sueltos, dos con parejas de ángeles sosteniendo bustos (sin clipeo) de una figura femenina y una masculina portando una cruz, tradicionalmente interpretadas como la Virgen y San Juan Evangelista. La talla de los relieves de Quintanilla de las Viñas es a bisel, conformando figuras muy esquemáticas, casi abstractas.

Metales preciosos: las obras maestras de la orfebrería visigoda

La orfebrería y las artes del metal constituyen uno de los campos más destacados del periodo visigodo, habiendo llegado hasta nuestros días ejemplos de la máxima importancia.

Muchos de ellos corresponden a los hallazgos efectuados en necrópolis, siendo por tanto habituales las piezas correspondientes al ajuar funerario tanto masculino como femenino, tales como broches de cinturón o fíbulas, formalmente afines a las producidas por otros pueblos germánicos como ostrogodos, merovingios o vándalos. 

En un primer momento (siglos V-VI) estas obras se decoran mediante la técnica cloisonné de celdillas rellenas de pasta vítrea o piedras semipreciosas. Son especialmente singulares las fíbulas aquiliformes, como las de Alovera (Guadalajara), hoy en el Museo Arqueológico Nacional, o las de Tierra de Barros (Badajoz), hoy en la Walters Art Gallery de Baltimore.

En el terreno de la orfebrería, destaca de un modo especial el Tesoro de Guarrazar, hallado en el s. xix a las afueras de Guadamur (Toledo) y hoy repartido entre Madrid (Museo Arqueológico Nacional y Palacio Real) y París (Musée National du Moyen Âge). Consta de una serie de coronas votivas, cruces colgantes, dos brazos de una cruz procesional y otros elementos, todos ellos de oro con decoración calada o de cabujones para engastar piedras preciosas y perlas. 

Relieve en la ermita de Santa María, en Quintanilla de las Viñas (Burgos). Foto: SHUTTERSTOCK

Las obras más relevantes son dos coronas votivas regias, la dedicada por el rey Recesvinto (653- 672), hoy en el Museo Arqueológico Nacional, y la de Suintila (621-631), esta última desaparecida al ser robada en 1921 del Palacio Real de Madrid. 

La corona de Recesvinto consta de una diadema con decoración calada y cabujones con zafiros y perlas, de la que penden las letras que conforman la dedicatoria regia. Se sustenta por cuatro cadenas que parten de una macolla de cuarzo hialino —semejante al cristal de roca— en forma de capitel. De su centro pende una cruz bizantina, reutilizada, igualmente de oro y decorada con perlas y zafiros.

Aunque menos relevantes, a la época pertenecen también otros tesoros como el de Torredojimeno (Jaén), hoy repartido entre los Museos Arqueológicos de Córdoba, Barcelona y Madrid, o el de Villafáfila (Zamora).     

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