Con un alcance medio de 70.000 espectadores por año y un enclave histórico que se remonta al Imperio romano, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida es uno de los más importantes de su género, junto al Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro.
Con la diosa Ceres presidiendo el frente escénico y el cielo estrellado de la capital extremeña como principales testigos, el Teatro Romano de Mérida se convierte, cada verano, en uno de los lugares clave de la difusión cultural; una mirada moderna sobre los textos clásicos más importantes de la historia.

Año 25 a. C., el emperador Octavio Augusto funda Augusta Emerita, una ciudad concebida por y para el entretenimiento de los soldados retirados (eméritos) —de las Legiones X Gemina y V Alaudae que habían combatido en las guerras cántabras—, motivo principal por el que su enclave monumental está repleto de construcciones de carácter lúdico.
Y, en este contexto, no podía faltar un teatro, un monumental teatro que data de los años 16-15 a. C y con un aforo de 6000 personas, estratégicamente situado aprovechando parte de la ladera del cerro de San Albín, se convirtió en una de las atracciones más emblemáticas de la Lusitania.
El público del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida
El teatro romano de la época guardaba diferencias con el que conocemos en la actualidad. Los actores eran hombres, indiferentemente del papel que interpretasen. No estaban demasiado bien valorados, puesto que eran esclavos o libertos (antiguos esclavos).
A diferencia de cómo concebimos en la actualidad ser espectador de una obra, donde el silencio del público es una muestra de respeto, en la época clásica los asistentes comentaban en voz alta, gritaban y reían a carcajadas; era su particular catarsis. Teniendo en cuenta que la sociedad romana priorizaba la comedia a la tragedia, imaginamos el Teatro Romano de Mérida —en aquel momento Augusta Emerita— como un auténtico gallinero.

Pero esta algarabía y alboroto tenía los días contados ya que, aunque en la actualidad seguimos gozando del disfrute de tan magistral marco, fueron muchos los años en los que este monumento estuvo en desuso (a partir del s. IV d. C.) —por verse el teatro como algo inmoral—, y no solo en desuso sino, literalmente, enterrado.
En 1910 comienzan las excavaciones arqueológicas de la mano de José Ramón Mélida y Maximiliano Macías, hasta entonces la única parte visible de sus ruinas era conocida como «las 7 sillas»; bajo esos siete pilares se escondía el graderío del inmenso teatro romano.
No es hasta 1933 cuando recupera su funcionalidad, de la mano del dramaturgo Cipriano Rivas Cherif, el escritor Unamuno y la actriz Margarita Xirgu, que representaría, un año más tarde, el papel de Medea en ese mismo escenario. Manuel Azaña, presidente de la II República y presente en esta obra, comentó: «El público entero calló en un silencio maravilloso apenas vio aparecer en escena a la feroz Medea (…). El teatro está calculado con tal acierto, que se oye el vuelo de una mosca».
Programación del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida
Una de las experiencias más interesantes que nos ofrece cada verano la programación del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida es descubrir versiones muy distintas de grandes obras de teatro clásico.
Figuras destacadas, con muy diferentes propuestas líricas, llegan al Teatro Romano de Mérida generando gran expectación y suscitando conversaciones los días previos al estreno, como fue el caso de La Orestíada de Esquilo —cuya versión en 2017 corrió a cargo del celebérrimo Luis García Montero—, una obra griega en la que se exponen firmemente temas de continua actualidad: la democracia, la justicia y el feminismo.
La dirección, en este caso, corrió a cargo del celebrado José Carlos Plaza (Premio Nacional de Teatro en tres ocasiones, que también ha dirigido versiones de Lorca, Dostoyevski o Valle-Inclán) y cuya representación destacó por su solemnidad y comunión con el teatro en el que se estaba representando.
Mucha más inquietud generó la llegada de Andrés Lima, dramaturgo, actor y director ya acostumbrado a colapsar a los espectadores desde sus inicios en Animalario, grupo teatral y productor privado de artes escénicas español (junto a Alberto San Juan, Guillermo Toledo, Nathalie Poza y Ernesto Alterio). En 2009, se encargó de dirigir Tito Andrónico, de William Shakespeare (con Alberto San Juan y Javier Gutiérrez como intérpretes) y, en 2015, dirigió su propia versión de Medea, de Séneca (también formaba parte del elenco, junto a Aitana Sánchez-Gijón, Laura Galán y Joana Gomila).

