Nunca en la historia un soberano había gobernado un territorio tan vasto como Kublai Kan, el quinto y último Gran Kan del Imperio mongol y el primer emperador chino de la dinastía Yuan. En 1272, el nieto de Gengis Kan estableció la nueva capital en Janbalic (la actual Pekín) y formó un gobierno compuesto por numerosos consejeros extranjeros, entre los cuales figuraban tres venecianos, Marco Polo, su padre Niccolò y su tío Maffeo.

Existe escasísima información sobre Marco Polo y su familia, aparte de la contenida en el libro que relata sus viajes y aventuras. Hay que tener suma precaución con algunos datos que circulan sobre ellos, ya que podrían estar contaminados de leyendas populares. Los Polo constan en unos pocos documentos venecianos, pero están completamente ausentes en las fuentes chinas.
Algunos estudiosos afirman que provenían de una familia dálmata de Sibenic que se instaló en Venecia en el siglo XI para comerciar en la región. Parece ser que Andrea, otro tío de Marco, emigró a Constantinopla (Estambul), donde prosperó económicamente manteniendo relaciones con comerciantes que provenían del este y con los mongoles que habían invadido Asia Occidental.

Las cosas le fueron tan bien que animó a sus hermanos a trasladarse a la ciudad bañada por las aguas del Mármara para no perder la ocasión hacerse ricos como él. En 1253, unos meses antes del nacimiento de Marco Polo, su padre Niccolò se despidió de su esposa encinta y embarcó junto a su hermano Maffeo rumbo a Constantinopla, donde los venecianos tenían inmunidad diplomática y ventajas tributarias para comerciar. Esos privilegios fiscales provenían del año 1203, cuando el dux de Venecia, Enrico Dandolo, había convencido al jefe de los cruzados latinos, Bonifacio de Montferrato, de unir sus fuerzas con el objetivo derrocar a Alejo III del trono bizantino y poner a otro en su lugar al que pudieran manejar a su antojo.
Tras meses de duros combates, los cruzados traspasaron las murallas de Constantinopla, asaltaron sus palacios y asesinaron a miles de hombres, mujeres y niños. Una vez concluida la orgía de sangre, los venecianos y los cruzados establecieron el Estado latino en abril de 1204, convirtiendo a Venecia en la potencia comercial más importante de Europa. Así concluyó la cuarta cruzada, que nunca llegó a Tierra Santa y debilitó al Imperio bizantino cuando los turcos más lo hostigaban.
Rumbo al este
Al poco tiempo de llegar a Constantinopla, Niccolò y Maffeo Polo se asociaron con su hermano Andrea para ayudarle en el negocio que había montado en una de las rutas más lucrativas de aquellos años, la que partía del Bósforo hacia el mar Negro, donde tenían otro despacho en Soldaia, un importante puerto de Crimea.

Tras varios años en la región, Niccolò y Maffeo intuyeron que los bizantinos estaban a punto de recuperar la capital bizantina, por lo que decidieron liquidar sus propiedades, invertir su capital en joyas y emprender camino hacia el este. No se sabe qué hizo Andrea, el mayor de los hermanos, aunque es probable que se trasladara a Soldaia.
Los Polo se salvaron de milagro de la carnicería que se produjo poco después, cuando los ejércitos de Miguel VIII Paleólogo irrumpieron en Constantinopla y masacraron a todos los venecianos que aún permanecían dentro de sus murallas. En el año 1261, el nuevo emperador restableció el Imperio bizantino, pero ya no era la temible potencia que había logrado contener el avance de los turcos durante varios siglos.
En la primavera del año siguiente, los mercaderes venecianos comenzaron a sentir nostalgia de su patria, por lo que iniciaron los preparativos para regresar a su patria. Pero el estallido de una guerra entre reyes mongoles hizo muy peligroso su retorno. Decidieron entonces poner rumbo hacia a Sarai, una ciudad campamento próxima a la desembocadura del río Volga, cerca de Astracán, en la que reinaba Berke Kan. Este descendiente de Gengis Kan fue el primer gobernante en establecer el islam como religión en uno de los kanatos del Imperio mongol. Durante el año que permanecieron en Sarai, los Polo hicieron grandes negocios que duplicaron su patrimonio.
Sin embargo, a pesar de las riquezas que habían acumulado, los venecianos sintieron el deseo de cambiar de aires. Tras meses de duro camino, Niccolò y Maffeo llegaron a Bujará, ciudad histórica de la cultura uzbeca, donde se asentaron durante tres años a la espera de tiempos más tranquilos para regresar a su patria. Durante aquel tiempo, los dos mercaderes venecianos aprendieron extrañas lenguas y establecieron relaciones comerciales con los mongoles. Los nietos de los jinetes que cabalgaron junto a Gengis Kan, esos temibles diablos mongoles que tanto atemorizaban a la cristiandad, resultaron ser unos hábiles comerciantes que vivían en paz con los pueblos que habían sometido. Su líder, el Gran Kan, era un mecenas que apoyaba las artes, lo mismo que lo serían años después los gobernantes del Renacimiento italiano.

