La ocupación musulmana confirió unas características especiales al desarrollo de la Edad Media en la península ibérica.
A finales del siglo XI, la reconquista del territorio por los cristianos logró llegar hasta la línea del río Tajo. Sin embargo, la toma de Toledo por parte de Alfonso VI en 1085 provocó una nueva oleada de tropas procedentes del norte de África: primero los almorávides y después los almohades volvieron a poner en peligro a los reinos hispanos y, durante más de cien años, la frontera se mantuvo prácticamente en el mismo lugar.
La victoria de Alfonso VIII en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) y el avance de la frontera hacia el sur produjeron una relativa calma en los territorios de la España cristiana.

Poco después, Fernando III, rey de Castilla y León, comenzó unas campañas de conquista que pusieron bajo su dominio las principales ciudades de Al-Ándalus: Sevilla, Córdoba y Murcia.
La consiguiente expansión y tranquilidad política estuvo acompañada por un periodo de prosperidad que tuvo su eco en el terreno del arte, tal y como lo describe el cronista contemporáneo Lucas de Tuy en Chronicon Mundi (Ed. J. Puyol, Madrid, 1926): “O quan bienaventurados estos tiempos...; pelean los reyes de España por la fe y en cada parte vencen; los obispos y los abades y clerecía edifican monasterios y los labradores, sin miedo, labran los campos, crían ganados y gozan de paz y no hay quien los espante. En ese tiempo, el muy honrado padre Rodrigo, arzobispo de Toledo, edificó la iglesia toledana con obra maravillosa; y el muy sabio Mauricio, obispo de Burgos, edificó fuerte y hermosa la iglesia de Burgos; y el muy sabio Juan canciller del rey Fernando, fundó la nueva iglesia de Valladolid y dotóla gloriosamente de muchas posesiones; éste, pasado el tiempo, fue hecho obispo de Osma y edificó con gran obra la iglesia de Osma”.
Evolución de la arquitectura en el reino de Castilla
En efecto, la actividad edilicia a comienzos del siglo XIII en los territorios de Castilla y León era muy intensa, pero el panorama arquitectónico general aún estaba lejos de los nuevos conceptos formales, espaciales y teóricos que se desarrollaban plenamente en el norte de Francia.
Las composiciones románicas fueron dejando paso a un encadenamiento de luces y volúmenes encaminado hacia la definición de un concepto de espacio cada vez más diáfano que era el reflejo de una nueva sensibilidad.
Pero esto no significa que se produjera una evolución de la arquitectura románica hacia la gótica, sino una evolución del románico hacia unas formas que se denominan tardorrománicas y que adoptan, de modo casi circunstancial, algunos elementos de la arquitectura gótica, tales como los arcos apuntados y las bóvedas de crucería.
Esto es lo que ocurrió cuando los maestros de obra decidieron cerrar las cubiertas de las catedrales de Zamora y Salamanca, que se habían iniciado en la segunda mitad del siglo XII. También podemos advertir en la catedral de Sigüenza la superposición de dos sistemas constructivos: la organización de muros y pilares responde a criterios propios de la arquitectura románica y la cubierta adopta ya las novedades propias del gótico.
Otros edificios más renovadores acusan desde sus comienzos la influencia de centros franceses secundarios en lugar del influjo directo de Île-de-France. Así, el maestro Fruchel, al que se atribuye la cabecera de la catedral de Ávila, parece inspirarse en modelos del primer gótico borgoñón, y en la catedral de Cuenca se han señalado influencias anglonormandas.

