Descubriendo Florencia: arte, cultura y sociedad

El Quattrocento, el siglo XV, marcó un período de extraordinaria efervescencia cultural en Florencia, estableciendo las bases del Renacimiento. Esta era, caracterizada por un florecimiento sin precedentes en las artes y las humanidades, vio a Florencia emerger como el epicentro de una revolución creativa.
5. Centro histórico de Florencia

El primer Renacimiento italiano, el quattrocento, llamado así por desarrollarse en los años de 1400 (siglo XV), surgió en la Florencia de los Médici. El florecimiento cultural que disfrutó la capital toscana en aquella época ha proporcionado uno de los legados patrimoniales más impresionantes de todo el mundo.

En los inicios del siglo XV, Italia estaba dividida administrativamente en numerosas regiones de régimen independiente; entre ellas, las repúblicas de Florencia, Génova y Venecia, el reinado de Nápoles o los ducados de Módena y Milán. Fueron estas zonas de la península itálica las que propiciaron la recuperación del espíritu clásico grecorromano. Pero, sobre todas ellas, fue Florencia la primera en impulsar el estudio del griego clásico, un fenómeno que contribuyó a cimentar los valores del humanismo y del Renacimiento.

“Judit decapitando a Holofernes”. 1614-20. Galleria degli Uffizi. Florencia.

Uno de los que iniciaron esta enseñanza en la capital toscana fue Johannes Argyropoulos (1415-1487), reverenciado por el joven Leonardo da Vinci. Con el paso del tiempo, el estudio de esta lengua muerta cobró una dimensión especial, ya que las clases dirigentes pensaban que su dominio era el camino adecuado para alcanzar una vida verdaderamente civilizada.

La fluida llegada de eruditos bizantinos a Florencia antes de que se produjera la caída de Constantinopla en 1453 ayudó a cimentar el estudio de la lengua de Platón. La ciencia árabe había ido calando poco a poco en Europa desde el siglo XII. Esta corriente cultural y la revitalización de la cultura de la 38 Roma clásica por parte de los humanistas italianos estaban en ebullición a principios del siglo XV. Todos estos factores contribuyeron al Rinascimento o Renacimiento, en el sentido de un “renacer” de la sabiduría clásica.

Nostalgia del pasado

Los eruditos florentinos, que admiraban a Plinio el Joven y a Cicerón, emprendieron la búsqueda de manuscritos originales en los archivos y bibliotecas de antiguos monasterios. Uno de los precursores de aquella tarea hercúlea fue el escritor Giovanni Boccaccio, que en el siglo XIV viajó a la abadía benedictina de Montecasino para tratar de localizar algún tesoro oculto de los grandes pensadores romanos. 

El testigo lo recogió años después Gian Francesco Bracciolini, llamado Poggio, que se convirtió en un incansable cazador de manuscritos por toda Europa. Rescató numerosos discursos de Cicerón que encontró en el monasterio de Cluny en 1415. Poco después, descubrió un manuscrito de Quintiliano en la abadía de San Gall (Suiza) y lo copió en algo más de un mes y lo remitió al canciller florentino Leonardo Bruni. 

Este, además de político, era un gran humanista, autor de La historia del pueblo florentino y traductor al latín de Homero, Platón y sobre todo Aristóteles. Otro de los grandes pensadores del quattrocento fue Paolo dal Pozzo Toscanelli, nacido en 1387. Fue un genial astrónomo, matemático, físico, geógrafo y lingüista. Según Vasari, Toscanelli ayudó a su amigo Brunelleschi en el diseño de la cúpula de la catedral de Florencia. 

Aunque se ha perdido gran parte de su obra, sí ha sobrevivido un manuscrito suyo, Los inmensos trabajos y largas vigilias de Paolo Toscanelli en torno a la medida de los cometas, que contiene las trayectorias de estos objetos celestes. Su trabajo de comprobación de los fenómenos naturales ayudó a cimentar el espíritu empírico, tan en boga entonces. Hoy se le conoce sobre todo como el geógrafo y cartógrafo que cuestionó el viejo mapa del mundo ptolemaico, contribuyendo a que Cristóbal Colón descubriera América. 

