En el año 1891, la joven Maria Sklodowska estaba a solo un paso de transformarse en Madame Curie. Esta entusiasta polaca de 24 años había logrado llegar a la Universidad de la Sorbona de París para convertirse en una de las científicas más veneradas y reconocidas de toda la historia. Sin embargo, la travesía que tuvo que recorrer hasta matricularse en la Facultad de Física y ser la primera de su promoción fue inmensamente ardua. Casi una década fue necesaria para que una de las mentes más brillantes del pasado siglo tuviese la oportunidad de mostrar su talento y así poder cumplir con el cometido que se había propuesto desde los albores de su madura adolescencia.
Desde la edad de 15 años, Maria había soñado con dedicarse a la ciencia y cambiar el injusto mundo que la rodeaba. Hija menor de una familia de cinco hermanos, había aprendido a luchar y a trabajar de manera incansable. Toda su infancia había sucedido en una Varsovia ocupada por la Rusia imperial. En aquellos momentos, Polonia no era una nación con derechos, sino un tríptico de tres fuerzas que luchaban por dominar el tablero de su vasto territorio. Por una parte, Austria y Prusia reclamaban su soberanía sobre el país. Por otro lado, el régimen zarista ruso ejercía un poder despótico sobre la población polaca y extendía su dominio por diversas ciudades.

No obstante, en la calle Ulica Freta de Varsovia, donde Maria había nacido en 1867, se respiraban profundas ideas nacionalistas polacas. Su padre, respetado catedrático de Física y Matemáticas que impartía clases en el II Gimnazjum Filologiczne de Varsovia, fue despedido de su puesto de trabajo el año 1873 debido a su vinculación con la revolución antirrusa. Esta enemistad de los Sklodowski con el régimen imperial provocaría que el estatus de la familia se redujese y que su progresiva pobreza se juntase con la falta de oportunidades. Tal y como les sucedía a todos aquellos que no acatasen las estrictas normas impuestas.

Dos tragedias familiares marcaron su carácter
Los primeros años de la infancia de Maria serían determinantes para marcar su carácter y fortaleza. Más allá de las estrecheces económicas que atravesaba su familia, la futura premio nobel vivió una dura etapa que se extendió desde la crónica enfermedad de su madre hasta el fallecimiento de la misma junto con una de sus hermanas; estas situaciones, junto con muchas otras, dieron lugar a una madurez repentina de la joven. En la literatura, la ciencia y el estudio se refugiaría desde entonces la pequeña Maria, quien decidió hacer del conocimiento del mundo un remedio para mitigar un dolor que era incapaz de asimilar a tan corta edad.
Tal y como escribió Adela Muñoz Páez en la biografía Marie Curie, una vida por la ciencia, «Maria lo tenía todo para ser feliz. Sin embargo, de todos los dramas que tuvo, el mayor fue que su hermosa y cultivada madre, Bronislawa Boguska, enfermó de tuberculosis poco después de que ella naciera y murió cuando tenía diez años». Según se indica en el libro de Muñoz Páez, además, «ello causó un efecto devastador en su familia, pero especialmente en su hija pequeña, que la adoraba, y a la cual, por miedo a contagiarla, nunca abrazó».
En su segundo trabajo como institutriz, Maria vivió un romance que acabó en abandono
Pero, aunque Maria nunca recibió un abrazo materno, un estrecho vínculo mantenía a los Sklodowski unidos ante las adversidades. Cuando el hambre llamó a la puerta de su hogar, toda la familia realizó sacrificios para poder vaciar la pesada carga de ostracismo que los estancaba en la clase social más baja. Para poder mantener a sus cinco hijos, Wladyslaw Sklodowski comenzó a alquilar su casa para el alojamiento de huéspedes. Esto provocó, entre otras incomodidades, que tanto Maria como su hermana Helena tuviesen que dormir en la sala de estar. Pero el mayor dolor al que se tuvieron que enfrentar vino de la mano de los transeúntes que hacían noche en el improvisado albergue del hogar familiar. En el año 1876, la hermana mayor de la familia, Sofia, fallecería víctima del tifus cuando era tan solo una adolescente. Como se supo más tarde, este mal le había venido provocado por los diversos parásitos que traían los viajeros. Aunque esta muerte causó estragos y conmoción en toda la familia, fue especialmente insoportable para su madre, que tenía un sistema inmune ya de por sí frágil y no resistiría un golpe emocional tan duro, acompañando a su hija en su deceso tan solo un año más tarde.
Sin embargo, el empeoramiento del nivel de vida y las numerosas desgracias que sufrió la familia no alejaron a Maria de sus ambiciones académicas.
Una formación clandestina
Cuando terminó sus estudios secundarios a la edad de 15 años, la futura descubridora del radio tuvo que continuar su formación de manera clandestina. El Imperio ruso no solamente imponía estrictas normas culturales y lingüísticas sobre la población polaca, sino que también oprimía todo intento de emancipación de la mujer, reservando el privilegio de la educación superior al sexo masculino. Ni tan siquiera una alumna aventajada como Maria, que había terminado el instituto con una medalla de honor, podía tener acceso a la universidad. Cuando Maria regresó a Varsovia, después de un año sabático recuperándose de una depresión nerviosa provocada, según la propia Maria, «por una fatiga derivada del crecimiento y los estudios», se vio obligada a aceptar puestos como institutriz en diversos hogares acomodados. El patriarcado ruso estuvo a punto de lograr que un expediente académico brillante como el de Maria fuese eclipsado. No obstante, nadie contaba con que los valores intelectuales y liberales de la familia Sklodowski cambiarían el destino de la joven y, por lo tanto, de la humanidad.