Un concepto espacial diferente es el de la arquitectura monástica, que incorpora de forma paulatina sistemas arquitectónicos propios de una estética gótica, como en algunos edificios de la Orden del Císter, que estaba en ese momento en plena expansión gracias a la protección que, por diferentes razones, le otorgaron la monarquía y la nobleza.
Es especialmente representativo el caso del monasterio de Las Huelgas de Burgos, fundado por el rey Alfonso VIII y su esposa doña Leonor de Aquitania, en 1189, con el fin de convertirlo en cabeza de los monasterios femeninos de la orden en Castilla y en su panteón dinástico.
Pero, dentro del paisaje constructivo de este periodo, la historiografía ha destacado el inicio de dos grandes edificios en los que se aplicó desde el comienzo el opus francigenum (el estilo francés): la catedral de Burgos, iniciada hacia 1221, y la de Toledo, hacia 1222. Los factores que concurrieron para que se llevaran a cabo proyectos tan ambiciosos son de índole diversa.
Entre ellos, cabe recordar la personalidad del obispo burgalés don Mauricio y del arzobispo toledano don Rodrigo Ximénez de Rada, dos personajes cultos, conscientes del carácter de capital de sus respectivas sedes: capital política del reino de Castilla, la primera, y capital religiosa en cuanto sede primada y centro del antiguo reino visigodo, la segunda. A ello se sumaba su papel político como hombres de corte al lado de Fernando III, tanto en campañas militares como en decisiones del Consejo Real o en vicisitudes familiares y personales.
La capacidad promotora de ambos dirigentes diocesanos y el apoyo regio permitieron emprender los grandes proyectos constructivos con un buen ritmo inicial en los trabajos.
Impacto del obispo don Mauricio en la catedral de Burgos
Burgos era la civitas regia de Alfonso VIII de Castilla (†1214). Su carácter de ciudad real y caput Castellae facilitó la centralización del comercio de los puertos del norte peninsular con los Países Bajos.
Poco a poco se concentraron en ella todos los asuntos comerciales de la lana y, a la buena situación económica, se unió el clima de optimismo político derivado del avance de la Reconquista.
La única pieza que falta para explicar el gran proyecto de una catedral gótica que sustituyera al pequeño edificio románico levantado en el siglo XI es el obispo don Mauricio.

Formado en Derecho en París, amigo del arzobispo de Toledo don Rodrigo Ximénez de Rada, con quien participó en el Concilio de Letrán, y hombre de confianza del rey, encabezó en 1219 la embajada que viajó a Alemania para acompañar hasta Castilla a la princesa doña Beatriz de Suabia, prometida en matrimonio con el rey Fernando III.
Por aquel entonces estaban abiertas las canterías francesas de Notre-Dame de París, Amiens y Reims, entre otras, y el prelado pudo conocer de primera mano los proyectos constructivos más ambiciosos que se llevaban a cabo en el país vecino.
Don Mauricio ofició el enlace regio aquel mismo año en el templo románico y, sin duda, puso de manifiesto la necesidad de un edificio más amplio, adecuado a las ceremonias propias de la catedral de la capital de un reino y a las nuevas formulaciones teológico-filosóficas y estéticas que ya triunfaban en el dominio real francés.
No es extraño que poco después, el 20 de julio de 1221, el obispo y el rey presidieran el acto de colocación de la primera piedra del templo gótico. Las obras avanzaron con rapidez gracias al fortalecimiento del poder episcopal, la protección regia y las indulgencias concedidas desde Roma, aspectos todos ellos que contribuyeron a contar con unas rentas saneadas. De ese modo, cuando en 1238 murió el obispo Mauricio la cabecera estaba completamente terminada y las obras habían alcanzado el transepto.
Tras un breve receso –debido a la escasez de recursos derivada del desvío de las donaciones regias y nobiliarias al monasterio de Las Huelgas y de la entrega de las tercias de fábrica a Fernando III para sufragar las nuevas campañas de la Reconquista–, los trabajos se reanudaron en 1243 y el buque de la iglesia estaría casi completo antes de la consagración, que tuvo lugar en 1260.
Al contemplar la actual planimetría de la catedral de Burgos cuesta trabajo adivinar su estructura original, pues se ha ido rodeando de un sinfín de capillas de diversa forma y tamaño.
Tal y como se presentaba a finales del siglo XIII, se componía de una capilla mayor de cinco paños, rodeada de una girola de otros tantos tramos trapezoidales, a la que se abrían capillas semidecagonales. De estas capillas solamente subsisten dos y bastante transformadas. La cabecera se completaba con tres tramos rectos que dan paso al crucero.
Así descrita, es evidente la similitud con la catedral normanda de Coutances. Sin embargo, es innegable la relación con la de Bourges en la organización del alzado y, por eso, cabe la duda de que fuera obra de un solo taller, dirigido por un maestro que conocía ambos modelos, o que trabajaran dos arquitectos diferentes.

