En mitad de la noche del 3 al 4 de marzo de 1539, un gran estruendo se apoderó de la ciudad de Burgos, aterrorizando a sus habitantes como pocas veces antes había sucedido. El gran cimborrio de la catedral se había desplomado sobre los tejados del propio templo, llevándose por delante varias bóvedas e incluso parte del coro y del altar mayor.
Algunas voces apuntaban a que santo Tomás de Villanueva –por entonces monje del convento de San Agustín– había predicho la tragedia durante uno de sus sermones. Otros señalaban que el derrumbamiento realmente se había debido a un fuerte huracán.
Sin embargo, lo único seguro era que el majestuoso cimborrio de la catedral, antaño el orgullo de la ciudad de Burgos, ahora yacía sobre el suelo transformado en cascotes e impidiendo el paso de los fieles al interior de la iglesia.

El cimborrio que hoy observamos coronando el crucero de la catedral de Burgos es, por lo tanto, fruto de una reconstrucción emprendida tras el aparatoso accidente de 1539: un prodigio de la ingeniería de su tiempo y un elogio a la luz, que no ha parado de sorprender a fieles y visitantes desde el mismo momento de su finalización.
Sin embargo, muchos especialistas coinciden en que, en realidad, este nuevo cimborrio podría estar emulando las trazas de aquel que se había desplomado sobre los tejados de la catedral de Burgos. Es por ello por lo que, antes de narrar la azarosa historia del edificio que actualmente corona el crucero de la catedral, debemos primero volver la vista hacia aquella construcción del siglo XV que el cabildo de Burgos se apresuraba a sustituir.
Situación del antiguo cimborrio de la catedral de Burgos
Es muy probable que las obras del primitivo cimborrio de la catedral de Burgos fuesen favorecidas por el obispo Luis de Acuña, durante cuyo obispado también se finalizaron las agujas de la fachada principal del templo.
Al igual que en el caso de las famosas torres caladas, la construcción del cimborrio fue encargada a Juan de Colonia, arquitecto de origen alemán que había transformado con sus ingenios y nuevas técnicas el paisaje monumental de la ciudad.
Aunque no conocemos, a ciencia cierta, cuándo pudieron comenzar las obras de aquel primer malogrado cimborrio, sí podemos determinar que hacia 1465 los trabajos ya habían empezado e iban a buen ritmo. Así nos lo narra el testimonio del viajero León Rosmithal de Blatna cuando señala que, por entonces, la catedral de Burgos contaba “con dos elegantes torres construidas con piedra y talladas, y se edificaba otra tercera”.

El primitivo cimborrio fue finalizado no mucho tiempo después, hacia 1471, y desde entonces fue objeto de admiración de sus contemporáneos. Por ejemplo, el obispo Pascual de Ampudia llegó a decir de él que era “una de las más hermosas cosas del mundo”. Sin embargo, lo cierto es que, bajo su impresionante aspecto, se escondían en realidad graves deficiencias constructivas, unos problemas que empezaron a manifestarse al poco de su terminación.
Sabemos que en el año 1495 hubo que realizar reparaciones generales en la estructura, para las cuales incluso fue necesario montar un gran andamio. Pero las obras de consolidación del cimborrio, construido por Juan de Colonia, no acabaron con dicha intervención: a esta siguieron otras en 1497, 1498, 1499, 1529 y 1530. De hecho, en 1535 el propio cabildo de la catedral reflejó, en algunos escritos, que la estructura sobre el crucero había hecho “muestra de caerse”.
Visto lo anterior, podría decirse que, cuando el cimborrio finalmente se derrumbó en 1539 no debió suponer una completa sorpresa para los habitantes de Burgos. Quizá tampoco lo fuese para santo Tomás de Villanueva que, según la tradición, lo había predicho.
Requisitos reconstruir el nuevo cimborrio de la catedral de Burgos
El cabildo de la catedral no perdió tiempo a la hora de reconstruir el cimborrio tras su aparatoso desplome; no en vano, se trataba de uno de los símbolos más destacados, no solo de la iglesia sino también de la ciudad de Burgos. Y, quizá por ello, sus propios habitantes se implicaron desde los inicios en las tareas de desescombro.
Las peticiones de ayuda económica para la reconstrucción del cimborrio llegaron rápidamente hasta el papa, e incluso hasta el mismísimo emperador Carlos V. El resultado de esta campaña de recogida de fondos fue todo un éxito, y para finales del mismo año de 1539 ya se había desescombrado la catedral y se trabajaba en las obras de la nueva estructura.

Parece que el cabildo contó con varias propuestas para la reconstrucción del cimborrio. Sin embargo, no sabemos con certeza a qué maestro corresponderían las trazas que hoy podemos contemplar. Se ha especulado con que el diseño general saliese de las manos de Juan de Rasines o de Felipe Bigarny, ambos considerados entre los arquitectos más prestigiosos de su tiempo. Objetivamente, tan solo podemos asegurar que la ejecución de las obras corrió a cargo de Juan de Vallejo y que el proceso constructivo fue largo y azaroso.
De hecho, tras varios periodos de crisis, los trabajos de levantamiento del nuevo cimborrio no serían finalizados hasta treinta años más tarde, en 1569.
Decoración del nuevo cimborrio de la catedral de Burgos
Como se dijo antes, probablemente, el actual cimborrio de la catedral de Burgos se construyó siguiendo el modelo de aquella estructura gótica que se había desplomado previamente, si bien adaptándola, en cierta manera, a las modas imperantes en el momento. Así, los primitivos diseños del siglo XV serían actualizados mediante múltiples licencias o guiños hacia el nuevo lenguaje clasicista.
Además, toda la estructura fue ornamentada, tanto en el interior como en el exterior, mediante un conjunto de esculturas e imágenes destinadas a deslumbrar al espectador, pero también a comunicar varios mensajes.
En primer lugar, debe señalarse que todo el cimborrio fue cerrado mediante luminosas vidrieras que fueron encomendadas al maestro Juan de Arce en 1547. En ellas se mostraban los escudos del cabildo de Burgos, pero también los de la familia Álvarez de Toledo. Y es que, no en vano, el cardenal Juan Álvarez de Toledo había sido el obispo al frente de la diócesis durante los diez primeros años de reconstrucción de la estructura.
El resto del interior del cimborrio fue ornamentado esculpiendo grandes escudos de la ciudad de Burgos, del emperador Carlos V y del mismo cardenal Álvarez de Toledo. En otras palabras, podría decirse que la cara interna del edificio estaba destinada a reivindicar la memoria de los protectores y responsables del levantamiento de la magna obra.