El telón de acero que habían impuesto los musulmanes en aquellos territorios desde el siglo VII y que impedía todo contacto entre Europa y China despareció con la irrupción de los mongoles. Gracias a su talante más conciliador, los Polo pudieron llegar con éxito a esos territorios, por los que discurría la Ruta de la Seda.
La curiosidad del Gran Kan
En Bujará se entrevistaron con un enviado del Imperio mongol que les invitó a visitar su patria para conocer al emperador Kublai Kan. En 1264, los Polo se unieron a una expedición que se dirigía a esas misteriosas tierras. Tras dos años de viaje agotador y repleto de peligros, los comerciantes venecianos llegaron a Shangdu, inmortalizada como Xanadú por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge. La ciudad estaba situada en la actual provincia china de Mongolia Interior y era la capital de verano del Imperio mongol. Una vez se asearon, los hermanos Polo acudieron a palacio para rendir pleitesía al Gran Kan.
En su Libro de las maravillas, también conocido como El Millón, Marco Polo cuenta el encuentro del emperador mongol con su padre y su tío: «Este les hizo muchas fiestas y les recibió con grandes honores y cortesía ». El Gran Kan era un hombre refinado y muy inteligente que sentía una gran curiosidad por la cultura y la forma de vida de esos hombres que venían de tierras tan lejanas. Kublai les preguntó cómo eran los gobernantes de los reinos europeos, cómo administraban sus principados e impartían justicia y cómo luchaban para mantenerse en el poder o adquirir nuevos territorios. También les preguntó por su religión y por el jefe de su Iglesia. Los Polo le hablaron del papa y de la Iglesia romana y le describieron cómo era la vida cotidiana en las repúblicas italianas y cómo guerreaban sus ejércitos.
El Gran Kan hizo redactar un documento diplomático para que los hermanos Polo se lo entregaran al papa cuando regresaran a Venecia. En el texto, Kublai pedía al pontífice que le enviara cien sabios que supieran probar por razonamientos que la fe y las deidades cristianas eran mejores que sus creencias o las que predicaban los monjes budistas. Además, encargó a los Polo que cuando volvieran a su palacio le llevaran aceite de la lámpara que alumbraba el sepulcro de Jesucristo en Jerusalén.
Un nuevo viaje
El Gran Kan entregó a los Polo credenciales para que no tuvieran percances en su viaje de regreso a Europa. «Eran unas tablas de oro en las cuales decía que los tres embajadores deberían recibir allí donde fueran y donde pasaran: caballos, arreos y escolta de un país a otro», recuerda Marco Polo en su libro. Los dos mercaderes venecianos emplearon más de tres años para llegar a Acre, ciudad de Tierra Santa en la que gobernaban los cruzados. Allí se enteraron de que el papa Clemente IV acababa de fallecer, lo que les impedía cumplir el encargo de Kublai. Los Polo se entrevistaron con Teobaldo Visconti, el legado de la Iglesia romana, quien les aconsejó que esperaran a que nombraran un nuevo pontífice. Pero la elección se alargó tanto que los Polo decidieron regresar a Venecia, a donde llegaron en el año 1269. Nada más desembarcar Niccolò supo que su mujer había fallecido y que tenía un hijo de 15 años llamado Marco.
Hartos de esperar más de un año a que el clero eligiera al nuevo papa, los dos comerciantes decidieron emprender un nuevo viaje a China junto al joven Marco. Una vez cogieron el aceite del sepulcro de Jesucristo en Jerusalén, los Polo tuvieron noticia de que el legado de la Iglesia que habían conocido meses atrás, Teobaldo Visconti, había sido nombrado pontífice con el nombre de Gregorio X. Un emisario de la Iglesia les pidió que se dirigieran a Acre, donde les recibiría el santo padre. Este se negó a proporcionarles los cien sabios que pedía el Gran Kan, pero se brindó a asignarles dos predicadores dominicos. Aunque de poco sirvió su servicio, ya que ambos abandonaron la expedición meses después de partir de Acre.