El icono del Renacimiento italiano y obra maestra del pintor y escultor Miguel Ángel, fue instalado el 8 de junio de 1504 en la catedral de Florencia.

En 1474 escribió una carta a un religioso portugués en la que desvelaba, con ayuda de un mapa, que el camino más corto para llegar a Asia era navegar hacia el oeste a través del océano Atlántico. Algunos historiadores creen que Colón se hizo con una copia del mapa de Toscanelli.

Los grandes pintores y escultores de Florencia eran partícipes de ese nuevo espíritu humanista. También los Médici, que se unieron al entusiasmo que generó el mundo clásico grecorromano en la Florencia del quattrocento. Aunque fueron odiados y temidos por sus oscuros manejos, también fueron respetados y admirados por su decisivo apoyo a los grandes genios de la época. Gracias a ellos prosperó el genio de Brunelleschi, Botticelli, Leonardo da Vinci, Vasari, Cellini o Miguel Ángel.

Primer esplendor

El despegue de la familia Médici va paralelo al de la ciudad. Y se produjo gracias a la tremenda habilidad de un hombre de negocios llamado Cosme de Médici, conocido como Cosme el Viejo, que en 1434 proporcionó a Florencia su primer esplendor. Un año antes, Cosme fue arrestado y posteriormente enviado al exilio por orden de las familias Strozzi y Albizzi, que a su vez fueron forzadas a exiliarse cuando este regresó triunfante a Florencia.

Cosme manipuló de forma discreta todos los resortes del poder en la capital toscana, haciendo de su gobierno una eficiente dictadura ilustrada. Su empresa familiar, que a la vez era banca, casa comercial y centro de fabricación, le permitió acrecentar su fortuna e iniciar así el legendario mecenazgo de su familia.

Cuatro millones de ladrillos

En aquella etapa, el gran arquitecto Filippo Brunelleschi ya había concluido la espectacular cúpula de la basílica de Santa María dei Fiore, la catedral de Florencia, también conocida como Il Duomo, una de las mayores obras del Renacimiento y una de las maravillas de la arquitectura europea. Actualmente sigue siendo la cúpula de mampostería más grande del mundo. Algunos cálculos modernos sugieren que contiene cuatro millones de ladrillos.

Brunelleschi fue un teórico de la perspectiva, un escultor y un magnífico arquitecto. No solo fue el autor de la cúpula de Il Duomo. También construyó la basílica de San Lorenzo en Florencia, donde buscó la armonía empleando criterios geométricos. Por ejemplo, en el interior del edificio estableció formas cúbicas con la disposición de las columnas, cuya altura es idéntica a la distancia entre ellas.

En la imagen, la plaza de la Señoría, con el medieval Palacio Viejo o Palazzo Vecchio, sede del poder civil y corazón de la vida social de la urbe. Foto: SHUTTERSTOCK

Imbuido por la renacida cultura, Cosme el Viejo compró la biblioteca del florentino Niccolò de Niccoli, que reunía ochocientos libros, lo que suponía la mayor colección particular del siglo XV. Uno de esos libros era un manuscrito griego con siete tragedias de Sófocles, seis de Esquilo y la Argonáutica de Apolonio de Rodas. Aquel tesoro que provenía de un mundo ya perdido formó el primer núcleo de la Biblioteca Medicea, que se instaló en el convento de San Marcos.

Ebullición cultural

Cosme el Viejo fundó en 1440 la Academia Platónica florentina, que contribuyó de forma decisiva al desarrollo de la mentalidad clásica y que sería el motor intelectual que moviera los engranajes del Renacimiento. Pero Cosme no solo sentía fascinación por los manuscritos grecorromanos. 

Plenamente renacentista, era un gran experto en arquitectura, pintura, escultura, matemáticas y astronomía. También alardeaba de saber tanto de literatura como de negocios. Las obras que inició en Florencia transformaron la ciudad en un grandioso museo repleto de arte.