La decoración exterior del cimborrio, sin embargo, parece que pudo ser concebida con un sentido bien distinto. En su parte más baja se colocaron arcángeles de piedra, aquellas figuras a las que la tradición atribuía la condición de guerreros para la defensa de los fieles. Sobre estos, en un nivel superior, se esculpieron también varios santos protectores, además de algunos antiguos reyes de Castilla y León que portan visiblemente sus espadas.
Desde luego, todo aquel despliegue de figuras armadas, santos y ángeles defensores podría entenderse como la metafórica defensa de la iglesia en la que se insertaban. Pero no podemos descartar que se quisiera dar también, a estas figuras, un papel más terrenal: el de guardianes de una arquitectura extraordinaria cuya propia complejidad la había llevado a desmoronarse en el pasado.
La luz, protagonista principal del nuevo cimborrio de la catedral de Burgos
A pesar de su monumental apariencia exterior, quizá el aspecto del cimborrio que más haya llamado la atención a lo largo de la historia sea su propia bóveda, un sorprendente espacio en el cual el principal protagonista no es la piedra tallada, sino la luz.
Y es que, la bóveda del cimborrio de la catedral de Burgos fue concebida con sus plementos calados, es decir, horadados por múltiples vanos que permitían la entrada de los rayos de sol al templo. El propio Felipe II, deslumbrado, llegaría a asegurar que “más parecía obra de ángeles que de hombres”.
En realidad, se trataba de un ingenioso truco arquitectónico que aún hoy sirve para demostrar que en las bóvedas góticas los elementos que verdaderamente soportan la estructura son los nervios y que, por tanto, los plementos actúan generalmente como simples cubiertas. Se trataba de un ingenio que en cierta medida era heredero de otras construcciones de su tiempo, entre ellas la capilla del Condestable en la propia catedral de Burgos.
Se ha señalado que el hecho de situar un vano en el centro de las cubiertas de un edificio de planta centralizada podría resultar una alusión directa a las arquitecturas del Santo Sepulcro de Jerusalén o, más bien, a la imagen que de esta construcción se tenía en la Edad Media.
Esto no debió pasar desapercibido para la sociedad de la época, que dispuso bajo el cimborrio algunos de los enterramientos más destacados de la catedral de Burgos. Bajo esta estructura también se dispondrían los túmulos funerarios temporales para las honras de reyes y prelados. Parece que esta tradición llegaría incluso hasta el siglo XX, pues fue entonces cuando se decidió colocar bajo el cimborrio los sepulcros con los restos que la tradición atribuía al Cid y a doña Jimena.
El cimborrio de la catedral de Burgos, un homenaje a la ingeniería medieval
La finalización del cimborrio en 1569 parecía haber puesto punto final a un problema que se venía arrastrando desde el momento de la construcción de la primitiva estructura en el siglo XV. Así, en los años siguientes, el edificio tan solo requeriría tareas de mantenimiento, manifestándose como un triunfo de la técnica sobre las leyes de la naturaleza.
Sin embargo, todo cambiaría el 16 de agosto de 1642, cuando una violenta tempestad azotó la ciudad de Burgos afectando especialmente al cimborrio de la catedral. Algunas de las agujas y balaustradas del edificio cayeron empujadas por el viento huracanado, destrozando de nuevo parte de las bóvedas del templo. El recuerdo de la tragedia de 1539 rápidamente acudiría a la mente de aquellos que pudieron contemplar el terrible espectáculo.

Sin embargo, en esta ocasión los daños no fueron tan severos como en la anterior y el edificio pudo ser reparado sin necesidad de reconstruirlo desde sus cimientos. El propio Felipe IV aportaría fondos para su restauración y sabemos que para 1644 las obras ya habían terminado. La reparación resultó muy exitosa y gracias a ella la estructura aguantó, sin grandes daños, incluso las sacudidas del famoso terremoto de Lisboa de 1755.
Visto lo anterior, podría decirse que hoy día el cimborrio de la catedral de Burgos destaca sobre la silueta de la ciudad como un monumento al inquebrantable empeño del ser humano a la hora de proyectar sus aspiraciones a través del arte. Y es que, aunque tras las múltiples adversidades sufridas hubiese sido más sencillo cerrar el crucero del templo mediante unas simples bóvedas –tal y como ocurría en muchas otras catedrales–, realmente nunca se pensó en otra opción que no fuese la de una grandiosa edificación que destacase en altura.
El cimborrio ha permanecido de esta manera hasta nuestros días como un homenaje declarado a la ingeniería medieval. Un homenaje quizá aún más notorio por el hecho de haber sido realizado en una época en la que la arquitectura gótica había perdido su posición privilegiada frente al clasicismo, aquella moda que a mediados del siglo XVI prácticamente monopolizaba el gusto de los intelectuales de su tiempo.