Henrik Karge ha ofrecido una posible solución: la construcción iniciada en 1221 se planteó con un deambulatorio y capillas radiales, pero estas no tenían nada que ver con las actuales, ni en forma ni en tamaño, sino que se trataba de pequeñas capillas de traza semicircular dispuestas a intervalos regulares y separadas por muros con contrafuertes, como en Bourges. El hallazgo de dos fragmentos mutilados de nervaduras que, arrancando desde las claves de las bóvedas del deambulatorio, irían a descansar sobre los pilares de acceso a esas primitivas capillas fue su más feliz descubrimiento. De este modo, a la ya admitida identificación en el alzado entre las catedrales de Bourges y Burgos, se unía la identidad de soluciones planimétricas.
Esa configuración se mantendría hasta los años 1260-70, en que se decidió modernizar la cabecera con la construcción de nuevas capillas, más acordes a la arquitectura francesa de mediados de siglo y similares a las ya levantadas en la catedral de León y, especialmente, a las del proyecto gótico planteado en Santiago de Compostela.
El amplísimo transepto se ha considerado una influencia del monasterio de Las Huelgas, en la misma ciudad, y se ha atribuido a la posible participación del maestro Ricardo en ambas fábricas. No cabe duda de que el edificio cisterciense y la primera campaña de trabajo de la catedral gótica tuvieron puntos en común, y así lo manifiesta la pequeña capilla de San Nicolás. Sin embargo, este rasgo tan alejado de los prototipos góticos franceses, en los que el transepto queda embebido en la anchura de las naves, puede deberse a una imposición topográfica. El templo mayor burgalés está construido en la ladera de la colina sobre la que se asentó la ciudad medieval, de modo que existe un gran desnivel entre la puerta norte del crucero y la puerta sur.
En el siglo XVI, Diego de Siloé diseñó una hermosa escalera, denominada Escalera Dorada, que salva ese desnivel sin necesidad de invadir más que el tramo norte del transepto (no sabemos cómo era el sistema que permitía descender desde la puerta hasta el templo en el siglo XIII).
La construcción de las grandes catedrales contó con el apoyo regio y, aunque el monarca no se involucrara muy activamente en la gestión ni en la financiación del proyecto con sus propios medios, los prelados y cabildos han querido poner de relieve la alianza entre la Iglesia y la Monarquía a través de la iconografía regia plasmada en las iglesias.

En la mayoría de los casos esas imágenes suponen una exaltación genérica de la institución monárquica, pero también existen efigies que aluden al vínculo que algunos soberanos establecieron de forma particular con una institución concreta como fundadores, donantes o protagonistas de actos ceremoniales que hubieran tenido lugar allí.
En la catedral de Burgos hay una notable presencia de imágenes regias, con especial encumbramiento de Fernando III, que contrajo matrimonio en la vieja catedral románica y participó en la ceremonia de colocación de la primera piedra de la gótica, como nos recuerdan las esculturas del claustro.
Pero el programa regio es más amplio, seguramente en relación con su carácter de caput Castellae: encontramos galerías de reyes tanto en la fachada occidental como en el hastial norte. Los esfuerzos por identificar las distintas efigies con personajes históricos concretos han resultado estériles. Cabe interpretar, entonces, que se trata de un programa general de exaltación de la imagen regia.
En muchas ocasiones, se ha comparado con la catedral de Reims, en donde el ciclo escultórico sigue un esquema similar y donde también a los reyes se suman, como ocurre en Burgos, ángeles. En la catedral francesa los ángeles guardianes coronan los contrafuertes de la cabecera, mientras que en los tabernáculos del exterior del crucero los seres angélicos han sido sustituidos por colosales estatuas reales. El simbolismo es evidente: estas estatuas –que o bien representan reyes bíblicos (lo que es posible) o bien son las imágenes de los reyes franceses (menos probable)– proclaman que el crucero de la iglesia era el lugar de la coronación de los reyes de Francia.
Así, encontramos por todas partes, en el exterior del templo, alusiones simbólicas que se expresan a través de las estatuas: el presbiterio es un símbolo de la Jerusalén Celeste mientras que el crucero es el lugar de la coronación real. Por tanto, en Reims parece claro que el programa iconográfico responde a la realidad de un espacio destinado a las ceremonias de coronación.
Sin embargo, en la catedral de Burgos no fue coronado ningún rey castellano, quedando siempre relegada a un segundo plano respecto al monasterio de Las Huelgas, y eso puede explicar que sean también los ángeles quienes dominan la cornisa de la nave central.