Es probable que el camino que siguieron los Polo transcurriera por Armenia, los territorios de la actual Georgia y el golfo Pérsico. Desde allí debieron remontar hacia el norte, cruzar Persia y adentrarse en las montañas de Asia Central, siguiendo el itinerario de la milenaria Ruta de la Seda. En Armenia descubrieron la silueta del monte Ararat, donde dicen que se posó el Arca de Noé tras el Diluvio Universal, y más al este las vastas praderas de Mongolia, inabarcables a la vista. Tres años duró el viaje, durante los cuales los mercaderes tuvieron que superar las dificultades que presentaba el ardiente desierto de Gobi, del que Marco aseguraba: «Necesitaría un año para recorrerlo de un extremo a otro. Consiste enteramente en montañas, arenas y valles. No hay nada para comer».
Diecisiete años en la corte
También tuvieron que recorrer las regiones de Pamir, cuyo territorio está repartido entre las actuales repúblicas de Kirguistán y Tayikistán. Sus agrestes montañas limitan en el noreste con China y en el sur con Afganistán, donde los Polo tuvieron que detenerse por un tiempo cuando Marco enfermó, probablemente de malaria.
Una vez recuperado el joven aventurero, los tres venecianos prosiguieron el camino y lo concluyeron en la ciudad de Janbalic, donde fueron recibidos por el Gran Kan, quien mostró su alegría al volver a ver a Niccolò y a su hermano Maffeo, aunque también su extrañeza ante la ausencia de los sabios cristianos. Sin saber qué responderle, los venecianos le entregaron el mensaje del papa Gregorio X. Una vez lo leyó, el mongol colmó de honores a los hermanos Polo y a su joven acompañante.
La rapidez con la que Marco Polo aprendió la lengua, la escritura y las costumbres de los mongoles no pasó desapercibida al emperador Yuan, quien tomó al joven Marco bajo su protección, asignándole todo tipo de tareas y convirtiéndole en gobernador de la ciudad de Yangzhou durante tres años.
Mientras Marco prosperaba como diplomático imperial, su padre y su tío fueron nombrados consejeros del gobierno, lo que no les impidió seguir haciendo negocios en los vastos territorios del Gran Kan. Niccolò y Maffeo estaban fascinados por la perfecta organización administrativa del Imperio, por su sistema de correos y por el uso de papel moneda, así como por el esplendor de sus ciudades y la delicadeza de sus obras de arte.
Tras 17 largos años en la corte Yuan, los venecianos decidieron regresar a su patria, pero se encontraron con la negativa del Gran Kan, quien los apreciaba mucho y quería mantenerlos a su lado. Finalmente, Kublai comprendió que no podía retenerlos en contra de su voluntad y les dejó partir hacia su destino. Los Polo llegaron a Venecia en el año 1295, donde fueron recibidos con gran curiosidad.

Cuando los tres mercaderes contaron sus asombrosas aventuras en el Imperio Yuan, cuyos vastos territorios hermanaban la cordillera del Himalaya con las costas orientales del Mediterráneo, muchos de sus compatriotas los tomaron por chiflados y mentirosos. Solo la exposición pública del riquísimo patrimonio que habían logrado traer a Venecia doblegó los recelos de los más incrédulos. Desde aquel momento, la fama de los Polo rebasó las fronteras de la República veneciana.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.