Grandes figuras contemporáneas como María Pagés, Laila Ripoll o Miguel del Arco asumen el riesgo de aportar sus particulares interpretaciones del teatro clásico, que se convierten en aventuras prodigiosas.
Dirección del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida
Este paso, hacia lo que pretendía ser el regreso del teatro a la ciudad de Mérida, se vio truncado por la situación sociopolítica de la época.
En 1954 el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida asienta definitivamente sus cimientos, esta vez llega para quedarse, de la mano de José Tamayo, el director con mayor participación en el festival. Con el granadino se consigue representar, en lo que hoy conocemos como el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, los montajes más espectaculares; hasta diecisiete, entre 1954 y 1990, entre los que destacaron: Edipo Rey (1954), Julio César (1955), Tiestes (1956) —todas las anteriores contaron con Paco Rabal sobre el escenario— o Numancia (1961), una versión libre de la tragedia de Cervantes, por José María Pemán y Francisco Sánchez Castañer, con centenares de personas en la escenificación de las legiones, caballerías y multitud de elementos en llamas dentro de la escenografía que incluía el anfiteatro, representando la epopeya del pueblo numantino —«nos daban unas veinticinco pesetas a cada uno. Para nosotros era un lujo poder actuar. Tamayo vino a darnos la enhorabuena por la buena coordinación en los movimientos»—, recuerda uno de estos «soldados» entrevistado para este artículo. Tamayo sorteó la censura de la dictadura, llevando a escena textos de autores como Albert Camus o Arthur Miller, ambos acérrimos defensores de los derechos y libertades civiles.
Fórmulas contemporáneas para los grandes clásicos
Muchas han sido las obras y los autores llevados al escenario del Teatro romano de Mérida en estas sesenta y nueve ediciones, la última con las representaciones de : Medea (Eurípides), La Orestíada (Esquilo), Hécuba (Eurípides), Fedra (Séneca), Antígona (Sófocles), Calígula (Albert Camus), Las Tesmoforias (Aristófanes), Miles Gloriosus (Plauto), Las Troyanas (Eurípides), Los siete contra Tebas (Esquilo), Salomé (Oscar Wilde), El Eunuco (Terencio), La asamblea de mujeres (Aristófanes) o Los Gemelos (Plauto), entre otras, e incluyendo otro tipo de espectáculos, como la danza.
Todos ellos reflejan temáticas tratadas en los textos originales de tragedia, como la justicia, la igualdad, los derechos del pueblo… —de máxima actualidad—, mientras que la comedia tiende a ser una comedia de enredos. En común, con ambos géneros, la visión contemporánea y cada vez más creativa de las obras representadas.
Y, para subirlas al escenario, cientos de actrices y actores, de reconocido prestigio en el panorama de las artes escénicas, han pasado por su scaena a lo largo de su historia.

En 1984 se nombra al primer director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida , José Monleón. Desde entonces, varios directores o equipos directivos han estado al frente, entre ellos la actriz Blanca Portillo —única mujer en ocupar el cargo—, cuya dirección fue fugaz, un único certamen, por decisión propia. Le sucede, en 2012, Jesús Cimarro (director de Pentación Espectáculos y de los teatros de La Latina, Bellas Artes y Reina Victoria, de Madrid), cuya labor continúa vigente.
Hoy, muchas de las obras son coproducciones que podemos ver de gira en otros teatros. Esta es una forma más de rentabilizar las producciones, sin tener que limitarse al marco que nos ocupa.
El Teatro Romano de Mérida es el lugar de encuentro y destino de la mayor parte de los asistentes al festival, pero no podemos olvidarnos del resto de representaciones y actividades que tienen lugar en Mérida durante su duración: pasacalles, exposiciones, talleres, obras en otros espacios de la ciudad —incluso en localidades cercanas—, encuentros con profesionales de las artes escénicas…
Aunque, a lo largo de toda su historia, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida ha pasado por momentos difíciles, en la actualidad vive una de sus mejores épocas, con un reconocimiento que traspasa las fronteras.
Capaz de albergar a 3000 espectadores, la última edición colgó el cartel de «entradas agotadas», en varias de sus funciones, a lo largo de sus dos meses de duración —julio y agosto—.
Público procedente de diferentes puntos del país y de fuera de él se acercan, cada verano, a ver las representaciones programadas. Quién sabe si, mejorando el transporte que une a Mérida con otros lugares de origen la acogida del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida sería aún mayor.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.