Durante estos años, además, tanto Maria como su hermana Bronia participan activamente en la «Universidad Flotante». Según cuenta el historiador Mario Lozano, experto en cultura polaca: «La Universidad Flotante tuvo una gran importancia en la formación tanto científica como intelectual y filosófica de Marie Curie». Sin embargo, también resalta que durante muchos años «Maria había sido instruida en química por su propio padre, quien al ser despedido de su cátedra se llevó elementos del laboratorio de su instituto, con los que tanto ella como sus hermanos investigaron y aprendieron». Lozano destaca, además, «el valor intelectual de toda su familia, tanto paterna como materna».
La biografía Marie Curie. Una vida por la ciencia, de Adela Muñoz Páez, corrobora esto cuando relata que durante aquella época «Maria obtuvo unos conocimientos fundamentales en su futuro trabajo científico cuando uno de sus primos, Józef Boguski, director del Museo de Industria y Agricultura, que había realizado estudios de Química en San Petersburgo, le proporcionó la oportunidad de realizar experimentos en un laboratorio ». Este hecho, por otra parte, era manifiestamente ilegal para la autoridad rusa, que «había prohibido expresamente a los polacos realizar trabajos experimentales».
El pacto entre damas
Es durante esta etapa de sus estudios en la «Universidad Flotante» y sus comienzos como maestra cuando los principios feministas europeos empiezan a dejar huella en las chicas de la familia Sklodowski, pero especialmente en Maria. Cuando su hermana Bronia decide dejar Polonia para ir a estudiar a Francia, tendrá lugar un pacto entre damas que se acabaría convirtiendo en uno de los más famosos de la historia de la ciencia y en uno de los más hermosos de la historia del feminismo.
José Manuel Sánchez Ron, autor del libro Marie Curie y su tiempo, lo describiría así: «Maria participó, afortunadamente, del espíritu ilustrado feminista. No obstante, pronto tuvo que modificar sus planes de estudio. Su hermana Bronia decidió ir a París para estudiar medicina y se habían prometido ayuda mutua. Marie ayudaría económicamente a Bronia, y más adelante esta a aquella. El tiempo que debía permanecer sin continuar sus estudios tenía, en consecuencia, que ampliarse». El camino que tanto Maria como su hermana emprendieron para poder llegar a la universidad seguiría la senda marcada por otras mujeres que lucharon por la igualdad de derechos. Este acuerdo tan reseñable y valiente, además, huye de la idea aburguesada que se tiene del feminismo decimonónico. Dos mujeres de condición humilde deciden soportar privaciones y sacrificios para poder disfrutar, después de muchos años, de la simple oportunidad de acudir a la facultad como podía hacer cualquier hombre.
Para Maria Sklodowska, este pacto con su hermana supondrá tener que aplazar sus estudios siete años más. En diciembre de 1885, Maria es admitida para trabajar como institutriz de los hijos de un prestigioso abogado.
Con este empleo, la joven maestra no se llega a sentir nunca a gusto y, tras verse despreciada de manera constante en aquel hogar, tan bien avenido como maleducado, decide abandonarlo. Su conciencia social no le permitía residir durante tanto tiempo entre los muros de aquella casa, tolerando a personas a las que consideraba clasistas a la vez que delirantes e incultas.

