El 7 de noviembre de 1867, Wladislaw Sklodowski hubo de interrumpir precipitadamente las clases que impartía en un instituto de enseñanza media de Varsovia para correr a su casa. Le acababan de avisar de que su esposa, Bronislawa Boguska, había dado a luz a la quinta de sus hijas. La niña fue bautizada como Maria Salome Sklodowska, pero estaba destinada a pasar a la historia como Marie Curie.
Los Sklodowski eran una familia perteneciente a la burguesía ilustrada y muy vinculada a los círculos nacionalistas polacos. La propia Maria creció con este fuerte espíritu que, aun nacionalizada francesa, la llevó a viajar frecuentemente a su país natal, a hablar a sus hijas en polaco e, incluso, a bautizar algunos de sus descubrimientos con nombres que aludían a su país de origen.

El sentimiento nacionalista de raíz católica e historicista había arraigado fuertemente entre las clases medias e intelectuales polacas desde que, en 1795, el territorio de Polonia se repartiera entre Austria, Prusia y el Imperio ruso. En concreto Varsovia, la ciudad en la que residían los Sklodowski y su entorno, estaba adscrita a Rusia y era uno de los núcleos donde se vivía la política nacionalista con mayor intensidad. En consecuencia, la represión en la zona por parte del Imperio ruso era allí más enérgica, especialmente a raíz de los levantamientos de 1846 y 1863. Tras el primero, y dada su implicación en la revuelta, el abuelo paterno de Maria, Josep Sklodowski, había sido relevado de su puesto de profesor en Lublin al tiempo que se le confiscaban todas sus posesiones. Otro tanto sucedió con los Boguska, la familia materna, unos ricos terratenientes víctimas también de la represión emprendida por la política zarista a raíz de la revuelta.

Ello no fue óbice para que Wladislaw y Bronislawa, los padres de Maria, recibieran una elevada formación cultural que les permitió desempeñar tareas profesionales y abrirse camino en la vida. Tras estudiar Magisterio, ella llegó a dirigir un importante internado de señoritas; empleo que abandonó tras el nacimiento de la mayor de sus hijas. Por entonces, Wladislaw —que había seguido estudios de Ciencias en la Universidad de Varsovia— dirigía dos importantes liceos masculinos en la capital polaca. Ambos compartían la herencia familiar, lo que les convertía en acendrados nacionalistas. Especialmente él, quien, tras implicarse en el levantamiento independentista de enero de 1863, se convirtió en objetivo de las autoridades rusas.
De la comodidad a la penuria
Al igual que le había sucedido a su padre, tras ser juzgado en rebeldía en 1866, Wladislaw fue relevado de todo cargo de importancia y relegado a un puesto de profesor de Física y Matemáticas en un instituto de enseñanza media de Varsovia. Desde ese momento —a causa de la escasa remuneración que recibía el cabeza de familia—, la situación económica de los Sklodowski cambió radicalmente. Por entonces ya habían nacido sus cuatro hijos mayores: Sofia (1862-1876), Józef (1863-1937), Bronislawa (1865-1939) y Helena (1866-1961). Una numerosa familia que a duras penas podía mantenerse con el sueldo de profesor del padre, máxime cuando poco después nació Maria (1867-1934).
Pero la mala situación económica no les desmoralizó. Bronislawa, una excelente pianista, impartió clases particulares de música, y utilizaron algunas estancias del domicilio familiar para dar alojamiento a jóvenes estudiantes llegados a Varsovia desde diversos puntos de Polonia. Una iniciativa que traería consecuencias imprevistas a la que hasta entonces había sido una familia de escasos recursos, pero feliz. Sucedió que uno de los internos contrajo el tifus y contagió a Sofia, que no pudo resistir la infección y falleció en 1876. De adulta, Marie solía referirse a esta pérdida calificándola de «primer enfrentamiento con la realidad». Su muerte desencadenó una gran pena en toda la familia, sobre todo en Bronislawa, cuya salud se había deteriorado mucho. Las penurias económicas y el exceso de trabajo la minaron.
Los biógrafos cuentan que, cuando murió su primogénita, estaba ya tan debilitada que no pudo acudir al cementerio, solo seguir el triste cortejo fúnebre a través de las ventanas de su domicilio. Pero ahí no habían acabado las desgracias de la familia. Bronislawa terminó cayendo enferma del llamado «mal del siglo», la tuberculosis, y en mayo de 1878 murió. Maria contaba por entonces diez años y nunca consiguió superar la pérdida. Tal vez por ello, de adulta, mantuvo una estrecha relación con sus hijas, la mayor de las cuales, Irène, acabó por convertirse en su mejor colaboradora. Era muy sensible; en las memorias que escribió por la muerte de Pierre, narraría que ya desde temprana edad había sentido tanto la felicidad como la pena de una forma muy intensa y extrema. Puede decirse que a raíz de esta muerte, durante años sufrió una depresión severa; su dolor fue inmenso. Se refugió en su familia y, sobre todo, en su hermana Bronia, que se convirtió en uno de los grandes pilares y apoyos con los que contó en toda su vida.