Por otra parte, la reproducción de textos y libros, mérito que se debe a Gutenberg, expandió la cultura y fue un instrumento vital en el desarrollo del humanismo. A aquel influjo hay que añadir el papel relevante e inspirador que cobraron las universidades, entre otras, las de Bolonia o Florencia, donde brillaron especialmente Poliziano y Láskaris; la de Lovaina, en la que impartieron su sabiduría Erasmo de Rotterdam y Luis Vives; y la de Alcalá, con Nebrija y Hernán Núñez de Toledo.

Grandes pensadores de la época, como Andrés Vesalio (gran renovador de los estudios médicos), Nicolás Copérnico, el inglés Tomás Moro (Colegio de Oxford), el humanista francés Jacobo Lefèvre o el alemán Juan Reuchlin, que trató de buscar sentido a la metafísica a través de la Cábala, también contribuyeron a la expansión del humanismo. Pero el motor del Renacimiento seguía estando en Florencia. 

Así, otro gran hombre parala ciudad fue el nieto de Cosme, Lorenzo el Magnífico (1449- 1492), un poeta, mecenas y filósofo que gozó de gran prestigio, aunque dilapidó buena parte de la fortuna de su abuelo. Pese a todo, aquel Médici fue un buen político y un intelectual que tuvo el acierto de recomendar a Leonardo da Vinci a las autoridades de Milán y a Verrochio a las de Venecia. 

Fresco que muestra a Lorenzo el Magnífico asesorando a unos artistas. Foto: Prisma

Practicó una política de prestigio artístico, mandando a los pintores y escultores más destacados a otras ciudades europeas, lo que permitió el paulatino reconocimiento del Renacimiento en otras latitudes del Viejo Continente.

Su carácter conciliador le permitió alcanzar la paz con los napolitanos y sortear el duro enfrentamiento que había entre su familia y el otro clan poderoso de Florencia, los Pazzi. Lorenzo apoyó el desarrollo del humanismo a través de su círculo de filósofos, como Marsilio Ficino, Pico della Mirandola o Poliziano. 

Fue amigo de Botticelli y fundó el Jardín de Escultura, cuyo objetivo era revivir ese arte en los años dorados del quattrocento. Allí se impartió enseñanza gratuita a los aprendices más brillantes, entre ellos Miguel Ángel. El genial escultor creó en ese jardín dos de sus primeras obras en mármol, La Virgen de las escaleras y La batalla de los centauros.

Pan y circo para el pueblo

En febrero de 1469 se celebraron en la capital toscana unas justas en honor de Lorenzo el Magnífico, que entonces contaba veinte años de edad. El príncipe Médici recorrió las calles con un séquito de caballeros y con todo tipo de lujos, trajes de seda, terciopelos, armaduras cinceladas y un estandarte de tafetán blanco obra de Andrea del Verrocchio.

Y es que el calendario florentino estaba repleto de festividades de todo tipo. Durante las semanas anteriores a la Cuaresma se celebraban los carnavales, luego las procesiones de Pascua y más tarde las fiestas de mayo, que se desarrollaban hasta el 24 de junio.

En este día se organizaban cacerías de leones en la Piazza della Signoria, partidos de fútbol en la plaza Santa Croce y carreras de caballos, el Palio, en las que se disputaban la victoria los distintos gonfaloni (clanes) de la ciudad. Los Médici sabían que estas justas y fiestas, con su pompa exagerada, eran una terapia para el pueblo y no repararon en gastos para multiplicarlas a lo largo del año.

Aunque en esas fiestas populares había un componente de pan y circo, lo cierto es que el jefe de los Médici disfrutaba con ellas. Junto a las celebraciones más paganas se encontraban las sacre rappresentazioni, que se escenificaban en iglesias e incluían efectos especiales, como enormes discos giratorios para cambiar el escenario o poleas y cables para hacer volar a los actores. Algunas fueron diseñadas por los grandes artistas del quattrocento, entre ellos Leonardo da Vinci.