Un segundo hogar, un primer desengaño
En enero de 1886, Maria decide alojar sus maletas y su holgado conocimiento en otra flamante casa: la de los Zorawski, parientes lejanos de su padre, que residen en la localidad de Szczuki, a 90 kilómetros de Varsovia. Esta poderosa familia se dedicaba a la administración de las tierras del príncipe Czartoryski, un negocio muy rentable que los convertía en uno de los señoríos más populares y envidiados de Cracovia.
Aunque en un principio Maria se dedica exclusivamente a sus labores como institutriz, pronto comenzará un romance con uno de los hijos de la familia, Kazimierz Zorawski. Ambos jóvenes se llegarán a enamorar hasta el punto de prometerse en un matrimonio que no podrá fraguarse, debido al rechazo de los padres del muchacho hacia ella. Los Zorawski, ricos herederos de gran estatus, no permitirían que uno de sus varones se desposase con una persona de clase social mucho más baja. Kazimierz, pues, se vio empujado a abandonar sus planes de boda ante las presiones familiares, y dejaría a Maria desolada. Tal y como lo narra Mario Lozano en Marie Sklodowska Curie, el orgullo científico de Polonia, «Zorawski se convertiría años después en un eminente matemático que llegó a ser rector de la Universidad Jaguellónica. Según se dice, siempre lamentó no haber podido casarse con Maria, y durante su vejez se sentaba a contemplar la estatua de la científica erigida frente al Instituto de Radiología que abrió en Varsovia».
Rumbo a París
Pero así como las promesas del joven Kazimierz no llegaron a cumplirse, el compromiso que su adorada Bronia adquirió con ella se hizo efectivo al cabo de algo más de un lustro. Cuando Maria abandona definitivamente la casa de los Zorawski en el año 1889, es invitada por su hermana a vivir en París y es entonces cuando comienza a planear el dejar Polonia. Un año después, tras anunciarle sus planes de matrimonio con un compañero de estudios llamado Kazimierz Dluski, Bronia sugiere a Maria que ahorre los rublos suficientes para viajar y trasladarse a vivir con ellos. No obstante, Maria decide esperar un año más antes de aterrizar en tierras francesas. El cariño que le guarda a su padre hace que le cueste inmensamente despedirse de él. Además, se encontraba ya mayor (¡tenía casi 24 años!).
No era una decisión fácil dejar a su padre y a su Polonia natal; y le afectó tanto que enfermó y estuvo a punto de cancelar el viaje a la capital francesa cuando ya estaba todo preparado. Por otra parte, pese al «no», seguía albergando ciertas esperanzas respecto a su relación con Zorawski, con quien se iba a encontrar de nuevo en el verano de 1891. Pero sucedió algo entre ambos, probablemente la falta de empuje y decisión de Kazimierz sirvió como detonante para que Maria se decidiese a poner rumbo a París.
Toda ella es ansia por comenzar una nueva vida y dedicarse al estudio. Así, en una carta vehemente escribe a su hermana: «Ahora Bronia, te hago la pregunta definitiva. Decide si puedes alojarme en tu casa, porque ya estoy dispuesta a ir. Tengo suficiente dinero para pagar todos mis gastos. Si puedes alimentarme sin privarte de mucho, escríbeme y dímelo. Sería para mí una gran felicidad porque me reconfortaría espiritualmente después de las crueles pruebas que he sufrido este verano (...). Estoy tan nerviosa ante la posibilidad de mi partida que no podré hablar de otra cosa hasta que no reciba tu respuesta. Te ruego por ello que me escribas lo antes posible. Os mando todo mi amor a los dos. Puedes alojarme en cualquier sitio, no te molestaré, te prometo que no seré un estorbo ni crearé desorden. Te imploro que me contestes, pero francamente». Porque si algo había calado en Maria, era precisamente el sentido de gratitud que la mantenía vinculada a sus seres queridos. Como escribió Xavier Roqué Rodríguez en Releer a Curie, «Curie no salió adelante sola. Como ocurre con otras mujeres de ciencia, su entorno familiar jugó un papel determinante en su trayectoria profesional».
Lo cierto es que Maria fue afortunada en cuanto al afecto y la unidad de su núcleo más cercano. Estos mismos valores de unidad familiar continuarían su legado cuando Maria Sklodowska pasase a llamarse Marie Curie y a formar su propio nido científico y afectivo con su marido y el amor de su vida, Pierre Curie, con quien tendrá dos hijas y a quien amará hasta el final de sus días. El apoyo incondicional que los Sklodowski se dieron es imprescindible para narrar los méritos de la única mujer del mundo que ha ganado dos Premios Nobel, uno en Química y otro en Física.

A pesar de su genialidad, fueron necesarios muchos alientos antes de que la joven e ilusionada Maria pudiese respirar los aires de la Sorbona y cambiar para siempre el destino de la humanidad. Y una vez allí, también se hicieron necesarios muchos sacrificios. No obstante, si bien los años de universidad estuvieron marcados por el hambre y las carencias, el apoyo de su familia y el calor de la ciencia mantuvieron a flote a la joven.
Un instituto en Varsovia
Muchos años después, ya en 1932 y reconocida mundialmente, Maria usará uno de sus últimos suspiros para fundar el Instituto de Oncología Maria Sklodowska-Curie en la ciudad de Varsovia, que fue dirigido por su hermana Bronia hasta la llegada de la Segunda Guerra Mundial. Por fin podía instaurar en su país una sede libre para el conocimiento y el saber.
Su legado fue, en definitiva, mucho más grande de lo que sus descubrimientos pudieron significar y transcendió las fronteras de los logros personales.