El laboratorio como refugio
Desde que su madre falleciera, la que había sido una niña risueña y juguetona se convirtió en una adolescente retraída e incluso huraña. Le costaba relacionarse, y tan solo en la compañía de sus hermanos y en el estudio hallaba una felicidad que sentía esquiva. El pequeño laboratorio que su padre había montado en el domicilio familiar se convirtió en su refugio. Wladislaw había conservado parte de los útiles de laboratorio de que se había servido en las escuelas donde había ejercido de director, y disfrutaba instruyendo a sus hijos en el uso del microscopio, el empleo de las probetas o experimentando reacciones químicas. De todos los hermanos, Maria era la más unida a su padre. De él heredó el gusto por la ciencia e, incluso, su espiritualidad, ya que, pese a su corta edad, la muerte de su madre —una ferviente católica— la sumió en una profunda crisis de fe que la llevó a proclamarse agnóstica, con el consiguiente escándalo de su círculo polaco más próximo. Ambos, padre e hija, encontraban en el pequeño laboratorio doméstico un lugar íntimo que les permitía aislarse de una realidad poco grata.
Pasión por el estudio
Pese a las dificultades, los Sklodowski no olvidaron sus ideales nacionalistas. El Imperio ruso había impuesto en Polonia el uso de la lengua de los zares y prohibido todas las tradiciones polacas; de ahí que los jóvenes Sklodowski cursaran la primera enseñanza asistiendo a una escuela semiclandestina donde, paralelamente a los estudios reglados, aprendieron lengua, historia y cultura polacas. Así lo hicieron hasta que, en 1878, tras la muerte de Bronislawa, se decidió que las niñas ingresaran en el internado Sikorska.

Su profesora, la señora Sikorska, recomendó a su padre que repitiera curso para que pudiera recuperarse bien, pero este no solo no le hizo caso, sino que —conociendo a su hija— aumentó sus exigencias y en septiembre la matriculó en el Liceo de Varsovia III, de titularidad rusa, dado que podía expedir el certificado oficial de enseñanza secundaria. A pesar de los dramas y de los diferentes enfrentamientos con la jefa de estudios, la señorita Mayer, que se metía con ella no solo por su origen polaco, sino por cosas como no llevar bien domesticados los rizos del flequillo o atusado el atuendo, Maria se graduó con las máximas calificaciones (le concedieron la medalla de oro) en junio de 1883, un año antes de la edad usual. No obstante, la pena y la profunda crisis que arrastraba desde la muerte de su madre estalló un año después de concluir sus estudios. Una serie de mareos injustificados, una palidez extrema y una alarmante apatía hicieron creer que Maria seguiría los pasos de Bronislawa. Preocupado, su padre decidió enviarla con diferentes parientes a la campiña polaca, una estancia que duró aproximadamente un año y que marcaría profundamente a Maria, quien, a lo largo de su vida, siempre buscó en el ámbito rural y en el esparcimiento al aire libre la fuerza necesaria para enfrentarse a las numerosas dificultades profesionales y privadas que el destino le deparó.
De regreso a Varsovia, manifestó su deseo de seguir estudiando, pero matricularse en la universidad era un sueño imposible, ya que en Polonia las mujeres tenían vedado su acceso a las aulas. La solución llegó con la llamada Uniwersytet Latajacy (conocida, indistintamente, como Universidad Flotante o Itinerante) de Varsovia, una institución privada y clandestina de educación superior que admitía alumnado femenino, cuyos profesores y alumnos eran todos polacos. Para pasar despercibidos, las clases —que se daban en polaco íntegramente— se impartían en casas particulares. Esta organización de resistencia operó entre los años 1885 y 1905, durante los cuales instruyó a miles de alumnos sin recursos y, sobre todo, a las mujeres, que no tenían otra forma de acceder a los estudios superiores. La formación se extendía a lo largo de cinco o seis años y se asistía a unas seis horas de clase a la semana tras abonar alrededor de unos cuatro rublos al mes, dinero que se entregaba a los maestros para sufragar en parte su dedicación (entre ellos se encontraban los mejores intelectuales polacos de la época).

En ella Maria, probablemente, recibió clases de materias tan dispares como la sociología, las ciencias naturales, la literatura, la poesía, la historia... Todas eran de su interés por entonces. Y no solo eso: ella también ayudaba a quien sabía menos. En sus memorias dejó escrito: «Fieles a este ideario, acordamos organizar unas clases vespertinas en las que cada cual enseñaría lo que sabía mejor».