1470, el año del esplendor

En la década prodigiosa que comenzó en 1470, el arquitecto Leon Battista Alberti dirigía la terminación de la fachada de Santa Maria Novella, Leonardo aprendía el oficio de pintor en el taller de Verrocchio y Sandro Botticelli daba las últimas pinceladas a la Primavera. En el mismo 1470, Alberti terminó la fachada de Santa Maria Novella, en cuya capilla Domenico Ghirlandaio pintaría los frescos de la Historia de la Virgen años después.

La escalera de la Biblioteca Laurenziana de Florencia, proyectada por Miguel Ángel. Foto: Shutterstock

El abuelo de Lorenzo el Magnífico, Cosme el Viejo, encargó a Michelozzo di Bartolomeo la construcción del palacio Médici Riccardi. El arquitecto utilizó un costoso sillar almohadillado para simbolizar la riqueza de la familia. El suntuoso edificio sentó las bases para la mayor parte de los palacios toscanos del Renacimiento. Décadas después, uno de los intelectuales que visitaba el santuario de los Médici era Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494), un joven políglota, culto y seductor, nacido en el seno de una familia adinerada. 

Educado en la Universidad de Bolonia, estaba familiarizado con todas las ramas de la filosofía. Viajó a París para perfeccionar sus estudios de lógica y filosofía, y a su regreso a Florencia escribió un tratado sobre misticismo platónico que le costó la excomunión, por lo que huyó a Francia, donde fue encarcelado. El heredero del trono de Francia, Carlos VIII, intercedió y fue liberado.

En Florencia, en 1489, Pico della Mirandola finalizó su obra Heptaplus, un relato místico de la creación del universo. Dos años después renunció a sus bienes y viajó por Italia como mendicante, hasta que en 1493 Alejandro VI, el segundo papa Borgia, le absolvió y admitió de nuevo en la Iglesia. El brillante filósofo y políglota del Renacimiento ingresó en la orden de los dominicos y murió poco después, con tan solo treinta y un años.

Un año antes, en 1492, falleció Lorenzo el Magnífico, lo que sumió en la tristeza a sus artistas protegidos; sobre todo, a Sandro Botticelli, cuya salud ya no se recuperaría. Los hombres cultos que vivieron esa época de esplendor que parecía destinada a ser eterna quedaron petrificados por su muerte. La desaparición de Lorenzo enmarcó el final de la edad de oro florentina. Miguel Ángel, que era casi un familiar más de los Médici, no soportó tanto dolor y abandonó la capital toscana.

La labor del Vaticano

La Iglesia no quiso quedarse atrás en ese esfuerzo de recuperación del mundo grecorromano. El papa Nicolás V (1447-1455), un erudito del grupo florentino, envió copistas por toda Europa para conseguir manuscritos clásicos de los pensadores grecorromanos. Tras su muerte, la Biblioteca Vaticana albergaba más de cinco mil manuscritos; era la colección más importante del Viejo Continente.

Vista de Florencia. Foto: SHUTTERSTOCK

Su sucesor, el Médici Calixto III (1455- 1458), un papa de la vieja escuela, criticó el explícito furor coleccionista de Nicolás V. “¡Santo Dios, en qué cosas se han gastado los caudales de la Iglesia!”, exclamó cuando contempló por primera vez la fabulosa Biblioteca Vaticana. Sin embargo, su sucesor, Pío II (1458-1464), fue todavía más extremo que Nicolás V en su celo coleccionista. Puede decirse que la Iglesia despótica y poderosa del quattrocento fue al mismo tiempo una institución refinada y culta que apostó por el arte y la restauración del mundo clásico.

La expansión de las ideas

El entusiasmo por los valores grecorromanos y por las nuevas manifestaciones artísticas también fue emergiendo en otros lugares de Italia. Milán, Nápoles, Venecia y, sobre todo, Roma vivieron aquella resurrección cultural con un ánimo parecido al de la ciudad toscana. El Vaticano fue el motor del cambio cultural en Roma y el que impulsó a los artistas que iban a brillar en el cinquecento, unas décadas más tarde. Pero esa ya es otra historia.      

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